Creatividad femenina

Las mujeres podemos ser las personas más creativas del universo. No exagero. Lo podemos ser cuando hay un hombre en cuestión. Siempre hay algo que se puede maquinar, conseguir, decir o hacer cuando se presenta la oportunidad de ir tras un señor que nos quita el sueño. O que, simplemente, nos intriga.
Podemos inventar las excusas más creíbles (o increíbles) para llamar a un chico por teléfono que nos gusta. Excusas que, por supuesto, a pesar de ser creíbles (o increíbles), no pierden su carácter de excusa.
La historia que voy a contar no la viví yo, sino una compañera de trabajo de una amiga de una amiga mía. Suena confuso, pero doy fé de que es una historia real, con personajes con nombre y apellido, que no pongo por expreso pedido.
La protagonista del relato es una señorita, o señora, separada y con hijos, que está recorriendo la cuarentena, y no me refiero a ninguna enfermedad, sino a los sucesivos cumpleaños que la alejaron de la treintena.
Cuarentena. ¿No genera un cierto prurito la sonoridad de la palabra?
Siempre comento que uno dice: “es una treintañera” y suena jovial y hasta divertido. En cambio, “es una cuarentona”, ya suena a vetusto. Ona, ona. No tiene el sonido a campanita de ñera, ñera. Cuestiones de sonoridad exclusivamente.
La señora del caso que estoy contando trabaja de secretaria en un centro médico donde atienden varios traumatólogos. Justamente su compañera de trabajo, amiga de mi amiga, es la que comenzó con esta historia cuando se dio cuenta de que no veía bien, y recurrió a un oftalmólogo, el cual atendía en otro centro asistencial.
En las sucesivas consultas, descubrió que ese hombre era "el ideal" para su compañera. Hay mujeres que nacieron para hacer de Celestina, Mona una de ellas, y ésta, otra.
Le habló de su amiga, y le dijo que la tenía que conocer. Vaya a saber con qué ardid lo convenció, esta parte no me fue bien narrada (yo supongo que el especialista en ojos estaba más interesado en la Celestina que en la otra). Por el motivo que fuera, logró que un día el médico le alcanzase una receta a su trabajo, con tal mala suerte que justo ese día la señora protagonista no había ido. Estaba enferma.
Se había perdido de conocer al supuesto galán que le había conseguido su compañerita de tareas. Pero, como dije al principio, las mujeres solemos hacer las cosas más insólitas, más descabelladas, y a la vez más creativas en pos de conocer a ese hombre del que nos hablaron tanto. Inventamos razones, cruces casuales, llamados absurdos, e-mail encubiertos. Y toda un artillería de situaciones para obtener lo que queremos.
Así que, la señora que no pudo conocer al candidato, a pesar de que veía perfectamente, un día se pidió un turno para asistir al oftalmólogo. Ya se imaginan a cuál.
Cuando se sentó en el consultorio, y él le preguntó, como es habitual: ¿cuál es el problema que la aqueja, o que la trae por aquí? Usted, dirá.
Ella le contestó:
-Yo veo perfecto, sólo vine a conocerlo y a devolverle la visita - aclarándole el verdadero motivo. No tengo referencias verbales de lo que dijo el señor facultativo, ni de qué cara puso. Sólo me comentaron que cuando le pidió su teléfono, ella le señaló la ficha y le dijo: ahí están todos mis datos, que por supuesto la eficaz secretaria había llenado, como con todos los pacientes.
Si se hacen ilusiones de que el doc llamó, deséchenlas. Nunca la volvió a llamar, ni por supuesto a pasar por el centro médico. El otro centro.
Fue un hombre que no valoró la creatividad femenina, la estrategia a la hora de buscar el amor, la impronta maravillosa de una mente de mujer. Seguramente, archivó la ficha con un enorme cartel que decía: loca, abstenerse.

