Explota, explota

El tipo no me gustó cuando lo vi. Sí, me caía bien, porque tenía un humor bárbaro. Es muy raro, cuando uno conoce a alguien sólo a través del teléfono, por lo general se hace una imagen que no tiene nada que ver con la real. Cuántas inflexiones, matices, silencios hay en una conversación, cuántas cosas que hacen que la imaginación construya una cara, hasta una personalidad, de alguien al que sólo le conocemos la voz. Eso sucedió con él. La imagen que me había hecho, ese identikit mental que me había dictado a mi misma, no correspondía con la foto instántanea que sacaron mis pupilas al verlo.
Habíamos hablado muchas veces por cuestiones laborales, y siempre me hacía reír con sus salidas. Debo admitir que, a esta altura de mi vida, un tipo con humor anota mucho más que un tipo carilindo. Lo juro.
En una de esas charlas, entre risas por los chistes que me hacía, me dijo que iba a venir a buscar algo personalmente, y de paso nos tomábamos un café. Y por supuesto, nos conoceríamos.
Justamente, ese día fue cuando me di cuenta de que mi imaginación le había dado una cara que nada tenía que ver con la de él. Igual pensé mientras lo miraba y trataba de seguir con la conversación normalmente: es simpático, me hace reír mucho, ¡basta! tengo de dejar de boludear, y no dejarme invadir por la primera impresión, como hice tantas otras veces. Hay que abrir la puerta de las oportunidades, de darle tiempo, de conocer a la persona, que es mucho más que una nariz, ojos, orejas, dientes, cachetes y ¡pelo rojizo! muy enrulado. Sí, el tipo es pelirrojo. Estoy segura de que por más que hubiera hecho un esfuerzo imaginativo, nunca le hubiera puesto colorada su cabellera.
Ese día llovió muchísimo y el café quedó relegado al de las máquinitas del laburo.
Otro día que hablamos me dijo: me debés un café. Y otro de nuevo, "te acordás que me lo debés". Y así varias veces.
-Cuando quieras- le dije una y otra vez. Mientras pensaba, la oportunidad, la oportunidad, no cerrés la puerta.
El miércoles te llamo y vamos a tomar uno, me dijo un lunes. El martes me lo volvió a recordar. El miércoles a la tarde no llamó, ni a la noche, ni el jueves tampoco. Si llamaba el viernes, el café iba a ser por vía anal.
Un día tuve que llamarlo yo por cuestiones de trabajo. Volvió a decirme lo del café ¿Amnesia total del otro día? Lo dejé pasar como cuando un tenista sabe que es larga la pelota que le viene, ni le contesté y seguí con el tema laboral.
Se dan cuenta, al final el tipo no me gustaba, me di la oportunidad de ver qué pasaba, y me dejó pagando con el llamado.
Sinceramente, prefiero sentirme mal por un llamado que no llega de alguien que me rompió la cabeza, y que me encanta. Porque cuando miro el teléfono a ver si suena (naturaleza femenina) por alguien que ni siquiera me gusta siento que la pelotudez me explota por dentro y lo inunda todo.

