Fantasías navideñas

Con él nos conocimos hace como cuatro años, más o menos, por una cuestión laboral. Siempre hubo una corriente sexual erótica entre nosotros, una química especial, pero nunca coincidíamos en soledad en el mismo tiempo: o bien yo tenía novio y él estaba solo, o cuando yo me peleaba, él se enganchaba con alguien.

Jugábamos ese jueguito erótico-histérico. Ese rozar sin querer rozarse, o vení que te hago masajes, o saludarse y que casi se convierta en un pico. Una vez me robó uno en un pasillo. Tenía la costumbre de pasar su dedo por mi espalda, en el medio justo y yo me derretía con esa tontera. Él me calentaba. Pero la cosa quedó ahí, por un tiempo no lo vi más.

Estaba sola hacía unos meses cuando lo encontré comprando regalos para las fiestas. Me dijo que se había separado de su pareja y que se iba a vivir a España. Entonces le propuse una despedida privada: él y yo. Nadie más. Fue un acto impulsivo, instintivo y totalmente salvaje de mi parte. Quería que mis fantasías de tantos meses no quedarán con un océano de por medio. Quedó en hablarme por teléfono el sábado 25 de diciembre por la noche. Al otro día se iba.

Cerca de concretar el sueño de una noche de sexo fuerte sin condiciones, estaba celebrando Navidad. ¿Será pecado reunir en esa fecha dos motivos tan distantes? Pero no quiero mentir por un segundo, el destino quiso que fuera así. Pronto se cumplirá un año de lo que voy a contar.

Ese 25 a la nochecita llegué fundida de la casa de mi hermano, donde nos habíamos reunido con mi familia. No hice más que entrar a mi departamento cuando el teléfono sonó.
-Estoy a 10 cuadras de tu casa.
¡Y yo en un estado calamitoso! Había pasado todo el día en la pileta, y así me vine, con bronceador encima, y colorada como un tomate. Un asco, no llego ni loca. Me bañé y cambie lo más rápido que pude. Entre esa carrera desenfrenada contra el tiempo y el tiempo, estaba mi carrera desenfrenada de fantasías que de golpe fluían con la velocidad de la luz en mi cerebro. Con el pelo mojado le abrí la puerta, ni tiempo de secarlo. Después de todo daba un toque sexy.

¡Oh, desmesurada ambición! ¡Oh, años de soñar con este encuentro! ¡Oh, mierda de fantasía! Y yo que pensaba en una noche de sexo fuerte, sin condiciones. Sin condiciones para que pase. ¡No, otra vez no! La impotencia del momento fue casi tan grande como mi desilusión. ¿Era un castigo divino por mi sacrílega cita?

Él que insistía en levantar su autoestima, no se daba por vencido. Y yo como una dama muy ubicada, trataba de todas formas de salvar la situación de catástrofe en la que no sólo el muchacho había caído. Hasta intenté respiración boca a boca para resucitarlo. Nadie, ni ER, lograría algo.

Abandonamos la empresa, y así desnudos y todo brindamos con una copa de champagne por su viaje. Nos despedimos con un abrazo fuerte en la puerta de mi casa. Y yo me quedé pensando, ¿se habrá sentido presionado por mi propuesta? ¡Pero, si habíamos estado chichoneando varios años!

¿Será que los hombres necesitan sentirse conquistadores, y no conquistados, eso afectará su orgullo, su hombría, y su pene? Tendrán en la memoria colectiva la época de piedra, donde necesitaban agarrar por el pelo a la mujer para demostrar su posesión. No supe nada más de él, ni me mandó un e-mail desde España. Espero que esté bien.

