No tengo palabra

Uauuu no tengo palabra. Uauuu no puedo creer que diga, y lo peor escriba, esto. Porque como decía un profesor mío de teatro, "lo que no se escribe se pierde para la historia", o sea que una vez escrito quedará para la historia, que no será más que la mía. Una pequeña historia entre millones. Pero les juro que me senté mil veces a escribir en este blog y otras tantas me levanté. Y sentía que les había prometido que volvería. Pero llega el fin de año, y leo que Armando Esteban me pone" volvé cosita" y Garrobito todavía sigue ahí, y Mariuska también, y tantos otros. Y me preguntó qué relación construimos entre todos, que a pesar de no vernos, de no leernos por un tiempo, ni siquiera de conocernos, estamos. Alguien hace poco me dijo que el verbo "to be" en inglés vale tanto para ser o estar, y es cierto, soy y estoy con ustedes, son y están conmigo. Así, como lo hacemos con tantas otras personas, tantas no todas, en algún caso, sólo algunas, en otros sólo una. Yo estoy y soy por ustedes, si no me hubieran leído nunca, si no hubieran entrado a este blog, seguramente no hubiera escrito semana a semana historia tras historia, recuerdo tras recuerdo garabateado en las teclas de la compu. Así, que tal vez ahora que se acerca el fin de año, debería decirles que tengo muchas ganas de volver, pero que no sé si lo haré. Tengo tantas historias para contarles, tantas, que me parece cruel siquiera contarles que las tengo. Pero, las hay, están allí esperando en las gateras de los sueños, esperando para salir, guardadas entre miles de cosas vividas, están allí esperando el momento oportuno. Sólo eso. No es nada más que eso. O es mucho eso. Mucho. Siempre para fin de año escribí algo. Y este no va a ser diferente, tal vez no sea lo que esperan leer. Pero les digo que yo estoy aquí sentada detrás del teclado, y sé que ustedes están ahí , tal vez en este mismo instante viendo un monitor o escribiendo algo en un teclado, casi igual al mío, tal vez a miles de kilómetros de distancia. Y esa es la magia, que ustedes y yo sabemos que estamos. Así que, amigos, dejemos que el tiempo redireccione mis ganas para estar juntos enlazados por las letras, por las historias, por la vida misma. Les deseo un buen año, el mejor. Y eso sólo depende de las ganas que le pongamos para que así sea. 

