
Mi mano derecha comienza el recorrido desde tu cuello, baja por tu espalda y en círculos perfectos masajea tu culito, tan suavemente que parece que mis dedos no tocasen tu piel, tan blanca, tan suave, casi sin vello. Tan bello. Me calienta.
Escucho como respirás profundamente dormido, de vez en cuando un ronquido sale de tu garganta. Observo como tu piel debajo de mis dedos se hunde levemente. Pequeña impronta imperfecta de mi deseo.
Hace calor. Estás transpirando, tu piel está cubierta de un brillo especial, rocío salado que emerge de tus poros, mis dedos se humedecen al tocarte. Me los llevo a la boca para sentir el gusto salado de tus fluidos.
Reconozco con mis dedos cada irregularidad de tu espalda, ancha carretera de profundas banquinas. Acaricio tus bíceps como si fueran de plastilina y te los estuviese moldeando, todo en el más íntimo silencio. El dios profano, que tiene mi amor, descansa y no quiero alterar su sueño. Tus bíceps son grandes, dos bloques de granito. Son tan duros como tu pene erguido, paso las yemas de mis dedos por ellos como sintiendo cada fibra de sus músculos.
Te movés acomodándote, tu respiración se agita; yo me quedo quieta, no quiero despertarte. Quiero gozar con tu cuerpo entregado vaya a saber a qué sueños, quizás sueñes con mujeres desnudas colmándote de placeres, o con diosas con manos de seda que acaricien tu piel, o simplemente que estás durmiendo sobre arenas tibias cubiertas por espuma de mar.
Volvés a respirar tranquilo, tu figura luce como una obra de arte en la magnitud de las sábanas blancas. Me incorporo y muy suave comienzo a besarte lentamente, como si fueras una frágil copa de cristal. No quiero romper tu plácido dormir. Besos de sal y saliva que moja tu piel caliente y tostada, vértebra por vértebra, músculo por músculo, cuando llego a la meseta blanca me detengo en tus latitudes más profundas y me lleno de ellas.
Mi pubis se ha convertido en una enorme selva húmeda, una cálida sensación de sexo hinchado. Late como mango jugoso. Mis dedos se resbalan por ella, me pide tu miembro, pero prefiero esperar pacientemente con toda la pasión.
Beso tus nalgas, el punto exacto de la confluencia de tus piernas. Me encanta, me subleva este lugar tan profundamente tuyo. Mi lengua acaricia tus pliegues, mi cara se hunde, allí en el calor del trópico prohibido.
Sé que estás despierto, escucho los ruidos que el placer hace salir de tu boca, suaves quejidos que me encienden aún más. Siento como te movés para guiar mis besos. Te chupo, te lamo, te penetro.
Estoy ardientemente mojada, me siento sobre vos, te abro las nalgas y apoyo mi sexo sobre tu ano. Tu boca exhala quejidos de placer. Comienzo a frotarme. Una y otra vez, hacia arriba, hacia abajo, maravillosa sensación. Una y otra vez, húmeda viscosidad que lleva al orgasmo. Ininterrumpido placer de los dioses. Acabo y me recuesto sobre tu espalda, me acerco a tu oído, tu pelo está mojado de transpiración, olés como un bebé, te acaricio la mejilla y te digo: buen día, amor.
Foto: Omnia Mutantur
Historia de sexo y mujeres. I : Ella en el zaguán