¿Sexo fuerte?

Se murió un vecino de mi vieja. Yo lo conocía de chiquita. Braulio, se llamaba. En el velorio, me di cuenta que en la cuadra en que vive ella, un barrio del conourbano bonaerense, sólo queda un tipo vivo: el señor Ramallo, que tiene bastantes años, pero se lo ve bien.
Aunque en el velorio rodeado de tantas viudas, se lo notaba con cierta incomodidad mirando al finadito, como pensando: Soy el único que queda vivo. Lo cual es cierto. Es tan feo que se mueran todos los que están cerca, porque se siente la marca de la muerte cuerpo a cuerpo, y su aliento frío en el cuello molesta. Y se sabe que es sólo es cuestión de tiempo, aunque si lo pienso es cuestión de tiempo para todos. Es tan impredecible la muerte.
Allí sentada entre las coronas y el cajón, me quedé mirando a las viudas y pensé: ¿por qué mueren más hombres qué mujeres? Enquistada en ese pensamiento me di cuenta que no somos un sexo débil, porque si fuéramos débiles moriríamos más nosotras. Por lo tanto los hombres nos engañaron con esa teoría y con su aparente fortaleza que no es tal, según marcan las estadísticas. Para no caer de nuevo en mis teorías apócrifas, doy unas cifras que busqué en el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos), las últimas -siempre tan actuales- son del 2002 . Ese año hubo 291.900 defunciones, de las cuales 157.974 fueron hombres, y 132.896 mujeres. Las cifras cantan, 25.078 féminas sobrevivieron vaya a saber a cuáles imprevistos.
Antes decían que el hombre hacía trabajos más forzados, y que por eso caía como las moscas ante la parca. Pero hoy en día estamos equiparados en responsabilidades, y hasta diría yo, tiene mucho más estrés la mujer que trabaja, cría a sus hijos y oficia de ama de casa al mismo tiempo.
Tengo amigas que laburan free lance y mientras escriben en su PC con un pie hamacan el carrito con su hijo dentro, con el otro atienden el teléfono, y por dentro putean porque el bebe llora y no escucha lo que le dicen en la llamada que viene desde Nueva York y es por negocios.
O las que salen del trabajo pasan por la guardería, luego por el súper, llegan a la casa y ponen el lavarropa a funcionar, mientras cocinan la cena para todos, escuchan a su marido que le cuenta que el pelado López es un hijo de puta, separan al más chiquito que se pelea con el del medio, el perro no se queda atrás y viene con el plato de comida en la boca, luego cuando todos duermen lavan los platos y cuelgan la ropa y planchan la camisa que el amante esposo se pondrá mañana, o el guardapolvo de los dulces infantes.
El argumento de que la mujer tiene un trabajo menos forzado, ya dejó de existir; nuestras abuelas tejían, bordaban, o cocinaban solamente. Y entonces su vida parecía más descansada, pero nuestra generación vive a la par del hombre.
Algunos dicen que les rompemos tanto las pelotas que sucumben a las enfermedades, o que se mueren simplemente para no seguir soportándonos. He leído, también que eso que les metieron en la cabeza, acerca de que el “hombre no debe llorar y aguantar todo”, genera conflictos con su propia salud. Se tragan las cosas y revientan por otro lado, por algo también el 80% de los suicidios corresponde a ellos y son más propensos a la depresión.
En noviembre se celebró en Viena un Congreso Mundial sobre la Salud del Hombre, y los expertos que estuvieron en él llegaron a una conclusión: “Nacer hombre significa desde el primer momento tener menos perspectivas de salud y larga vida que una mujer”.
Sorry chicos, vaya a saber por qué la naturaleza les hace esto, pero por favor no nos digan más que somos el sexo débil. Ah, y vayan más seguido al médico. Prevenir es curar.

