La chica de las triple equis

Mi amistad con el chico que atendía el video surgió de casualidad. Fue un día en que entré a ese pequeño negocio poblado de películas de todo tipo con la intención de comprar una porno para regalarle a mi novio en su cumpleaños.
El localcito estaba dentro de una galería sobre la calle Cabildo, en Belgrano, y en la puerta había un cartel que anunciaba que se vendían películas XXX.
Mi pareja, la segunda en orden de estabilidad, no de aparición, era un tipo muy tímido, para los demás claro, al que le fascinaban las pelis porno. A mi no me gustan tanto, me siento muy boludita viéndolas, pero como era su cumple se me ocurrió un lindo presente regalarle una. Así que ese día entré, la compré y nada más, dos o tres palabras, la elección rápida, y adiós. La amistad se fue fortaleciendo a lo largo del tiempo. Pues, tenían un sistema que te cambiaban la película por otra, pagando unos pocos pesos.
La tímidez de mi novio, excesiva, hacía que siempre fuera yo la que hacía el trámite de ir, elegir, cambiar, traer la nueva cajita con sonido ah, ugg, ohhh, con penes súper poderosos, tetas operadas, o no, minitas calientes y tipitos que se las ensartaban a doquier por cuanto agujero encontraban a su paso.
El caso era que siempre me quedaba hablando con el chico. Tenía el negocio en sociedad con un cuñado creo. Un día me confesó que pensaba que yo era lesbiana, porque sólo le compraban dos mujeres las películas XXX, una, que sí lo era, y yo. Los demás eran todos clientes masculinos. Doy fe de eso, siempre me encontraba con algún señor, que no sabía dónde ponerse cuando me colocaba a su lado frente a las cajitas con minitas en bolas o en poses muy provocativas.
En el local, las XXX estaban colocadas sobre una pared de costado, en las otras y en los exhibidores había todo tipo de filmes, de suspenso, terror, nacional, extranjero, y hasta infantil. Lo que se dice un video club común y corriente.
Era muy gracioso cuando entraba y había algún señor con una de las cajitas de las condicionadas en la mano, y me veía, se daba vuelta, la ponía en el lugar, y se hacía el que miraba La pistola desnuda, cuando dejaba la verdadera pistola desnuda en el escaparate. Me causaba mucha risa esta situación de tipitos ruborizándose porque una dama buscaba lo mismo que ellos.
Así semana tras semana, el chico me iba contando cosas de su vida, como que a su novia no le gustaban las pornos, o que era fanático de Boca, o su pasión por los tatuajes, incluso problemas con familiares.
Todo en medio de una explicación de qué trataba tal o cual película. Si se puede llegar a contar una trama de ese tipo de cine. Por que siempre es igual, y a nadie le interesa que trate temas profundos. Aunque la profundidad es algo que está presente de alguna forma en este género. Tanto como la grandiosidad.
Por lo general la protagonista entra a algún lugar, ya sea oficina, negocio, casa, etcétera, o está hablando con otra chica, o con un tipo, o con dos, o si habla con uno luego llega el otro, y si te distrajiste 3 segundos cuando volvés a ver están todos en bolas cogiendo. Tampoco nadie pretende intriga o suspenso Alfred Hitchcok.
Siempre me recomendaba alguna, y el nivel con que hablábamos del cine del garche, era digno de dos críticos de Clarín o La Nación, nada chabacano.
A veces cuando entraba al negocio y había una anciana comprando alguna película infantil para su nietito, yo le decía que buscaba la del Osito Chifulín. Y nos reíamos sin que la dulce viejita imaginara que yo era la chica de las triples equis.
Jamás a pesar de hablar de sexo, de formas de hacerlo y de todo tipo de prácticas, de ver tantas señoritas pulposas, en poses insinuantes surgió entre nosotros nada más que una simple amistad, que no estaba condicionada por nada.
Con en el tiempo yo me separé, y también me mudé de Belgrano, ni sé si el video sigue en ese lugar, ni sé que pasó con el chico, ahora debe estar más crecidito. También supongo que la última peli que le lleve a mi novio, a través de ese trueque especial, debe estar gastada de tanto verla, porque no creo que haya ido a cambiarla él.

