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¡Despiértate, bella durmiente!

La que siempre vuelve

Promesa piadosa

Tengo una amiga (no puedo revelar su nombre) que está saliendo con un tipo casado. Nada raro (no tengo una sola que está en esa), pero resulta que a este tipo le agarró un problemita cardíaco, nada grave, no llegó a ser ni un preinfarto. Hoy vino mi amiga muy preocupada con algo que le ronda por la cabeza desde que surgió esto. Ella es un poco loca, pero hoy estaba como en el extremo de su locura, ya un paso de la internación. Lo juro.
-Mali plis, plis, juráme que me vas a ayudar si le pasa algo a … (acá iría el nombre del tipo que obviamente no voy a poner) en mi casa. Imaginate si estamos cogiendo se le para el bobo, como le pasó a Liz Solari, imagínate el quilombo que se arma.
-No seas exagerada, cómo le va a pasar eso.
-Le puede pasar, ¿por qué no?
Me quedé callada porque la verdad no sabía qué contestarle. Como pasar le podía pasar, todo puede pasar, quién es dueño del destino, o de evitar el destino. No sé últimamente trato de no pensar en el destino. Me tiene un poco podrida el hecho de pensar que está todo en manos de otro, vaya a saber con qué grado de locura. Pero, en ese momento, corté mis reflexiones existencialistas y luego de mi silencio le contesté.
-No va a pasar quedáte tranquila- para qué seguir cargando las tintas de una mina, que encima se persigue con la muerte de su amante en su cama.
-Ojalá nunca pase, pero si pasa, vos tenés que prometerme algo…
Acá justamente acá es cuando empieza el policial, una novela que no quisiera escribir nunca, por lo bizarra, por lo asquerosa, y por lo nefasta que puede llegar a ser. La verdad cuándo le pregunté qué tenía que prometerle nunca imaginé lo que me pediría.
-Si el tipo se muere en mi cama, tenés que ayudarme a llevarlo al sillón del living, yo le lavo con lavandina el coso… ya sabés … para que no dé nada que tuvo relaciones, lo vestimos entre las dos, y nada cuando viene la policía decimos que estábamos los tres hablando, que somos amigos y que al tipo le agarró un ataque, que sé yo… ¿Es creíble no?
Me imaginé en esas recreaciones de CSI, arrastrando al tipo, que encima es alto y corpulento entre las dos al sillón del living. Una imagen no solo horrenda sino casi imposible, si no puedo correr ni siquiera un poco mi cama cuando tengo que hacerla.
-Uf, sí muy creíble, pero vos estás en ¡peeeeeeeeedooooooo! Decime qué tomaste ya, ¿te fumaste un cañón? Si se te muere en la cama, llamás al 911 y listo. Si vos no lo mataste, qué problema podés tener. Mirá lo que hizo Liz, salió gritando como loca, hacé lo mismo.
-No, no, no quiero que la mujer se entere que salgo con él.
-Pero, si para esa altura va a ser viuda, qué carajo le puede importar más que se le murió el marido. Qué te puede hacer, si al tipo se lo llevan al hospital, ni te tenés que cruzar con la mina. Y si te cruzás hacete cargo, locaaaa- y este loca valía casi por mil.
-Ah, qué fácil que ves todo vos. Sí, sí y la mina se va a quedar tan tranquila... Mali, por favor prométeme que me vas a ayudar no puedo vivir con esta incertidumbre, me voy a volver loca.
-Estás del tomate, nena. Digo, como al pasar, por qué no lo dejás al tipo y listo, búscate uno que traiga un electro de fuerza en perfectas condiciones.
-Es que estoy enamorada, lo amo Mali. Vos sabés que lo amo, lo amo...- y el último amo, lo remató con lágrimas.
Ya saben cómo terminó todo. Después de dos horas que me quemó la cabeza, hablándome del rigor mortis y qué se yo, terminé diciéndole que sí a esta loca de mierda para que se fuera de mi casa ya. Obvio, que espero que el infiel señor tenga el decoro por lo menos de morirse en la cama de su esposa, sería una obra de bien dentro de tanta mentira.
