Socorro, niños a bordo

-Espero que a mi hijos los pueda aguantar – eso pensé luego de pasar un día con mi amiga Mara y sus adorables, e insorportables, tres hijos.
Y no digo querer, porque supongo que eso es algo natural. Es que con el hecho de que todavía no engendré ningún retoño, y que cada vez tengo menos paciencia, espero lograr la tarea de ser madre sin volverme loca.
Porque según mi teoría personal, la paciencia es una virtud que se va perdiendo con los años. Al revés de otras que con el tiempo se afianzan, y crecen.
Yo noto que cada día tengo menos paciencia, menos tolerancia, y hay cosas que me sacan de quicio. Y gracias que no empiezo a gritar, o a repartir bollos por ahí, porque si bien tengo menos paciencia, por suerte tengo más autocontrol.
Los hijos de Mara son súper seguidos. Tiene uno de 6, otro de 4 y uno de 2, que todavía usa chupete, pañales, y casi ni habla. El del medio es una niña, que es la peor de los tres, totalmente consentida, quizás por ser niñita entre dos varones, caprichosa y capaz de hacer que Lassie la muerda. Lo juro, no me cabe la menor duda.
Mara, es amiga mía del secundario y nos vemos muy poco por año, una o dos veces, y reconozco que esas una o dos veces, son las que ponen en duda mi instinto maternal.
Esta vez decidimos ir al zoológico, pero no al de Palermo, sino al de Luján, que es un zoo interactivo. Mala decisión para ir con niños que más bien deberían estar dentro de las jaulas y no afuera.
Ya sé, ustedes, en este instante dirán, que soy cruel, mala, que los niños son siempre criaturitas encantadoras, a los que uno quiere acurrucar y dar amor. Pero, no conocen a los niñitos de Mara. Hasta nos llamaron la atención, y creo que en el zoológico temblaron pensando que se quedaban sin especies.
El tigre y el león se salvaron, bien porque eran mamíferos de los grandes, y considerados salvajes -casi tanto como los chiquillos-, o bien porque estaban encerrados. Y las rejas inspiraron un poco de respeto en los terremotos que llevaba colgados de mi saco, apretados de mi mano, o corriendo adelante de mi, y yo atrás, gritando como una loca, con miedo de que los devoren.
Ilusa de mí, creo que los animales se desbandaban cuando los veían, con miedo de que los devoren a ellos. Más de un pato se quedó con menos plumas.
Y mi amiga Mara, como toda madre de chicos revoltosos, lo más pancha. Los pibes pueden estar tomando la casa de gobierno, que ella te sigue preguntando por tus amantes, por tu última relación, o cuánto sale el sueter que tenés puesto. Mientras tanto, vos, con los pelos en punta, ves como los querubines están trepados a un árbol a punto de caerse, están trenzados en el piso peleándose entre ellos, o escupiendo a la gente que pasa y ella como si nada.
Tal como lo del huevo o la gallina, no sé si esto es porque sino se volvería loca, o si son tan tremendos porque ella es así. Lo cierto es que cuando volvíamos, y los tres guerreros estaban dormidos en el asiento de atrás, con sus caritas todas sucias, sus pelos enmarañados, pero con un halo angelical que les daba el sueño, los miré y pensé que me gustaría tener uno. Si tengo suerte, por ahí me sale un poco más tranquilo.

Entre copas...

