El Valentinus, la contra fiesta del amor

Si digo que odio a San Valentín, ¿me excomulgarán? Es que en realidad el pobre santo sobre el que se ha armado la parafernalia del amor, no tiene la culpa, y no hay nada que indique que, si viviera, apoyaría el marketing que rodea a la celebración de los enamorados.
Así como el árbol de Navidad es la Navidad, no existiría un San Valentín sin corazones. Rojos, por supuesto. Todo se vuelve un corazón que late al ritmo de la tarjeta de crédito, chiquitos, grandes, colgados flotando con el viento, apiñados en una vidriera, de papel, de raso, de paño, y no vienen solos, ¡nooooo!, vienen acompañados de un ejército de ositos melosos con mensajes que pueden variar entre un “I love”, o “Sos mi amor”, o simplemente, “Amor”.
Reconozcámoslo: el romanticismo tiene un costado muy cursi. Y ojo, que a mi me gusta lo cursi de ser romántico, y lo grito a los cuatro vientos, pero creo que el 14 de febrero desde hace unos años, cuando se importó la festividad del país del Norte, que a su vez la importó de Inglaterra, que no le importó importarla de unos poemas antiguos, ya se pasa.
¡Socorro! Me siento invadida por un universo de amor en colorado que no sé si existe, es como si entrara en la dimensión desconocida de amor envasado en papel brillante, del amor que se vende en tarjetas, o en bombones, del amor que se va desparramando ficticiamente por la ciudad, como una plaga que te ataca hasta en cualquier kiosco, donde los chupetines tiene forma de corazón y dicen: te amo. Estoy trastornada, un corazón más y vomito. Tengo sobredosis de amor comercial.
Miro los tomates del cajón de la verdulería y le pregunto al verdulero, ¿por qué no vienen en forma de corazón?, ¡qué manera de desaprovechar el marketing!

Así como en la serie Seinfeld se creó el Festivus, una celebración en reemplazo de Navidad inventada por Frank Costanza (el papá de George) para contrarrestar el comercialismo, yo voy a imponer el Valentinus.
En el Festivus, no existen las lucecitas, ni bolas doradas, la única decoración es un palo de aluminio, que reemplaza al clásico arbolito de Navidad. También se regala, pero...algo que no te guste, y que al otro le guste menos. Nada de bendiciones y buenas intenciones, sólo se puede descargar diciéndole al otro todo lo que hizo mal el año pasado.
El Valentinus se festejaría todos los 13 de febrero, y sería una celebración que reúna a los ex novios, maridos, amantes incluso, en donde se dicen todo, “todo”, lo que no se dijeron durante la relación.
Esas palabras que quedaron para siempre guardadas en el corazón, que dicho sea de paso, no podrá estar exhibido de ninguna manera en la festividad. Ni siquiera pintado de negro. Y tampoco se escribirán los mensajes en ningún papel, tarjeta, u otro soporte para tal fin.
El Valentinus, contrario a lo que se piense, no es una festividad enraizada en la amargura, o dedicada al rencor, sino a la limpieza. Tampoco podrá haber besos o abrazos, y mucho menos sexo con ex, algo que podría tentar a varios. Y para no caer en tradiciones que luego nos atarían a un símbolo, el Valentinus no tendrá logo, ni siquiera un objeto que lo represente, después de todo el amor que ya no está, no necesita ningún tipo de marketing.