-Uf, sí muy creíble, pero vos estás en ¡peeeeeeeeedooooooo! Decime qué tomaste ya, ¿te fumaste un cañón? Si se te muere en la cama, llamás al 911 y listo. Si vos no lo mataste, qué problema podés tener. Mirá lo que hizo Liz, salió gritando como loca, hacé lo mismo.
-No, no, no quiero que la mujer se entere que salgo con él.
-Pero, si para esa altura va a ser viuda, qué carajo le puede importar más que se le murió el marido. Qué te puede hacer, si al tipo se lo llevan al hospital, ni te tenés que cruzar con la mina. Y si te cruzás hacete cargo, locaaaa- y este loca valía casi por mil.
-Ah, qué fácil que ves todo vos. Sí, sí y la mina se va a quedar tan tranquila... Mali, por favor prométeme que me vas a ayudar no puedo vivir con esta incertidumbre, me voy a volver loca.
-Estás del tomate, nena. Digo, como al pasar, por qué no lo dejás al tipo y listo, búscate uno que traiga un electro de fuerza en perfectas condiciones.
-Es que estoy enamorada, lo amo Mali. Vos sabés que lo amo, lo amo...- y el último amo, lo remató con lágrimas.
Ya saben cómo terminó todo. Después de dos horas que me quemó la cabeza, hablándome del rigor mortis y qué se yo, terminé diciéndole que sí a esta loca de mierda para que se fuera de mi casa ya. Obvio, que espero que el infiel señor tenga el decoro por lo menos de morirse en la cama de su esposa, sería una obra de bien dentro de tanta mentira.
Sinceridad tardía

Cuando estoy tan tranquila, y descanso en esa especie de limbo, que es estar enamorada. Cuando todo parece tan bonito, como en las películas de amor, sobreviene la frase que me pone los pelos de punta, y hace que tiemble como si hiciera -20ºC, aún con 40ºC a la sombra.
En esa paz monacal, excepto por el voto de castidad, él con cara circunspecta, serio, muy serio, extremadamente serio, mirándome a los ojos dice:
- Quiero ser completamente sincero con vos...- y termina, no con un punto y aparte, sino con un suspiro, bien prolongado.
Así, sin más. Tras lo cual, se queda haciendo un silencio, que me parece una eternidad, como si en ese instante se hubieran cerrado las aguas del Mar Rojo, conmigo en el medio. O, como si estuviera en una playa asiática, y una ola de 30 metros provocada por un tsunami, se me viniera encima.
Luego de esa abrumadora frase, previa a una confesión, es cuando sucede lo peor.
Siempre, que alguien pronunció esas malditas palabras, no al segundo o tercer día de la relación, quizás al mes, a los dos meses, o tres, se vino el caos, porque no trae nada bueno. Si es al año, estás en la parrilla con los chinchulines y los chorizos.
Esta "sinceridad con delay", en realidad oculta algo, que en ese preciso instante deja de ser oculto.
Y entonces, aparece un matrimonio no disuelto, sino muy vivito y coleando, y quizás culeando también (aunque siempre para él se lleven muy mal); una internación en un psiquiátrico, del que sale para visitarte; una historia de identidad encubierta por narcotraficante arrepentido, una minoría de edad (con mirás a que te acusen de estupro), no sé… cualquier motivo que hace que esa verdad se convierta en un descubrimiento desastroso.
Y en ese preciso instante, en que caigo cual huevo al piso, es cuando empiezo a pensar que la sinceridad es un valor que a veces duele.
Publicado 2006
Las amazonas

Hace mucho tiempo cuando ni siquiera pensaba en acostarme con el hombre de otra, porque vamos lo he hecho (ustedes ya lo saben), no con asiduidad, ni tampoco compulsivamente, una amiga francesa de mi vieja me dijo: “Nosotrgggas, las frggggancesas, si nos enterggggamos de que el hombre nos engaña vamos a la casa de la amante y la molemos a golpes”.
Yo abrí grandes los ojos, ante esta declaración que involucraba a todo el universo femenino de un país, pero claro que salía de la boca de una. Y pensé, qué bravas son las franchutes, pero que tontas, yo lo cagaría a palos a mi marido, o lo que sea. El que tiene el vínculo conmigo es él. La otra, no.
