Estreno

Hay cierres de todo, cierres de fábricas, de balance, de negocios, de historias amorosas, también hay cierres de persianas eléctricas o manuales, cierres de ventanas, de puertas. Hay cosas que porque sólo están abiertas deben ser cerradas.
Y el año por tener una muerte programada a los 365 días, también se cierra. Culmina ese período en que vivimos tantas cosas, buenas o malas, regulares, graciosas y tristes, espectaculares, pasables, nada fuera de lo común, pero todo absolutamente todo lo que vivimos lo hicimos por primera vez y no se repetirá. Si navegamos en velero esa primera vez, no será igual a la segunda, tercera, o vigésimo quinta; si cocinamos una torta la primera será siempre la primera; o si hicimos el amor con alguien, con muchos, con dos o tres, cada vez fue distinta. ¿Qué experiencia se repite igual?
Las experiencias siempre son únicas, y por eso son maravillosas, y a veces no nos damos cuentas de que ahí radica su magia, en que jamás se repetirán tal cual, igual, semejante, siempre habrá una pizca de algo para que sean diferentes.
Por eso, ya casi termina este año que estrenamos día por día, y pronto el calendario marcará el primer día del otro que está listo para empezar a que lo estrenemos de pe a pa, con todas sus horas y minutos, sin ningún segundo perdido por el medio. ¿Será bueno, malo, será un año mejor que todos, peor que ninguno, será loco, desquiciado, o lleno de cordura? Quién lo puede saber, lo único que sé que es nuevito, nuevito, y que está allí con sus 365 días para que lo usemos en los que nos plazca, para empezarlo a caminar, para estrenar nuevos días de vida.

Historias de amor

Las historias de amor pueden terminar bien, pueden terminar mal, o pueden nunca empezar. Jamás quedan por el medio o inconclusas, esas no son historias de amor. Las verdaderas historias de amor, hacen temblar el corazón, ya sea por felicidad o por dolor.

He vivido de las dos, de las que hicieron que levitara por su voz, por su olor, por todas sus palabras, por sus gestos. Y las que hicieron que cubriera de lágrimas mi almohada noche tras noche, que rompiera todas sus fotos, que escribiera cartas trágicas de despedida para no enviarlas nunca, que maldiciera su nombre para morirme de pena con solo pronunciarlo.

Estar embriagada de amor es la sensación más inexplicable y más absolutamente fantástica por la que he pasado, estar enamorada, ilusionada, poseída irreverentemente por su figura y sus placeres.
A su vez, la pena de amor, trajo a mi vida el deseo de que la muerte fuera un derecho para la persona que sufre por él; porque el dolor se sentía tan adentro, que deseaba morir para no extrañarlo tanto, para no luchar contra el sentimiento ingobernable que golpeaba una y otra vez su nombre, sin obtener respuesta.

El amor es algo tan contradictorio, como cierto, es algo tan intangible como real, es algo tan lleno de magia y locura, que la cordura parece perderse ya sea en lágrimas o en risas de verdadera felicidad, cuando irrumpe con su espíritu insolente en nuestras vidas. El amor no lo puedo explicar, ni lo intento. Sólo sé que el que ha amado puede soñar con él, cuando no está y sonreir esperando que vuelva con su desfachatez a hacernos sentir más vivos.