Trofeo

En el último casamiento que fui me gané una enemiga: la hermana del novio, el reciente legítimo marido de mi prima, la más chica. Y bueno, ella se lo buscó. Todo comenzó en la iglesia cuando me presentó a su nueva pareja, igual que si presentara un trofeo de un partido de algo, por la contextura de la señorita, de rugby. Pero no quiero hablar de su abultado físico, ni cargar más las tintas de las que las tengo.
Claro, yo estaba sola y no quiero mentir por un segundo pero juro que era la única, además de mi tía Beba, que se había quedado viuda hace poco. Pobre tía Beba, pero ella tiene 70 años. Después todas las chicas tenían a su novio, alquilado o no, pero estaban con alguien, y yo como una boluda, sola.
Y ella todo el tiempo, mi novio esto, o lo otro, o baila con ella que está sola, como si fuese un paquete a ubicar, encima estábamos en la misma mesa. Esa pedorreras de los casamientos que siempre te ponen con quien no querés estar. ¿Quién arma las mesas un enemigo?
Era la mesa de los primos jóvenes, de él y de ella. Y la bestia me tenía tan podrida haciendo gala de su cuchicuchi, que cuando llegó el momento del ramo - cosa, que me parece un tontera, nunca me preocupo por agarrarlo-, esa noche se convirtió en mi trofeo ante la desesperación de la otra de obtenerlo. Ramo y casamiento futuro, forma parte de los mitos.
-¡La que lo agarra es la próxima en casarse!- pregona Bárbara, así se llama la bestia. Nunca tan bien puesto el nombre, pero no por la magnificencia sino por lo animal. Era obvio que quería llevarse el ramo a su casa.
Y ahí fue que la semilla de maldad, que la malicia (pero con “c”) propia de mi nombre tal como el de ella nunca tan bien puesto, me dijo: “Tenés que sacarle el ramo”.
Así actué como Rambo en una misión. Ese apretujado grupo de pálidas rosas, era el objetivo. Todas las chicas solteras con opción al revoleo del conjunto de flores, esperaban ansiosas, mientras yo estaba midiendo terreno con Barbie, miradas de costado recelosas. Me llevaba como una cabeza y 20 kilos. Misión difícil. El ramo vuela por el aire, y veo como se abalanza como un tigre cuando va a comerse algo. No sé de dónde me salieron las fuerzas pero di un salto y la empujé justo cuando lo llegaba a tocar con las puntas de los dedos, las demás chicas hicieron lo suyo apretujándonos entre todas. Entonces ocurrió, la muñecota se cayó al piso. ¡Qué barbaridad Bárbara se quedó sin el bárbaro ramo!
- ¡Uy, el ramo es mío! – dije muy inocente. Sosteniéndolo en la mano como si me lo hubieran pegado con la gotita, me agaché para levantarla del piso. Tampoco ser tan guacha.
La mirada de odio me dijo todo. Ni una palabra. Me saqué la foto correspondiente, y cuando llegué a mi casa lo tiré a la basura, ni daba para ponerlo en un florero, estaba hecho pedazos.
Hoy recibí una tarjeta de casamiento, era la de ella. Se casa con el mismo chico que estaba en la fiesta. Pasó casi un año. Yo sigo sola, quizás porque lo tiré a la basura. Con los mitos no se jode.

¡Taxi!

Salimos del subte en la estación Dorrego, el calor inflamó la fiaca y decidimos tomar un taxi. Cruzamos Corrientes y nos paramos a metros de la esquina, por Dorrego. No venía ninguno vacío, en eso veo uno parado por el semáforo en rojo, en la esquina antes de cruzar Corrientes, y le hago señas con la mano. Estábamos a unos metros, y mis señas fueron de lo menos femeninas. Parecía un naúfrago en una isla, al que llegan a rescatarlo. El guiño de luces me indicó que me había visto. El pacto estaba sellado.
Mona seguía hablando de que los hombres eran unos cagadores, y que esto y que lo otro. En eso justo dobla uno vacío.
-¡Hácele seña, ahí viene uno! - grita Mona empujando mi brazo para arriba.
-No, ya le hice al otro, ya corta el semáforo- le digo con la vista fija en el vehículo negro y amarillo que esperaba arrancar al solo signo del color verde.
-¡Qué confiada sos, es un tipo el que maneja!
-Mona, no seas jodida, ya arranca ahora viene.
Luz verde, arranca el taxi, cuando cruza Corrientes, una señorita muy aseñorada, que de señora no tenía nada, sino una pendeja total, lo para y el muy orondo le abre la puerta.
Cuando pasó por al lado nuestro, le grité: Fack you, man. Mona empezó a matarse de la risa, no sé si porque no paró o por mi puteada en inglés, digna de película yanqui.
-Viste te terminó cagando, te lo dije. Nunca confíes en un hombre.
Mientras esperaba otro taxi, me quedé pensando ilusionada que por ahí las luces se las hizo a la otra, y la que se había equivocado era yo. Pero ni se lo mencioné a Mona, porque se iba a reír hasta pasado mañana.