Miré lo que tenía que hacer y me dije: "Ni loca llegás". El corazón latía con tanta fuerza, que retumbaba como un tambor entre las copas de los árboles. Sin embargo, a veces podemos sorprendernos de nosotros mismos.
Todo empezó en Campo de desafíos, en Foz de Iguazú, el lugar donde se hace turismo aventura en el lado brasileño de las cataratas. Mis compañeros de viaje, querían hacer rapel y rafting, y yo también.
Pero una hernia de disco, me lo impidió.
Y aclaro, que cuando el médico, año antes, me dijo que tenía hernia lumbar me sentí una vieja. Pero el señor facultativo me dijo que era algo que se daba en los jóvenes y deportistas. Entonces, me fui contenta con mi dolor de cintura y mi resonancia nuclear en la mano. Claro, que cuando me dan los ataques no me pongo tan contenta de tener una enfermedad de joven.
Mi segunda pareja, fue el que bancó más esos dolores. Hasta tuvo que aguantar una crisis tremenda, la cual me dio en su casa, antes de que conviviéramos, y por la que tuve que quedarme 20 días en cama, en su cama. ¡Y yo sin tener mi pijama del osito Chifulín! Pero me quedé allí. Luego gracias a clases de natación, mejoré bastante. Él siempre me decía:
-La espalda te duele pero cuando coges se te pasa todo.
Y era verdad cuando nos intrincábamos en las artes del amor, no me dolía nada. La mente gobierna todo, y por suerte nunca me quedé dura haciéndolo. Pero, el tema ahora era otro.
Al ser descartada del rafting y rapel, me sugirieron hacer "arborismo", que no era una análisis de árboles, simple observación, o recolección de hojas medicinales, como el nombre sugería. Ilusa de mí. ¡Noooo! Nada de eso.
Lo que parecía una clase de botánica, se convirtió en una trepada a plataformas de 10 metros de altura, en plena selva para hacer las veces de trapecistas o escaladores. Cuál integrante del Cirque du'soleil, el Circo del Sol, que tanto.
Íbamos tres, dos chicas y un hombre, y fue muy divertido. Por supuesto, lo digo ahora que las pulsaciones bajaron y la adrenalina quedó flotando en algún lugar de la bella selva misionera.
Pero, cuando tenía que poner el primer pie sobre un cable de acero e ir hasta la próxima plataforma, ¡voila! o más bien: ¡volá!
Creo que la decisión de hacerlo y de vencer mi propio miedo e inseguridad, hacía que paso a paso fuera camino a la meta. Además, de que no me podía bajar...
¡No me quedaba otra! Y el enorme placer de llegar a la próxima plataforma y ver atrás el tramo realizado, como dice la propaganda de Master, no tenía precio.
Peligro no había, porque usaba un arnés, que me sostendría en el caso de caerme (por suerte no tuve que comprobar si funcionaba bien). Sin embargo, no sentía que lo tenía, lo que cual no me daba seguridad.
Lo peor fue cuando a modo de mono tuve que desplazarme por una red de una plataforma a la otra. Juró que me puteé a mi misma, por los kilos que no logré bajar todavía, porque cada gramo de más lo sentía como una tonelada. Y de ahora en más, cada vez que lleve un hidrato de carbono a mi boca, ruego a Dios, a Ravena, o Cormillot, que me acuerde de ese esfuerzo, y la cierre inmediatamente.
Luego de pasar unas 12 estaciones, en la última había una tirolesa, que no era una mina del Tirol, sino un sistema de deslizamiento a través de una soga con una polea. Algo parecido a volar. Sensación máxima. Al final, esta vez como tantas otras con mi novio, tampoco me quedé dura. Puro control mental.
Si algo me quedó de esto, además de un enorme moretón en el brazo (¡maldita red!), es saber que a pesar de que piense que algo no puedo hacerlo por tal o cual cosa, no me tengo que dejar vencer por esa idea e intentarlo. Que es bueno el desafío a nosotros mismos, el reto de ir más allá de las propias limitaciones, porque siempre tenemos más fuerza, inteligencia, y valor del que pensamos.

No te metas con su mami...

