Regalo

Nunca me gustaron las clasificaciones, menos la de un mundo de primera, y un mundo de tercera, o un mundo de cuarta, pobre, sudaca, bananero, y corrupto según las definiciones de países desarrollados (no analicemos en qué). Pero hay cosas debo reconocer que marcan diferencia.
Será porque me ha tocado profundamente el tema, ya que estoy en el proceso de viudez absoluta, y mi pobreza de cuarto mundo, más el tiempo que tuve que dedicar al trabajo para que mi pobreza de cuarto mundo no se note tanto en mi economía, ha hecho que no pueda reponer a mi íntimo amigo, mi sex toy, conocido por todos ustedes, por lo menos de nombre: Felipe. Filíp, para mí. (Q.e.p.d.)
¿Cómo me pongo yo cuando me entero (tarde) que una revista francesa, Jalouse, tuvo la buena idea de regalar uno para fin de año? ¿Cómo impacta en mí esa noticia de ese lado del mundo que por ser primero lleva delantera en estas cosas?

Y así leo: “Envuelto en un embalaje de plástico opaco y con la advertencia ‘prohibido para menores de 18 años’, el pequeño objeto de satisfacción personal ha cumplido todas las expectativas de la editora de la revista: agotar los 50.000 ejemplares que lo incluían, la mitad de la tirada habitual”. Cincuenta mil consoladores, que venían en revistas que se vendían en kioscos. Cincuenta mil mujeres felices por el pequeño objeto de satisfacción personal. Cincuenta mil Felipes que sólo por 1 euro más los 3 que vale la revista - unos 12 pesitos en total- las chichis francesas tenían su juguetito erótico. Venía sin pila, tampoco la pavada.

¡Ah, no no no… ! Quiero que una revista de aquí haga lo mismo, pero no me imagino a Sofía o Para tí, con un consolador de regalo, y menos a Brando, o Gabo, “ellos” no lo perdonarían. Bien podría ser en “Uno mismo”, para hacer honor al nombre, o Bacanal, por la festichola, pero no veo la veta en ninguna. Cosmopolitan... mmm, tampoco me cierra... mucho bla, bla, pero poca acción; Elle, ni loca, y Utilísima, a lo sumo enseñarían como armar uno con cerámica fría o pasta de almedras, si no lo usás, lo masticás; Humor, la mítica revista podría haberlo hecho, pero ya no está.
Entonces tendré que ir a un sex shop y desembolsar dinero, vil dinero para volver a tener mi sex toy sucesor, mi amante fiel, al que llamaré Felipe II. ¿O sólo en el primer mundo puede haber monarquías?