Embriagada

Compré un ramo de veinticinco jazmines. Me salió dos pesos. Estoy embriagada por su aroma, borracha de su blanco tan blanco, de su perfume tan seductor. Me gusta ponerlos flotando en el agua, como pequeños barquitos perfumados. Además alguien me dijo que beben agua de los pétalos, y de esta forma duran más.
En realidad yo siento que están bañándose, nadando totalmente despreocupados de la muerte que llegará en pocos días. Por suerte los jazmines no registran el tiempo, y sólo se complacen en sus placeres con la bendita agua, tanto menos bendita por el cloro. Pero su bálsamo al fin.
Cuando era chica no me gustaba ese olor y ahora me conmueve profundamente, vaya a saber por qué, vaya a saber qué pasó por mis células olfativas, o por mi corazón para que sucediera el cambio. Amo a esta flor. Y aprovecho la temporada en que todos los kiosquitos de la ciudad tienen los ramitos, porque ya para enero no estarán.
Entonces mi cuarto huele a jazmín, el baño huele a jazmín, el living, el escritorio, el lavadero, el pasillo, sobretodo en él. Cuando llego a la noche el perfume me recibe en cuanto abro la puerta de mi departamento, me envuelve, me acaricia, me hace cerrar los ojos e inspirar profundamente. Saboreo ese aroma, lo palpo, lo huelo.
Me obliga a sentarme y quedarme quieta para ver como danza sugestivamente por todos los cuartos, como se mezcla con el aire, y como se queda conmigo, en un abrazo tan pero tan dulce.

Simplemente ...



Porque cada día haya una sonrisa en nuestra vida.
Porque cada día nos sonría, el sol, el portero, el colectivero, el taxista, el jefe, el compañero, la vecina, el panadero, los hijos, las madres, el cajero del Súper, los amigos, las parejas, los amantes, el niño de la calle, el linyera, el cajero del banco, el mozo del bar, y todos los que se crucen por ella.
Porque cada día una persona empiece a sonreír.
Porque cada día podamos sonreír a alguien.

Mi regalo navideño

Ya llega la Navidad, lo que más me gusta es cuando los chicos abren los regalos. Están mirando el reloj desde las 10, se notan ansiosos, comen mirando la hora todo el tiempo. Los más grandes que ya están “avivados” también esperan las doce para abrir sus paquetes, porque saben que igual Papa Noel, les va a traer algo. La alegría de la sorpresa al romper el papel es para todos. Hasta para los grandes.

Los más chiquitos están envueltos en su propio mundo y viven la maravilla de creer en cosas inexistentes. Pero tan ciertas para ellos, y esperan el regalo que pidieron. Y aunque la desilusión si no es el solicitado, puede durar unos segundos, la alegría de recibir un obsequio, la borra instantáneamente. Después de todo, Papa Noel tiene todo el derecho a equivocarse, ¿no?

Eso siempre me encantó, la inocencia, la creencia de que alguien te puede regalar lo que pediste en una cartita, que puede volar en renos para venir desde el Polo Norte. Hay algo más ilógico, porque si fueran águilas, o algún tipo de ave, pero renos. Sin embargo, los chicos no dudan, creen, aunque muchos ni sabrán dónde queda ese polo, o qué es un polo, y esperan ansiosos la llegada de ese ser vestido de rojo, con barba y sombrero, que dice Oh, oh, oh. Realmente los chicos son mágicos, y pueden descender al mundo más intangible, el de la fantasía.

Claro, que no son todos, hay muchos niños que ni sabrán del norteamericano Santa Claus, que jamás recibieron un regalito y que ni tienen que esperar a comer para que llegue, porque jamás comen.
Desde esta natividad, me gustaría creer como los chicos sin dudar, que algún día podrán dejar ese presente, que no tiene nada de fantástico, sino que es la inhóspita realidad en que viven, que todos esos chicos van a tener una vida mejor. Ese es el regalo que quiero que Papa Noel me traiga a mi.
Y no le doy el derecho de equivocarse.
Feliz Navidad para todos.

¡Nuevo! Los test de MALiZiA

¡Llegaron los test de Malizia, muy al estilo Cosmo!

¿SOY CELOSA?
Quieres saber que grado de celos, ocupan tu cabeza, corazón y cuerpo entero. No dudes en hacer este test, que te brindará con exactitud, que tú tan celosa eres.