Lluvia y oscuridad

La última vez que se puso en pedo se cortó la luz. El ruido de sus vómitos en la oscuridad resonaba aún más. Me quedé sentada en el borde de la cama esperando alguna reacción. Luego de la violencia del sonido, una calma espantosa. Nada, no se escuchaba nada.
-¿Estás bien?- le pregunté y mi voz rompió ese espacio de silencio negro que se había logrado después del último vómito. No me atrevía a moverme, ni siquiera a buscar una vela.
-Sí, no te hagas problema- me contestó después de unos minutos.
Tenía que encender una. A tientas bajé la escalera que iba a la cocina. Con la mínima luz todo se perfilaba mejor. Golpeé la puerta y se abrió.
La imagen de él sentado en calzoncillos sobre la tapa del inodoro, casi cayéndose, iluminada por la luz tenue y titilante era como la de un cuadro antiguo. La cara atormentada del hombre, la blancura que le daba la descompostura marcaba más los rasgos, ahora duros por el alcohol. Me miró y me dijo: “Sos una hija de puta”.
Justo comenzó a llover, sin responderle lo llevé hasta la cama. Se quedó dormido y me fui a sentar en los escalones que daban al patio. La noche estaba clara y las gotas me empezaban a mojar. Me limpiaban de tanta mierda. Mis lágrimas se confundían con el agua y en mi cara mojada no se distinguían unas de otras. Esa noche decidí dejarlo de querer.

Te llamo (el regreso de los muertos vivos)

El chileno de la historia erótica con mi pie, llamó. No lo puedo creer, pasaron más de ocho meses sin dar señales de vida luego de nuestro encuentro en mi departamento. Se fue después de tener sexo, un sexo a medias pero sexo al fin.
Me prometió que al otro día iríamos al cine, se despidió con un "te llamo", pero nunca más llamó. O sea, es lo mismo para todas las nacionalidades.
Y hoy cuando atiendo el teléfono, era él. Como si nada. Como si hubiera sido ayer que le bajé abrir, le di un beso y le dije hasta mañana. Era su voz, su inconfundible acento chileno, cachai, cómo estaba.
Muda estaba, era como el regreso de los muertos vivos. Ya había quedado entre los temas sepultados para mí, archivado en la lista de los típicos “te llamo” incumplidos. Aunque debo reconocer que nunca hasta ahora había tenido un “te llamo”que hubiera tardado ocho meses. O nunca volvían a llamar, o lo hacían a la semana, pero el chileno se llevó el récord.
¿Qué les pasa a los hombres? ¿Estaría sólo en Buenos Aires, y no tenía compañía?¿Le llevó ocho meses decidirse a hablarme? ¿Es tan bochornoso no lograr una buena erección que hace que se borre del planeta para asimilarlo? No lo sé, ni lo sabré jamás, porque no le pregunté nada de esto, sólo atiné a mentirle. Le dije que estaba con alguien y muy feliz.

¿Quién quiere un príncipe azul?


Mi vieja el otro día me preguntó si yo quería un príncipe azul. Yo no quiero un príncipe azul. Alguien dijo que los príncipes azules destiñen en el primer lavado. Y en parte tienen razón. ¿Pero qué vendría sería un príncipe blue? ¿Sería el hombre ideal?
Y qué es el hombre ideal. Algo muy difícil de definir, porque supongo que habrá tantos hombres ideales como mujeres hay en el mundo. Porque para cada una serán distintos los colores, palabras, valores, olores, sentimientos, los que conforme a su verdadero príncipe azul u hombre ideal. Morochos, rubios, pelirrojos, pelilargos, pelados, callados, extrovertidos, soñadores, prácticos, concretos, pobres, adinerados, románticos, locos, cuerdos, obsesivos, para cada mujer será un hombre diferente.