Quema esos emails

Si sos medio naboleti con la tecnología no te mandés emails con tu amante. Eso le diría a Santiago Bal, como también se lo dije a mi ex, con el que viví en Miami. Porque ambos cometieron el mismo error, eliminar los emails… pero dejarlos en la papelera.
Y aunque parezca cosa de boludos, no lo es. Se los aseguro. Muchos hombres borran a la mitad su infidelidad. A veces me pregunto si en realidad, en el fondo, muy en su inconsciente, quieren ser descubiertos.
Nunca pensé que algo me uniría a Carmen Barbieri, como nunca pensé que cuando iba a ver la papelera, descubriera una relación amorosa de mi novio con otra mujer. Pero en uno de esos programas de chimentos estuvo contando que le había pasado esto mismo.
Mi historia no es tan mediática, pero entra dentro del mismo rubro: la infidelidad. Yo había llegado de viaje de España, me había ido por dos meses porque no tenía Visa para vivir en Estados Unidos y tenía que salir cuando se me vencía la turista. Por eso me fui a España. El primer mes mi tortolito me escribía emails todos los días contándome cuánto me extrañaba y que prácticamente no podía vivir sin mí. Es más, no sólo me enviaba varios emails diarios, sino que me llamaba por teléfono. Yo vivía con mis tíos, y claro las 5 o 6 horas de diferencia hacían que sonara el ring ring cuando todos estábamos durmiendo, bueno todos no. Yo sabía que me iba a llamar y me quedaba leyendo en la cama, bajaba las escaleras corriendo y hablaba con él. El amor viajaba por el aire, cruzaba el Atlántico y se seguía construyendo palabra por palabra vía coaxil, casi todas las noches me iba a dormir pensando en él.
Eso fue el primer mes. El segundo todo cambio. Como si alguien hubiera tomar el guión de mi vida y hubiera convertido una película romántica en alguna de suspenso, porque sus email eran cada día más secos, más escuetos, más intrigantes. Obvio que yo pensaba que en algo andaba. Pero él que nada, que era la separación injusta y cruel que nos tocaba vivir. Mierda y recontramierda. No era la separación era que había conocido una mujer.
A los dos meses regresé a Miami. Yo volvía sumergida en todos los puntos suspensivos que cabían en mi vida. Todo era muy raro. Sentía el fantasma de otra mujer entre los dos. Porque si hay algo que una mina descubre es eso. Después que lo niegue, o no lo quiera ver, es otra cosa. Pero que lo sabe, lo intuye, lo presiente, no me queda duda. Los tipos cambian mucho cuando andan con otra. Se les nota. Por lo menos a la mayoría se les nota.
Un día él se fue a trabajar, yo me quedaba sola toda la tarde. “Pórtese bien”, me dijo. Ese “portese bien”, fue igual que el “no abrás la puerta” de Barba Azul, ni bien cerré la puerta, me fui directo a la compu, el email quedaba siempre abierto, leí sus emails, nada raro. Luego fui a la papelera. Y ¡voila! Beso a beso me enamoré de ti. Bueno me enamoré de otra, debería decir. Tal como le paso a Santiago Bal. La verdad que leer cosas eróticas que una mujer le escribe a tu novio, o al revés, es una sensación de la que no se vuelve, entre asco, decepción, una profunda tristeza. Es como cuando hay un accidente y no querés mirar pero terminás mirando. Es así.
Esos emails marcaron el final de mi relación con él.
Las estadísticas dicen que el 85% de las separaciones por infidelidad están basadas en descubrimientos hechos a través de los SMS, o los emails. Y yo creo que, seguramente, la mitad de esa cifra es porque alguno que otro tiró su mierda a la basura, pero se olvidó de apretar el botón.