Entre amigos
1.
Tu novio y tú, van a una cena con amigos. Entonces ves que él apoya su mano en la pierna de tu mejor amiga, subiéndola de a poco y se ríe encantadoramente mientras le cuenta algo.

a. Te levantas cual fiera en celo, y le tiras el vaso de cerveza que estás tomando en la cara, diciéndole “Eres un atrevido, cómo se te ocurrre a tí hacer eso”. Comienzas llorar, haciendo una escena tal que todos se van, hasta tu novio y los propios dueños de casa.

b. Miras lo que sucede, pero piensas que es normal, y que no hay porque preocuparse.

c. Te parece que él no debería hacer eso, entonces te sientas al lado de su mejor amigo, y haces lo mismo que él, riéndote encantadoramente.

En las vacaciones
2.
Están tomando un drink en la playa (se pronuncia plaia) y tu novio mira a la camarera que lo trajo, vistiendo un bikini infartante. Además es muy parecida a Angelina Jollie, cuando le paga le da una propina de 20 dólares y le sonríe embobado.

a. Te levantas y le arrojas el drink en la cara, y acto seguido vas corriendo hacia la camarera y le pides los dólares, como se niega a dártelos empiezas una lucha mortal comb con ella, rodando por la arena.


b. Mirás lo que sucede, y piensas que está bien darle propina a tan linda camarera, que además los atendió tan bien.

c. No dices nada, pero le pides que te pase bronceador por la espalda al chico que está al lado de ustedes en la playa, justo cuando ves que tu novio regresa del mar, te arrojas sobre él y le intentas dar un beso (a tu vecino, claro)

En el supermercado
3. Van juntos a hacer la compra semanal. Entonces una promotora le pide que pruebe la nueva gaseosa que salió al mercado. El nunca toma gaseosa, pero no sólo la prueba, sino que se queda hablando media hora con la promotora y compra 6 paquetes de la bebida.


a. Te vas como una bala hacia donde está la promotora, le pides un vasito y se lo tiras en la cara, de él. Luego, arrojas todo lo que habían guardado en el carrito, y te paras arriba del tetrabrek de puré de tomates, saltando una y otra vez, mientras dices: ¿Por qué me haces esto? Sigues gritándole improperios mientras el jefe de seguridad te saca del local.


b. Le pides un vasito a la promotora, lo pruebas y luego los dejas, para terminar de completar la compra.

c. Das la media vuelta y va hacia el repositor externo que está acomodando productos en una góndola, y lo coqueteas descaradamente, y eróticamente, lo arrinconas contra las latas de cerveza apretándote contra él, las latas ruedan, y explotan pero a ti no te importa.

RESPUESTAS
1. Si tienes 3 A, eres muy celosa. Y convendría que te hagas ver, por un psiquiatra, porque Otelo es un poroto al lado tuyo. Eres de temer, y seguramente tienes un problema con arrojar líquidos, debes manejas esas conductas.
Si tienes 3 B, también convendría que te vea un médico para ver si corre sangre por tus venas.
Si tienes 3 C, eres celosa contenida y sólo buscas vengarte, sin importarte las consecuencias. O sea eres una celosa muy jodida.

2. En el caso de que tengas 1 A y 2 B; o 2 A y 1C, o 1 C y 2 B, o 1 A, 1 B y 1 C. O todas las posibilidades que pueden darse es porque tú no tienes una personalidad bien definida y algunas veces actúas de una forma y otras muy diferente, lo cual puede ser un trastorno, te aconsejamos que recurras a una consulta psicológica.