Hoy volvieron a preguntarme cúal era mi hombre ideal, y no supe que contestar. Creo que en diferentes etapas una tiene diferentes hombres ideales. Y cuanto más años vamos cumpliendo sin que esa categoría tenga un nombre propio, las condiciones van aumentando. Y
algunas empezamos a agrandar la lista de cosas que no toleraríamos, pero también se da lo contrario hay otras mujeres que empiezan a tachar las cosas por las que antes rechazaban, así unas no encuentran al susodicho y otras están con quien no toleran. Pero por suerte están las terceras, que si encontraron al hombre que pueden amar, con sus virtudes y defectos. Que si sucedió esa magia que se da inexplicablemente. Y esas terceras felices amantes amadas nos dan la prueba de que no es tan imposible el encuentro. Son las que brindan esperanza.

Cuestiones raras, imprecisas, diferentes lugares, tiempos, acertijos sin resolver, viajes cósmicos, vaya una a saber, el destino caprichoso de la vida que tuerce los caminos, que siembra desencuentros, y hace que cierta females sigamos en la búsqueda. El amor existe no es un invento de los libros, está allí en esa pareja que se besa apasionada en el colectivo justo delante de nosotras, en la otra que sólo espera el momento para irse a la cama luego de una reunión de amigos, o en los que se ríen como locos por algo que sólo ellos conocen.

A pesar de tantos interrogantes, sí hay algo que tengo muy claro: quiero que mi hombre no tenga ninguna corona encima (de las de oro y piedras preciosas), que su sangre no sea azul sino roja, roja pasión, roja amor, roja como la de cualquiera. Pero que me pueda contar a mi oído por las noches, historias de príncipes y princesas que se casaron, fueron felices y comieron perdices.

Prohibido entrar (o hablar)

Hace un tiempo leí en el blog La Petite Claudine, algo que me pareció brillante en cuanto al tema del post anterior, o sea el sexo anal. Y que resumía un poco lo que se genera en torno a él y forma parte de los mitos. Se los transcribo:
“A lo largo de los años me he encontrado con una paradoja curiosa:
1. casi todos los hombres adoran el sexo anal, aunque muy pocos lo han practicado.
2. casi todas las mujeres odian el sexo anal aunque muy pocas lo han practicado”.

Ella llega a una conclusión:
"A la mayoría de los hombres les gusta el sexo anal por encima de todas las cosas. A la mayoría de las mujeres les gusta MÁS, aunque aún no lo saben".

Tema para debatir. Tema oscuro, y profundo, si lo hay. Yo coincido con ella, y por eso la cito.
Hablando con uno y otra la cosa sería así. A los hombres cuando una les dice que ya lo hizo (sea cierto o no), una extraña luz les brilla en los ojos. Ese redondo, pequeño y oscuro objeto del deseo, está allí en sus pupilas dilatadas por Eros. En cambio para las mujeres la sola mención de la experiencia sodomita trae una pregunta: ¿Y duele? Y tras cartón "A mi me lo pidieron pero…" Vaya a saber por qué, quizás porque fue bautizado con el horrible “contranatura”, porque quizás sea símbolo total de perversión al mejor estilo Marqués de Sade. O porque nos dijeron que era algo muy malo, y que mejor no hablar de eso, y menos practicarlo. Pues no se puede volver de tal infamia a lo que se considera natural.
¿Pero qué es lo natural? ¿Y quién puede decir lo que es natural o no?

Entonces haciendo zapping, de pronto aparece la venezolana hablando de sexo anal, como si nada, y que esto y lo otro, aconseja una y otra pose, y lubricación por aquí y por allá, con esa vocecita dulce como si estuviera contando cuentitos de hadas.: La princesa que quería y le daba miedo, o El príncipe al que le negaron el ortis.