Eso lo pensé cuando todavía no sabía mucho de la vida, porque cuando me engañaron, o mejor dicho traicionaron (me pega más decir traición), ni cagué a golpes, ni hice nada. Solamente llorar un tiempo, un largo tiempo, y luego bajarle para siempre la persiana. Ya lo comprobé, hasta en una situación límite, el boxing no es mi fuerte.
Ahora, las mujeres “amazonas”, como las bautizaron, ante lo que hizo Pampita y hace unos pocos días la hija de Susana Giménez, Mecha: hacen pagar la infidelidad a la amante con sus propias manos. No sólo las francesas se descargan con la otra.
Y, en el caso de ellas, hasta olvidan que son personajes públicos y que serán expuestas tal como un insecto bajo la lupa de un microscopio por cuanto canal y revista farandulera haya, por su necesidad de venganza, o tal vez de marcar terreno. La furia puede más. Golpear, degradar, y hasta arrastrar de los pelos a otra mujer (imagen que me lleva a pensar en la Era de Piedra) parece ahorrar varias sesiones de terapia. ¿Pero, qué hace que una mujer muela a golpes a otra sólo por ser la amante de su esposo?
¿Es bronca?, o un tremendo dolor por no sentirse querida, por no tener el objeto de deseo, por sentirse veinte mil veces más la otra que la otra.
*
El que arregló Venus

La primera película porno que vi fue Calígula, luego me enteré que había sido el filme de este género más caro de la historia, había costado unos 15 millones de dólares. Yo tendría unos 23 años y no juntamos con un grupo de amigos para verla. No sé quién la había traído como “joyita” de los '70, es más hoy ni sé dónde anda esa gente que fue parte de mi vida en aquella época. Esa cosa de ir cambiando cada tanto el elenco que actúa en ella.
-Yo desde que tengo cable tengo Venus, y lo pongo hasta para limpiar la casa- dijo uno de mis amigos del elenco estable de estos años.
-Lo tuyo es maravilloso. Nada mejor que ver muchos polvos mientras se está sacando el polvo. Sos muy coherente - le contesté yo riéndome.
-Yo también tengo Venus, y les digo, lo peor que le puede pasar a una mujer que tiene los canales codificados es que le funcionen mal- tiro otra amiga desde la punta de la mesa.
-¿Vos tenés porno?- le retrucamos sorprendidos por la noticia.
-Sí, che, una puede darse ciertos lujos- contestó ella- Claro, que no fue tan lindo cuando tuve que pedir un técnico para que viniera a arreglar la señal.
Al mes que había comprado el servicio se le rompió, no andaba, no agarraba bien la señal. Llamó a la compañía y le dieron algunas indicaciones para ver si se arreglaba pero nada. El canal no funcionaba. Ni siquiera se veía una teta o un pene entre rayas psicodélicas. Dios, cómo me calentaba en una época cuando caía en una señal porno pero que se veía mal porque no tenía el codificado. Se escuchaba el ahhh, ajjjj, ohhh, uhhhh, con imágenes que iban y venían, me gustaba más que ver una porno. Era esperar el momento para ver algo, estar al acecho de un pene parado, era altamente erótico. Pero no era el caso de ella, que había pagado por ver todo. “Le mandamos el técnico”, le dijeron desde la compañía.
Arregló el día, y algún horario, que por supuesto no era específico, sino que podría ser entre las 8 am y las 4 pm. Al mediodía sonó el portero, “soy el técnico del cable”, se escuchó desde abajo. Un fortachón con un maletín y un bigote muy a lo mexican boy entró al departamento, y le preguntó dónde estaba la tele.
-En mi cuarto- le contestó ella, mientras avanzaba y le indicaba el camino. El tipo prendió el televisor un impresionante LCD, y empezaron los sonidos característicos, sin imagen, sin rayas, ni nada, una lluvia grisácea se apoderó de la pantalla. El bigotudo se sentó en el borde de la cama de ella, se fijo en esto en lo otro, programo esto y lo otro, y ¡vuala!, las imágenes aparecieron luego de estar un mes pérdidas en el universo porno. El tipo como si nada, ella como si todo.
-Estaba con un tipo sentado en el borde de mi cama, que ni siquiera conocía, con el televisor 32 pulgadas que mostraban tetas, culos y pijas en todo su esplendor, y él tipo hablando conmigo ajustándole el color, y dándome explicaciones de cómo tenía que programar como si fuera el canal de Disney, mientras tres en la pantalla cogían a morir- ironizó ella.