Mi playita

La playita Las Lapas queda cerca del piso de mis tíos. Justo abajo de la Torre de Hércules, el faro más antiguo del mundo. La torre está encima de un monte, no muy alto, ni debe llegar a los 100 metros, pero desde allí en ese punto estratégico ilumina el mar por las noches hace miles de años.
La miro y la veo tan imponente en su estilo romano, con sus ventanas pequeñas y rectangulares, con sus paredes perfectamente alineadas y sus trabajos en relieve también geométricos, que me inspira respeto por todos los siglos que estuvo allí de pie firme sin caerse, sin inclinarse como otros monumentos y soportando los vientos que aquí azotan casi sin parar todos los días.
De todas las historias que escuché acerca de la Torre de Hércules, símbolo de esta ciudad, A Coruña, la que me más me gusta es la que dice que en estas tierras existía un gigante llamado Gerión que tenía aterrorizados a todos sus habitantes. Para salvarlos acude en su ayuda Hércules, hijo del dios Zeus, que se enfrenta al gigante durante tres largos días. Tras una dura lucha, Hércules vence y mata a Gerión, le corta la cabeza y sobre ella manda construir una torre conmemorando su victoria.
Siempre que miro la torre me imagino la cabeza de Gerión debajo de ella, como si algún día por algún mágico conjuro pudiera subir los escalones de los casi 5 pisos de altura y se posase como un adorno en la punta del faro.
Al pie de este monte se abre como una "u" al mar, mi playita, porque desde que llegué la adopté y quiero llevármela puesta en mi alma. Está como abierta de un mordisco en la montaña rocosa, las rocas parecen cubrirse de una cabellera verde por arriba que se va perdiendo hasta que aparecen totalmente desnudas para descansar en la arena.
El mar entra en esa boca amarilla para lamerla una y otra vez, así delimitado por las paredes de las rocas, como si tuviera permiso para eso y para nada más. Su color es bien azul. Desde arriba se ve como un gran mapa azul, celeste, verde, turquesa y una cuerda la atraviesa de punta a punta, de roca a roca, porque los pescadores la ponen para colgar de ella sus líneas de pesca.
Las gaviotas vuelan en el cielo azul, tan cerca del sol que parece que lo van a tocar. Planean tan plácidamente que me paso horas conectada con su vuelo, con su dejarse llevar como si quisiera ser yo una de ellas y dejarme llevar y no luchar contra los acontecimientos, con las cosas de mi vida, ser como ellas para descubrir los vientos buenos y así abrir mis alas y flotar, flotar, volar con las alas abiertas sin hacer el mínimo movimiento.
Una de las primeras veces que vine comencé a caminar por la orilla tratando de que el agua no moje mis pies, y empecé a ver unos especies de conos que eran como caracoles, los junte para acrecentar mi colección de caracoles marinos, eran muy extraños para mí, con colores que iban del ocre al verde, más grandes, más pequeños, me gustaban esas especies de sombreritos playeros. Luego mis tíos me dijeron que esas conchas cónicas eran las lapas, unos moluscos que se alimentaban de las algas que cubrían las rocas en la bajamar. Había descubierto el origen del nombre de mi playa.
Esta es la última semana que me quedaré en España y hoy cuando subí de mi playa miré todo como para guardarlo para siempre en mis retinas, sé que esto es imposible si no saco algunas fotos. Desde el paseo marítimo ya no se ve la playita, el mordisco se ha metido para adentro, sólo veo un camino que serpentea y se pierde entre dos árboles pero yo sé que allí abajo está, que nada hará que mi playita cambie, que las lapas estarán allí como hace miles de años, allí debajo de esa torre que si fueran muchos más grandes servirían de sombrerito playero para la cabeza de Gerión.

Preguntas peligrosas: la 1

Hay algo que siempre preguntamos y luego luchamos contra las horribles consecuencias, que no son más que producto de nuestra idiosincrasia femenina. La típica pregunta que todo hombre teme le hagan: ¿Estoy gorda?

Ahí viene el caos. Si dicen sí, puede traer una discusión que dura entre 10, 20 o 30 minutos, y además quizás algún llanto incorporado (depende de la cantidad de kilos de más y la culpa que tengamos encima), o vos ya no me querés como antes, o ya no te gusto más, o por qué no me lo dijiste si pensás que estoy gorda, o ¿quién te está calentando ahora? seguro que la anoréxica esa que entró en tu oficina.

Y lo peor que su sí, muy problablemente sea cierto, ya que nosotras jamás preguntaríamos eso estando flacas. En realidad nos vemos gordas y queremos que él niegue esa terrible imagen afirmando con su negación su amor por nosotras. O sea, la traducción mental que pretendemos de ellos de la pregunta fatídica sería: “Nooo, que va a estar gorda, son ideas de ella. Es una diosa, jamás amé a alguien tan bello, y la quiero como es y si está gordita ni me importa, ni me doy cuenta, ella siempre será mi princesa”.

Ya lo sé, siempre olvidamos o pretendemos olvidar, que el hombre es simple, no un ser complejo como nosotras. Atenti, dije complejo... no complicado, que no es lo mismo. El mira y si lo que ve es alguien gordito, la respuesta es sí. Y ahí, caen en el error de no conocer la psiquis femenina porque la respuesta a dar siempre es: -No. Así un simple no. Sin vacilar, directo, llano,y siguen viendo fútbol por la tele, porque generalmente tenemos la costumbre de preguntar cuando están haciendo algo que les gusta. No vale contestar sin mirarnos, así no funciona tampoco el no. Miradita, sonrisa, y un no dado con seguridad, monosilábico pero efectivo.