La cuestión es que cuando se está en la intimidad con la persona amada -o no-, pero sí, con la persona deseada, aquella que pudo traspasar el límite impuesto por la ropa, que pudo llegar a ese momento en que los cuerpos desnudos piden, hablan por sí mismos, en ese momento sabrá si tiene o no ganas de hacerlo, y en todo caso será su propia decisión la que le diga sí o no al sexo anal porque en el lenguaje del sexo, los códigos los ponen las personas que crean un nuevo paradigma, el que existe entre ellos, y nadie más. Íntimo, placentero, embriagador.

Sinceridad banal

Mi primo me abrió la puerta, enseguida le di la botella de vino que había traído para el asado. Ese domingo habían hecho uno en honor a mi tío, su papá, que cumplía años. Fiesta familiar dominguera. Esta vez también había otro motivo de excitación, mi primo había traído a su novia por primera vez. Y era todo un acontecimiento, porque él es medio loquito, loquito de verdad, hace cosas de loquito, y habla como un loquito, y siempre salió con chicas loquitas, y no loquitas por putas, sino loquitas por locas. No sé todavía como no es parte de un capítulo de Mujeres asesinas.
Pero, ésta parecía tan normal, que mi tía en un rinconcito me dijo:
- Parece que la chica está bien; viste, yo sabía que iba a sentar cabeza Maxi- lo decía toda ilusionada. Para las madres los hijos siempre son unos santos. Bueno, para algunas, y una de esas algunas era mi tía.
La novia era una chica muy bonita, me hacía acordar a una actriz yanqui, morocha de ojos claros, con el pelo cortado desparejo, flaquita, onda me pongo lo que encuentro sin pensar si combina y estoy re cool. Hacía cine experimental. Una joyita para lo que solía traer mi primito.

Yo pensaba pobre chica, porque la verdad que es de terror la primera vez que vas a la casa de tu novio cuando es una reunión familiar. Hermanos, primo, prima, tío, tía, abuela, abuelo, otro primo, el hijito del primo, esta es mi cuñadita, no este es el vecino que vino a pedir algo, santa vieja y santo padre, los intocables. Nunca hablar mal de ellos, aunque tu novio los odie. Porque basta que los critiques, para que salga en su defensa. Este es mi tío del campo, que viene una vez por año, la cuestión que todos te miran.
Me imaginaba cómo estaría la chica, pero ella lo más campante, muy tranquila. Todo se daba a la perfección, pero como en esas películas que parece que el asesino murió y uno abandona la tensión, se relaja y de golpe, ¡pum! revive y el susto (y el salto) es de terror, lo peor pasó.

Sobremesa, cafecito, charla distendida. Mi tío empieza con esos discursos castristas, no por la ideología política, sino por lo que duran. Y nosotros hablando de cualquier cosa, pero asintiendo de vez en cuando para que no se sienta mal, el único que atiende es su hermano del campo. En eso una frase de mi tío es algo así como:
- La cosa pasa por lo banal.
Salta la novia de mi primo, como si nada, del otro lado de la mesa, mientras todos estaban hablando quién sabe qué. Murmullo general.
- A mi me gusta el sexo anal.
Silencio. Silencio sepulcral. El murmullo cesó como si lo hubieran asesinado. Cabezas que giran, mirándola. Ffffuuuuu, todas a ella. Quien con carita más inocente que Floricienta, le pregunta a mi tío.
- ¿A usted no?
Cuando me fui, mi primo ya se había ido con su novia, y mi tía estaba llorando en la cocina, tratando de que el marido no la viera, mientras le decía a su hermana, o sea mi vieja: Y parecía tan normalita. A pocas cuadras, en el auto el hijo de mi otro primo le decía a su padre. ¿Papi, qué es el sexo panal? Y mi tío vaya a saber en qué se quedó pensando.