Hay algo que para el hombre es más sagrado que su equipo de fútbol. Y es su madre. Sí, esa adorable mujer que lo gestó, lo parió y lo crió con sus virtudes y defectos, que luego el tiempo fue puliendo o empeorando.
La madre, para el hombre, es algo intocable.
Y deberíamos estar dichosas de ello, pues si tenemos la felicidad, o para algunas la mala suerte, de quedar embarazadas, y de un varón, nos convertiremos en ese ser amado por él, y vilependiado por cuanta novia aparezca en su vida. Ya sé, ya sé, que hay madres divinas de ellos, e incluso muchos hemos padecido madres horribles, castradoras, absorbentes, melosas e indiferentes propias. Pero ese es otro tema.
Y las estadísticas hablan de una mala relación entre ella -su madre- y nosotras. Aunque no sé el porcentaje. Hablo de las estadísticas de mis amigas, compañeras de trabajo, primas, vecinas, y de todas las conversaciones robadas en colectivos, trenes, aviones, barcos, supermercados, filas de banco, tiendas de ropa y demás.
Quién puede refutar que el peor insulto, y al que el hombre no dudará en agarrarse a las trompadas, es cuando le tocan a la madre. A una hermana también, pero he visto en este segundo caso que la cosa no pasó a mayor. Pero cuando en un insulto aparece la figura de su santa madrecita, ahí sí, ¡agárrate Catalina!, no se salva nadie.
Incluso, en su otro amor, el fútbol, cuando quieren insultar al referí bombero, o simplemente referí compadre, lo que surge es acordarse de la señora que lo expulsó entre gemidos de dolor.
La madre es todo para un varón y nadie, ninguno, o mejor dicho, ninguna mujer intente que esto sea diferente.
Una dama que quiera mucho a su novio, esposo, o pareja, (amante no, porque la madre aquí no es un tema de conversación, ya que nunca la conoceremos) debe saber que, nunca -pase lo que pase- él dejara su sentimiento por ella. Y está bien, recuerden que en algún momento nosotras lo seremos, y también suegras, brrr…. me da escalofrío de solo pensarlo.
Por eso dentro de las estrategias femeninas debe surgir un capítulo especial para ellas, las madres de nuestros amorcitos, lovers o chuchis. Aunque lo nombremos así, jamás digamos “nuestro”, para referirnos a su hijo en su presencia. Nada de adjetivos posesivos. Sólo es de ella, y de nadie más. Primera regla.
Hay algunos hombres que ponen a prueba a su dama enamorada, y la enfrentan a su adorada madrecita, en cuanto a ver quién hace mejor esto y lo otro. O, impunemente dicen que su novia cocina tan bien, o que le plancha tan bien la camisa, enfrente de su santa creadora y es ahí que, con carita de ángel, cual bajado directo del pesebre, debemos decir:
-No seas tonto, si tu mamá lo hace mil veces mejor, ji,ji,ji - es importante la sonrisa inocente y un poco ruborizada.
A veces, suele ser él mismo el que despotrique contra quien lo dio a luz, proteste y hasta diga barbaridades irreproducibles, pero... no se debe creer jamás que ese es el momento para aprovechar y subirnos al caballo de la protesta. Nooooo, error, error, error. Jamás hacerlo, porque inmediatamente él cambiara su postura para pasar a defenderla y decirnos “con mi vieja no te metás”.
Tuve algunas que otras madres de novios -me resisto a llamarlas suegras- que me hicieron cagadas, que algún día contaré, porque en el fondo a la larga resultan graciosas. Claro, porque ya no estoy más con ellos.
Igualmente, creo que si estamos enamoradas de ese hombre, en el fondo debemos olvidar que tan bruja es su venerada madre, y decirnos que de su embarazo salió su retoño, que tanto amamos (no tanto como ella, por supuesto), hacer oídos sordos, ojos ciegos, en fin... hacernos las boluditas, y seguir la vida como si tal.
Existe la posibilidad de llegarla a querer (no tanto como a la nuestra), pero esto no es imposible, solo hay que tener un poco de viveza y mucha paciencia. ¡Y pensar que algún día estaremos en su lugar!