3. Si no hiciste este test, eres muy inteligente, y te impota un bledo que tanto celosas eres o no. ¡Sigue así!

Tango bajo tierra

Sus zapatos están cepillados al punto de parecerse al charol. Negros, tan negros contrastan con las cerámicas rojas del piso del pasillo de subte. Está sentado en un banquito plegable, de esos que se llevan a los picnics en el baúl de un auto.
Tiene puesto un traje azul, hoy es azul pero mañana también será azul, porque es el único que tiene. Sus pantalones lucen impecables, la raya planchada con papel de diario, para que se marque bien. El cuello de la camisa se ve gastado, pero limpio y prolijo. Y una corbatita angosta del mismo color del traje, interrumpe su pecho. En invierno lleva un sobretodo negro, que cuelga en una percha justo detrás de él. Pone un clavo en la pared y allí ese perchero improvisado luce como una naturaleza muerta junto a la bufanda marrón de lana.
Todos los días, comienza el ritual entre las tres y las tres y media de la tarde. Todos los días llega cargando su bandoneón, su banquito y su percha. Y todos los días como pensando cada movimiento, abre el banquito, pone la caja negra con el instrumento al costado y cuelga la percha en el clavo. Luego vendrá el momento de acomodar el sobretodo. Prepara las partituras, gastadas por el tiempo y por sus manos. Están escritas prolijamente, alguna con tinta azul, otras con tinta negra. Pero a todas se les nota el papel blanco comido por el tiempo, que ahora es amarillo cercano el ocre en los bordes.
En los márgenes están llena de anotaciones quizás recuerdos de otra época, quizás para no olvidarse ningún sonido. Son sus claves y las ordena meticulosamente para dejarlas a un costado. Allí cerca, aguardan que sus manos las vuelvan a la vida.
Entonces las notas escritas en tinta vuelan y se confunden con el aire y empiezan a sonar, más allá de la tierra en la que están catapultadas. Es música.
Y a su lado, muy cerca de él, la caja negra del bandoneón ahora vacía está esperando las monedas. Están tan gastada como las partituras, por adentro forrada con un satén que alguna vez fue rojo y empapelada con estampitas de santos: Santa María con el Niño, San Cayetano, la Virgen de Luján y la Virgen Desatanudos. Los tiene agarrados con clips, uno al lado del otro. Los santos y las monedas. Norberto, es el bandoneonista del subte.
Todos los que pasan por la combinación Catedral-Primera Junta lo escuchan. Y aunque no quieran sus notas se le meten bajo la piel, porque es imposible pasar a su lado y no sentir que el tango lo atrapa. Es imposible hacerle una zancadilla: el tango está allí en esa catacumba moderna. Recorre el pasillo y lo llena de melancolía. Muchos van tan rápido que ni lo ven, pero él está allí sentado con sus piernas en un perfecto ángulo de 90 grados y sobre ellas una gamuza con el instrumento arriba. Con sus pies tan juntos, con su cabeza ya blanca, engominada, siguiendo el ritmo de los acordes, quiere emborrachar su corazón para apagar un loco amor que más que amor es un sufrir.
Norberto toca el tango allí en el subte de la línea A y D. Los santos lo protegen.


Nota: Siempre pasaba, lo escuchaba tocar, conversaba con él, y así nació este relato, escrito hace varios años. Dejé de pasar durante un tiempo, cuando volví no lo vi más, pregunté y me dijeron que había muerto. Hace poco encontré esta foto en un blog (perdón por el robo), el impacto fue fuerte. Allí estaba Norberto inmortalizado en plena acción. Sé que su autor es Tito Valdez, fotográfo. Sí es cierto que ahora está tocando en otro lugar, lejos de esta tierra de mortales, este es mi homenaje, en mi primer aniversario bloguístico y por cierto gracias a Valdez, que me devolvió para siempre su imagen.