Conjuro

Hubo veces que lloré al hacer el amor. Hubo veces que lloré porque no podía hacer otra cosa, porque la emoción se evaporaba en lágrimas. Tímidas, calladas, casi inadvertidas, expulsadas por un cuerpo que explota entre el placer y la plenitud de amar. Lloré porque el verbo no existe, las letras no componen, porque ninguna palabra ha sido nombrada para eso. Sólo el silencio de lo profano entre lo sagrado. Hubo veces en que sentí que se me iba el corazón, que quedaba atrapado allí en ese espacio único entre él y yo. No fueron muchas, y tampoco con todos, pero las recuerdo tan nítidas como cuando pasaron. Están ahí a la vuelta de los recuerdos, en ese lugar donde guardamos lo que no queremos olvidar. Allí acurrucadas, esperando que algo las haga saltar, que algo las traiga para hacerme vibrar, que vuelvan a salir conjuradas por un hombre que ame.

Aguafiestas

-Mi vieja tiene novio.
-¡Nooooo te pueeeedo creeeer!- dijo Mona del otro lado del teléfono.
Ni bien salí de la casa de mi mamá la llamé, me sentía rara, porque uno no se imagina a la madre con un hombre, digo con otro hombre que no sea el padre, y no me creo una mojigata, pero a pesar de que me puse contenta, una cosita me hacía run, run en la cabeza.
-Miralá a tu mami, se lo tenía bien calladito. Uh… la que te espera, la mía va por el tercero, y ni te digo el último de terror chiquita, uno que me tira onda, de terror.
Mona es la persona con menos tacto que conozco, ni una gota de cuidado. Sembró la duda en mí. ¿Y si el novio de mi vieja era un chanta, y si la quería cagar, y si…?
- Che, ¿tu vieja todavía cogera?
-Mona por qué no te vas a la mierda.
- Ah, claro la señorita quiere coger, pero a la pobre madre que le pongan un cinturón de castidad, si tu vieja es re joven, y la verdad que está mejor que una chica. Si hace yoga, va a caminar y a bailar tango. Yo quisiera llegar a su edad, y estar así. Los padres también tienen derecho de sexo, ¿o no?
En eso tiene razón, es que a uno le parece que los padres nunca cogieron, y ni pensar imaginarlos en ese rol. Y ahora me la imagino a mi vieja con su pretendiente, ufff así le dijo, pretendiente de qué… ¿qué pretende usted de mí? Me vino la imagen de la Sarli, qué pretende él de ella. Mi vieja en esa pose sarliana, provocando al viejo, bueno no me contó mucho, por ahí no es tan viejo, no me quiso decir la edad, a ver si se enganchó uno mucho más joven…
-Che me escuchas, ¿en qué estás pensando? Sex o no sex, that is the cuestión. ¿O los viejos no pueden fachere la porquería? ¿Y cuando lleguemos nosotras, porque alguna vez seremos de la tercer edad, o sos como el retrato de Dorian Grey?
-¡Sos de terror Mona, no se puede con vos!
-Vos sos de terror y una egoísta, déjala a tu vieja que se gaste los últimos cartuchos.
Empezó a reírse como una loca, más loca de lo que es.
-¿Se puede saber qué te causa tanta gracia, ahora?
-Seguro que se casa tu vieja y vos no. ¿No decís que siempre se casan las mismas?
- Pero por qué no te vas…
¿Y si es verdad?, si se casa mi vieja y yo soy la única soltera de la fiesta. ¡Nooooooo! Y encima le tendría que llevar los anillos o sería la madrina, porque mi abuela murió. Noooooo, Mona me las vas a pagar, y yo que quería que me dijeras qué buena noticia. Nada más. Sos una aguafiesta.

