Al alemán se lo había topado en un barcito de San Telmo que estaba cerca de un hostel. Los bares cercanos a estos hoteles son un semillero de extranjeros. El muchacho germano era un galán de aquellos, normalito, en todo sentido, sólo se zarpaba cuando chateaban, porque al primer encuentro, donde no pasó nada más que una amena charla -el tipo hablaba español-, ellos as usual siguieron chateando.
El Chat se hizo más frecuente y, send va send viene, quedaron en verse. Aunque, debo aclarar que el tiraba mucha onda sexual en el MSN y mi amiga automáticamente lo frenaba. Pará, pará.
-La verdad no me atraía tanto, pero me pidió tantas veces de vernos que al final accedí-me confesó ella.
La peligrosa hospitalidad argentina. Mona y El Alemán fueron a comer al mediodía a un lugar cerca del trabajo de ella, en Palermo Soho. As pesar de lo diurno de la cita, él le tiró los doberman, pero siempre como un caballero, eran unos doberman educados a los que Mona pudo esquivar. Nótese que dije mediodía y ella debía volver a trabajar, por lo cual no había tomado alcohol. La sobriedad ante todo. Y auf wiedersehen, como una lady.
Se ve que al germano se le quedó atravesado, no el huesito del asado, sino el culo de Mona, porque a pesar de que ella gentilmente le decía “olé” cada vez que venía una proposición para volver a salir, él insistía con germana firmeza, asegurando que no iba a pasar nada, que sólo quería verla otra vez, que Fritz, que Fran.
A esta altura del partido, deberíamos saber que éso es pura mierda, él no quería verla, quería cogerla. Y ella lo sabía bien, no es ninguna boluda, pero confiaba en su fortaleza femenina, que bien todos saben con dos copas de vino se viene abajo como un castillo de naipes.
El segundo encuentro fue a la noche. Cena con vino. Sucedió lo que todos piensan, él le dijo de ir a su departamento, obviamente alquilado por dólares, o euros, y ella accedió.
Lo que nunca se había imaginado Mona era que a medida que El Alemán se iba quedando en pelotas, iba perdiendo la caballerosidad y aparecía un verdadero skinhead del sexo. A veces las personas tienen una personalidad que arrojan al desnudarse, tal como la ropa que se van sacando. En bolas se convierten en otros. Con El Alemán sucedió esto. Cada prenda que iba perdiendo iba transformando a un gentil caballero en un amante furioso.
-Y además, estaba todo depilado. ¡De-pi-la-do! ¡Todo, todo, todoooo! Te juro Mali, era tan flaquito que su cadera era más chica que la mía, y mirá que estoy flaca, qué horror. Su piel era blanca, muy blanca y tenía un tatuaje con letras chinescas en la ingle.
-¿Todo depilado? ¿No sería nadador?-le pregunté imaginándome la situación y reprimiendo mi risa ante su desazón.
-No me jodás, no era nadador, nada que ver. Pero lo peor fue cuando empezó a hablar desorbitado, y a decirme, te gusta el sexo durrro, sexoo durrro, ¡oh!, chica latina sangrrrre caliente, sexo durrrrrro. Y me empezó a poner de acá para allá, patas para arriba, para abajo, y darme masa sin parar, parecía una competencia de lucha salvaje, otra que una gimnasta olímpica, pensé que me iba a matar el bestia. Parecía que estaba con Sigfrido de Kaos. No paraba de decir, latina arrrrdiente, sexo durrrrro.
-¡Pobrrree Mona, de terrror! ¿Y qué decía el tatuaje?- le pregunté riéndome.
-No te rías guacha, qué se yo qué decía el tatuaje, ni le pregunté, pero supongo que diría, “sexo durrrro” en chino-me contestó ella.
-No bobi, si era en chino diría: “sexo dulo"-le dije mientras soltaba una carcajada tan sonora que seguramente escucharían en Frankfurt.
-No bobi, si era en chino diría: “sexo dulo"-le dije mientras soltaba una carcajada tan sonora que seguramente escucharían en Frankfurt.