El fóbico compulsivo

Esta historia comenzó un día cualquiera, no viene al caso. Fue un día cualquiera de hace un tiempo atrás. Bastante atrás. Ya no lo recuerdo con precisión. Comenzó cuando una amiga me dijo que tenía un amigo para presentarme. Yo estaba justo entre la debacle de mi hermanastro y Nando. En ese momento quería estar con alguien que no fuera ninguno de ellos dos. Mi mente no estaba para elegir. Por eso cuando mi amiga, en su rol de Celestina, me comentó que su amigo era un amor, empecé a evaluar la posibilidad.
-Dale, salí con él. Es buena persona, se divorció hace poco, tiene hijos, es escritor y humorista. Te va a hacer reír mucho.
Creo que ese final augurando risa, fue lo que me incitó a decirle, “bueno, dale”. Todo fue vía Facebook, seguramente el tipo vio mis fotos, como yo vi las de él. Gordito, cara simpática, no era el galán de la tele, pero a esta altura de mi vida, lo que menos busco son galanes.
En ese momento quedamos en salir un domingo. Ya saben que siempre me regalan entradas, soy la que siempre tiene entradas gratis, y entonces le pregunté si quería ir a ver una obra. Todo ok, ya para esta altura estábamos conectados vía email, nunca nos hablamos por teléfono.
Ese domingo, en el que íbamos a vernos por primera vez, me levanté y me fui a desayunar al cafecito de la esquina de mi casa, como casi todos los domingos. Té con leche fría y tostadas en pan blanco con mermelada y queso crema. Un ritual que adoro y me hace feliz. Leí los diarios, y me pase como dos horas allí. Ni se me ocurrió ver mi BlackBerry y leer mis emails. Cuando regresé a casa tampoco, tipo 3 y media recién chequeé mi correo. Y ahí leí un subject muy raro.
“Alerta roja”. No tardé ni dos segundos en descubrir que el peligro venía unido a su nombre. Y no tardé otros dos segundos más en darme cuenta de que la alerta venía porque no podía ir a la cita. Me estaba cancelando y yo con las entradas en la mano.
El argumento: “tengo mucho trabajo y no voy a llegar”. La disculpa: “me gusta dar la cara pasáme tu celular así te llamo”. La verdad, me pareció una excusa un poco boluda, porque perder dos horas de tu vida en un teatro, no creo que haga que te atrases toda la semana. Pero, bueno cada uno sabe sus horarios, sus temas y sus problemas. Así que muy polite le pasé mi celular y le dije que estaba todo ok, no sin pensar, “este tipo ni vio nunca que tenía todos mis números de teléfono en mi firma de email”.
¿Ustedes me llamaron? Él tampoco.
Obvio que le escribí a su amiga, diciéndole quién me había mandado. Su amiga me dijo, "qué boludo". Y todo quedó allí. Pasó un año, o un poco más. Y jamás esperé que me vuelva a hablar, sin embargo, como bien saben, los hombres pueden ser tan impredecibles.
Yo ya me había olvidado de la historia, del tipo, y de la “alerta roja”. Lo pasado pisado, enterrado. Pero fui a una fiesta y lo vi. Fue un segundo pero él también me vio. Me hice la boluda, él supongo que también. Y nada, seguí charlando con la gente con quien estaba. Era un evento multitudinario, así que ese cruce de miradas, sólo duró una milésima de segundos.
A los dos días recibo un email de mi amiga, contándome que había comido con él y le había dicho que quería conectarme de nuevo, que la primera vez estaba mal con el tema de su separación, y que no estaba para darme la bola necesaria, y bla, bla, bla. La verdad leí el email y lo primero que pensé, “me habrá visto comestible”. Pero, no dije nada. La verdad no sabía si darle una segunda oportunidad, pero vieron cómo soy. Por qué no darla pensé. Y se la di, “dale que me escriba”.
Y ahí arrancó la second chance.
Me escribió a la semana al Facebook, obvio yo ya lo había borrado, así que me mandó un privado, pidiéndome disculpas porque ese fin de semana no podía salir, pero que me invitada a comer el otro, que el jueves o viernes me llamaba para arreglar. “Todo ok, llamáme y arreglamos”, le contesté. Y él remató, con el fatídico “te llamo”. Esta vez, lo juro, yo estaba con cero expectativas, porque él ya estaba navegando en esa zona gris, donde intuimos que algo no es lo que tiene que ser. Es más, eso ya lo intuía en el mismo momento que dije: “Ma sí, que me vuelva a hablar”.
Para darle un cierre corto, les cuento que jamás volvió a llamar, escribir, o excusarse. Se borró del mapa. Y yo pensando, quién entiende a los hombres, quién le pidió volver, quién puede aparecer después de casi un año, pedirle a una amiga que interceda, invitar a salir, y luego volver al ostracismo más ridículo. Si lo tuvieran enfrente, le pondría un sello en la frente, que diga “fóbico, compulsivo, archivar”. Y otro a mí, que diga: “el “ma sí”, siempre es el prólogo de un mal final”.

Casados en oferta

Bueno, bueno. Lo que faltaba. Ohhtel.com, el sitio de citas online para casados líder de Estados Unidos anunció su desembarco en Argentina. Ohhtel.com es un sitio que fue creado en Enero de 2009 en los Estados Unidos y hoy cuenta con 1.300.000 miembros y continúa sumando un nuevo miembro cada 30 segundos. Otro casado, que se dio cuenta que no está satisfecho sexualmente.
Está basado en el dicho, "querés dejar de tener sexo, ¡casate!". El sitio ofrece una alternativa a quienes se encuentran casados y no tienen una vida sexual satisfactoria con su pareja, sin embargo, valoran su matrimonio y desean conservarlo. Sí, ya sé un tongo espectacular, para las trampas. Porque... Ohhtel.com les facilita el contacto con otras personas en su misma situación que desean una forma anónima y segura de encontrar un compañero para satisfacer sus necesidades sexuales.