Maricienta

Cuando éramos niñas nos leían cuentos de hadas donde todo terminaba bien y las princesas se casaban con los príncipes (nunca con un plebeyo) y comían perdices felices. Ellos felices, las perdices no. Hoy me doy cuenta de que esos relatos que nacieron de la narrativa popular pudrieron nuestra mente y nuestros corazones, porque sembraron ideales inconscientes en nuestra psiquis femenina.

Cenicienta, por ejemplo, le pudrió la cabeza a mi prima Mari. Sí, sí, esa Cinderella, esa pobre chica, maltratada por su madrastra y hermanastras, hasta que conoce un príncipe bastante pelotudo (¿a quién se le escapa una chica por una escalera con un zapato solo, quizás un poco beoda por la festichola y además por qué no mandó a la guardia del castillo a seguirla... pero esto no viene al caso), el pelotudoperopríncipealfin la encuentra, y logra salir de su pobreza (ella claro, ¿dónde hay un príncipe pobre?) y es feliz con perdiz y todo.

Mi prima Mari no estudió, porque según su madre a la pobre no le daba la cabeza, pero lo que la naturaleza no le dio en neuronas se lo dio en tetas y culo. Y a veces estos atributos pueden más que la inteligencia de una física nuclear. Mari siempre fue pobre, pobre Mari todos le decían qué va a ser de tu vida sin tener una carrera, qué te espera. Bueno ahora la esperan un montón de metros cuadrados de herencia, más un nuevo BMW, una casa en Miami, y unos cuántos miles (¿millones?) de dólares vaya a saber en qué paraíso fiscal.

Es que Mari desde chica quiso ser Cenicienta, el cuentito que mi abuela nos leía noche tras noche. Y claro, Mari se planeó su vida paso a paso. Estudió inglés (tardó como 10 años en aprender), juntó peso tras peso, se compró la mejor pilcha y se pagó el mejor crucero por el Caribe, y allí encontró a su príncipe, casi era azul porque era un viejo millonario que tenía problemas de circulación muy visibles en su cara.
Pero Mari, vio en él al príncipe de sus sueños, y él vio en ella un culo y unas tetas impresionantes y le pidió matrimonio. Claro que se lo pidió luego de que Mari pusiera sus atributos en la cama del noble señor y se ve que pasó lo mismo del zapatito de cristal, pusó sus atributos y luego huyó.
El viejo que no era tan pelotudo como el príncipe, ya tenía todos sus datos, y mandó a sus sabuesos a buscarla y ahí Mari dijo: si está bien me caso, pero quiero que toda mi familia vaya a Miami para el casamiento. Y el viejo dijo: bueno, que vengan total yo no hablo español. Y el casamiento fue en un crucero privado, y no había perdices sino caviar ruso.

De esto hace 5 años, Mari todavía es joven, este año cumple 40, tiene un hijo que engendró por inseminación artificial, su príncipe descansa en paz, y ella vivió el cuento que siempre había soñado. Ahora asegura que pensará muy bien con quién va a estar porque no quiere a nadie interesado a su lado.
Igual en mi familia todavía dicen pobre Mari enviudó tan joven. Y yo digo pobre Mari, nunca va a ser feliz con tanta guita. Aunque sé que lo digo de pura envidiosa. Ven que los cuentos pudren la cabeza, me siento la bruja de Blancanieves.

