Mis quitapenas

Ayer cuando me reuní con las chicas sucedió algo. Es cierto eso que me dijo Vicent, que entre post y post crecía 25 metros el Perito Moreno. Me di cuenta de cuántas cosas no saben qué pasaron porque no se las conté, como que Loli tiene a su beba, sí es un nena, otra para el clan, pero al final no se casó todavía, está en eso; que Violeta se enamoró casi por primera vez, pero que él la dejó hace unos días, y ahora está mal; que Mona me tiene prohibido contar nadam vieron cómo es ella de supersticiosa (sí vos, no lo podés negar). Pasaron tantas cosas en este último tiempo, como seguramente les habrán pasado a ustedes, la vida tiene eso, como decía mi terapeuta, "nunca golpea la puerta, siempre entra por la ventana". Y la vida nos entró por las ventanas de todas. Y vaya si entró. Pero bueno, de a poco iré poniéndolos al día, como cuando nos encontramos con viejos amigos, y nos vamos enterando de qué cosas pasaon en todo esos años que no nos vimos.
Ayer, Mona volvió de su viaje por Centroamérica, y el regreso ameritaba una "cenita de chicas" como siempre decimos. En medio de la comida, regada por historias delirantes de su viaje, en el que fue acechada por un uruguayo casado, que no entendía las palabras, "no quiero nada con vos", y por navegaciones en lagos que la levantaban a las 5 am, en medio de esas charlas, desordenadas, adrenalínicas y llenas de onomatopeyas, empezó a preguntarnos a una por una, si teníamos una pena.
¿Una pena? Claro, quién no tiene una pena tirada por algún rincón del corazón.
Muy misteriosa saco unas cajitas muy diminutas de su cartera y nos la entregó a cada una. “Son quitapenas”, nos aclaró.
Abrimos las cajitas y aparecieron unos más diminutos muñequitos, eran 6, de diferentes colores. Tiernos, muy tiernos.
-Tienen que contarle sus penas y luego ponerlos debajo de la almohada, mientras duermen ellos se llevarán las penas- nos explicó.
Este momento fue el punto culmine de nuestras onomatopeyas. ¡Aaaaaaaaaaaaaayyyyy! Qué linduritas. Mona pensó en curarnos las penas y nos trajo un souvenir de su viaje para que suceda con algo tan milenario.
No sé si porque siempre hablamos de hombres, los que trajo son todos hombrecitos, me enteré que también hay de mujeres. Son originarios de Guatemala. Dicen que fueron creados para los niños que no podían dormir, por eso debían contarle sus problemas al muñeco y guardarlo bajo la almohada antes de acostarse. De acuerdo al folclore el muñeco se preocupa por el problema en lugar de la persona, permitiéndole dormir tranquilamente. Cuando la persona se despierta, lo hará sin sus problemas, que se los habrá quedado el muñequito.
-Esto es una tradición indígena y está comprobada, no como vos que nos trajiste la pareja de coyitas de Jujuy para que encontremos novios y nunca pasó nada- me espetó Mona.
-Es que ese poder de los coyitas, Mali lo inventó- aclaró Loli riéndose.
Era cierto eso lo había inventado en ese momento, nadie me dijo que si te ponías la parejita ibas a conseguir novio, pero ante la necesidad surgen las creencias, ¿o no? Y se veían tan lindo juntitos, con esos colores tan vivos...
Esto pasó ayer a la noche, todavía ninguna probó la eficacia de los quitapenas guatemaltecos.
prometo ir poniéndome al día con ustedes, conmigo también, y sobre todo con mis quitapenas, que a la noche estarán debajo mi almohada, conversando entre ellos viendo cómo se pueden arreglar mis problemas. No sé si pedir una entrega al por mayor, temo que con seis no alcancen.

Las patas de la mentira

Mi abuela siempre decía que “las mentiras tienen patas cortas”. Cuando era chica imaginaba cómo serían esas patas. En realidad, no me las imaginaba ni cortas, ni largas. Me costaba creer que las mentiras tuvieran extremidades que les permitiese caminar. Al crecer fui entendiendo el significado. Sí, a pesar de sus patas cortas, las mentiras podían caminar. Y cómo.
La otra semana con esto de los mineros chilenos, volví a pensar en esas patas, cortas por supuesto. Aunque a veces cuando se es infiel, o se miente por infidelidad, las patas que puede generar una mentira, más que cortas, serían de un arácnido. Muchas patas para una sola mentira, o tal vez, para una sola verdad.
Yonny Barrios (50) fue el minero número 21 en salir de la oscuridad y no sólo ver, o casi, la luz, sino ver a su amante, Susana Valenzuela. La mujer que vieron otros miles de millones de personas abrazar a Yonny al salir de la mina y que se declaró como “legítima”.
La que tendría que haber blandido la bandera de legítima era su esposa Marta Salinas, con la que lleva casado 28 años. Pero ella se quedó en su casa, y según declaró, no pensaba ni verlo por televisión. ¿Habrá aguantado la curiosidad? Mmmm... me queda la duda.
“Tengo dignidad”, dijo. Actitud que fue respalda hasta por la propia primera dama chilena. ¡Cachai!
Ahora, parece que Susana no sólo luchó contra la esposa para quedarse con su cuchi cuchi, con quien está hace 10 años, sino contra otra jovencita de 25 años que también disputaba la presa. Mirálo al Jonny bravo. Y, con lo que se va a quedar también Susi es con la donación de 10 mil dólares que hizo un millonario para cada minero.
La verdad Susana en su afán por estar con su enamorado logró borrar de un plumazo ante millones de personas el papel de segundona de la amante. Siempre en segundo lugar, siempre teniendo el tiempo que sobra, el que le toca por descarte, siempre escondida. Pero... ésta no se escondió y la jugada le salió redondita. Pasó en una vuelta del destino a ocupar el podio, y el primer puesto.
De todas formas más allá de este final feliz para ella, y más para él, que salió cantando "cuántas minas que tengo", me queda la duda si más de un infiel de larga data, se tomará el tiempo de pensar en esto de las patas de la mentira.
Seguramente, Yonny nunca pensó que se iba a quedar 70 días bajo tierra, y que tanto su mujer y su amante se iban a encontrar afuera. Y encima, que la historia de él y sus 32 compañeros se iba a transformar en el hecho más visto de los últimos años, superando la llegada del hombre a la luna.
Claro, este hombre infiel no podía pensar todo esto, como tantos otros no pueden pensar que a veces las mentiras no sólo tienen patas cortas, sino que se hacen públicas, con televisación o sin ella. Y cuando se hacen públicas, más de uno quisiera estar bajo tierra y ya no por 70 días, sino por unos cuantos más.