No se agolpen, ni exciten, tras la noticia, que seguro esto debe tener un costo adicional, y no hablo del moral, porque ese viene sin culpa. Bonus track, me importa un carajo.

En los Estados Unidos existen unos 40 millones de matrimonios sin vida sexual. Y en Argentina, menos, calculando que no sé si superamos los 40 millones de habitantes. Lo increíble que la empresa debe pensar que aquí va prender esta nueva onda de buscar amantes. Ya que Argentina será el primer país de la expansión de este sitio.

¿Saben por qué nos eligieron? Porque es uno de los cinco países desde donde entra más gente. Se estima que en Argentina se sumarán unos 100.000 usuarios durante el primer año. Casados insatisfechos hagan fila.
Seguramente, se estarán preguntando cómo funciona el sitio. Para las ladies es gratis, los hombres pueden registrarse o bien gratis, lo que les dará alguna función (supongo que será algo muy lejos de tener sexo) y como Premium, para tener más funciones. Supongo que para la función: "coger con alguien", hay que ser Premium. Y por lo tanto pagar. Deberán abonar $129 (sólo a través de tarjeta de crédito), con lo que acceden a 1.000 créditos que podrán ser utilizados para chatear, enviar mails o realizar videollamadas. Cuál será el nombre de fantasía que aparece en el resumen de la tarjeta, porque una mujer celosa, o muy controladora, lo primero que busca son los gastos de la tarjeta. Pero bueno, por lo menos en esta página queda claro, clarísimo, que sólo entrás si querés coger. No sé si es un negocio tan redondo, pero que viene con cuernos, sin duda.

¡Despiértate, bella durmiente!