Teorías maliciosas

Tengo algunas teorías que se me ocurrió propagar en una reunión de amigos. Teorías que causaron espanto en varios de los caballeros que asistieron, y muchas risas de parte de las niñasnotanniñas parejas de algunos, solteras otras. Estas últimas apoyaron con ejemplos propios varias de ellas. Lo que aportó una cuota más científica a mi estudio personal e íntimo.
No es nada nuevo que el auto es considerado un símbolo fálico para el nombre, vendría a ser una sustitución del pene. Cuanto más grande, más grande el miembro, más poder. ¿Por qué suelen amarlo más que a una, y pasarse horas puliendo y limpiando toda su carrocería a la vista de todos? Simple ostentación pijosa. Masturbación plena pública.
Pero esta interpretación puede tener una regla implícita, que comprobé empíricamente en varios casos: “El tamaño del auto suele ser inversamente proporcional al pene, pito, o como quiera llamárselo”. A un Fitito correspondió un modelo premium de órgano sexual, y un impresionante Lexus, contrariamente a lo esperado dio cabida a una pequeña demostración genital.
Los señores que concurrieron al ágape no coincidieron y se ofuscaron con esta teoría comprobada entre sábanas de alcoba, sofás e incluso en la misma parte posterior del símbolo en cuestión. Debo reconocer que la población testeada tampoco fue extensa ni en diferentes zonas geográficas, pero bueno para muestra bastan algunos botones o en este caso rodados.
Esta conjetura fue muy cuestionada por aquéllos que no eran poseedores de vehículos. Ya que no podían clasificarse de ninguna forma. E incluso preguntaron si los autos de alquiler también entraban en la misma. A lo que no supe qué contestar.
La otra teoría es totalmente contraria a ésta y tiene que ver con el nuevo símbolo fálico de los 90: el celular y bien podría incorporarse el iPod de este siglo. Pero en este caso lo diminuto es símbolo de grandeza. Toda una paradoja. Lo que no implica que haya "una relación directamente proporcional entre el tamaño del celular y el miembro masculino". A los hombres les encanta poseer el último modelo, y hacer gala de su adelanto tecnológico frente a sus congéneres lo mismo que ocurre mientras se bañan en el vestuario luego de un partido. El superdotado es admirado por todos, y los sobrenombres de “burrito”, “tararira”, y demás surgen como epíteto de tal condición.
Uno de los presentes se sintió despojado de su atributo masculino, ya que no poseía ni auto, ni celular. Y otro de los señores solteros que estaban, sociólogo él, quedó muy interesado en el tema y preguntaba continuamente por teorías descabelladas como: "si comes empanadas de carne en vez de pollo qué sos", o "si te gusta la rúcula en vez de la lechuga mantecosa", no comprendiendo que no se puede hacer teorías de cualquier cosa.
La última hipótesis comprobada sólo generó un profundo silencio en los asistentes y no tiene nada que ver con objetos de mecánica o electrónica. Sólo con la condición humana. La misma es: “Los hombres que tienen problema de erección son los que hacen el mejor sexo oral”.
Nadie me la contrarrestó, ni generó polémica, es que es una simple cuestión de adaptación de la especie. Y ellos lo entendieron así.
Todo puede ser refutable, las teorías caen cuando otra demuestra lo contrario. Si tengo una virtud, es dar cuenta de mis errores. Hasta ahora no ocurrió nada para que las deseche.

Lenguaje público

Esto no lo inventé yo. Ni tampoco llegué a estas conclusiones. Sólo me limito a reproducir, lo que una vez escuché en una charla catedrática y que me llamó la atención. Ahora, no recuerdo el nombre del profesor mexicano que enunció esta inquietud:
-¿Por qué los argentinos usan tanto la palabra orto -léase culo- para significar muchas cosas, algunas totalmente opuestas?
Allí comenzó a hacer una lista de usos que llevaba registrados para su informe. Es asombroso como un vocablo del lunfardo, de los compadritos de Buenos Aires se usa tanto en la charla cotidiana. Bien viene al caso mencionarlos.
“Me fue para el orto” o "me fue para el culo", se usa para decir que le fue mal. Pero a su vez "qué orto tiene”, se entiende por alguien con mucha suerte, también se suele decir “qué culo”, o “ése tiene un culo”, en el mismo sentido. O sea, que es usado tanto para indicar el buen sino o el infortunio.
“Me rompieron el orto”, suele pronunciare cuando te engañaron, te mintieron, o cagaron y es muy común escuchar chistes hablando de cómo los gobernantes nos la metieron por la parte anatómica en cuestión y sin nuestro consentimiento.
Pero todo no se limita a cuestiones de buena o mala estrella, o engaños. También se usa para significar distancias, o condiciones meteorológicas. “En la loma del orto”, cuando es muy lejos, como si el orto tuviera loma -salvo por las nalgas-, pero en fin los dichos populares nacen y se propagan, y seguro alguna explicación habrá. También “no se ve un culo”, por no se ve nada, o “hace un frío del orto”, para indicar las bajas temperaturas reinantes.
“Cara de orto”, se suele mencionar cuando una persona está enojada, o con mala cara. También se usa mucho el “cara de culo”, para lo mismo. Y si de esa parte se trata, por obvia relación se usa “andar a los pedos”, por correr o andar apurado; y “andar al pedo” como ir por la vida sin un objetivo claro.
Culo, orto, lunfardo, modismos, idiosincrasia nacional, mal hablados ... no sé, pero el catedrático dio la charla muy serio en un anfiteatro lleno de argentinos y le importó un culo de todo.

