El baboso

Para el baboso la vida pasa a través de tetas–culo, culo-tetas. Siempre en su conversación estarán presentes estas palabras, además de los remates consabidos, está p’darle, o cómo me la comería, o frases similares acompañadas de mirada lasciva y gestos más que burdos, puede también terminarlas con una risa estentórea, o interjecciones del tipo, aggg, uggg, etcétera. En muchos casos todas estas reacciones vienen con un bonus track de gala de potencia masculina, que siempre está por verse. (El que mucho habla poco aprieta.)
Ante una presencia femenina, ya sea de paso o instalada en un lugar, el baboso siempre hace un comentario sobre los atributos de determinada señorita, pero nunca habla de unos hermosos ojos, sonrisa perfecta, simpatía absoluta, gusto exquisito para vestir, conversación divertida, personalidad avasallante, o tobillos delgados. No, nada de eso.
Su discurso siempre, siempre, está dirigido a las partes que exceden la línea de la columna vertebral. Y no hablo de jorobas o narices. No, hablo de esas prominencias con que la naturaleza dotó a la mujer, que a veces con la ayuda del hombre (que ha pasado por la Facultad de Medicina) pudo agrandar, o bien perfeccionar, y/o, en caso de falta, adosar. Hablo de pechos y glúteos, de tetas y culos. La boca femenina también es una parte que tiene mucho impacto en un baboso, y por lo general se la asocia a las labores en el sexo oral, con conclusiones del tipo, esa trucha está hecha para chupar, o, qué boca de petera.
Hay dos clases de babosos: el baboso democrático, al que le viene todo bien, y puede babosear a doña Juana que va con su bolsa de almacén y ojotas; o el selectivo, aquel que sólo babosea a cuerpos perfectos, o mujeres hermosas, que jamás de los jamases le darían bola. Porque, por lo general, y lo más gracioso, es que el baboso selectivo no es Brad Pitt, ni siquiera Pitt, y menos Brad, no es un dechado de majestuosidad varonil, no tiene un cuerpo perfecto, ni músculos trabajados, ni nada de esa perfección que busca en una mujer. Y tampoco tiene una billetera abultada (de billetes, no de papelitos), arma mortal para matar galanes.
Ambas clases a su vez puede dividirse en: el baboso verbal, o el gestual o mudito, en este último caso, no emitirá palabra pero su mirada hablará por él.
Otra particularidad del baboso selectivo es que es un experto no sólo en babosear, sino también en criticar el cuerpo femenino. Todo cae bajo su lupa pegajosa. Si una actriz de estas que nacieron como la germinación del poroto en vaso, una vedette, gato, o putita cara, como quieran llamarla, de esas que pululan en revistas donde la tapa es un culo a dos aguas, o dos tetas en do mayor, engordó unos 500 gramos, el baboso remarcará este hecho diciendo, mirá que chancha está la fulana, o nena dejá los dulces. Y una piensa, cómo te morirías si esta chancha te diera bola.
Pero, no sólo hace esto con las chicas de tapa. Otro hecho trascendental en la vida de un baboso es cuando llega una minita nueva al trabajo. Porque toda mina que camina (y más si es nueva) cae bajo su análisis babosístico. Y si la chica es linda, o fea, pero bien dotada, y no de inteligencia, será interminable su accionar pringoso alrededor de ella.
También se formará un séquito de babosos, porque es raro que esta especie ande sola, sobre todo en el ámbito laboral, por lo general se rodean de uno, o dos más, de la misma calaña.
No es excluyente de esta categoría que sean solteros. El baboso puede participar de todas las categorías de estado civil. Pero, un baboso jamás hará gala de este comportamiento enfrente de su mujer, automáticamente pasa a la categoría, de “yo estoy castrado para otras”. Esto en el plano verbal, ya que si una lo mira detenidamente, puede leer en sus ojos vidriosos lo que no puede verbalizar, porque la procesión va por dentro y la baba le cae como un hilo invisible de su labios.