Esta es la historia de Vicky, la señorita, debería decir señora, que un día se convirtió en la Bella durmiente. Esa princesita que había nacido en un reino donde todos eran felices. Los reyes tenían mal el mailing de las hadas y se olvidaron de invitar al festejo por el nacimiento a una, la más maligna, que como era de esperarse tomó muy malignamente la omisión y además de reputearlos, hizo un maleficio para que la princesa muera a los 16 dulces añitos. Gracias a que un hada piadosa pudo rebajar un poco la pena, por buena conducta, sólo se quedaría dormida unos 100 años, ella y todos los del palacete. Y chiribin chin chon, mientras todos dormían una larga siesta, llegó un príncipe (quién si no), y con un beso despertó a la bella que roncaba como los dioses. La princesa se estiró, dio un gran bostezo y dijo: ¿Qué hay de comer? Y como no podía ser de otra forma, ya que es un cuento de hadas, todo terminó pipí cucú, con el casamiento y las perdices, off course en escabeche. Quizás, Vicky no tenía carcomida conscientemente la cabeza por el cuentito, pero el inconsciente es un monstruo que trabaja sin cesar, y allí había quedado la historia tan dormida como la princesa. Hasta que un día, pasó lo que tenía que pasar. Vicky era vecinita de mi niñez, jugábamos juntas de chicas, y seguramente más de una vez habremos hablado de quién sería nuestro príncipe azul. O no, para ser sincera no me acuerdo pero queda divino ponerlo. Ella fue la primera que se casó en el barrio. Todavía no había cumplido los 20 años cuando contrajo nupcias con su primer novio, un compañero del secundario y enseguida tuvo un varoncito. Dicen las malas lenguas, que fue mentira que era prematuro, y que no se llevaba bien con su suegra, y que la bruja mala le había hecho un gualicho, porque nunca había querido que se case con su hijo. Esto último no lo decían las malas lenguas; ella decía eso, luego de que había engordado como 20 kilos por el embarazo. Según Vicky era un maleficio de la vieja bruja, o sea su suegra, para que no vuelva a modelar, porque ella había hecho un curso de modelo en lo de María Fernanda Cartier, y había desfilado para una marca de ropa interior, de Villa Ortúzar, antes de casarse. Nada tenían que ver la docena de facturas que se comía en el desayuno, o las milanesas con papa fritas del almuerzo, o los chocolates que compraba en el kiosquito, así son los hechizos. Luego del primer niño, vino el segundo y el tercero. Y los 20 kilos, llegaron a 30. Se ve que el maleficio se potenció con los embarazos. Atrás habían quedado, las ganas de ser modelo. Sólo colgaba el diploma enmarcado en una pared del pasillo, como fiel reflejo de su paso por las pasarelas. Por cierto colgaba torcido. Así, Vicky se durmió en sus sueños. La que era bonita, y muy delgada, se había transformado en un camión con acoplado. La pobre siempre recluida cuidando a sus chicos, los vestía, los alimentaba y los llevaba a la escuela. Estaba muy desarreglada, ni se preocupaba por su aspecto. El marido nunca aportaba su presencia en la casa, porque era viajante de comercio. Y así pasaron, no cien años como en el cuento sino unos quince, justo cuando el más grande estaba por cumplirlos, y ella rondaba los 34, ¡un día despertó! Nadie sabe con exactitud, quién carajo le dio el beso. Algunos decían que fue el más chico de los Peralta, justo la familia que vivía a tres casas de la de ella, que por ese entonces tenía unos 25. Nunca se comprobó fehacientemente lo del beso; pero sí, que ella se escapó con él, dejando a sus chicos a cargo de su diabólica suegra, que no tuvo más remedio que dejar ese papel y convertirse en amorosa abuela, puteando contra la que nunca le gustó para su hijo. Él marido anduvo un mes como perdido y triste, pero después se juntó con otra, que según las mismas malas lenguas, era una amante que tenía en Chivilcoy, y que para no ser menos que la ex también odiaba a su suegra. Y Vicky, cuentan por el barrio, vive con el más chico de los Peralta en Santiago del Estero, en la casa de la abuela de él, con la que se lleva bien. Bajó los 30 kilos, se tiño de rubia platino, conduce un programa de cable, y a veces hace desfiles de ropa interior para una marca santiagueña. Al final el marido accedió que los chicos vivan con ella y la suegra fue a un talk show donde contó toda la historia de su pobre hijo y la chirucita que se creía modelo. * Reeditado, publicado en 2006.

La que siempre vuelve

Dicen que siempre hay una primera vez. Y es cierto. Siempre la hay. A veces esas primeras veces son maravillosas, y no hablo sólo de sexo, y otras espantosas. Hay primeras veces que son tan espantosas que no quieren repetirse. Me acuerdo cuando me subí a una montaña rusa por primera vez, creí que me moría. Era algo tan raro, porque al miedo o adrenalina de estar ahí dando vueltas cabeza abajo, se agregaba esa satisfacción rara que se encuentra justo entre el miedo y el placer. Algo que igual, nunca quise volver a vivir. “Las montañas rusas no son para mí”, decreté mientras vomitaba sobre el pantalón de mi amigo. Y, él me dijo, “me parece, muy bien”, mientras trataba de limpiarse con pañuelitos de papel. A la otra, la de Indiana Jones, subió solo. Hoy siento admiración por los fanáticos de las montañas rusas. Y, a veces, muy de vez en cuando, un poco de ganas de subirme a alguna, como modo de rebeldía ante mi delicado estómago. Pero ahí queda, sólo en una intención. Sé que me hace mal. Sin embargo, hay mujeres para las que pasar por una situación de mierda no le sirve de escarmiento. (Supongo que debe haber hombres también, pero el caso que cuento es de una donna). Mi amiga Violeta está saliendo desde hace unos meses con un hombre que la maltrata. No le pega. Ni Dios lo permita. Pero, hay tantas formas de abusar que no son físicamente. Las palabras dichas de tal manera, o no sólo por la foma de decirlas, sino por el peso de ellas mismas son peores que un balazo directo al cuore. Cuántas veces se sienten casi como latigazos, que te dejan sin fuerza siquiera para contestar. El problema es que cuando se dan estas situaciones con su pareja que terminan en crisis de llanto siempre dice que lo va a dejar, que esto y lo otro, pero jamás cumple. Cada pelea, o suceso mal parido, le hacemos una especie de intervención, en las ya conocidas “cenita de chicas”. “¡Dejálo!”, sería la palabra que resume las largas charlas tratando de que vea cómo se barajan las cartas en esa relación. Nosotras sus amigas tendríamos todos los palos del mazo, que quisiéramos darle al tipo, si no fuéramos tan anti violencia. Es así. Hay mujeres que disfrutan con el displacer, con esas situaciones que otra no toleraría ni cinco minutos, qué digo, ni uno. Es como regocijarse en el barro de la desilusión, del desencanto. Es como alimentar la baja autoestima con una completa bandeja de pesares, envueltos en papel de la autocompasión. Y aunque predique que se merece algo mejor, no lo cree. “Yo me merezco la mierda de este tipo, porque en el fondo yo soy una mierda”. Ese es el mensaje que aún sin saberlo se dice una y otra vez. La autoestima es un monstruo que debe vivir en completo equilibrio. Si crece demasiado se convierte en un ser insoportable de vanidad, si se pierde, queda solo el murmullo de lo que se quiere ser. Y, cuando se pierde, encontrarlo es un camino para el cual hay que ser muy valiente, tanto casi como para subirse a una montaña rusa, aun sabiendo que es muy posible que cuando baje sienta ganas de vomitar.