Romanticismo


“El concepto de ‘romántico’ es algo que uno debe saborear con el corazón. Es algo que bajo ningún concepto, debe decirse a la ligera, pues una vez que lo han hecho, el ‘romanticismo’ se convierte en una especie de farsa”.

Esto lo escribió Wei Hui, en Casada con Buda. Cuando uno encuentra palabras en un libro que quisiera o pudiera haber escrito, suspira y dice tiene razón. Una extraña comunión se produce con el texto, con una no menos extraña mezcla de placer por encontrarlo y envidia por no haberlo escrito.
Pienso y siento exactamente lo mismo. Soy romántica, y no me avergüenza decirlo en épocas que pareciera ser cursi, o fuera de moda. Soy romántica pero sólo cuando lo saboreo con el corazón.

Sexo y comida

¿Por qué la comida se relaciona tanto con el sexo? Muchos hombres le dicen pan dulce al culo de la mujer. Y las mujeres le dicen banana al pene del hombre; ni hablar de chorizo, salchicha, morcilla, o el menospreciado chizito o maní. Los hombres llaman huevos a los testículos y leche al semen. Y a las tetas se les dice limones, pomelos o melones, según el tamaño. Y si se mueven parecen un flan.
La expresión guarra “te parto al medio”, siempre me sonó a cortar una manzana por la mitad, bien puede ser una sandía, depende de cúan grande sea lo que partan.
Cuando alguien dice es “jamón del medio”, se refiere a que el otro está muy bueno. Está la expresión, "es un bombón" si alguien es lindo. Y si es alguien feo, pescado o bagre.
"Es un dulce" suele pronunciarse para alguien cariñoso, y "es un amargo" para alguien mala onda, o cero carisma.
Hay uno muy dejado de moda, pero no por eso excluido de esta lista, “pelar la berenjena”, que no necesita explicación. O el clásico “mojar la vainilla”, que tampoco la necesita. Y uno muy guarango, "cambiar el agua a las aceitunas”, por la necesidad de orinar en los muchachos.
“Te ensarto”, vendría a ser un francesísimo brochette. Y hacer la tortilla, remite al sexo entre dos mujeres. Para decir que alguien es puto, se usa “comerse la galletita”.
He escuchado por ahí, para indicar el puro acto sexual, el muy bizarro “se sentó arriba del churro”.
Y si todo tuvo que tener un comienzo en mundo vegetal, antes se decía que nacíamos de un repollo. Claro que nunca estarán en el diccionario de la Real Academia, pero sí en la mente y boca de muchos para quienes los alimentos siempre tendrán una connotación sexual.
Después de todo el comer y el coger, son dos actos que tienen que ver con los sentidos. ¡Chúpate esa mandarina!