La lista

Tengo una lista de todos los hombres con los que me acosté. La escribí en una hoja de una agenda con tapa de cuero negra. Empezó con el segundo hombre. Al primero le di un lugar especial. Está por sobre todos, recuadrado, porque fue el que se llevó mi virginidad.
Ni sé por qué empecé a hacerla. Quizás para no olvidarme de ninguno cuando una hace esa cuenta mental, cuando te preguntan cuántos hombres hubo en tu cama. O, tal vez, para que cuando sea una viejita que no se acuerda de nada, lea esa lista y vengan a mi mente imágenes lujuriosas de un tiempo pasado. Espero no me suba la presión.
A veces la releo y me viene el recuerdo de alguien que se me había olvidado por completo. Debo aclarar que el recuerdo no remite siempre al sexo.
El otro día haciendo zapping violento y aburrido, aterricé en un canal donde una mujer que era consejera sentimental (lindo campo para dar consejos), decía que había que decir el 10% de la verdad en este tema. O sea, si hubo cuarenta hombres, en realidad fueron cuatro. Si fueron veinte, dos.
Me pareció genial, porque un problema que tenemos las mujeres es que contamos todo nuestro pasado. Y esto inevitablemente se convierte en un boomerang sin salvación. Vuelve y directo a la nuca. Caemos y no nos levantamos más.
Es mejor no hablar, lo que no significa que sea mentir. Los hombres no se bancan un pasado próspero en amantes, novios y demás. Aunque digan que sí, es no. Aunque se hagan los, que no le importa, sí le importa. Y les aseguro que cuando tienen esa carta en la mano, en alguna jugada la usan.
A nosotras también nos pasa algo así, porque el amor tiene eso de posesivo y egoísta. Y no me vengan con que el amor no es eso y bla, bla, bla. El amor de libro de catequesis puede ser. Pero el amor en carne y hueso, y muchas veces en carne viva, es así.
Hay una escena en la película “Cuatro bodas y un funeral”, en las que Hugh Grant, le pregunta a la protagonista, Andie Macdowell, cuántos hombres habían pasado por su vida, en realidad por su cama, y ella empieza a hacer mentalmente y oralmente la lista. Creo que termina en treinta y dos, pero es muy graciosa porque da la característica de cada uno.
Mi tercera pareja, el que vivía en Miami, me volvía loca, porque quería saber exacto la cantidad de hombres que habían estacionado dentro de mí. Y yo jamás le daba un número exacto de ese aparcamiento (se parece mucho a apareamiento), en ese entonces no había escuchado lo del 10%.
Lo más gracioso es que, para me dejara de molestar, un día le dije un cierto número. Mínimo, claro. Con el correr la relación y mi boca abierta, al hacer tal comentario de fulano o mengano, o cosas que se escapaban, el número iba aumentando día a día.
-¿Ese quién es? ¿Es uno nuevo? ¡A ése no lo tengo!- me decía bastante encolerizado el hombre, que además era un obsesivo compulsivo, y hasta en el medio de una cogida, aprovechándose de mi bajas defensas, ocupadas totalmente por mis, no bajos, sino altos instintos, me pedía dulcemente que le dijera cuántos.
No sé cómo podía dilucidar algo, y cómo me mantuve fría y pensante en la cabeza, mientras que el otro extremo estaba en una ebullición casi inconsciente. Pero, jamás le dije el verdadero número.
Siempre le decía: lo importante es que seas el último de la lista, qué importa lo demás.
Es así, el último de la lista, paradójicamente, es el primero en nuestro corazón en ese momento. Y eso es lo que vale.