Hay muchos que ya saben de que se trata todo esto, y vienen con la respuesta incorporada. Otros se niegan a responder. - ¡Ah, no me preguntes eso! Mutis por el foro. Pero eso para nosotras es casi como un sí, entonces pensás que estoy gorda, pero no me lo querés decir. Un “no” bien dado, seguido de un besito cariñoso es garantía de máxima paz en la relación, por lo menos en ese momento.

Pequeños retazos de felicidad

Me senté a escribir. Es sábado, hace como 38 grados, de sensación térmica no sé. La sensación de estar en un infierno. Es ahora cuando pienso qué estúpida fui al vender mi otro departamento con los aires acondicionados incluidos. A éste nunca llegué a comprarle uno, siempre el verano parece tan lejos hasta que llega.
Mientras escribo esto, me sorprende una brisa suave. Hace el recorrido del ventanal del lavadero hacia el living, como si un ángel hubiera escuchado mis súplicas de aire fresco y estuviera soplando fuerte. Mi casa no tiene muchas puertas que traben la circulación, y mi silla está justo en el medio de ese trayecto. Así ese aire levemente fresco acaricia mi cuerpo; como lavé ropa, viene impregnado de un olorcito rico mezcla de jabón en polvo y suavizante. El móvil de los peces que compré en México, pero creo es de Bali, gira sin parar; el otro móvil con caracoles y púas de erizo baila al compás, y mi cuerpo disfruta al máximo de este vientito que se levantó, justo cuando pensé que moriría de calor. Es preludio de lluvia, ya se huele la tierra mojada en algún lugar. Me siento tan bien, sonrío pensando que la felicidad se construye de pequeños retazos, momentos fugaces. Los peces, caracoles y erizos piensan igual.

El casamiento de Bárbara (parte II)

La situación era la siguiente. El relator, porque había un tipo que iba diciendo lo que venía, porque parece que si no la gente hace cualquier cosa, y quieren bailar el vals cuando no toca, brindar, sacarse fotos con los novios, vomitar a destiempo, o vaya a saber qué. Hasta un casamiento necesita un orden. En fin, el tipo dijo con voz de locutor de casamiento, empalagosa, un poco seseosa y una sonrisa de cartón.

-Y ahora, el momento que todasss lasss chicasss ssssolterasss esssstaban esssperando. Bárbara va a arrojar su ramo. Por favor acercarssse al centro de la pisssta. ¿Quién ssse lo llevará?
Me acomodé lo mejor que pude las tetas, aunque presentía que alguna iba a hacer lo mismo que la de la hermana de Jackson. Pero ni me importaba, lo único que quería es que mi inteligencia y sagacidad, unidas a reflejos, y elasticidad muscular, más un poco de hijoputez lograran el objetivo de la noche. El panorama no era bueno, había más chicas solteras que en cualquier casamiento, hasta la tía Nora, que era viuda.
-Uhhhh, afuera…- le gritaron varias.
-Yo volví a la soltería, que en paz descanse el Hugo- gritaba ella, haciendo la señal de la cruz, y acomodándose la cadera ortopédica que le habían puesto hace unos meses. El peor contrincante además de la novia, era una amiga de ella, alta, y corpulenta, con aires de suficiencia, de “este me lo llevo yo”. Sobrepasaba a todas como dos cabezas, una jirafa entrada en carnes. Nazarena, la hija de un primo, también se había puesto entre las fieras, pobrecita tenía catorce y escuálida, ni asomo de tetitas. Temí por su vida.