Ex de terror

La cara de Violeta parecía salida de una película de terror. Esa fue la impresión que tuve cuando bajé a abrirle ante sus insistentes llamados a mi portero eléctrico. Entró corriendo al pallier, y se metió rápido al ascensor asomando su cabecita, y gritándome que me apure. Ya adentro del ascensor, un poco más calmada me dijo:
-¡Casi me encuentro con mi ex!
Ahí comprendí su actitud como de espía doble perseguida por la CIA y la KGB, o por los agentes de Kaos y Control.
Es que es terrible el encuentro con un ex en situaciones no esperadas. Siempre una desea que ese momento -no deseado-, por lo menos se dé en estados adorables para nosotras, en que estemos hechas unas diosas, o con un dios al lado, que nos llene de besos y arrumacos.
Pero Violeta venía corriendo con su peor jogging, sin maquillaje y con los pelos como si hubiera venido en moto sin casco, y encima tenía una crisis de granitos premenstruales en su cara. Muy mal día para que el ex aparezca en la esquina menos imaginada. Por suerte, mi departamento estaba entre el encontronazo, y la destrucción mortal, o moral.

¡Oh, los ex! Esos especimenes que pueden aparecer detrás de cualquier esquina y pueden hacernos decir shit, o mierda -como más les guste-, o que nos escondamos detrás de algo para que no nos vea, y saquemos el carilina, en cuanto él se vuelve a perder en la enorme ciudad.

En base a datos de Mona, de Loli, y míos propios, porque entre todas tenemos un mailing bien provistos de ellos, los ex, armamos algo así como una lista de malos encuentros.

Lo peor puede pasar cuando te encontrás con un ex...

...y engordaste 10 kilos, y además no te retocaste la tintura. También puede tener el aditivo de que tenés puesto el buzo hecho pelota, con el que dormís, a veces, en las noches frías de invierno. Dormís sola, claro.

...en la fila del súper, vos tenés el changuito lleno de helado de dulce de leche, chocolates, toallitas Siempre libre, papafritas, y todo lo engordante que viste por las góndolas, y él sólo lleva una caja familiar de profilácticos y una botella de champagne.

...en el subte y te das cuenta de que él se convirtió en todo lo que querías que fuera. Está cambiado para mejor, mil veces mejor, terminó el secundario que tantas veces le sugeriste que lo haga, entró en la universidad, es uno de los mejores promedio y lo ascendieron tres veces en su trabajo, uno nuevo que consiguió en Internet. Lo mismo que su novia actual que es sueca y lo visita cada 2 meses.

...cuando salís del consultorio del ginecólogo y él está sentado en la sala de espera leyendo Padres hoy. Entonces te cuenta que su novia está embarazada de tres meses, y que le están haciendo un análisis, que si es varón se llamará Lucas, y si es mujer Martina, y justo cuando te estás por desmayar, la enfermera sale y dice: “Aquí está la receta para la señorita de los honguitos”.

...en una cita a ciegas que se armó por el Chat. Vos tenías de nick Virgen ardiente, y él se había puesto, Tepartoen2. Chatearon unos días, todos en high voltaje, y encima ambos habían hablado mal de sí mismos, sin saber que eran sí mismos. (Lo indicado en este caso es desintegrarse en 3 segundos).

...un sábado a la tardecita, detrás justo de la góndola de películas de amor del videoclub, cuando vos tenés El diario de Bridget Jones (segunda parte) en una mano y un paquete de pochoclos, en la otra. Él está besándose inescrupulosamente con su nueva novia, y sólo levanta la mano para saludarte sin dejar de besar a ese minón infernal, que tiene unos 10 años menos que vos. Y de la cual sólo le ves el culo perfecto porque está de espalda, con un jogging que se le clava impunemente en él.

...en una súper fiesta justo cuando ya te tomaste todo, y un vaso más. Tenés un pedo impresionante, un pedo triste, y cuando lo ves, te le tirás encima, y le repetís cuánto lo querés, y que no lo olvidaste, y le pedís que vuelva, siempre entre risas y lágrimas que no son de cocodrilo, sino de borracha. (Si le vomitás encima, lo indicado es desaparecer para siempre.)

Pero lo peor es cuando te encontrás con él...
...y te das cuenta de que a pesar de que lo tenías sepultado bajo mil capas de olvido, el corazón late mucho más rápido, y el alma comienza a llorar, mientras con la mejor sonrisa le preguntás cómo está.