Corre, hombre, corre

Cuando un hombre huye despavorido frente a una relación que se está solidificando, cual gelatina puesta en la heladera, se pueden decir varias cosas: que es un cagón empedernido, que es un hijo de puta que nunca concreta, o algo más políticamente correcto: que es un fóbico al compromiso.
Y si de fobias la sociedad moderna tiene bastante, quizás ésta, que afecta a un porcentaje alto de hombres, sea la que más nos hace sufrir a las mujeres solteras.
Tengo una amiga que se quedó con la tela comprada para el vestido, el de novia; otra que va y viene cada vez que se impone poner una fecha para unir la santa relación, que a esta altura es más una prostituta barata.
Una chica me contó que su novio, ya sintiéndose con el anillo al dedo, vendió el departamento que habían comprado, porque era ¡un negocio redondo! Y así tuvieron que empezar de nuevo a buscar otro. Como a él se le ocurrió que sirviera para todos los niñitos que vendrían, tendría que ser más grande, más caro, y por consiguiente había que volver a ahorrar unos añitos .
Historias hay muchas. Excusas, miles. Fóbicos, millones.
Y lo más gracioso -o triste- es que estos hombres al principio lo que quieren es atraparte, tenerte entre sus redes, meterte adentro del molde. Te hacen regalos, te escriben cartas de amor, te regalan chocolates o joyas (depende de su bolsillo), te seducen constantemente, te hablan por teléfono, te sorprenden yendo a buscarte al trabajo, te proponen viajes, todo está pensado, calculado en su ansia de conquistar tu amor.
No cejará en la lucha, hasta que caigas vencida, pero totalmente enamorada, en sus brazos, o en su cama. Es loco todo esto, si pensamos que a partir del momento en que la gelatina de su amor, que todo lo invade, comienza a solidificarse en el molde de nuestro corazón, él empezará a temblar. Y ya nada será igual...
El mundo hermoso de cariño, pasión y atención al que te llevó se derretirá día a día. Empezará a alejarse, no llamará, olvidate de los regalos, minga los mimos, empezarán a aparecer quejas, defectos, peleas y lo más temible una huida espantosa. Similar a la del Correcaminos, bip, bip.
Porque la sensación de sentirse atrapado, lo ahoga, porque es como si lo encerrarán en un frasquito de formol para siempre. Y necesita huir de esa claustrofobia, que vendrías a ser vos. Tu amor es una cárcel a la que no quiere entrar.
Y si en un arranque de dignidad lo mandás a la reverenda mierda -porque al final logra que la idea de la separación surja de vos-, y jurás y perjurás que no lo querés ver más, que se evapore en el universo y te alejás. Seguramente, en este exacto punto, él querrá volver.
Sí, es así. Pero, lo peor es que muchas veces lo volvemos a aceptar.
Y, lo aún más grave, es que en algún momento el ciclo, que volvió a empezar cuando le abrimos la puerta por segunda vez, terminará nuevamente con su escapatoria al mejor estilo Houdini.
Más terrible todavía es que muchas de nosotras empezamos a sentir que somos las del problema, y nos rompemos la cabeza en qué fallamos, y nos torturamos con culpas. Porque para culposas, somos unas reinas. Unas reinas pelotudas, pero reinas al fin.
Todo este traumático proceso está consolidado en el terreno de lo irracional donde reinan, como enfurecidos dragones, los temores, las frustraciones, baja autoestima, inseguridad, todos los miedos, incluso al abandono. Paradójicamente.


*Obviamente, también hay mujeres que tienen este patrón de conducta.

Naranjo en flor

Hubo una época en mi vida en la que estuve descontrolada. No me da vergüenza decirlo. Es que había cortado con una relación que había mantenido -casi desde adolescente- por muchos años y me sentía algo así como “leaving la vida loca”. Bien puta, putísima, como escribió un anónimo por aquí alguna vez.
Sentía que tenía que coger porque se me iba a terminar la vida, o porque había perdido mucho tiempo en otras cosas. O, simplemente, porque tenía ganas y necesitaba darle un por qué al deseo. Eso lo pienso ahora, en aquella época no pensaba, ejecutaba.
En ese período de efervescencia vaginal, que nada tenía que ver con hongos u otra cosa. Apareció en mi vida un chico bastante menor que yo. Un pretty baby.
Lo encontré una noche en un boliche. Hacía unos días que había terminado una historieta rídicula con otro bastante más grande que yo. Los extremos siempre fueron mi fuerte.
Estaba estudiando en Buenos Aires, era de Estados Unidos, de descendencia iraní. Por eso tenía unos ojos negros, casi delineados, que impresionaban. Y que me perforaban cuando me miraban. Hablaba perfecto español, y era muy simpático.
Esa primera noche sólo nos besamos apoyados contra una pared. Al otro día, fuimos al cine y creo que ni vimos la película. Nos masturbamos con la oscuridad de cómplice. Una señora que estaba adelante, más alertada por el olor del sexo caliente, que por los ruidos, que no salían de nuestra boca, se daba vuelta a cada rato. Se ve que sólo tenía buen olfato, y no buena vista porque no nos delató. O quizás disfrutó también, no hay que descartar que fuera vouyerista.
No me puedo olvidar el día que fui a su apart hotel por primera vez y estuvimos cogiendo horas. No sólo perdí la noción del tiempo. También el auto.
Cuando salí, no estaba donde lo había dejado estacionado.
Al principio no reaccionaba y miraba el lugar confundida. Lo había dejado ahí, donde ahora había un hueco. Me sentía mareada, pero no equivocada.
Recuerdo que llovía a cántaros. Su hotel estaba en la calle Ayacucho y una cortada, de la cual nunca supe el nombre.
-Te lo llevó la grúa- me dijo el sereno del estacionamiento frente al cual lo dejé.
Como muy pelotuda, lo había dejado en una senda peatonal. Juró que vi una mueca de “jodeteroñosaporquenologuardasteacá” en su sonrisa amable. Quizás leí eso en su cara, porque me lo estaba diciendo yo por dentro.
Me subí a un taxi, y fui a buscarlo a donde lo habían llevado. Eran las 3 de mañana y la lluvia no paraba. Me dije que esa buena cogida bien valía estar mojándose a la madrugada en una ciudad vacía de gente.
Nadie podría saber que me dolía la vagina y que lo único que quería ir a casa a dormir el cansancio que el sexo me había dejado.
Siempre que pienso en él, me acuerdo de esa noche, con el pelo mojado esperando debajo de una mínima garita que me trajeran el auto. Cuando me fui manejando a casa, puse el Cd de Goyeneche con mi tango preferido “Naranjo en flor”. No sé porque elegí ese tango, quizás por un preludio de esta historia.
Estuvimos así un tiempo, no mucho. Entre su hotel y mi departamento. Cogiendo como niños salvajes. Claro, que el niño sería él. Y yo la salvaje.
Cuando se fue me dejó anotada en mi agenda su dirección en Nueva York. Vivía en Manhattan. Hace poco encontré esa vieja anotación escrita en imprenta. Tenía una letra muy prolija.
Tengo guardadas todas las agendas que voy dejando completas año tras año. Son la recopilación de las cosas que viví, porque anoto todo, y hasta pego los tickets de embarque de mis viajes, las entradas del cine, del teatro. Mis agendas son mis hojas de ruta por esta vida.
Al mes que partió, se me cruzó por la cabeza que sería lindo enviarle una tarjeta de Buenos Aires diciéndole que la había pasado bien. Nada más. Una ternurita con el Obelisco de por medio. Recuerdo perfectamente el día que llegué del trabajo y encontré el sobre con el enorme sello rojo que decía en inglés “domicilio desconocido”.
No pensé nada, porque "primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento", como cantaba el Polaco en mi auto esa madrugada lluviosa.