Llegó el momento, crucial (redoble de tambores), las miradas se cruzan, se mide la cancha, la vieja que codea, y la niña temerosa, pero no por eso menor contrincante, los fotógrafos cual reporteros gráficos en el momento en que se patea el penal, dedo sobre disparador, el plomo del video, que siempre te dice, qué le deseas a la novia, que no sea tan hija de puta. No podía faltar la graciosa de siempre, una casada que se mete, y todas la echan. Bárbara que me lanza una miradita barbarica, mirando donde estoy, el locutor meloso que dice:
-Y ahora es el momento… a la cuenta de tres…

Uno… Hago una jugada maestra, cuando ella se da vuelta me voy justo al otro extremo de donde estaba. Dos… le pegó un tremendo codazo en el hígado a la alta que se flexiona agarrándose la panza. Y…, me pongo a lado de la niña, la vieja es pan comido, temo romperle de nuevo la cadera. Tres…Bárbara lo arroja, como pensé justo al lado contrario de donde estaba yo. Un salto espectacular, con una teta afuera, y mi mano que agarra el trofeo por segunda vez. El viejo se babea y pide el telebin.

Mirada de odio, pero jodete Bárbara ¡sos tan predecible!, las malas siempre hacen las mismas jugadas, sólo es cuestión de análisis. Esta vez lo guardé en la heladera, todavía lo tengo no sé qué mierda hacer con él. Loli, me sugirió que se lo pusiera a San Antonio, en alguna iglesia antes de que se pudra. ¿Pero dónde miércoles hay una imagen del santo?

Todo no quedó allí, parece que Gonza al final se levantó a un mozo, y bueno lo hizo discretamente el turro; el tío murió a la semana, qué pena si hubiera transado por ahí me ponía en el testamento. La suerte estuvo conmigo toda la noche, y sin necesidad de inteligencia, planificación, y elasticidad, sólo fue que el azar se congenió conmigo. ¡Me saqué el anillo! Muere, chica mala. Una sonrisita falsa para la foto.
¿Qué más podía pedir? Que el bombonazo del primo de Mona, se hiciera hetero o bi, y me diera la cogida del siglo. Eso lo soñé, estaba en bolas con el ramo en la mano, y el anillo puesto, y juro que fue súper real. ¡Qué bien coge Gonza!

El casamiento de Bárbara (parte I)

O mis tetas crecieron, o el vestido que me compré es chico. Eso estaba pensando justo cuando Bárbara hizo su aparición en la iglesia, vestida de novia, del brazo del padre, y con la mirada puesta en el altar. Nerviosa, más delgada -debo reconocerlo-, no tanto pero atrás quedaron seguramente muchos sándwiches de milanesa, abandonados en pos de una causa justa, que el vestido le quedé bien.
Si fuera menos perra y más piadosa, diría que le quedaba lindo, pero como no lo soy, diré que realmente me parecía una bazofia con exceso de todo, bordado, tules, volados y no sé que más. ¡Ah! Una cola. Claro que lo que importaba en ese momento era mi misión, obtener el ramo, y no dejaba de mirar el admíniculo con flores que iba en su mano, y que seguro no tiraría, sino el otro: el muleto, el que le dan a las pobres solteras, medio pedorro, pero ramo al fin.
Justo se me cayó un bretel, y el viejo de la fila de atrás no dejaba de mirarme, faltaba que lo subiera. Es un tío del novio, soltero a los 70 años, un partidazo me dijo Bárbara un día. Sí le dije, un partidazo que seguro no termina en gol. Quién sabe que le dijeron, pero el tipo me tomo como su presa toda la noche.
Y eso que yo estaba con mi supuesto novio-amigo-pareja-¿quiénestáconmalizia? Un primo de Mona, Gonza, muy buen mozo, claro que puto, pero casi ni se le nota. Y vino con todas las recomendaciones cuando pongan música trola, vos como si nada, y cuando tiran el ramo, vos quietito, y ni hablar del anillo, no te quieras levantar algún mozo, y de vez en cuando hace un gesto cariñoso; de besarnos en la boca, no hubo caso, el muy guacho no quiso. Bueno, hay parejas que no son muy demostrativas.
Así que ahí estaba yo, con mi escote mortal, media teta afuera, mis tacos de 15 centímetros y mi supuesto novio del brazo, muy lindo de traje azul oscuro y camisa blanca, qué bíceps, qué culo, qué picardía. Qué seas muy feliz, mua, mua. Beso en el atrio, a la bestia y su marido, que dicho sea de paso no me pareció tan feo.
La fiesta hacia juego con la novia, mucha comida y poco gusto, la bebida no estaba tan fría, el pollo crudo, el helado semiderretido, y los souvenir una grasada, a guacha no me gana nadie. Y entre la novia y yo, una cuenta pendiente. Yo le había sacado el ramo anteriormente, pero ella ahora estaba casada y con poder, porque sería quien tiraría el suyo, y seguro que se lo daba a una amiga, pero mi autoestima estaba por las nubes, creo que podía hacer la de Matrix.
Gonzi, se bailó todo, es un dancer, dos veces me agarró de la mano, y bebimos tanto que tenía miedo que hicera un striptease en el medio de la pista. Cuando vino la novia para sacarse la foto en la mesa, las dos sonreímos, y ella me dijo con excelente simulación.
-¡Ojalá tengas suerte con el ramo, a ver si sos la próxima en casarte, sos la única de las primas solteras- me lo dijo mirando a Gonza, tratando de descubrir algo.
El se río seductoramente y me paso el brazo por los hombros y me dio un piquito. Lo amé, porque se dio cuenta de lo bicha que es la otra. Los homo tienen esa intuición femenina.
Cuando fui a la mesa de quesos, el tío cargoso se puso al lado y me hablaba de no sé que cosa, veía como se iba moviendo su dentadura postiza, y me di cuenta de que por interés jamás estaría con nadie. Soltera pa’toda la vida, antes que casarme con alguien por dinero. Claro que esto lo digo ahora que todavía tengo chance.
Faltaba muy poco para definir lo que iba a pasar en el resto de la noche. Pero eso se los cuento en el próximo post.
Ya lo dije, a guacha no me gana nadie. Un poquito de suspenso…
(Continuará)