Placeres robados

Sé que estás esperando que acabe, que te dé mi orgasmo. Pero lo siento tan lejos, casi tan lejos como vos estuviste en estos días. Sé que estás por acabar y que me pedís que me venga, que me corra, sé que me lo decís en tu lenguaje, con esas palabras que me suenan raras, pero me gustan. Sé que finjo y gimo, recordando uno real, y puedo mover mi cuerpo como ocurrió tantas veces. Sé que quedó atrapado allí en miles de excusas, pero que está en algún lugar. Sé que te das por hecho, como con la tarea cumplida. Entonces cuando vas al baño a sacarte el forro y a lavarte, me toco. Es mi mano la que lo hace salir, me apuro pensando que me vas a encontrar como un ladrón que quiere robar sin que lo atrapen, y mi mano lo saca, lo roba de mi cuerpo, de mi alma. Vibro, me estremezco, en el tiempo justo que salís del baño, y me abrazas, sintiendo en tu pecho, mi corazón que galopa en el mío.

Vicisitud femenina

La sensación de que algo malo estaba sucediendo fue tan cierta, como el grito desesperado que lancé al universo. No podía estar pasándome esto, no era yo la que se miraba al espejo con su pubis, que ese momento de angelical no tenía nada.

El depilado es una vicisitud que por ser mujeres, ni dudamos en hacer, y que se transmite de generación en generación. No sé si mi mamá se hacía cavado, no creo. Pero, sí la veía depilarse las piernas. En realidad, no fue la modernidad la que inventó la depilación. Es una costumbre que ya se conocía en Egipto, Grecia o Roma.

Las griegas quemaban sus vellos púbicos con velas; las romanas usaban algo así como una crema depilatoria, por supuesto con nombre mucho más romano como philotrum. Es decir, que llevamos sobre nuestras espaldas, o mejor dicho sobre nuestra piel, años y años de depilación . Y no es tan fácil evadir ese deseo de ser lampiñas, que la sabía naturaleza no supo dar. Vaya a saber por qué, y no quiero entrar con la clásica de la manzana, y mantantirulirula…castigos divinos, parirás con dolor, y etcétera. Pobre Eva, ya bastante con ser la primera.

Mi catastrófe empezó porque hacía poco tiempo que estaba viviendo en Miami, y me había comprado una cera depilatoria en el small. No sé por qué la elegí. Sería que ninguna marca me sonaba conocida, y el envase de esa me pareció simpático. ¡Error, nunca dejarse convencer por el envase (hombres y objetos es lo mismo)! Esa tarde cuando mi novio partió al trabajo, decidí hacer el operativo. Para lo cual leí todas las instrucciones en inglés, estaban en una letra tan pequeñita, y eran como cinco carillas, porque explican con lujo de detalle todo. La cuestión que entendí que había que usar una máquina especial, algo así como un calienta cera profesional. Pero como buena argentina, yo lo arreglo con un alambre. ¡I have a good idea!
-Pongo un poco en un recipiente de vidrio y lo caliento unos 10 segundos en el microondas, y ya está.

Lo que ya estaba preparado, era el cambio infernal que había convertido la inocente cera de abejitas en una maldita, bich, traicionera. Y parecía tan normal a simple vista, nada hacía suponer su transformación, se veía como cualquier cera argentina, pero era del país del norte, y seguro hablaba inglés. La puse en la zona a depilar, y todo seguía normal, debo admitir un poco pegajosa pero no más de lo usual. Nada hacía prever lo que acontecería en minutos, en 5 minutos a más tardar.

Cuando procedí a sacarla con el palito de madera en la forma habitual, practicada más de una vez, no reaccionaba de la misma manera que una cera común. Estaba caprichosa, como de aquí no me voy, no me muevo y ¡jódete maldita perra cabrona!(qué raro sonaba con la voz de Bruce Willis).
Parecía que me habían volcado un pegamento adhesivo, allí en las puertas del deseo, allí donde nadie osaría poner ni siquiera perfume, allí en mi vello pubiano. El infierno se llamaba: tengoquesacarmeestodeaquiyamismo. Pronunciado con la desesperación del momento.