No te rajes

Las mujeres no son las únicas que navegan en la histeria. Los hombres también irrumpen en ese universo del placer por la insatisfacción del deseo. Cuando nos encontramos con un espécimen de estos es cuando surgen preguntas del tipo: ¿qué carajo le pasa? ¿Quiere o no quiere? ¿Imagino cosas?
Es que tal como hacen las minitas, los tipitos histéricos te hacen el jueguito seductor de que te quiero comer, y cuando vos les servís la mesa con mantel blanco, platos de porcelana, cubiertos de plata, copas de cristal y una fuente con tapa de plata en la que estás desnuda y totalmente preparada para que te devore -tal como cochinillo con manzana en la boca- el tipo te dice: ahora, no tengo hambre; o no puedo porque se me va el avión; o mañana mejor porque los astros auguran que es el día de mi plenitud sexual; o simplemente hacen mutis por el foro y huyen despavoridos.
No me he encontrado con muchos (gracias a Dios), pero sí con algunos que desconcertaron mi erotismo femenino, y me dejaron picando como pelotita de ping pong en la mesa de madera verde. El último fue un mexicano. Y eso que dicen que es la tierra de los machos. ¡Ay, Jalisco no te rajes! Fue lo que le dije cuando huyó por la derecha.
Ante el hecho una queda muy desorientada, entre otras emociones. La mayoría de las veces piensa, me habrá equivocado, me habrá querido decir otra cosa. Pero no, no nos equivocamos; ni nos querían decir otra. Simplemente cuando avanzamos ellos automáticamente reculan.
Lo reconozco: siempre fui una mina pasional, caliente, casi desde que mis pezones empezaron a endurecerse a través de las remeras. Es que creo que con eso se nace. Nadie me explicó como sucedían las cosas, y nadie me dio cursos de calentura. Y no sólo en el sexo, porque en definitiva es una faceta, linda, hermosa, pero una faceta de la vida. Soy pasional en todo lo que hago.
Es entonces si me dicen quiero compartir una habitación con vos, y el tipo me va, yo le contesto: vení cuando quieras. Y si me preguntan que les haría, les contesto con lujo de detalles lo que les haría. Y juro, que se los haría de verdad. Y juro, que los detalles son descriptos con la mayor fidelidad. Y juro, que el tipo se relame. Y juro, que vos crees que va a venir.
Sin embargo todo esto en el histérico es un juego que jamás se llega a concretar. Como bien indica, el “haría” es un tiempo potencial en el que las cosas suceden en aquella dimensión del deseo que no se satisface jamás. Ahí radica el verdadero placer. Déjense de joder, no soy de esas.
Cuando se llega a este punto, lo mejor es servirse una copa de agua (o champaña) bien helada, sacarse la manzana de la boca, colocarla en el plato, cortala en pedazos, ponerse la servilleta blanca sobre el pubis desnudo y húmedo, empezar a comerla de a bocados, y entre uno y otro, putearlo impunemente. Sea de la nacionalidad que sea.