Teorías contrapuestas

Tengo la ropa de medio placard tirada arriba de la cama. Y ya me cansé de ordenar. ¿Por qué siempre el cansancio aparece justo en la mitad de la acción? No sé por qué pero es así, es parte de una teoría.
Dicen algunos que cuando más desordenada está nuestra vida, necesitamos ordenar el exterior: placard, biblioteca, apuntes, boletas de impuestos, fotos. Como si necesitásemos un orden externo que, de alguna forma, reemplace al interno que no poseemos. Toda esta teoría funciona a la perfección en mi; hay días, en que me siento tan aturdida por pensamientos que inmediatamente surge una frase salvadora.
-Tengo que ordenar el placard.
Mi señor placard tiene por lo general un aspecto desaliñado, no sucio, pero si desprolijo. Quizás por ser ansiosa, busco la última remera, y no me tomo el tiempo, de levantar la pila con la mano derecha o izquierda (para el caso es lo mismo), y con la que tengo libre, sacar suavemente la prenda.
¡Nooooo! Eso jamás pasa, lo mío es cámara rápida, impulso volcánico. Saco de un tirón, la pila se va lógicamente a la mierda, por todas las leyes de la física, que ni sé cuáles son pero intuyo algo tienen que ver en esto. Se cae todo, entonces ahora sí con las dos manitas empujo y pongo lo que de pila quedó: un enjambre de ropa apiñatada. Así soy yo.
Pero cuando estoy complicada, angustiada, desbordada, o simplemente loca, es cuando arreglo el placard. Y me tomo todo el tiempo del mundo, doblo con sumo cuidado prenda por prenda, remeras, remeritas, remerazas, todo pasa a ser colocado con la mayor armonía, percha por percha, cajón por cajón. En tiempos de crisis absolutas, ordeno hasta por color.
Lo que más me gusta es acomodar lo que tengo en una caja que nunca me decido a tirar. Está llena de cosas que no me sirven. Serían cosas inservibles, no usadas por años, pero valoradas. El souvenir del bautismo del hijo de mi amiga, hecho bolsa off course, los lentes a los que se le rompieron la patilla, pero que adoraba y con los cuales conocí a fulanito, la invitación a mi baile de egresados, el pañuelito bordado que me regaló mi abuela, casettes que grabé con una filmadora que no puedo ver en ningún lado porque ya son out, la botellita con arena caribeña. Están allí guardados y cuando limpio el placard toman aire un rato, me hacen viajar un poco en los recuerdos y vuelven a su lugar, hasta mi próxima sacudida psicológica.
Hoy Violeta me tiró la teoría por el piso, me dijo que ella era al revés que cuando peor estaba, su cuarto era un total desastre. O sea una concordancia total de espíritu contrariado y desorden. Me dijo eso, y yo le pregunté:
-¿Pero cuando ordenás te cansás justo en la mitad del proceso?
Me contestó que sí, y yo me quedé contenta. Las teorías en algún punto coinciden.