Hasta me metí bajo la ducha, probé con alcohol, con acetona, con hojas de papel, que se quedaban pegadas y era todo peor. De a poco, pude ir sacando algo, pero parecía como esos dibujos animados en que hay un papel atrapa moscas, que todo se queda pegado así tal cual.
Cuando ya creí perder la cordura, y empecé a proferir improperios hacia mi misma en primer lugar y hacía la mierda esa que tenía allí todavía pegada. Llama mi novio, y llorando le digo:
-¡Pasó algo terrible!
-¿Se incendió la casa?
-No, algo peor... tengo pegada la cera en mi pussy, y nada la puede sacar.
Me calmó, me dijo que probara con crema, cosa que ya había hecho, pero ahora con calma y mucha más cantidad empezó a dar resultado. Quizás fue el cúmulo del agua caliente, del papel, del alcohol, y de la olorosa acetona. Atenti, con aloe vera.

Cuando vino a la noche, mi pubis era "la zona roja", digna de Amsterdam, además unos moretones asomaban en la entrepierna, porque creo que hasta probé con una lija.
Debo reconocer que no me quedó nada de vello. Luego averiguamos que sólo se podía usar en ese aparato especial. Ahora cuando pruebo algo nuevo en esa zona, es muy poquito al costadito, mínimo, mínimo, casi imperceptible. Al que se le pega la cera... cuando ve una abeja llora. Y juro que es así....bzzzzzz.

Diferencia



“A la soledad de quien está soltero le queda siempre la esperanza, a la soledad de quien está acompañado le queda la desesperación”.

No lo digo yo, lo dice Antonio Gala en la página 34, de La pasión turca. Siento que tiene razón, porque estando a veces en pareja me sentí más sola que nunca, y la agonía era aún mayor.

La espera

Me tengo que encontrar con él, a las 8 en un bar que no es el usual. No sé por qué razón hoy quise variar. El que llega primero entra, así no quedamos estampados ninguno de los dos en esa esquina oscura. Seguro iba a ser yo por mi espantosa puntualidad, tantas veces valorada y a veces odiada por mí. Cuando hago un esfuerzo para no ser puntual, el otro hace el doble para ser impuntual, por lo que termino siéndolo igual.

Primer acto.
Él no llegó, era obvio. No me sorprendo, me siento y por primera vez miro el reloj que está en la pared. El mío quedó en casa. Son las 8 en punto. Me siento tranquila, y empiezo a leer el libro, compañero habitual de las esperas.
Pasaron 1, 3, 5 minutos, ya son diez. Todavía el retraso entra en la posibilidad de una llegada tarde, de un imprevisto, o simplemente de una despreciada impuntualidad. Sigo leyendo, y mirando el reloj, cada tanto, de hoja en hoja, de oración en oración, de palabra en palabra. Vuelvo a leer por tercera vez el mismo párrafo.

Segundo acto.
Ya son y 20. ¿Se habrá equivocado de bar, habrá entendido mal, habré entendido mal yo, le habré explicado bien, será hoy? Comienza la angustia de la espera, el sinsabor de no saber qué pasa. ¿Qué hago? ¿Lo llamo? No, voy a sonar a obsesiva, o controladora. Saltó el constestador. El reloj y la puerta de entrada se convierten de pronto en mi centro de atención, el libro ha quedado abierto, allí en la mesa. Inútil, sin prestar su servicio de compañía o relleno de la maldita espera. Y veinticinco. Caigo en la desesperación de hablarle con el pensamiento, de espetarle, por qué me hace esto, si sabe que no me gusta, si no puede ni siquiera avisarme que llega tarde, por qué carajo me hace esperar, cómo lo odio.

Tercer acto.
El enojo y la angustia por su ausencia, pasa a ser desesperación a medida que la aguja avanza, que él no entra por la puerta y que la silla permanece vacía, tan inútil como el libro sobre la mesa. Estoy totalmente descontrolada y empiezo a pensar que no va a venir, que me dejó plantada; o lo peor, que le pasó algo, que tuvo un accidente, estoy totalmente sola y abandonada por alguien que quizás murió. No puedo más.

