A oscuras es mejor

“Juro no tener ninguna más” - esas fueron mis palabras luego de mi última cita a ciegas. Había sido un caos total: ni él gustó de mí, ni yo gusté de él. Pero la verdad que en ésta me movía otro interés, mucho más materialista que encontrar al hombre que atravesaría mi corazón con su flecha.
Está vez el interés tenía otro nombre: Joan Manuel Serrat, y es que la cita incluía un pack con dos entradas para verlo en el Gran Rex, fila 2.
La última vez que lo había visto sólo me había alcanzado para el gallinero, arriba de todo. Serrat fue aquella noche: dos cejas con una cara atrás. Efecto miopía. El catalán bien valía el intento de una nueva cita.
¿Por qué el 99,9 % de la veces fallan las citas a ciegas y sólo el 0,1% tiene la chance de encontrar al hombre de su vida en esa total oscuridad?
¡Si quien siempre arregla la cita es una de las amigas o amigos que nos conocen tanto! Y que juran sobre lo que le pongamos en la mano que es el hombre perfecto para nosotras. Ese hombre que por supuesto ellos conocen y una no.
Serrat además de un buen pretexto para aceptar, era también el amor platónico de mi vida y quizás con la ayuda de sus canciones está cita podría funcionar. ¿Podría formar parte del 0,01 %?
Ya me habían anticipado que el hombre, no era de lo más apuesto, con un rasgo especial: no tenía cuello. Sí algo así, con la cabeza directamente pegada al cuerpo. Muchos detalles no me dieron, cuello corto eso querrán decirme, que tiene de malo un cuello corto, lo que importa es lo interior.
Habíamos quedado en encontrarnos en un café cerca del teatro sobre la Avenida Corrientes. Iba radiante como si mi encuentro fuera con Juano.
Entré a la confitería tratando de encontrarlo. Lo único que vi, fue a alguien con un cartel que decía: “Malizia levanta las manos”. Tal fue mi desconcierto que lo único que atiné, fue obedecer el cartel, y con las manos semi levantadas a la altura de mis pechos me senté.
Lo del cuello era verdad, el único cuello que estaba era el de la camisa. Charlamos un rato, él se veía contento. Cuando nos paramos para ir hasta el teatro. ¡Oh! Terrible realidad: era más bajo que yo, y yo no soy alta. ¿Para qué me había puesto mis zapatos con taco de 15 cm? Miraba sus piecitos de número 36, enfundados en unos pequeños mocasines negros, con unas medias al estilo Michael Jackson: ¡blancas!
Las pocas cuadras hasta el teatro se me hicieron largas, caminaba suspirando lo más rápido que mis 15 cm. de tacos me permitían. Por fin me senté en la fila 2 del Gran Rex, con el diminuto sin cuello al lado mío. Cada tanto pasaba su mano por mi hombro, yo esquivaba esa especie de abrazo moviéndome continuamente.
Algunas canciones me hicieron llorar, y él muy atento sacaba su pañuelo y me lo entregaba, pañuelo que dejaba totalmente sucio de rimmel.
No sé si lloraba de emoción, o de pena de que la cita a ciegas fuera tal desastre, por suerte Serrat me transportaba al mundo donde el amor era posible, porque te quiero asi, porque te quiero, tu nombre me sabe a hierba, ay amor sin ti no entiendo el despertar, que no hizo la mili por no dar la talla. Me sentía como la del guardarropa del Romance de Pedro “El Curro”.
- ¿Querés ir a cenar?- me invitó muy correcto.
- No puedo se me hizo tardísimo, además tengo a mi abuela enferma, en cama, muy mal, tiene 80 años, y artrosis, y tos convulsa, y juanetes, terribles juanetes, sí tengo que irme, lo siento.
Era bueno, caballero, educado, me regaló la salida a ver el amor de mis trece años, sólo que no tenía cuello y era más bajo que yo. Por qué no pensé como Sócrates que la hermosura es una tiranía de corta duración. Sería por la corta duración de una cita a ciegas.
Perra, bruja, cabrona, superficial y prejuiciosa, todo eso y mucho más me dije a mí misma, mientras lo saludaba con un beso en la puerta del teatro. De él no supe nada más, de Serrat tampoco.


MALiZiA

Los reyes no son los padres

Quizás la primera gran desilusión que sufrimos es la de saber que los reyes son los padres. Y nosotros pequeños mortales que creíamos en esos camellos cargados de juguetes, así de pronto con esa frase pequeña, pero que golpeaba como un látigo en nuestras ilusiones, nos dábamos cuenta de que ya nos habían mentido... quién sabe como empezó esa trama maquiavélica que nos hacía felices en los primeros años de nuestra vida.
Y si bien la cruel noticia, no nos impedía seguir durante unos añitos más hacer de cuenta que no había pasado nada, los zapatitos se seguían poniendo al lado del arbolito y los regalos seguían llegando... Como la carta no contaba más, algunos no eran los esperados. Como esa guitarra que mi padre dejó una noche al lado de mis zapatillas.Con cada año que pasa,se baja la edad límite para descubrir la triste realidad, creo que a mis 10 años recién me dijeron la noticia. Hoy no superan los 6, los chicos cada vez son más vivos o los padres menos sugestivos y más obvios.
Anoche esperanzada dejé un par de mis mejores zapatos al lado de mi arbolito, pero a la mañana nada, ni siquiera había un desorante para calzado, de novio ni hablar... Entonces me di cuenta que ¡tampoco los reyes son los padres!, porque sino hubiera tenido un regalito al lado de mis zapatos... Si bien es cierto que para eso mi mamá tendría que haber viajado 17 km. para dejarlo, tendría que haber entrado con una ganzúa porque no tiene llave de mi departamento, y tendría que haberse ido inmediatamente para su casa para no ser descubierta, cosas muy locas si lo pienso bien...
En el fondo, como buena romántica que soy, creo que los reyes deben existir en algún lugar de este universo... el tema es descubrir dónde!!!