No paramos de reír en toda la comida, porque si supe de situaciones bizarras la del técnico del canal Venus bien puede figurar en el top one. Al día de la fecha, la señal sigue funcionando a la perfección. Y ella, de vez en cuando, se acuerda de esos bigotes mexicanos, que por un momento le parecieron igual a los de Ron Jeremy, la estrella del cine porno.
Sabor a tí...

Su nombre en griego Merikane, significaba “la de la boca abierta”. Nunca tan bien elegida su gracia, ya que adoraba hacer fellatios, o sea succionar y lamer el falo, o sea chupar un pene, o sea hacer un pete, hablando en porteño.
Tal era su obsesión por el semen, ya que le atribuía poderes rejuvenecedores, que cuentan que para darse un buen rejuvenecimiento organizó una fiestita con más de cien hombres, nobles de su corte, a los que fue dejando limpitos, boca de por medio. Podría pensarse que la fiesta duró varios días, muy en la usanza de la época, pero no, dicen los escribas, que duró una noche. Mirála, a la Cleocleopatra.
Leyenda o no, me preguntó: ¿si viviera hoy en los tiempos del Botox, dejaría las fellatios o seguiría con los dos métodos de rejuvenecimiento?
Hablando con una y otra, puedo dividir a las que adoran hacerlo, que las calienta y pum para arriba (Cleopatra a la cabeza), a las que lo hacen pero no se involucran con toda la pasión en el asunto, es más una cuestión solidaria, vos me haces sexo oral a mí, y yo te hago a vos, pero... ¡ufa! Y, por último, a las que rechazan la idea, la forma y la acción. Es más, lo aborrecen. Y también odian a Cleopatra.
Las estadísticas arrojan que un 94% de mujeres por lo menos lo hicieron una vez. En los estudios del famoso doctor Alfred Kinsey, se hablaba de un 45% de mujeres que lo habían hecho antes de casarse. O sea, que la cosa gusta más de lo que se rechaza.
Más allá de la frialdad de los números, hay un tema que siempre me preocupó, y un descubrimiento que me sorprendió en los últimos días y tiene que ver con el sabor del semen. Tópico que bien puede ser uno de los motivos de rechazo.
La cosa pasa por darle un sabor gourmet al “elixir” que Cleopatra adoraba y que bebió incansablemente, aunque supongo que en el 99 ya estaría cansada. Y que ahora gracias a un polvito (y hablo literalmente) puede convertirse en el más dulce néctar, probado por mujer alguna. Es que hay en el mercado un producto llamado Semenex (no estoy jodiendo), que logra esto con solo ingerirlo como un complemento dietario. Basta de arcadas, ir corriendo al baño para escupir, ojos llorosos, ahora con Semenex, se solucionó todo.
Habrá que abonar unos cincuenta dólares para unas 30 dosis, y otra que la publicidad de Ser, no te privés de lo dulce. En la página aseguran que está basado en una investigación de textos antiguos originales de cultos eróticos, de la época pre Sumeria, fórmulas milenarias que logran una dulcificación del semen. Tal vez sea 100% efectivo, pues dime lo que comes y te diré que gusto de semen tienes.
Husmeando por Internet descubrí que en Terra me aconsejaban: “dale de comer cosas dulces, frutas y alcoholes fermentados, ya que por sus altos índices de azúcares, al ser asimilados por el cuerpo, traducirá un semen de sabor más aceptable que el resto del tiempo. Dile que evite espárragos o productos de sabores muy fuertes”. Gracias Terra.
Quizás hay que probar -mucho duraznito y nada de queso Roquefort- y de paso ahorrar 50 dólares. Tal vez resulte y se logre como dice el Kamasutra: la succión de una fruta de mango, sin gastar un mango.
Foto: Duggy Limes'
Post publicado 2007
No quiero ser la mejor mujer

Así con todas las palabras dichas con una excelente pronunciación, cuasi locutora de radio. Sílaba por sílaba.
¡Basta! No quiero ser ni buena amiga, ni una mujer especial, ni nada de eso.