El jeropa online

Tengo una especial aversión por las camaritas Web. Porque más allá de ser lindo o feo, siempre se sale mal. Ese delay , esa figura que se mueve torpemente… No me gusta, ni me va a gustar por más que surjan modelos súper espectaculares. Bueno, tampoco me gusta como salgo en las fotos. Debe ser una extensión de lo mismo. Pero, este post no tiene que ver con las bondades o no de la cámara, sino con lo que genera en algunos hombres, que sin ella serían totalmente diferentes. Es como que la camarita enciende el gen “jeropa”, o para decirlo con propiedad: el gen onanista. A veces prender la cámara, o aceptar el pedido de video llamada de parte de un señor del chat es un camino de ida hacia el reino de Onán. ¡Ay, no soporto a los pajeros del ciberespacio! Me dan la misma sensación de los exhibicionistas que me cruzaba cuando iba caminando a la escuela. Tocándose enérgicamente frente a las chicas, que lo único que podíamos hacer era correr sin mirar. Algo parecido me pasa con los que están acechando cualquier situación en el chat, para practicar su onanismo virtual. Claro, que por suerte esta vez no tengo que correr. Hay una especie de chateador que sólo quiere llegar al momento en que una conversación cambia de rumbo. O él se encarga de cambiarle el rumbo hacia el terreno sexual, hable de lo que se hable. Ya sea del clima, del accidente en que murieron varios, de la subida del precio del atún, o del Tsunami de Japón, él se las rebusca para que la palabra “sexo” aparezca en la conversación. Y si se le da pie, todo termina con su erección, o supuesta erección, que obviamente describe y explica con lujo de detalles. A mí me encanta romperle la trama que va directa a su mente pajera, con preguntas que aniquilan el clima, es decir… hacerme la pelotuda, como que no caigo en esa red de pasadizos secretos, en los que él quiere conducirme. Y seguir como si no me dijera nada de contenido erótico. Ya lo veo venir, y me preparo. No siempre arranca con la pregunta clásica, la que abre el catálago libidinoso: ”¿qué tenés puesto?”. Aunque, por lo general, su dialéctica suele ser bastante primaria. A una pregunta básica tal “ ¿cómo fue tu día?”, la respuesta puede ser: “ bien pero me falta el sexo, bien pero poco sexo, con sexo estaría mejor”. Si le habilitás la cámara, en tres segundos te pide que quiere ver piel, o porque no te sacas esto o lo otro. A una afirmación, como “me gustaría verte desnuda”, la repuesta puede ser, “che, cómo salió Boca hoy”. Pero, no se crean que esto alcanza, él siempre retoma, es un remador incansable dentro del río Sexo. Para él el dicho sería: “todos los caminos conducen al sexo”. Me di cuenta de que cuánto más aburrido, controlado, o atado, o bien todo eso junto, esté un hombre en una relación, si chatea con una mujer - que no sea la suya, claro- se convierte en el pajero más grande del universo. ¿Será que tiene sólo ese espacio para descargar su libido, o será que necesita recargarla para luego cumplir con sus funciones de amante esposo/novio? Respuestas que a esta altura, ni me interesa responder porque cuando un hombre entra por motu propio en la categoría de “pajerto” sale para siempre de mis contactos. Muerte virtual. Y juro que jamás se me ocurre resucitarlos. *