Final.
Según el filosófo francés Roland Barthes, a cada uno de estos tres actos de la espera le corresponde una reacción para la llegada del esperado. Entonces sería algo así:

- Si llega en el primer acto: el recibimiento es apacible, tranquilo y la cosa sigue normal.
- Si llega en el segundo: se viene la pelea, la “escena”, como dice él.
- Pero si llega en el tercero, cuando ya una piensa en el abandono, o la pérdida absoluta, se produce mágicamente con su figura entrando al bar, el reconocimiento total, la sensación de plenitud, de salvación, el reencuentro con la vida. La sonrisa se expande y una paz golpea la puertas del alma. Él está aquí sano y salvo, y conmigo.

Cuando lo leí, descubrí que tiene razón. Y además, que lo que siempre me pasaba estaba contado a la perfección por él. Maravillosamente descripto en Fragmentos del discurso amoroso. No me sentí un bicho raro, obsesivo y creador de las peores catástrofes imaginarias: choque de subte, arrollamiento de colectivo, robo a mano armada con muerte sucesiva, está con otra en un telo. El lenguaje del amor es universal.

Bonus track
¡Ojo!, a no abusar pensando que ese tercer momento es el de la salvación, porque somos mujeres y quizás nos quedemos en el segundo irremediablemente y contra toda filosofía barthesniana.

La magia del té

-Los tipos se la creen, a mi nadie me dijo nada - dice Mona, limándose las uñas en el sillón blanco del living.
-A mi me queda la duda. ¿Y si se hacen los boludos? Mirá que son expertos en eso, leíste los post, alguno lo confesó- le contesto, mientras trato de que la francesita quedé bien derechita y no como una línea ondeada en la uña.
-En hacerse los boludos sí, en lo otro no. ¿Cuántos de los tipos que estuviste te tocó bien con la mano? Hay algunos que hay que decirle: ¡ojo que es de carne!

Loli estaba en la cocina preparándonos un té de hierbas con no sé qué, que había comprado en la galería del Alvear. Ella tan fina, creo que tenía vainilla de Ceilán, o naranjitas de Madagascar, y el paquetito le había salido como veinte pesos. Entra con la bandeja con las tacitas, todo un amor. Y nosotras que queríamos tomar mate. Pero ella insistió, en que estos tés son mágicos.

-Loli, sos una hincha pelotas. ¿Por qué nos hacés tomar ese té de la globalización? Tiene algo de cada país- le grita Mona en la misma posición Buda con lima en manos.
-Primero prueben y luego hablen, incultas, chicas sin clase, es una delicia.
Mona abandona su postura y se sienta en la mesa, cual digna catadora oriental de té. Lo huele, lo saborea, cierra lo ojos.
-Mmmm, está bueno Loli, la pegaste.¿Así está bien?- le dice mientras levanta el dedo meñique en pos de broma.
-¿De qué estaban hablando?-pregunta Loli.

La miro a Mona como haciendo un gesto "cambia de tema", pero ya sé que es una bestia, y que quiere que Loli caiga en esa bestialidad que jamás tendrá, y le larga sin filtro:
-En que son pocos los tipos que te masturban bien.
A pesar del té de Ceilán y Madagascar y no sé qué más, Loli nos sorprende diciendo.
-Si es cierto, hay muchos que no saben hacerlo bien- sin ningún tipo de pudor, sonroja o algo así.
Primera vez, lo juro, que la veo tan desinhibida, o será que desde que toma estos blends personalizados algo la cambió. ¡Ojo! Que me voy mañana mismo al Alvear a ver de qué se trata.
-¿Se acuerdan de Boris?- nos pregunta mientras dirige la taza a sus labios.