Pic: Professional Recreationalist

Licencia por mal de amores

“Los trabajadores que tengan problemas sentimentales en una empresa de marketing de Japón pueden tomarse tiempo libre pagado tras una ruptura complicada, y la firma dará más días a medida que los empleados vayan envejeciendo”. Así informaba hace unos días un cable de la agencia de noticias Reuters.
Los japoneses son geniales, se dan cuenta de que una persona con mal de amores no puede realizar bien sus tareas, a riesgo, también, de meter la pata de una forma considerada. Yo con mal de amores, o con problemas sentimentales, soy la pelotuda más grande que hay, me olvido de todo, todo me cae mal, me duele el estómago y puedo estar viendo la pantalla de la PC como media hora con la mente totalmente en blanco. A todo esto hay que agregarle una buena dosis de llanto por cualquier cosa. El baño del trabajo se convierte en la guarida de las lágrimas. Cuando corté con mi segunda pareja lloré tres días sin parar. Sí, seguidos, no podía interrumpir el llanto. Y al tercer día tenía los ojos peor que si hubiera peleado con la Hiena Barrios.
Luego viene la etapa de contar a las amigas, compañeras, cadetes, chico del delivery, motoqueros, recepcionista, ascensorista, o sea hablar con “todos” del tema. Algunos opinan sin que se les pregunte, a otros hay que preguntarles. Porque en esos momentos necesito que me digan que soy la mejor persona del mundo y que el que está equivocado es él. Todos suelen decir, que "es lo mejor que pudo haber pasado", que "él no era para vos", rematado con "te mereces algo mejor", que esto y que lo otro, y la verdad que no escucho nada, aunque parezca que presto la mejor atención, porque lo único que quiero es despertarme y que todo siga como antes, o por lo menos que no sufra más. Porque me acuesto pensando en él y me levantó pensando en él.
O sea en esos momentos post ruptura no soy una trabajadora eficiente. Si trabajase en McDonald’s no sería la empleada del mes. Si estuviera en una foto, estaría con una cara de orto que ahuyentaría a todos los clientes.
Sí, señores japoneses, definitivamente la mujer que está pasando por un problema sentimental no puede ir a trabajar. No rinde. Es una pérdida para el mundo capitalista. No produce. Es una piltrafa que no sirve para nada.
La compañía que hizo este anuncio es Hime & Company, con sede en Tokio. Ellos consideran que la "baja por pena" permite a los empleados llorar sus males y volver renovados a trabajar. "No todo el mundo necesita tomar la licencia por maternidad (no claro, no todo el mundo, sólo las mujeres embarazadas ¿está loco este ponja?), pero con mal de amores todo el mundo necesita su tiempo, igual que cuando se está enfermo", dijo a Reuters el presidente Miki Hiradate, cuya compañía de seis mujeres comercializa cosméticos y otros productos femeninos. O sea, que la licencia no cuenta para hombres. Pero, ellos también sufren, ¿o no?
En esta compañía las empleadas de 24 años o menos pueden tomar un día libre al año, mientras que las que tienen entre 25 y 29 cuentan con dos y las mayores de esa edad pueden librar hasta tres días. "Las mujeres veinteañeras pueden encontrar con rapidez un nuevo amor, pero es más difícil para las que tienen 30, y sus rupturas suelen ser más graves", afirmó Hiradate.
Hidarate sos un desgraciado. Tengo amigas de 20 y pico, que sufren tanto por las rupturas que se merecen los tres días de asueto, y a las que les cuesta encontrar un nuevo amor, como a las otras, las más grandecitas.
¡Qué joder! ¿Por qué todos se ensañan con las de más de 30? ¡Es difícil para cualquier edad encontrar con rapidez un nuevo amor! Después de todo los amores no vienen con repuesto.