A las hijas de puta les va bien, tengo amigos que corren tras ellas, que lloran por ellas, mientras las muy cochinas se burlan de su amor, ni se gastan en contestarles mensajes que ellos dejan una y otra vez en su celular, ni mucho menos los emails, los dejan plantados, les hacen pagar capricho tras capricho, o lo que es aún más grave: los engañan con otros en sus narices. Haciéndolos cornudos a la vista de todos.
Y esos machos se arrastran suplicando su amor.
Uno de mis mejores amigos, había sufrido enormemente por una mujer, de la cual se separó. Ella lo había engañado con un compañero de trabajo, un hombre mucho más grande. Y mi amigo, un hombre muy sensible, había estado muy mal, deprimido, y casi sin ganas de salir. Moría por ella. Y no estoy exagerando.
Habían pasado unos meses, él estaba un poco mejor, cuando la señorita volvió con cara muy compugida, lágrimas en los ojos, y unas nuevas tetas, que cortaban la respiración y que había pagado el otro.
Pidió perdón una y otra vez, y había que ver como él movía la colita de contento. En realidad eran dos los que la movían, la colita. El otro era Coqui, un perrito que la damisela prodiga le hizo comprar como símbolo de su nueva etapa.
Juró y rejuró que jamás volvería a engañarlo, y que sería fiel hasta que la muerte los separe. No se casaron, pero igual dijo esto.
Menos mal que no juró sobre la Biblia, porque ese juramente fue pura mierda. Volvió a engañarlo, y con el mismo tipo. Y lo peor que cuando se fue por segunda vez, él le dijo, dándole la correa:
-Llevate el perrito, que es tuyo.
-Ni loca. ¡Quedátelo vos! - le contestó ella, mientras cerraba la puerta de calle, del lado de afuera.
Parece que al otro tipo no le agradaban los pichichos. Y se quedaron los dos, paraditos y tristes viendo la puerta cerrada, del lado de adentro.
Al final Coqui, fue una compañía para mi amigo, que volvió a sufrir como un perro por ella.
¿Es que a los hombres en definitiva les gustan las minas jodidas?
¡Basta! No me digan que "gran" mujer soy.
No quiero escucharlo más.
Gas impune

¡Delicados, abstenerse!
Con el invierno los escapes de gas pueden convertirse en armas mortales, y por semana se cobran varias víctimas, que pagan muy caro su descuido. Es muy triste. Pero, hoy no voy a hablar de los escapes de gas que se llevan vidas humanas. Sino de otros, que si bien no matan, pueden costar muy caro a una relación. Comparado al otro tema, es una banalidad, pero no menos cierta.
Hay una pregunta básica, que muchos nos hacemos: ¿hasta dónde llega el límite de la intimidad? ¿Está bien un escape de gas, o debería decir el bastardeado pedo? ¿Es algo que puede tolerarse o es algo totalmente bochornoso, que día a día hunde la relación?
Hace un tiempo, bastante largo, en plena ejecución del acto sexual, con la euforia, o los movimientos del momento, un gas corporal osó escapar de mi. Porque ahí, hay otro tema que bien podría ser una discusión bizantina: ¿tirárselo o que se escape? Deliberación total, con fuerza abdominopelvianal, o sorpresayhumillaciónuyseescapó.
El mío se escapó, y en medio de esa batalla "camal", con patas pa'arriba (no las de la cama, las mías), y en plena prosecución del orgasmo, ni dije nada, ni dijo nada. Pasó como si nada, y todo siguió bien. Pero yo sabía que había pasado, y él seguramente también. Sordo no es.
Me sentí mal, porque quizás hubiera sido mejor haber dicho: ¡uy, se me escapo un pedito!, con carita inocente. Pero no era el momento, y si hubo un desubicado, no fui yo, sino él. El pedo, digo.
Me encontré con Mona y Loli y les conté mi total bochorno. Y obtuve una confesión de Mona, tuvo un novio que se los tiraba por doquier, sin ton, ni son.
O sería con mucho ton,ton,ton...
-¿No se le escaparán? - le pregunté, intentando alguna defensa posible del muchacho.
-Escapársele, no mon cherry, se los tira. Y hasta hace anuncio de lo que va a ocurrir. El otro día, abrí la puerta para recibirlo y me dijo vine con alguien… y adivina quién era.