* Foto: Sebastián Januszevski

Multiple choice

Elegimos una película de amor, porque no quisimos ir a ver dramas. Aunque... ¿hay mayor drama que mirar una de amor cuando una está sooooooliiiiiitaaaaa?
En realidad, también porque queremos hablar huevadas cuando termina, del tipo: viste la panza de Kevin Costner, o yo me quedo con el otro, o la actriz se volvió a operar las tetas, ¿no las tenía más grande que en la película anterior?, y cómo le dio al botox, para las guachas no pasa el tiempo, o cómo me calienta ese pedazo de actor. O simplemente suspirar, una forma de sacarse los deseos de adentro.
Cosas que sólo las mujeres pueden decir, puro chusmerío, barato, cruel y totalmente frívolo. Delicias para comentar café o birra (cerveza) de por medio y de las cuales los hombres están excluidos.
Y si bien hablamos después, también lo hacemos antes. En un coffee pre- cine iniciamos la habitual "charla de peluquería", aprovechando los 40 minutos que faltaban para la peli que íbamos a ver.
Loli no estaba porque se había ido unos días a Punta del Este. Pero vino Caty, una amiga de Mona, con la que salimos de vez en cuando.
Justo cuando estamos tomando el cortado, surge el tema de un email que mandó Loli, contando su última conquista amorosa esteña.
- Me escribió un email donde me dice que conoció un uruguayo y que es el tipo más duro con el que estuvo- dice Mona abriendo los ojos con cara de morbosa total.
-¿Duro de merca? – pregunta Caty, que trabaja en producción de televisión desde hace años.
-¿De pija dura? – preguntó yo, casi al unísono.
- No boludas, duro, fibroso, todo musculoso- aclara ella.
- ¡Ah! – decimos las dos – como tu ex...
Me quedé pensando que cada uno le hace la interpretación del caso a un asunto. ¿Por qué la mente frente a una palabra trae visiones diferentes?
Dicho esto nos morimos de risa pensando en que había visualizado cada una. Y nos fuimos a masoquear un poco al cine, con la peli en la que el protagonista se queda con la chica, casi en el minuto final. Como siempre.