Nueva cita

Realmente, una nueva cita despierta tantas cosas en nosotras, y supongo que en “ellos” también. Es una usina generadora de pensamientos que tiene que ver con cosas buenas. Siempre me pregunto qué hace que a pesar de tantas malas primeras citas, o de parejas frustradas, una sigue apostando a ese encuentro que puede ser el inicio de una nueva relación.
¿Por qué seguimos desafiándonos a las citas? Y, a pesar de intentar una y otra vez con malas experiencias no cerramos el corazón para siempre. Creo que la magia previa al encuentro, esa adrenalina que corre por las venas, esas ilusiones de que todo es posible, y, que quizás, él sea el hombre que estuvimos esperando tanto tiempo hace que lo vivamos de una manera especial, tan especial que es valedera para que dejemos abierta la puerta al descubrimiento.
Incluso el misterio que rodea a esa primera salida, todas las imágenes que se abren en nuestra mente, miradas, palabras, sentimientos, las posibilidades de que sí vamos a funcionar, son otros de los motivos. Ese no saber qué va a pasar, se convierte el algo muy tentador de recorrer.
O, también la esperanza de que ese primer contacto no sea todo lo catastrófico que fue otro, que no hablará sin parar de su ex, o sólo querrá saber nuestros gustos sexuales, o se plantará en explicar cómo un átomo se puede dividir, o simplemente no conversará sólo del plato que come, y otras miles cuestiones que pueden hacer que todo terminé en un desastre.
Es entonces cuando la fe, las ganas de encontrar al amor, de hallar a esa persona que se enlace con nuestra alma, se imponen, y nos damos la oportunidad de tomar una nueva cita con alguien que todavía es un universo desconocido para nosotras.