Promesa piadosa

Hice una promesa que no sé si voy a poder cumplir. No creo que me anime a cumplirla. Es más, no la voy a cumplir. ¿Por qué la hice? Por dos razones. Una porque sería muy puta mala suerte que ocurriese el hecho que tiene que ocurrir para que la cumpla, y otra porque era la única forma de calmar a una loca perseguida por las circunstancias. Puede que me equivoque, y Dios quiera que no, porque sino me vería envuelta en una historia con ribetes policiales.
Tengo una amiga (no puedo revelar su nombre) que está saliendo con un tipo casado. Nada raro (no tengo una sola que está en esa), pero resulta que a este tipo le agarró un problemita cardíaco, nada grave, no llegó a ser ni un preinfarto. Hoy vino mi amiga muy preocupada con algo que le ronda por la cabeza desde que surgió esto. Ella es un poco loca, pero hoy estaba como en el extremo de su locura, ya un paso de la internación. Lo juro.
-Mali plis, plis, juráme que me vas a ayudar si le pasa algo a … (acá iría el nombre del tipo que obviamente no voy a poner) en mi casa. Imaginate si estamos cogiendo se le para el bobo, como le pasó a Liz Solari, imagínate el quilombo que se arma.
-No seas exagerada, cómo le va a pasar eso.
-Le puede pasar, ¿por qué no?
Me quedé callada porque la verdad no sabía qué contestarle. Como pasar le podía pasar, todo puede pasar, quién es dueño del destino, o de evitar el destino. No sé últimamente trato de no pensar en el destino. Me tiene un poco podrida el hecho de pensar que está todo en manos de otro, vaya a saber con qué grado de locura. Pero, en ese momento, corté mis reflexiones existencialistas y luego de mi silencio le contesté.
-No va a pasar quedáte tranquila- para qué seguir cargando las tintas de una mina, que encima se persigue con la muerte de su amante en su cama.
-Ojalá nunca pase, pero si pasa, vos tenés que prometerme algo…
Acá justamente acá es cuando empieza el policial, una novela que no quisiera escribir nunca, por lo bizarra, por lo asquerosa, y por lo nefasta que puede llegar a ser. La verdad cuándo le pregunté qué tenía que prometerle nunca imaginé lo que me pediría.
-Si el tipo se muere en mi cama, tenés que ayudarme a llevarlo al sillón del living, yo le lavo con lavandina el coso… ya sabés … para que no dé nada que tuvo relaciones, lo vestimos entre las dos, y nada cuando viene la policía decimos que estábamos los tres hablando, que somos amigos y que al tipo le agarró un ataque, que sé yo… ¿Es creíble no?
Me imaginé en esas recreaciones de CSI, arrastrando al tipo, que encima es alto y corpulento entre las dos al sillón del living. Una imagen no solo horrenda sino casi imposible, si no puedo correr ni siquiera un poco mi cama cuando tengo que hacerla.
-Uf, sí muy creíble, pero vos estás en ¡peeeeeeeeedooooooo! Decime qué tomaste ya, ¿te fumaste un cañón? Si se te muere en la cama, llamás al 911 y listo. Si vos no lo mataste, qué problema podés tener. Mirá lo que hizo Liz, salió gritando como loca, hacé lo mismo.
-No, no, no quiero que la mujer se entere que salgo con él.
-Pero, si para esa altura va a ser viuda, qué carajo le puede importar más que se le murió el marido. Qué te puede hacer, si al tipo se lo llevan al hospital, ni te tenés que cruzar con la mina. Y si te cruzás hacete cargo, locaaaa- y este loca valía casi por mil.
-Ah, qué fácil que ves todo vos. Sí, sí y la mina se va a quedar tan tranquila... Mali, por favor prométeme que me vas a ayudar no puedo vivir con esta incertidumbre, me voy a volver loca.
-Estás del tomate, nena. Digo, como al pasar, por qué no lo dejás al tipo y listo, búscate uno que traiga un electro de fuerza en perfectas condiciones.
-Es que estoy enamorada, lo amo Mali. Vos sabés que lo amo, lo amo...- y el último amo, lo remató con lágrimas.
Ya saben cómo terminó todo. Después de dos horas que me quemó la cabeza, hablándome del rigor mortis y qué se yo, terminé diciéndole que sí a esta loca de mierda para que se fuera de mi casa ya. Obvio, que espero que el infiel señor tenga el decoro por lo menos de morirse en la cama de su esposa, sería una obra de bien dentro de tanta mentira.