-¿Y vos?
-No te juro, que no. Yo me aguanto.
Hablando con otras y otros he llegado a la conclusión de que más o menos serían los 3 meses de relación los que dan carta abierta a los gases corporales. Es en ese período, donde la pareja ya está un poco más consolidada en que parece ser que un pedito no le hace mal a nadie.
Pero para que no parezcan los culpables ellos. Tengo otra amiga que asegura que se tiran los dos, y hasta hacen campeonatos, y pueden agitar sábanas en época de muchas verduras.
Uno de mis novios (éste fue novio, porque viví 3 meses con él) era de lo demás pudoroso, cuando sentía el irrefrenable síntoma de uno, corría al baño y ahí se despachaba a gusto. Claro, que teníamos baño en suite, y muchas veces fui despertada con el estruendo de un prprrrprrrrrrrrrrrrrrrr, pero bueno la intención era buena, y el mal aroma no volvía con él.
Porque ese es el tema, el ruido vaya y pase, es el delator maldito de una necesidad fisiológica, pero el perfume, ¿para qué le pusieron ese desagradable olor? Al gas natural le pusieron para que no mate a la gente, pues es inodoro y un escape no se detectaría. Pero a las humildes flatulencias humanas…cuántos se tendría que tirar uno para matar a otro ser. Debe ser para dejar mal parado aquel que pensó que su pedo no se escucharía. ¿Qué otro motivo hay?
Mona tiene un amigo, que ya en la segunda cita se pedorrea a gusto, como orgullo de su producción.
-¿En la segunda?
-Sí, viste y luego vive quejándose que ninguna mujer le dura.
-Se le van por lo pedos.
Obvio, encima hay mujeres para las que un pedo, es algo así como la bomba nuclear. Loli, odia hablar de estos temas escatológicos, cuando una menciona la sonora palabra (como bien dice Fontanarrosa: "Despreciada por la clase culta, como la mandarina en las frutas") hace gestos de horror, de asco, de no sé qué.
-Siempre vos con tus asquerosidades – me dice mientras frunce la nariz como si hubiera olido uno.
-¿Pero no te tiraste, o se te escapó, nunca uuuuuunooooo en la más estricta soledad?- le preguntó en plan de que confiese algo.
-Cállate, por favor…-Y se tapa los ojos, más que los ojos se tendría que tapar los oídos, o la nariz. Y yo me preguntó, más allá de compartirlos, algunos debe tener. Si hay un médico entre los que me leen, ¿puede ser que haya personas que no se hayan tirado uno en su vida? ¡Vamos!
Nota: post publicado en 2005.
Sola, solita y sola...

Era yo la que repetía incansablemente: ser o no ser soltera; convivir o no con alguien.
Y estas dudas existenciales, si se quieren, no se dieron porque se me haya vuelto insoportable la soledad, o porque mi tío haya asesinado al marido de mi madre, que en este caso no es mi padre.
No, lo mío tenía un motivo más trivial, corpóreo, cotidiano, hasta diría, intrascendente al lado de los tormentos del alma del pobre príncipe de donde todo olía a podrido. No por eso, menos doloroso. Era el cruel tormento de tener que dormir con una gargantilla pesada toda la noche. Y no hablo de grilletes o algo así. No, hablo de una finísima pieza de bijouterie. Muy cara, y muy rígida. Y muy guacha.
Ser soltera tiene sus privilegios, pero también sus sinsabores. Y uno de esos sinsabores es lo que no se puede hacer sin la ayuda de otro. Algo tan simple, como destrabar un cierre de seguridad de un collar más que rebelde que se negó sistemáticamente a abrirse, a pesar de que fue obligado de las formas más insólitas, incluido gritos, puteadas, y demás. Como si el collar entendiera, hijo de puta abrite, o gancho de mierda cuando te abras te trituro con un martillo, hasta una suplica lastimosa, por favor abrite no me hagas esto, por favor...¡la puta que te parió!
Nada. Parecía soldado a fuego. Estaba allí atado a mi cuello, como un martirio de la edad media. Porque esa pieza no fue diseñada para dormir, sino para lucir parada, sentada, o a lo menos acostada, pero no toda la noche. O lo que quedaba de noche.