Tenemos que hablar

El pedido me resultó misterioso. Tenemos que hablar. Y no era el típico “tenemos que hablar" de un hombre, si no me hubiera resultado desastroso. Porque odio esas frases, que sólo significan algo malo. Algo como por ejemplo, ya no quiero estar con vos, tomemonos un tiempo, no siento lo mismo, esto se terminó, bla, bla, bla...No, en este caso era mi vieja que me decía , nena tenemos que hablar. Cha, doble chan ¿Que quería mi mami?
Esa tarde pasé por su casa, me había esperado con la mesa puesta para tomar el té, y me había hecho la pastafrola más rica de mi vida, dieta abstenerse. La cosa venía dura, eso no era normal.
- ¿Y tus cosas?
- Bien, ma.
- ¿Estás saliendo con alguien?
- No, ma.
- Me dijo tu hermana que saliste con el amigo de Yóyo (que es mi cuñado).
- Si, un embole, ma. Ya te tuvo que ir con el cuento.
- Es que nena, me parece que a tu edad, no podés esperar al príncipe azul.
- Azul no, ma, pero... este ya se pasaba de morado. ¿Esto era de lo que teníamos que hablar?
- No, es que tengo que contarte algo, que ni se lo dije a tu hermana, porque viste como es ella, y quiero contártelo a vos primero.
Ya para esto tenía una curiosidad espantosa, porque mi vieja es hipocondríaca y me llamó la atención, que en toda esta conversación no haya mencionado todavía alguna enfermedad. ¿Estaría enferma?
- Es que...tengo un novio.
- ¿Un qué? – escupí el té que tenía en la boca.
- Un pretendiente, un señor que me cae bien, bueno ya hace años que estoy sola, después que murió tu padre, y que se yo, parece una tontería pero me siento bien.
Mi vieja no está enferma, ¡está enamorada!, o por lo menos ilusionada de nuevo. Mientras digería la novedad, junto con la pastafrola, me quedé pensando que ojalá el tipo sea bueno y la haga feliz. A ver si tiene que abrirse un blog, y escribir “Las aventuras de la madre de MALiZiA”.

Ansiedad...de comerte en mis brazos

Tengo que olvidarme de Jorgie por unos días. Y si bien es el único hombre en mi vida, es mejor que el verano no me encuentre con estos kilitos de más. Así que dejaré a mi amado redondito blanco de dulce de leche y pasaré a la libidinosa zanahoria.
Me compro todo dietético, la Coca light, el queso light, el dulce light, lechuga, que por suerte viene naturalmente light, tomates, galletitas de salvado, de arroz y de gluten, edulcorante, muchas zanahorias, atún al agua, un yogurcito light, y también un postrecito de chocolate... de esos que tienen las mismas calorías que una manzana, light por supuesto.
Es sábado, el día está un embole, nublado, frío, ni miras de salir, me quedo en casa tengo un búnker a pruebas de dietas. Heladera llena bajas calorías.
Primer viaje a la heladera, la abro, miro lo que hay adentro y no tomo nada. Hace un rato almorcé, mejor no como nada. Prendo la tele, películas una peor que otra, agarro un libro, empiezo a leer, me levanto. Segundo viaje a la heladera, una zanahoria con un pedacito de queso. Tercero, cuarto, quinto. Voy y vengo, me acuesto y me levanto. Leo, miro tele, voy a la heladera, si esto es light, ni tiene calorías. Voy y vuelvo. Vuelvo y voy. La coca ya la vacíe, la zanahoria no la quiero más y el libro ya lo terminé. En la tele sigue sin haber nada, la mira está puesta en el queso. Me hago unas galletitas con queso, y me las traigo con un tecito de frutas tropicales a la cama, con edulcorante por supuesto, abro otro libro, en la tele sigue la programación de mierda de los sábados. Empezó a llover, escucho atentamente el sonido de la lluvia mientras me como el postrecito de chocolate. Sigue lloviendo, Hallmark, Cinecanal, TNT, The Film Zone, Europa Europa,ya la vi, Sony...humm a ver esta sitcom, es de la temporada anterior. Me cebo unos mates con las galletitas de arroz, y le doy a las de gluten también, con mermelada light. El libro es un asco, no puedo seguir leyendo, me siento en la compu y escribo un post sobre la ansiedad. Mejor me como el yogur. Me quedan los tomates y la lechuga, pero van a ser mi cena junto con la lata de atún al agua, son intocables. No tengo palabra. Un sanguchito de tomate con lechuga, mitiga la angustia de la tardecita, para la cena falta mucho. Decimonovena apertura de puerta, saqueo irracional light, puteo a toda la progamación del cable, y escribo que lo peor de las dietas es pasar hambre.