No soy yo, sos vos

Hay algo que aborrezco, y es que el hombre impotente quiera pasarte la culpa de su problema. ¡Cómo si la culpable fuera la mujer! Entonces, una se queda pensando qué habré hecho de malo, cuando no tiene nada que ver con eso.
Y ni les cuento, si, además de todo, la dama es de naturaleza extremadamente culposa, ahí entra a jugar, yo no sirvo como mujer, mi cuerpo no lo atrae, y toda un pindonga de argumentos que bajan la autoestima aún más que el miembro varonil.
El que no va, es él. Aunque resulte cruel decirlo, es así.
Cuando corté con mi segunda pareja, me armaron una especie de cita a ciegas, con un compañero de trabajo de una amiga mía. El hombre me cayó bien, era muy grandote, y cuando digo grandote, digo grandote. Medía 1,90 por lo menos, no era gordo, pero, sí, muy musculoso. Una especie de paredón con camisa y zapatos. Estaba separado desde hacía un año, la ex mujer vivía en Córdoba junto a sus hijos. Y parece ser que era una mina muy dominante, siempre puteaba en contra de ella.
La verdad me gustó, y eso que los hombres grandotes no son mis preferidos, pero él tenía ese "no sé qué", que siempre termina para la mierda, porque aparece algo malo que destruye el misterio. Y, es cuando ese “no sé qué”, se transforma en “ahora, sé que”.
En la primera salida que hicimos solos, el clima en el auto llegó a niveles muy altos de calentura corporal, mano por aquí, mano por allá. Pero no pasaba nada, a la primera siguió la segunda y también la tercera, y así unas cuantas.
Mona con su suavidad habitual, me dijo:
-A éste no se le para.
Igualmente, yo estaba muy contenta de sentirme valorada por otras cosas, que nada tenían que ver con las sexuales, aunque como se prendía de mis pechos, no era nada espiritual, pero bueno nunca pasábamos a vernos desnudos de la cintura para abajo.
Transcurrieron 20 días, y llegó el día de su cumpleaños, y yo ilusionada de que ese día apagaría la velita. El velón pensaba, si todo acompañaba a ese físico más que privilegiado. El velón, se apagó sin que yo lo soplara.
Si, fue así, hacía amagos de prenderse, y yo ilusionada preparaba los cachetes, pero luego, puf… caía inexorablemente al mundo de la impotencia.
Debo reconocer, que me encantaba ese hombre, y que hacía otras cosas para complacerme, pero no muchas, porque entraba en una zozobra tan grande, por la caída del grande.
Mi psicólogo, se encargaba de sacarme todas las culpas, que él depositaba en mi cuando me decía, que jamás le había pasado esto, que con otras minas funcionaba. Si no, entraba en un terreno esotérico, que su ex le había hecho un gualicho, o lo peor que quizás ¡hayamos sido hermanos en otra vida!
¡Hermanos las pelotas, yo quería tener sexo con él! Si era hermana en otra vida, debía haber sido una hermana incestuosa. Y si tenía que ser algún hermano, que fuera el Big Brother, que ahí todos cogían con todos.
A pesar de su impotencia, y en contra de todos los consejos de mis amigas, yo no quería dejarlo, porque me parecía egoísta de mi parte. Como que él necesitaba tiempo, para solucionarlo. Además, se negaba rotundamente a tomar Viagra, porque decía que no necesitaba drogas raras.
-Vos no tenés nada que ver, el problema es de él- me decía mi psicólogo, que me aconsejó que cuando estuviéramos juntos, no habláramos de sexo, no pensáramos en sexo. Era parte de la terapia sexual. Olvidarse para que funcione.
Ni hablar, ni pensar.
Leíamos un libro, cocinábamos juntos, íbamos de compras, veíamos una peli abrazados, y nada de sexo.
Ni hablar, ni pensar.
Pero a mi no me iba bien, esa terapia. Leía un libro, y era El amante de Lady Chatterley. Cocinaba y todo era sexo. ¡Veía como los fideos entraban duros y salían tan flácidos de la olla! Me iba a volver loca. Pero todo sea por su mejoría.
Un día tuvo que viajar a Córdoba por un problema legal con su ex, recuerdo haberlo ido a despedir el ómnibus. También recuerdo haberlo ido a buscar a su regreso.
Venía con cara rara, y me dijo de tomar un café, allí mismo en la estación de Retiro. Lugar que detesto, pero parece que su apuro era grande. Allí, entre valijas, micros, y olor a gasoil, me confesó que se había acostado con su ex, y que le había funcionado. Y sacó, a relucir la teoría del gualicho.
Me acordé de mi psicólogo, suspiré y le dije:
-No sos vos, soy yo. Yo soy la boluda que te aguanté todo este tiempo. Y te aclaro que si se te paró con tu mujer debe ser porque ella todavía tiene el piolín que lo levanta.
Y sin más me escabullí entre esa geografía urbana de gente que llega y se va, pensando si sería verdad que se le paró.