Amor eterno

Me conmueve el amor en la vejez. Me emociona y me hace sonreír sin proponérmelo. Es que a veces son tan tiernas las parejitas de viejitos que van de la mano caminando tan lentamente por la vereda, o que están sentados en un banco de una plaza, o en un barcito, en una actitud total de paz, siempre tomados de las manos, muy unidos.
La bestia de Mona me dice que están tomados de la mano para sostenerse porque si no se van a la mierda. Es una bruta, carente de corazón, o romanticismo. Yo le retrucó que es una falacia, aunque reconozco que a veces a simple vista parece que necesitaran el apoyo.
Cuando miro esa escena siempre me acuerdo de mis abuelos maternos. Ellos representaron para mí la idea perfecta del matrimonio y el amor. Cumplieron las bodas de oro, y renovaron sus votos matrimoniales hasta que la muerte los separe. Y la muerte los separó.
Primero murió ella, y luego, al muy poco tiempo, en menos de un año, él. Todos dicen que se murió de tristeza, que no pudo superar la pérdida y creo que fue así.
Si tengo que pensar en un recuerdo así rápido, como cuando te dicen: a qué te suena tal cosa, me viene la imagen de ellos dos mirando televisión, ni sé qué programa, ellos dos tomados de la mano. También muchas noches jugaban a las cartas después de cenar y peleaban como dos chicos. Él siempre le hacía trampa, y ella lo sabía.
Mi abuela me decía: no te creas que tu abuelo es un santo. Es cierto era poseedor de un carácter muy fuerte. Pero, se ve que esa mujer tan bella, que tenía unos enorme ojos verdes esmeralda, que todos comparaban a los Amelia Bence, sabía domar a ese hombre bravo, que usó chambergo hasta el último de sus días. Y que decía conocer a los hermanos Nilsen, de Turdera, que retrató Borges en su cuento La intrusa.
Siempre le preguntaba sobre esa historia de amor trágica. Y él me mostraba donde había estado la casa de los hermanos, justo al lado de unas vías del tren. Nunca dudé de sus palabras, después de todo Borges, iba mucho a Adrogué, que está pegadito a Turdera, en la zona sur del gran Buenos Aires.
No sé si encontraré a esta altura casi en el recodo que me lleva a los 40, a un hombre que esté conmigo hasta… dicen que llegaremos a ser centenarios..., pero achiquemos, hasta los 80. Lo cual es un buen tirón. Me gustaría.
Sé que quizás se pelearon alguna vez, o más, pero jamás nadie los vio, si lo hicieron sólo ellos lo saben. Sé que estaban juntos porque se amaban, y no sólo porque se soportaban, o porque preferían disimular, luego de tantos años.
Sé que el amor de mis abuelos fue perenne, que juntos construyeron una historia de hijos, nietos, y hasta biznietos. Sé que a menudo no es así. Pero, a través de ellos comprendí que a veces el amor se da con una persona con la cual se vive para siempre.

El súper héroe

Hay hombres que siempre quieren rescatarnos. Serían los Clark Kent del amor. Y no es que nos vean en peligro, gritando sobre la cornisa de un edificio, o atadas sobre las vías del tren. Nada de eso, ellos actúan así porque se sienten en la obligación de salvarnos de lo que imaginan que nos hacen los otros.
Lo peor es que a veces, muchas veces, casi todas las veces, de lo único que debemos salvarnos es de ellos. Claro, que eso ni con los rayos x lo verían, porque ellos son los súper héroes de la relación. Y sólo buscan nuestro bien.
Así, el hombre héroe se peleará con quien ose siquiera levantarnos la voz en una fila de supermercado, se nos pase en la cola del banco, o nos empuje involuntariamente en la salida del subte. Es capaz de llamar a nuestro jefe para decirle quién se cree que es él para hacernos quedar tan tarde, o no pagarnos lo que nos corresponde.
También irá a tomar un café con nuestra adorada madrecita, que puede convertirse en la peor de las malvadas, para decirle que siempre prefiere a otro hijo, que por su culpa, por su culpa, por su grandísima culpa nosotras gastamos fortunas en terapia. Incluso puede discutir hasta la muerte con nuestro hermano si piensa que en algo nos perjudicó, quizás en servirse el último trago de la gaseosa, o en nacer primero, o último. O simplemente en nacer.
Si descubre que nos peleamos con una amiga, enseguida armará una reunión para aclarar los puntos. Sacará a toda persona indeseable de nuestro entorno, o sea limpiará de villanos nuestro camino. Ese amiguito de la primaria que nunca toleró, y que seguro es Lex Luthor, o el compañero de trabajo que nos trae en auto de vez en cuando, y que según él tiene dientes de vampiro, que quiere clavar en nuestra yugular o vaya a saber dónde.
El héroe nunca descansa y tiene su traje hasta debajo del pijama. Siempre seremos su damisela en peligro. Todo es un acto de defensa hacia nuestra persona, defensa que, dicho sea de paso, de ninguna manera solicitamos. Nunca dijimos: ¡oh, y ahora quién podrá ayudarme!, o el más universal: ¡socorro!, o el muy inglés: ¡help!
Y si una hace el amague de decirle que pare, stop, basta, que podemos defendernos solas, que no necesitamos su ayuda y que ¡no haga más escándalos!, se sentirá ofendido, dirá que es un incomprendido, que sólo lo hace por el gran amor, el inmenso, puro y desinteresado amor que nos profesa, que no soporta que nadie haga daño a su princesita adorada.
Quiere que nada perturbe nuestra vida, que nadie resople cerca de nosotras, y por sobre todas las cosas, que siempre seamos felices, y que nuestra felicidad recaiga sólo sobre sus espaldas, que para el caso no necesitan ser musculosas.
Muchas veces, el súper héroe actúa en silencio, tramando, haciendo y deshaciendo cosas sin que sepamos realmente con quién habla, a quién llama, o a quién amenaza bajo el lema de la justicia, qué cómplices tiene, qué alianzas urde, o qué propósitos persigue, pues como un buen súper héroe debe mantener una doble vida, y ocultar la otra faceta de su persona.
Llega un momento en que una desea que al final algún malvado la ate en serio a las vías del tren Roca o Mitre, y que jamás aparezca el súper héroe, sino que venga un verdadero convoy y le pase por encima, porque siente que la muerte dolerá menos que estar al lado de él.
Vivir al lado de un súper héroe es a-g-o-t-a-d-o-r, y si no pregúntenle a Luisa Lane.