Consumo femenino

“El suspensor deportivo para hombre fue creado en 1874. El corpiño para deportes fue inventado en 1977. Aquí viene el dato: cantidad de corpiños deportivos vendidos en el primer año: 25 mil unidades; cantidad de corpiños vendidos en 1995: ¡42 millones!”.
La puta entonces somos muy compradoras, es lo que pensé cuando leí esto.
Al instante me sentí bien, pues mi tendencia a llenarme de cosas, entonces no tendría que ver con ese vacío afectivo del que hablaba mi psicólogo, el que pretendo llenar con objetos materiales, sino con que al fin y al cabo soy mujer y estudios precisos demuestran, que las que compramos más somos las féminas.
Menos mal, porque pensar que tenía un agujero por ahí que no se llenaba con nada, me tenía preocupada.

Prefiero ser alguien que está dentro de las estadísticas. En ese artículo también leí que el 65% de las decisiones de compra de un automóvil son tomadas por nosotras ... pero paradójicamente sólo el 7% de los vendedores de autos son mujeres.
Aunque si lo pienso bien, no es paradójico que pongan vendedores hombres si las que compramos o decidimos la compra somos las damas. ¡Y los vendedores de autos son tan zalameros!
Está clarísimo: las mujeres compramos más que los hombres.
Compramos más corpiños deportivos, champúes, jabones, cremas, camisas, pañuelos, medias, bombachas, perfumes, aros, zapatos, chocolates, golosinas, consoladores… hasta automóviles. Y, también según el artículo, aunque se piense lo contrario, calzado deportivo.
Hay teorías de consumo que sostienen que la mujer compra recolectando. Es una recolectora, va de un negocio a otro, de una prenda a otra, y va, y va, y va… hasta que elige lo que quiere.
El hombre es un cazador, donde pone el ojo pone la flecha, o la bala, quiere un par de zapatos, mira, lo prueba si le queda bien se lo lleva, no empieza con que el marrón me viene mejor para el traje chocolate, pero no para el negro o el gris, pero el negro es de cuero muy brillante y esa costurita no me gusta porque me hace el pie más ancho...
Dicen que somos así porque en un comienzo cuando de shopping no tenía idea la civilización, las mujeres recolectábamos granos, los de comer, y los hombres cazaban animales, los que se comían también.
Y puede ser que ese instinto se mantenga a través de los siglos, por los siglos, amén. Quizás por eso, una de las cosas que el hombre detesta es acompañarnos a hacer las compras. Mirar vidrieras es una categoría que no existe en su idea de paseo. Sería como mandarlo a cazar un tigre con la bolsita de las compras en la mano.
Entonces, debemos pensar en esto y dejarlo en una plaza, para que retoce al aire libre, y se contente con la vista de algún venado apetecible (aunque a veces no se contenta con mirar),mientras nosotras vamos con la canasta y la billetera con provisiones, a recolectar algunas cositas que liquiden por ahí.
Siempre queda la posibilidad de que la remerita divina por 10 pesos que vimos en el primer negocio, nos entre y combine perfecto con la pollera que compramos ante de ayer, y que no tengamos que caminar 10 cuadras, y entrar a 20 negocios en la búsqueda eterna del "grano" perfecto.