Estrategias femeninas

-¿Y tu marido, qué tal es?- preguntó el taxista en pleno viaje de Belgrano a Palermo. Típica frase, que hay que contestar con tal o cual cosa. Pero, siempre dejando ver, que sí hay un marido. Jamás esbozar un no.
Porque, ahí radica la mejor jugada para evitar el taxista levanta minitas. El marido existe, es un amante esposo, que está esperando en casa, en ese hogar maravilloso, formado por él y los cuatro chicos, que Dios nos regaló. Esto dicho con una sonrisa tipo Caroline, la esposa de Charles Ingalls.
Todo viene bien, para no tener que escuchar nada de esos babosos comentarios solapados, del tipo, pero… cómo está sola una chica tan linda, o ahora los hombres son ciegos. O, lo que es peor, escuchar sus hazañas sexuales, del tipo: me separé porque mi mujer no quería coger todos los días, o no quería coger nunca, u otras que prefiero no recordar.
La otra noche, ya casi la madrugada, tomamos un taxi Mona, Loli, Violeta y yo. Habíamos salido del cumple de un amigo, al que había ido una amiga con el marido. Este señor marido es el hombre codiciado por cualquier soltera. Es el amante esposo que toda mujer querría tener, pero que inefablemente tiene otra.
Amable, cariñoso, trabajador, buen padre, que sin ser un top model, no deja de tener su encanto varonil. Emana algo que gusta, y no es que esté casado, nada más alejado de eso. Pues hay muchos hombres casados, que no entran en esta categoría.
Quizás, sea la sumatoria de todas las virtudes que mencioné, más una buena cuota de simpatía. Claro que ella, nuestra amiga, es quién lo tiene. Y nadie osaría, ni siquiera acercarse a él, pero… mirar no está prohibido, y, menos que menos, hablar de él. Y mucho menos, fantasear con él. Pues, en la Biblia está prohibido “desear el hombre de tu prójimo”. No dice nada de los otros verbos.
-¡Dios del Olimpo, mortal convertido en ídolo profano, qué pedazo de macho!- así entró hablando Mona al taxi que tomamos en la esquina de la casa de mi amigo.
Era compartido, a modo de micro escolar, y nos dejaría a cada una en su casa. Yo era la última en bajar, y la que tuvo la puta mala suerte de sentarse al lado del taxista.
Violeta empezó a decir que, cuando se sonreía, se le hacían dos hoyitos tan seductores, y yo agregué que me gustaba cuando inclinaba su cabeza hacía atrás, mientras profería unas onomatopeyas, llamadas carcajadas, tan, pero tan sexies.
Loli, decía, chicas pero es el marido…, y nosotras ni la dejábamos terminar. Siguiendo con una desaforada charla, en la que siempre cerraba el “¡qué bueno que está!”, de Mona.
Así pasamos de sus habilidades culinarias, que bien son conocidas por todos, a sus habilidades para contar cuentos, los cuales se los festejábamos como reverendas boludas. El taxista se sonreía, pero no hacía ningún comentario.
De todas estas nimiedades, pasamos a hablar de cómo sería en la cama, y de algunos datos que sabíamos por mi amiga.
-Terrible macho latino, en vías de extinción- decíamos, y nos babeamos inmundamente por él. Pero de deseo, nada.
En un momento de la charla, entre cuatro mujeres que mueren por el maridito dulce de otra, a la cual no se puede odiar, sólo por el hecho de haberse casado con tal bombón. Sólo envidiar, y profesar que no se lo merece, pues lo tiene cagando, y no sabe valorar a ese hombre espectacular. En un momento, el taxista, que ya debía tener quemada su cabeza con todo lo que decíamos, se dirige a mí, y pregunta.
-¿Y tu marido qué tal es?- silencio mortal entre todas. Yo como si nada, como si el FBI me hubiera entrenado para esto, contesto tan naturalmente.
-¿El mío? Un divino, un dios total. ¿No chicas?
Las chicas se empezaron a tragar la risa, porque si hacían algo las mataba. Mona, me hizo el aguante y dijo:
-De él, hablamos cuando ella no está- y ahí, sí, la carcajada fue al unísono.
Cuando se bajó la última, me pasé atrás, y fui callada todo el viaje. El tachero, ni mú. Esta estrategia nunca falla.