Eso, eso, eso

Desde que tengo el blog, escribo algo para San V..., ustedes ya saben de qué se trata. Los últimos años escribí en contra de la celebración, y este año iba a hacer lo mismo, pero entonces pensé que si escribía algo en contra, o manifestando mi bronca por lo que ustedes ya saben, era al fin y al cabo hablar de eso. Porque lo mejor es olvidarse de eso, de todo eso, del inmenso eso. Por eso, que no es el mismo eso de eso, este año ni quiero nombrarlo ni siquiera decir algo de eso. Y opto por un silencio lleno de esos, pero sin eso, sin un gota de nada de eso.
Espero que me hayan entendido y sepan que si no quiero hablar del tema es solo porque me tiene harta, pero un harta que no tiene que ver con eso, sino con todo lo que rodea a eso. Eso, justamente eso quería decir. Eso.

Las cosas hechas

No sé ustedes pero siempre a comienzo un año me vienen ganas de escribir las cosas que espero realizar durante ese año. Claro, que lo horroroso es ver al fin de ese año la lista y darme cuenta de las cosas que no hice, que por lo general son varias de la lista, cuando no todas. Eso no habla muy bien de mí, pero para qué les voy a mentir, se ve que mis expectativas de superación y de lograr metas van cambiando a lo largo del año. ¿Cambiando o claudicando? O peor, que ya tengo metas crónicas de conseguir, y que por lo visto no afecta a mi vida en general lograrlas. Y, además, qué no sé por qué las vuelvo a escribir año por año, como si el solo hecho de escribirlas en un papelito, agenda u otro soporte las hiciera realidad.
Será que siempre que veo la agenda tan vacía de compromisos, y teléfonos y reuniones, y … y… tantas páginas en blanco siento que voy a poder, que tengo unos 12 meses, con tantos renglones para completar, y que seguramente si no es febrero será en marzo, o tal vez en abril, pero seguro en junio, y si no en agosto, y por qué no en noviembre. Y cuando me doy cuenta, llegó diciembre con las fiestas, los Papá Noeles en los shoppings, y la lista de las cosas sin cumplir, y yo totalmente descarada pensando: “bueno, ya terminó el año, lo haré el que viene”.
Por eso este año decidí no hacer ninguna lista de propósitos, no me propuse nada. Step to step como dicen los norteamericanos, paso por paso, y voy a hacer al revés, a fin de año voy a anotar todas las cosas que sí pude realizar. Y seguramente me sentiré feliz porque esas serán los cosas que logré y no las que pienso que haré.