El remisero

Un remise me pasa a buscar todas las mañanas y otro me trae a la noche. En todas estas semanas que estuve viajando en remise, pude hacer un relevamiento de los tipos de hombres que pululan en esta profesión. Obvio, que es una visión totalmente personal, pero no menos veraz.
Está el señor mayor vencido al que le faltan pocos años para jubilarse, este es un tipo tranquilo, y tiene una actitud hasta casi paternalista, te habla siempre de su familia, de sus nietos. Nunca una doble intención, los temas de la charla giran sobre la comida y el colesterol. No sé por qué siempre manejan muy mal; miro por la ventanilla como todos lo putean mientras él no sé da cuenta de los quilombos que hace y sigue manejando como si nada. Supongo que él no se da cuenta...
Está el pibe joven estudiante de unos dieciocho, suele vivir muy lejos de donde trabaja, por ejemplo, Florencio Varela o Escobar, y te dice que no trabaja cerca de su casa porque "afanan" mucho y además las remiserías no pagan nada. Y quizás por vivir lejos ni tiene idea dónde quedan las calles de la ciudad, y te dice: me indicás cómo llegar. No suele haber tanta charla, y si la hay es totalmente intrascendental, del tiempo, las calles, el tránsito, o cualquier boludez del momento. O simplemente va con la radio prendida, y no se habla de nada.
Y está el langa, el remisero ganador, por lo general tiene algo de pinta -aunque no es excluyente de esta categoría-, es un agrandado, todo el tiempo quiere demostrar que él es alguien muy superior para este trabajo, además -y por supuesto- es el más solicitado de la agencia, nunca lo pasan por encima, siempre tuvo un trabajo mejor al que renunció porque le rompían las pelotas, estos trabajos no bajan de la gerencia de algún lado. Dice conocer de vinos, perfumes, etcétera. Viajó por todo el mundo, y si hace deportes son de riesgo, por ejemplo, tirarse en paracaidas, y si hablamos de tirarse, por lo general "te tira los galgos".
Últimamente me viene a buscar el mismo chofer, que entraría a la perfección en este tercer grupo. Esta continuidad, no de los parques, sino del remisero, está creando una situación un tanto particular que llena las arcas de mi investigación del mundo del remise. Me quiere levantar, obvio con su modus operandi, pero lo gracioso es la forma en que actúa, y que casualmente es muy similar a la de los taxistas.
Y es ahí cuando me pregunto, si de acuerdo al trabajo del hombre existe una forma de levante particular, o si la forma de levantarse a una mina tiene que ver con la propia personalidad.
¿Hasta qué punto influye la profesión del individuo?
Día a día el remisero me va tirando información de su persona, pero no directamente. Siempre la información viene como complemento de otro dato, por ejemplo. “Me quejé porque estoy laburando un montón, y yo le dije: mirá está bien que esté solo y no tenga familia, pero yo tengo vida, sabés…”. Siempre deja en claro que él está solo y siempre incluye esa frase dentro de otra.
Este remisero es más joven que yo, es más según mi visión yo vendría a ser una tipa grande para él. La última vez que vino me dijo algo de su madre.
-¿Cuántos años tiene tu mamá?
-Cuarenta y cinco- me contestó y tras un breve silenció agregó: la misma edad de mi última novia.
-¿En serio? - le dije casi como un "no jodás".
-Sí, a mi me gustan las mujeres grandes, vishtes- me dijo dándose vuelta y mirándome con ojos entrecerrados- Las pendejas no me las banco.
-Qué casualidad a mi también me gustan los hombres grandes, visssste. Mi último novio tenía 60 años. Yo tampoco me banco los pendejos, en eso nos parecemos.
Se dio vuelta, no dijo nada, siguió manejando y luego sentenció.
-Hoy va a salir el sol.
Debería haberle dicho el texto que dice Gwendolin, en La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde: “Le ruego que no me hable del tiempo... Cuando la gente me habla del tiempo estoy totalmente segura de que quieren decir otra cosa...”.
Pero sólo le dije: Sí, va a salir el sol.
La verdad, no sé con quién estoy más segura con este lanza galgos insoportable o con el viejo con el cual puedo estrolarme en alguna esquina de Buenos Aires.

Trivialidades

Dejamos las pizzas a la parrilla y los mozos buenos mozos para irnos de té five o'clock con tostadas y mucha charla. Me encanta ver a las chicas y hacer como esos programas de computación que te envejecen y pensar que dentro de unos tantos años seremos señoras mayores sentadas tomando té. Espero que no seamos "señoronas" mayores, o esas viejas súper estiradas que me hacen acordar a la de la película Brazil.
Ellas están en su propio universo y yo en mis pensamientos futuristas sólo puedo ver moverse sus bocas acaloradamente.
-Imaginen cuando tengamos unos setenta años y estemos tomando un té, ¿seguiremos hablando boludeces?- les digo haciendo voz alta mi pensamiento. Todas dejan de hablar y me miran.
-A este ritmo, lo que no sé si seguiremos vivas a los setenta. Yo no creo llegar, con tanto “escuatro” que tengo, y vos ni hablemos si seguís en esas doce horas de laburo diario- salta Mona mientras coloca dulce light en la tostada de pan casero, una bruta tostada que ridiculiza por completo al dulce diet.
-No sé si llegaremos, pero estoy segura de que seguiremos hablando de cosas que no hacen nada por el bien de la humanidad- le dice Violeta y nosotras nos matamos de la risa sabiendo de la intrascendencia de esas charlas en días que nada importa, salvo la gordura.
Todo fluye en ese universo femenino de la charla porque sí, de la charla incongruente, de la charla profana, son esas charlas liberadas por completo de traumas, problemas o preocupaciones. Nadie ha salido con nadie, no hay ninguna hazaña sexual para contar, nadie llora un amor perdido, ni un amor imposible, (aunque los amores imposibles no suelen llorarse sino suspirarse), nadie perdió su empleo, ni odia a su jefe, nadie se cambió el color de pelo, ni está preocupada porque no le vino o porque le vino, nadie está pendiente del Chat o de los MSN, ni tiró una pregunta crucial para debatir, ni fue engañada, nada grave, todo trivial y encantadoramente intrascendente, sin motivo, sin causa.
Sólo una charla tomando té, sacándole el cuero a cuanto mortal está en el local, y hasta al dulce light que no tiene mucha pinta de serlo, sacándole el cuero con la más exquisita perfección que puede darle un conjunto de mujeres, como esas señoras de barrio que salen con la escoba a la puerta, donde la escoba forma parte de la escenografía del chisme, y la vereda queda sin barrer luego de tres horas de charla.
La tetera, las tazas y hasta las tostadas gigantes de pan casero en la panera de madera nos brindan la coreografía perfecta para que estemos juntas una vez más hablando las pavadas que hacen que una tarde de sábado en un local de Palermo pueda ser el lugar perfecto para sentirme bien en medio de la caótica ciudad, para sentir que me importa un carajo que no resolvamos nada importante por lo menos en esa única hora. El mundo y los problemas, las tristezas y los llantos estarán igual cuando salgamos de ese lugarcito en el que hoy nos olvidamos de todo. Salvo la gordura.