Cape-rusita roja

Quizás uno de los cuentos infantiles que más ha llegado a los oídos de todos, es el de Caperucita Roja, y –obvio- el lobo feroz. Porque sin el lobo, el cuento no tendría sentido, y ambos llevan muy bien los estelares. La abuela tiene un papel secundario, que bien podría merecer un Oscar. Pero secundario al fin, con perdón de la amable viejita.
Sigo con mi teoría de que los cuentos de hadas o infantiles, corroen, corrompen, compiten, coexisten con la realidad, ya que salieron de ella. Aquí va la historia de la Cape-rusita Roja y el Lobo feroz.
Ya sabemos que Caperucita desobedeció a su madre, fue por el camino más largo y se encontró con el lobo, que se manducó primero a la abuela y luego a ella.
Hay versiones que suavizaron el final -según de dónde se lo mire, para el lobo no lo suavizaron nada- en las que aparece un cazador, mata al lobo, le abre la panza y rescata a Caperuza. Incluso le llena la panza de piedras y lo arroja a un lago. O sea, sería un cuento con varios finales, tipo película hollywoodense. Elija el que da más rating.
Cape-rusita, era una chica con el pelo tan rojo, rojo natural, nada de tintura, que recibió ese apodo ni bien llegó a Buenos Aires, vía directa de Rusia. Ahora el apodo se había quedado sólo en Cape. Y así la llamaban todos los íntimos. Eso me contó ella en la cola para pagar impuestos, vivía a la vuelta de mi departamento y teníamos cuenta en el mismo banco.
Cape era una chica muy llamativa, es que parecía que su cabeza ardía cual hoguera. Y además tenía unas pecas muy simpáticas y ojos azules. Era bonita, de una belleza impactante, una auténtica zarina rusa.
Había estudiado, y se había recibido de contadora en su país natal. Aquí, había trabajado de manicura, y luego, consiguió entrar como recepcionista en una productora independiente, que producía algunos programitas de cable, y también espectáculos para fiestas y casamientos. Su madre, nunca estuvo de acuerdo con esto, pues, no quería ver a su hija, en nada que tuviera que ver con el ambiente, porque decía que era un puterrrrío.
Allí conoció a unos de los dueños. Un hombre muy seductor, de pelo muy negro y nariz aguileña, y sonrisa muy lobezna. Casi podría decirse que una baba corría por la comisura de los labios del tal señor, y que si uno miraba bien, hasta un bulto en la parte trasera de su pantalón indicaría la presencia de una cola enrollada, pero sólo eran suposiciones vagas. También le gustaba usar una pulsera gruesa de oro, y anillo con piedra negra. Y fumaba cigarrillos traídos de Holanda.
El señor boss en cuestión, le propuso hacer pruebas para participar en algún programa, ser la conductora de algún ciclo, o algunas de esas tareas. Esto por supuesto, se hacía cuando todos se iban, y ellos se quedaban solos en la productora.
Así Cape, fue cayendo en manos del depredador, que moría por su roja cabellera, y además moría por comérsela. Y cuando digo comérsela, no hablo literalmente, pues no era Hanníbal Lecter, sino tan sólo un calentón de primera, cuando digo comérsela, era con "g" de cogérsela.
Pero, Cape-rusita, tampoco era una niñita como la original, y tenía muy claro que, en esta oportunidad, tomar el camino más largo daría sus beneficios. Y día, tras día, resistió los ataques del lobo. Bien se sabe, que lo que se niega es lo más codiciado.
Sólo se dejó comer, luego de varios meses, cuando él, que se había vuelto loco por la mujer con el pelo color fuego, totalmente hambriento le juró que se casaría con ella.
Se ve que el lobo donde pone el ojo pone el semen, porque ya con la primera vez que lo puso, ella quedó embarazada. Y así, él, que ya era un señor no tan joven, aulló loco de contento con la noticia de que iba a ser padre, y enseguida le pidió casamiento.
Ella se puso para el civil un vestido rojo, tan rojo como su pelo, y se la vio, ya con una incipiente pancita, muy radiante; no tanto como él, que sonreía, como con la abuela en la panza, y que aún lucía un bultito debajo de las puntas del jacket que tapaba su culo.
Pero, como éste no es cuento de niños, no hubo perdices, ni finales felices. Al año, ella se cansó de él, y él al lograr comérsela todos los días, dejó de ser el lobo feroz, y se empezó a portar como un chancho.
Ella al final, según me contó mientras esperábamos para pagar el ABL del Gobierno de la Ciudad, le pidió el divorrrrrcio, y se quedó con la mitad de la prrrrrroductora, la casa y el deparrrrrtamento en Pinamarrrrr .
Y él se operó el bulto en la nalga, que al final resultó ser el absceso de una inyección mal dada. Todavía trabajan juntos, pero ella siempre se va primero.