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480 segundos

-Daaaleeee anotáte, ¿qué son 70 pesos?, con toda la guita que te gastaste en las disco, en cenas, en pilchas, todo para conseguir un tipo. Hacéme la pata, daaaaleeee, no seas jodida.
Mona quiere convencerme de que vaya con ella a reuniones speeding date, o sea citas rápidas, donde te sentás en una mesa y van apareciendo hombres (te aseguran por lo menos diez, ¡diez!), los cuales tienen 8 minutos cada uno para hablar con vos.
Escena típica de comedia romántica en la que los tipos son todos desastrosos, nunca aparece uno que valga la pena. Y si quieren algo más bizarro, en la película Virgen a los 40, está la escenita donde a una de las chicas que se sienta enfrente de él (Steve Carell) se le escapa una teta de un prominente escote.Y ella como si nada, bla, bla, bla, y él que no sabe dónde mirar.
De esto se trata. No de que se escape la teta -aunque puede lograr algunos bonus más-, sino de conocer a varias personas en un tiempo breve. Es ahí a donde quiere ir Mona, y no sólo quiere ir, sino llevarnos a nosotras.
Violeta le borró violentamente la idea de la cabeza.
- Eso no es para mí, con lo tímida que soy, cuando empiece a hablar ya se fue el último. Voy a parecer una tarada que sólo usa monosílabos. Paso.
-No seas tonta es en un bar, te chupás varios tragos antes, y te juro que le contás tu vida con lujo de detalle en 8 minutos. Vos empedada, sos tremenda Violetita.
Nada, nada la hizo cambiar. Violeta no va. Loli menos. Quedamos Mona y yo. Todavía no le dije que no. Por un lado me interesa como experiencia.
Lo que más me asombró es lo de los minutos, por qué exactamente 8 y no más. Según los organizadores, se necesitan exactamente esos minutos para ya saber si hay química o no. Algo así, como el amor a primera vista. Y aquí cae abajo todo lo que, más de una vez, yo misma proclamé, darse tiempo para no despachar de un plumazo al otro según la primera impresión. Muchas veces me propuse no descartar a un tipo que no me gustó de entrada, ni de salida tampoco.
Sin embargo, las últimas investigaciones realizadas indican que esta primera impresión es la que vale, contrario a lo que se creía que era por efecto acumulativo durante los primeros 5 días. No señoritas, no señoritos, ahora descubrieron que se genera en apenas unos minutos y suele ser, inamovible. I-na-mo-vi-ble. Qué lo parió.
Esta conclusión no está sacada de una deducción cualunque sin título. Como siempre, en estos estudios tan importantes para la continuidad de la raza humana hay una universidad prestigiosa de por medio, en este caso la de Minesotta (no, no voy a agarrar, nada; no hagan rimas), en Estados Unidos. Parece ser que los investigadores Michael Sunnafrank y Artemio Ramírez observaron a unos 164 jóvenes, en encuentros de 3, 6 y 10 minutos. Y luego les hicieron llegar una planillita con un cuestionario, y pin y pan, en donde ponían sus impresiones. El objetivo era considerar la relación que cada uno de ellos estaría dispuesto a llevar con el otro. Con el tiempo concluyeron que el 95% de los jóvenes llegaron a realizar el tipo de relación que habían previsto en el primer encuentro.
Según mi propia experiencia puedo decir que en 3 minutos lo único que podés deducir, es si sus facciones te caen bien y si tiene mal aliento, o dientes amarillos, no pretendás más, entre que se sienta, ejem, se acomoda, ejem, te mira, ejem, y habla, y vos respondes, ejem, ya sonó la campana.
En 6, ya se puede avanzar un poco, y saber cómo habla, qué hace, si tiene o no caspa. También se puede detectar algún tic, o muletilla verbal, comportamiento dudoso, por ejemplo manos debajo de la mesa; o que te toque sin permiso, no debajo de la mesa, sino que tome tu mano o quiera limpiarte un pelusita de la ropa, o algo así, tipo "chinche poroto".
En 10, o te querés casar con él y solo te quedás mirándolo embobadamente, o ya se sabe si hay que suicidarse con la misma date card (la tarjeta donde anotas qué onda con los tipitos), o bien tirarse al piso aduciendo que se te perdió un aro, u objeto similar, durante 7.30 minutos.
Lo bueno de estar en un bar es que se puede chupar, alcohol, para por lo menos embriagarse y olvidar todos los tipos que se vieron durante los 480 segundos.
No quiero ser demasiado escéptica, puede ser (pueeedeeee seeer) que en algunos casos aparezca el amor de tu vida, con el que le contarás a tus hijos que se conocieron en una speed date.
Ma sí, por ahí me doy una vueltita. Hollywood, un amor por la derecha, por favor.

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