Cómo no acordarse de Boris, ese muñecote rubio de ojos verdes, que empalidecía al mismísimo señor Pitt. Ese encanto que cuando venía a cenar, destapaba las botellas de vino con tanto charme, y nosotras decíamos: ¡Ahhhh! O cuando contaba simplemente una boludez nos reíamos como ninfas embriagadas por su sonrisa, es que dicha por él cualquier pavada sonaba tan linda. Sí, el mismo por el que la odiamos tanto tiempo por llevárselo a la cama y no contar nada, nada de su miembro, sobre todo ¡medidas!, porque era de mal gusto hablar de eso. Y con él que fantaseamos (en total traición platónica a nuestra amiga) más de una vez.

Ahora nos enteramos que Boris, era una cosita hermosa que no cogía bien y que encima ni sabía tocar a una mujer. Y todo contado por la dama en cuestión que puede dar fe de eso. Una desilusión total, pero por otro lado toda una novedad oír a Loli contando estas cosas. ¿Las naranjitas de Madagascar son afrodisíacas?

Simulación

¡Sí, sí, sí, yo también fingí orgasmos! No fueron todos, algunos por ahí metidos entre medio de los reales, de los poderosos, de los perfectos creadores de esa sensación tan difícil de describir. La muerte dulce como le dicen algunos, el instante en que el cuerpo vibra como si dejara de existir, el aliento del placer que recorre cada una de las células.
Pero tuve que fingir, me vi obligada a hacerlo. Ellos me obligaron.
Ellos, los hombres con los que cogí en ese momento. Porque a veces sentí que si no se los daba, su moral decaía, sentían que toda su labor estaba perdida. Error, pero se sienten así. Les impusieron su función dadora de orgasmos. Y reconozco que no hay nada más placentero que tenerlos, pero a veces no sé da. Y no es la muerte de nadie.
Es quizás cuestión de química; o de tiempos. Puede que no suceda un día, y otro sí. Somos tan jodidas como delicadas, somos una máquina tan compleja como un reloj mecánico con su extrema precisión, que sólo hay que entender. Pero hay señores que piensan que somos de diseño de cuarzo.
Y están los: “Ahora, ahora, quiero uno, uno, dame uno”. ¡Ahora no puedo, ahora no llego, me falta! Y me siento como un goleador al que le exigen en cada partido el gol deseado. Y entonces lo finjo. ¡Ahí lo tenés! ¡Gooooool! O los otros que no piden, ni dicen, ni preguntan, acaban y listo, y jamás se hacen problema si una lo tuvo o no. Ninguno de los dos dice nada y todo queda en la íntima soledad. Por suerte están los terceros, los expertos relojeros, que pueden hacer que el mecanismo funcione para lo que fue creado: la perfección. Es cuestión de sabiduría. Es el encuentro.
Siempre me quedo con el interrogante si ellos saben perfectamente cuando se finge, pero no quieren decirlo por sentirse ineptos, o por no hacernos sentir unas mentirosas. O si simplemente somos unas perfectas simuladoras.

Consecuencia



Ese día todo estaba perfecto. Y cuando digo perfecto no me refiero al cielo azul, o a la temperatura templada, u otro aditamento atmosférico. No, estaba casi en el nivel de perfección que tienen los días cuando una está enamorada.
Así, todo giraba en el sentido correcto, las ventanas no se golpeaban una y otra vez, ni las puertas se cerraban de golpe, el agua de la ducha salía con más presión que nunca, no enterraba el taco del zapato en ninguna trampa de metal de cualquier vereda, y la escalera mecánica del subte andaba, la máquina de café entregaba su mercadería sin ningún problema, encontraba el celular en mi cartera con sólo introducir mi mano, la lapicera que había tomado del poblado receptáculo era justo la que escribía, y la moneda de un peso no era falsa, el señor del quiosco no rezongaba por el billete de cincuenta, y la sandalia nueva no me había sacado ninguna ampolla.
Ese día todo estaba perfecto, me había enamorado. Y todo podía ser de otra manera, incluso podía haberlo imaginado, pero no importaba.