¿Coger o hacer el amor?

-A mi no me vengan con palabras raras, para mí hay formas y formas de decir las cosas, y coger no la reemplazo con nada- dijo Mona en plena charla de peluquería, como sugirió una lectora.

Sí, me gustó eso y lo adopto como una sección de mi blog, porque cuando nos juntamos en plan de cuerear a alguien, destripar al mejor o charlar de sexo, bien podríamos ser señoras con los secadores puestos y los ruleros hablando de nuestras cosas, con total procacidad y descontrol de vocabulario.

Ya saben que a Loli, le molesta pero creo que al final le gusta, porque nunca falta a ninguna, y debo reconocer que nosotras también nos divertimos con su cara de horror y su gestos de ¡oh!, pero quién sabe qué hará con toda la información que recibe de dos guarras, como suele llamarnos a Mona y a mí. ¿A ver si tiene doble personalidad?

-Sí, sí, coger me encanta tiene fuerza, y me gusta decir: ¡cogeme!- sostengo yo, que siempre preferí esa palabra para horror de mi vieja, que me decía lo guaranga que era.
-Yo prefiero “hacer el amor”, es más sútil, más poético- exclama Loli, mientras ceba un mate que toma más por compromiso (ella prefiere el té), pero sólo por venir tiene que cebar, esas son las reglas.
-Loli, no seas pelota, ¿quién inventó "hacer el amor"?, desde cuando se hace, qué se hace, por favor, hacer el amor…making love, eso seguro empezó en alguna película pedorra de amor, off course. Yo creo que a ningún tipo se le pasa por la cabeza “le voy a hacer el amor a ésta”, para mí ellos dicen, la voy a coger, o le voy a dar bomba, y aprendé a cebar de una vez.

-Mona, no seas descalificadora, si a ella le gusta que lo diga como quiere.
-Pero quién dice: ¿Hacemos el amor?- y lo dice con voz de tontita. Es tan graciosa y a continuación con vos de macho bruto en celo.
-¡Vení que te cojo! ¿No es gutural? Es animal, me gusta la gggggg, de coger, me hace sentir caliente.
- ¿Y fifar?- pregunta Loli, casi con miedo.
- ¿De dónde sacaste esa antigüedad?-replica Mona a los gritos.
- Sí, esa palabra se puso de moda hace mucho tiempo. De dónde habrá salido. Una vez tuve una cita a ciegas y el tipo la decía todo el tiempo- comento yo recordando ese fallido encuentro con un psicólogo, grandecito el hombre, que siempre decía fifar y pinta. Si pinta eso, si pinta lo otro.

-¿Y la pusiste en práctica?- salta Mona- ¿Fifaste? Yo fifo, tú fifás, Malizia fifa o fifó. Fifa tú, fifa él. Fifemos nosotros.
- No, no fifé. Es una palabra que siempre me pareció cómica, en cambio el “follar” de los españoles me encanta.
Y la pronuncio bien con acento castizo. ¡Fóllame guapo! De pronto me empiezo a reír como loca. Las otras me miran, sin saber el motivo.

-¿De qué carajo te reís? – me dice Mona mientras chupa la bombilla del mate.
- ¿Para qué pienso en las palabras si hace rato que no pronuncio ninguna? Mucho hablar de sexo, escribir de sexo, pero poca práctica. Me siento una total analfabeta sexual, hasta me voy a olvidar de cómo se hace.
-No boludita, eso no se olvida, es como andar en bici- me dice Mona, haciéndome un gesto muy procaz.