Corte y acción

De pronto se cortó la luz. Eran las nueve de la noche. Detesto cuando se corta la luz. La comodidad de la vida moderna se enquistó tanto en mi espíritu, que el hecho de no tener energía eléctrica me hace caer en profundos abismos de aburrimiento.
No sé qué hacer.
Esa noche oscura estaba sola, por consiguiente no tenía con quién charlar en primera instancia, o hacer otras cosas en segunda, o viceversa. Y no me gusta leer bajo la luz titilante de una vela. Seguramente, si hubiera nacido antes de que Franklin descubriera la electricidad, y Edison le diera marketing con la lamparita, no hubiera detestado leer en esas condiciones. Pero, gracias a Dios, no nací en esa época, porque sino ya estaría muerta.
Por eso, en medio de un total y pasmoso tedio, en la más completa oscuridad, sólo quebrada por las velas que pululan por toda mi casa, descubrí algo. ¡Eureka! Que si bien es algo intrínseco a ciertas condiciones de un objeto que poseo, jamás había tenido la oportunidad de sentirlo tan vívido, como una verdadera maravilla de la ciencia o la modernidad. Hablo de Gusi, mi nuevo consolador, mi sex toy.
Él tiene la virtud de que puede andar aún sin energía eléctrica. Sería un boy scout sexual. Siempre listo.
Ustedes dirán, ¡qué boludez! Pero no se crean, porque cuando hay luz todo fluye, todo funciona y a nadie se le ocurre agradecer a Benjamín o Thomas porque así ocurra, está dentro de la normal cotidianeidad -función-de las cosas. Bueno, a mi jamás se me había cruzado el pensamiento de que Gusito, era de las pocas cosas que igual me daría satisfacción aunque no encendiera ningún electrodoméstico de la casa.
Sería algo así: “Cuando se apaga la luz, se enciende Gusi”. Parafraseando el famoso (y viejo) slogan que también tenía que ver con un producto para el buen funcionamiento sexual, claro que en ese caso no era para el target femenino, sino un producto para mejorar la erección masculina.
Fue así que mientras miles de personas seguían sin luz en la ciudad, y seguramente también se quejaban de estar aburridas, mientras hombres puteaban porque no podían ver el partido, o señoritas sufrían desconsoladas porque se perdían un capítulo de “Montecristo”, yo podía tener dulce consolación bajo la luz de una vela perfumada con vainilla, que por supuesto no encendí para crear climas, sino porque no veía un carajo.
Igual generó un agradable aroma y una luminosidad titilante que dio buen marco a mi autosatisfacción sexual en una noche en que la energía eléctrica faltó a la cita, pero no mi amante fiel, de silicona color fucsia, con carita sonriente, de 135 pesos, y espíritu muy servicial.
Por suerte, pilas nunca faltan en mi casa.

Los hombres se ven en la cama ( 2 )

Hay dos tipos de hombres: a los que les gusta que jugués eróticamente con su culo, y a los que el sólo hecho de tocárselo los envuelve en un mundo de negación y horror.
Me ha pasado. El sólo mencionar hacer alguna práctica en esa área, que bien podría llamarse agujero negro, y no justamente el de la teoría de Einstein, es comenzar a escuchar: ese no se toca, yo soy muy macho, nadie puso nada ahí.
Sólo falta que venga un patrullero con sirena y salga un cana hablando por altoparlante, aléjese de la zona con las manos en alto. Y aunque se empiece a pregonar tal, como la sexóloga Alessandra Rampolla, todas las virtudes y beneficios que proporciona esa zona erógena, que si bien es un ámbito usado por los putos, no tiene nada que ver con eso, sino con el placer de un lugar del cuerpo, ellos se niegan rotundamente.
Ni explicando que el punto G del hombre está en su próstata, por eso el goce de acabar es infinito con un dedo en ese oscuro objeto de deseo, el pasillo del placer prohibido (para tantos), o como quiera llamárselo. Nada sirve.
Ni que venga la Rampolla en persona, con su vocecita tan dulce y su sonrisa plácida, los convencería de que está bien, que no van a ser menos hombres por esos juegos amorosos. Porque además se ofenden si seguimos con el tema. ¿Con quién me confundís? y puede aparecer algún "pervertida".
Entonces se deja el papel de geisha, que intenta colmar de placer a su pareja, y se le dice ( con acento japonés): no sabés lo que te peldés . O, un más porteño: chabón sos un reverendo boludo machista empedernido, ¡jodete!
Por el otro lado de la cama, en la zona de los pies, están los que adoran que hagamos todo tipo de cosas con la parte en cuestión (jamás me gustó la palabra ano). Masajes, besos, dedos juguetones que juegan juegos jubilosos creados en la más ardiente intimidad.
Y también están los que se pasan de la raya (nunca tan bueno un dicho) porque pareciera que todo el placer se concentrara sólo ahí. Se olvidan de vos, y hasta aprovechan y se ponen tu consolador en esa área vilipendiada por otros. No son los más, debo reconocerlo.
Tal vez, debería agregar el grupo de los indecisos. Hoy no; pero mañana, quién sabe...
Este tema genera cierto tabú, y no es políticamente correcto sacarlo a relucir en alguna reunión. Menos familiar. Todo lo que tenga que ver con el culo en el ámbito sexual, está dicho por lo bajo, entre sombras, quizás por la oscuridad propia del lugar. Quizás porque es una zona a la que el “contranatura” la sentenció de por vida.