Cien veces


Cien veces hice cosas que juré no volvería a hacer.
Cien veces suspiré por un amor perdido.
Cien veces analicé mis errores.
Cien veces mentí por piedad o sin ella.
Cien veces me equivoqué y volví a empezar.
Cien veces alcancé orgasmos inalcanzables.
Cien veces lloré tras una partida.
Cien veces reí cuando todo estaba bien.
Cien veces soñé con ángeles humanos.
Cien veces volví a creer que todo era posible.
Y cien veces escribí posts en este blog.
Cien es poco comparado con cien mil o un millón,
pero es tanto comparado con cero.

Gracias por leer mis 100 pequeñas historias.
Cien besos.

El precio del amor

Hay diferentes formas de comprar amor. Hay muchas formas de pagar para tenerlo. Pagar con abandono de ideales, pagar con conformismo, con silencios obscenos, concesiones mediocres a cambio de atención y afecto.
Hay amores que se cobran todo, que no dan cambio, y que nos dejan pelados. Hay otros que parece que quieren que firmemos pagares contra seguro de felicidad, si no funcionan la deuda es nuestra. Hay otros que son como créditos usureros, cada vez el interés es mayor, y la cuota aumenta para seguir funcionando, mayor exigencia, mayor paciencia, mayor desilusión. El amor no tiene precio pero a veces las personas le ponen precio al amor, el precio de la libertad personal, la perdida de la identidad. A veces se ama por conveniencia, y se paga con frustración.
Sólo cuando dos se aman desinteresadamente y sin imponer nada a cambio es cuando el amor no necesita ninguna transacción para existir.

Palabras bajo llave

Siempre hay secretos en nuestras vidas. Algunos menos escabrosos, inocentes y otros terriblemente vergonzosos que jamás contaríamos a alguien. Son tan personales como privados. Y pueden ser tan horripilantes como idiotas, pero es parte de ese misterio que cada ser humano guarda para sí.

Tengo varias cosas que jamás conté a nadie y jamás contaré. Asimismo hay cosas que le conté a ciertas personas, pero que otras jamás sabrán. Que me volví a acostar con un ex, sólo lo sabían dos amigas, las otras quedaban afuera, y dada mi obstinada abstinencia en esos días, todas me preguntaban en qué andaba, y yo nada. Me avergonzaba decir que había vuelto a su cama, después de todo lo que lo había puteado. La vez que le presté 100 dólares a un tipo, y jamás me los devolvió, sólo se lo conté a Mona. No me dio de decírselo a nadie más, porque me sentía muy boluda. O mismo lo de Felipe, no lo sabía casi nadie; porque ahora que se hizo vox populi, ya dejó de ser un secreto.

Creo que hay una categoría de personas a las que les contamos secretos, ya sea amigos, compañeros, incluso a desconocidos. No hay nada que me guste más que contarle algo que nadie sabe de mí a un desconocido, porque sé que es el secreto mejor guardado.
Y en este rincón de la vida, están los que se dejarían matar antes de decir lo que le han contado pidiendo silencio absoluto de su parte. Y en el otro extremo, los que no pueden guardarlos ni un segundo, pero que aseguran que su boca permanecerá cerrada por siempre.

El clásico “te cuento esto pero no se lo digas a nadie”, es muy tentador y abre un abanico de posibilidades. Y la cadena que genera es muy prolífica. Secretos contados en voz baja, secretos esparcidos con cataratas de oh, noooo, me muero, no te puedo creer, estás seguro, parecía tan mosquita muerta, tenía cara de cagador, como respuesta cómplice. Secretos compartidos por todos los que mueren por que les cuenten alguno, sólo para seguir desparramándolo. A veces la astucia hace que contemos algo en secreto para que se sepa.

Por eso el mejor secreto es el que llevamos dentro, aquel que sale en algunos momentos para hacernos sonreír, atormentarnos, llorar, ruborizarnos, sentirnos dioses o el último sapo de un pozo, o simplemente para que no nos olvidemos que tenemos algo que sólo nos pertenece a nosotros.