Mis sólidos tres

El número uno me dejó por otra, claro que salió con otra la embarazó y casi cuando el crío estaba por nacer se fue. Y yo sin saber nada. No hay caso, el último en enterarse es el cornudo.

Al segundo lo dejé yo, mi amor se murió ahogado en un océano de alcohol. No pude con su adicción. Muy triste.

El tercero, se consiguió una novia, mientras yo me había ido dos meses al exterior. El primer mes lloraba por todos los rincones, el segundo se ve que cogía por todos los rincones.

La metamorfosis

En una de esas excursiones por cotos de caza almorcé en La Recoleta, porque nunca hay que despreciar los horarios locos como el mediodía. Una nunca sabe. Esa especie en extinción, llamada “hombre disponible” puede encontrarse en cualquier sitio, así es de imprevisible. Ese día de sol pleno me senté en una mesa con mis anteojos para sol pleno y La metamorfosis de Kafka.

Al lado de mi mesa había un caballero con un niño de unos 3 añitos, dulce criatura que estaba haciendo un despelote tan grande que ni el niño ni el padre podían comer, y yo menos leer. Así que con mi mejor sonrisa ofrecí mi desinteresada ayuda, que de desinteresada no tenía nada. Off course. Estaba muy pero muy lindo, el padre.

Al llegar el bife de chorizo ya había caído bajo mis encantos del payaso Plim Plim y el Elefante Trompita, el hijo.
Una tarde lo que se dice: en familia. A los postres ya nos habíamos pasado los teléfonos, el padre y yo. El niño todavía no tenía celular. El papi, hombre en estado de divorcio, no tardó en llamarme y por seguir con la onda gastronómica me invitó a almorzar a su departamento que quedaba también en La Recoleta.

La idea me gustaba, él me gustaba y qué tenía para perder, que fuera un mal cocinero. Es raro los hombres en general no cocinan o no les gusta cocinar pero cuando lo hacen son excelentes cocineros. Y no me equivoque: el papito era un muy buen cheff, tanto en la cocina como en la cama.La cocina y la cama, lugares donde funciona la química. Y la química entre él y yo fue buena, no algo así como un descubrimiento digno del premio Nóbel, pero sí como para un 8 en un final de Farmacia.

A ese encuentro siguió otro. A esta altura yo estaba contenta y siempre llevaba “La Metamorfosis” en mi cartera como si Kafka me hubiera conjurado algo así llamado suerte. No me gusta mezclar a Kafka con esto tan trivial pero así funciona mi mente.Cuando llegué a mi tercer encuentro gastronómico-sexual y empezamos lo pormenores que no tienen nada de pormenores. Yo les diría los “pormayores”, con los que las hormonas empiezan su carrera ascendente hacia la cúspide del deseo. En medio justo de esa loca y desenfrenada carrera me dice:
- No tengo forros.
-¿Entonces qué hacemos?
- Hagámoslo así, no pasa nada, yo lo sacó antes, no tengo Sida- y toda una sarta de palabras pero de levantarse e ir hasta la farmacia que estaba justo debajo del departamento nada.

Respiré hondo, muy hondo, conté hasta... tres, me levanté, me vestí, tomé mi bolso y adiós corazón. Bye, bye darling. Cuando pasé por la farmacia metí mi mano en la cartera.

Me había dado cuenta de algo. Fue entonces cuando lo hice. Giré, subí el ascensor, toqué el timbre.Temí que un insecto me abriera la puerta pero no, era él con la mejor carita y una sonrisa de lado a lado.
-¿Compraste los forros?-me preguntó ilusionado.
-Me olvidé mis lentes, me los das por favor.

Y así protegiendo mis ojos me senté en una plaza a leer. No estaba sola: el sol, como el mejor amante, me acariciaba la piel invitándome a disfrutar la vida a pleno.