Los hombres se ven en la cama (1), fue publicado el 23.8.06

La cotización de afectos

Los afectos sufren fluctuaciones tal como las acciones en la Bolsa de valores. Un Wall Street del corazón. Las personas vendrían a ser compañías que cotizan en el área de los sentimientos. Tal como hay un ranking de empresas, hay uno de personas que queremos.
A nuestra especie le encanta hacer clasificaciones. Las 10 mejores cosas que hicimos, los 10 peores tipos con los que estuvimos, los top ten, los top five, las 100 mejores películas de la historia, las 100 mejores transformaciones o escándalos, o divorcios. Lo que se pueda listar, enumerar, clasificar tiene mucho rating. Tanto en la tele (¡Vamos Entertainment!) como en los blogs. Nótese que cualquier post de clasificaciones tienen más comments.
¿Será por una necesidad del ser humano -bastante caótico- de dar orden, jeraquizar, estructurar?
El otro día un amigo me puso en un email:“...y yo, al final de la lista”. Dándose a sí mismo un lugar en mi vida. Eso me hizo pensar en las personas que colocamos en el primer lugar, o en el último, o que van ascendiendo o descendiendo, según las circunstancias.
El primero quizás no siempre estuvo ahí, tal vez empezó con un décimo puesto, arañando la clasificación, y tratando de no dar pérdida, pero luego los hechos demostraron que podía subir escalón por escalón, sin trastabillar hasta el primer lugar. Y se posicionó allí.
Hay casos en que el primer puesto es indiscutido desde el principio. No necesita ascender, pues es suyo ipso facto y más aún, quita automáticamente del primer puesto al que lo ocupó hasta ese momento.
Y en la otra orilla, hay quien por mucho tiempo ocupó el lugar privilegiado en el podio, con corona de laureles y todo, y un buen día, como si le hubieran serruchado el escalón, se cayó al piso, desparramando las inconfundibles hojas verde oscuro, dignas de Julio César. Esta caída irrefrenable puede ocurrir por causas ajenas a él, o por causas muy propias de él.
Desde chiquitos nos preguntan a quién querés más. Pregunta de mierda si la hay. ¿A mamá o a papá? Y yo que sé idiota, si recién tengo 4 años, y todavía nadie me explicó ni el complejo de Edipo o el de Electra. Luego, te preguntan cuál es tu mejor amiga o amigo, y ahí empezamos con la listita.
Por más que no nos gusten las clasificaciones, aunque digamos que son una porquería, y que jamás entraríamos en eso, consciente o inconscientemente las tenemos. Hasta los padres tienen su ranking de hijos. Eso de que son todos iguales, es pura shit. No les crean.
En un capítulo de Seinfeld, él estaba obsesionado por el lugar que ocupaba en los números de memoria de discado rápido del teléfono de su novia del momento. El primero por supuesto era el nine-one-one (911), y él estaba mucho más lejos, noveno, luego fue ascendiendo hasta superar a las emergencias. ¡Había desplazado al 911! Su cara de felicidad lo decía todo.
Tal como en la bolsa de valores, hay personas que quiebran y no cotizan más, y otras que dan buenos revalúos y todo es ganancia por largos años. Muchas también son empresas fantasmas, y nos comenten verdaderos desfalcos. Otras parecen tan sólidas pero con un efecto tequila se van barranca abajo y nos dejan fundidos.
Como en la bolsa siempre hay tiempos fructíferos, y otros en los que hay que ir con pie de plomo, porque el “riesgo corazón” es un mal del que cuesta mucho recuperarse. Y en el que nada tiene que ver el gobierno de turno.