Solteras no codiciadas

¡Ya estoy harta de las listas de solteras codiciadas!
Actrices nacionales o extranjeras, minones infernales, mujeres de perfección total, algunas bajo cierta ayuda del photoshop, o de la cirugía, pero mortales al fin y al cabo.
¿Por qué nadie hace una de “solteras no codiciadas”?
Esa raza de mujeres que desean casarse pero que no entran en la lista de cosas codiciables para otros. Claro, que no sería un top ten, sino algo más extenso.
¿Cuántas “solteras no codiciadas” habrá en el mundo, haciendo a un lado la cuestión económica que es un factor importante para una buena codicia?
Porque ante un buen culo y buen par de tetas, el tema dinero es excluyente para muchos. Sin embargo...hay que tener un buen culo y tetas, cuando los 40 están más cerca que los 30. Y el altar, o la relación que quite el soltera de la casilla de estado civil, se aleja cada día más.
Quizás, porque parte de ser codiciada es tener un buen cuerpo, todas las minas están obsesionadas por lograrlo aunque sea fuerza de golpes, de golpes de masajes de todo tipo empezando por los reductores, reductores del presupuesto.
Y ni qué hablar de la celutitis. Si viviera mi abuela, diría: celu… ¿qué?
Ya me tienen cansada y hasta asqueada con ese deseo de perfección física. Ni que fueran griegos pero de la antigüedad.
¿Es que un minón infernal tiene oportunidad de ser más codiciada que una con buenas ideas y buen corazón?
Más que una pregunta retórica, es una pregunta boluda. Ya nadie piensa en lo que dijo Sócrates una vez (y yo dos en este blog): “la hermosura es una tiranía de corta duración”.
Parece que somos proclives a las tiranías durareras, sobre todo en América.
Es cierto que la presión de la sociedad pedorra en la que vivimos ejerce ese efecto. Buenos Aires se ha ido transformando en una ciudad "careta". Hay lugares que dan ganas de vomitar, en los que todos parecen uniformados. Chicas escuálidas con hombres musculosos. Hombres musculosos con chicas escuálidas.
Estoy harta con estas cosas. ¿Por qué mujeres de 40 y pico quieren competir con chicas de 20? Y esto, naturalmente ya está predestinado a ser un fracaso, o en todo caso una lucha casi inalcanzable para las féminas que no aceptan la belleza propia de su edad.
La vejez es algo de lo que todas (os) quieren escapar, sin pensar que es algo que el cuerpo tiene que pasar. Es como pretender nacer y ser adolescente, sin dejar de ser bebé o niño. Las arrugas, esas marcas de que la vida pasó por nosotros, son un valor que nadie quiere llevar.
Cuando llego a un lugar y sólo escucho hablar de las nuevas cremas para la celulitis, charla que se incentiva con la llegada del verano, huyo despavorida hacia otro lado.
Y perdonen congéneres, pero hay cosas que se fueron de las manos. Aunque las marcas de esas cremas anticelulíticas nunca publiciten en este blog.
Está bien mantenerse en forma e ir al gimnasio, si les gusta ir al gimnasio; comer verduritas hervidas, si les gusta eso. Pero de ahí a transformar su vida en una carrera contra el tiempo, lo veo una locura.
Comen poco, pero se mueren de hambre, están histéricas y cuando pueden se dan tremendo atracón para luego estar dos días a frutas o a líquidos; corren por la mañana pero odian ponerse las zapatillas, van al gym, pero no les gusta hacer gimnasia y menos aparatos. Su vida es una queja inconclusa.
Todo lo que hacen no es por deseo interno propio, sino por agradar a los ojos del otro.
Agradar, gustar, pertenecer. Quizás para entrar en la zona de codicia, y a veces a pesar de todos sus sacrificios, ni así entran.
Es que la sociedad actual nos priva de la belleza de las cosas interiores, y no lo digo porque sea fea. Bastante normalita, tampoco belleza de póster.
Lo digo simplemente porque estoy harta de tanta superficialidad.

Deseo

Quiero que me toques, que me pases tu mano por la espalda, que descienda y se pierda en mi más profunda humedad. Quiero que me huelas, que acerques tu nariz a mis mejillas, que la hundas entre mis pechos, que hurguetees con ella entre mis piernas. Quiero que me acaricies sólo con tu mirada, con tu apetito contenido, con tu ímpetu de hombre en celo, con tu pasión exacerbada. Que me destapes, y me alcances en toda mi extensión. Que siembres pétalos de rosas en mi vientre, y que los soples suavemente haciéndolos volar como pequeñas mariposas rojas. Quiero bocanadas de tu aire sobre mi piel, como una suave brisa de la que nace el huracán, el huracán de mi deseo. Quiero que me aprisiones entre tus brazos, que no me sueltes, que me tengas pegada a vos, que me respires junto al oído, que me susurres cosas sin sentido, que jamás entenderé. Quiero que te hundas en mis tempestades y que cuando llegues a tu gozo, y estalles dentro de mí, sientas que ya nada importa.