La batalla terminó. Gargantilla:1 - Malizia: 0. Y aunque este marcador parezca tonto, más lo era llamar a alguien a altas horas de la noche para que venga a liberarme de mi insólito opresor.
Opté por relajarme, con el collar puesto, por supuesto. Y me preparé un té con hojas de menta. Mientras lo tomaba me puse a pensar las cosas en las que vivir sola me trae este tipo de problemas, cosas tan simples como correr un mueble pesado de un lugar a otro puede demorar horas, o prenderme pequeños botoncitos en la espalda de un vestido, o acordarme justo debajo de la ducha que dejé el shampoo en el bolso recién llegada de un viaje. Si viviera con alguien, un grito de “me traes éso” alcanzaría.
A veces la soledad impone tener ingenio, y así un palo de escobillón sirve para alcanzar lo que un novio de 1,80 o 1.90 toma como si nada; o una franela debajo de las patas de un mueble pesado hace que se deslice más fácil por el piso de madera; en fin, también un piso lleno de gotas de agua, denota la búsqueda de lo que se olvidó en la maleta de viaje, todo es salvable.
Lo es también, una amiga que viene puteando a las 8 de la mañana, para ver qué mierda tengo clavado en el cuello, y por qué dormí casi sentada, y como si fuera una maga digna discípula de Merlín, con un trac, trac, mezclado con una buenas dosis de carcajadas, puede abrir la gargantilla, y después acostarse en la cama, para dormir por los menos hasta las 12 del domingo. Y que nadie, y menos el príncipe de Dinamarca, ose romper el encanto de dormir, nada más, y con un sueño decir que acabamos el sufrimiento de tener algo atado a la garganta.
*
Usted es el culpable

Todo parece una mierda, todo se convierte en algo difícil de sobrellevar, y todo merece una escena de llanto, porque sin lágrimas no se puede transitar dignamente el SPM. Secreción salada que puede ser vertida sólo porque se cayó el cepillo de pelo al piso, porque no encontramos la bombacha negra que tanto necesitamos, porque se volcó la leche sobre el fuego, o porque sí, que es la razón más valedera en esos días.
El loquito SPM te convierte en la persona más detestable, más inestable, más insorportable y todos los “table”, que quieras del mundo. Y además, como un dios profano de los hidratos de carbono, te lleva de la mano, y con la boca abierta, a comer todo lo que puedas. Léase la palabra "todo", en su exacta definición, chocolates, panes, facturas, galletitas, helados, bombón, caramelos, gomitas, más chocolates, y demás surtidos de un kiosco, que sería tedioso describir, pero no comer.
Cuando estaba de novia con mi ex de Miami, estuvimos un año previo a mi partida manteniendo una relación a distancia, salvada por e-mails o llamados de teléfono. Todo iba bien hasta que una vez por mes aparecía el malévolo SPM, y me transformaba en el ser más abominable del mundo, siempre discutía o me ponía a llorar por taradeces, siempre encontraba algo para desestabilizar la relación. ¡Hay que pelearse con 8.000 kilómetros de por medio! La pelea tiene que atravesar varios países latinoamericanos para llegar a buen puerto. Mi ex con toda la paciencia, luego de que yo rompía no sólo en llanto, sino las bolas de manera soberana, me hacía la pregunta, que tanto odiamos las mujeres: ¿Te está por venir el período? Como a muchos otros hombres, le daba repugnancia decir: menstruación. Él sabía, aún estando tan lejos, la fecha en que me tendría que venir, sin mirar el almanaque, sólo por mi humor. O mejor dicho, por mi malhumor. Y nunca fallaba.
Sin embargo, aunque hagan un esfuerzo, aunque ejerciten su imaginación al máximo, los hombres jamás van a saber cómo una mujer se siente en esos días; cómo lo que es maravilloso hasta ayer, se torna gris y sombrío; cómo lo que es tierno y meloso, se torna, amargo, ruin y frío; y sobre todo como la lógica se convierte en algo imposible de acceder.
Sólo verán lo que sucede fuera, sólo tendrán que soportar estoicamente nuestro padecer, nuestra locura temporaria, nuestras malas contestaciones que están a flor de piel, en la punta de la boca, nuestras lágrimas que salen sin ningún motivo aparente. Nuestro SPM, nuestra cadena perpetua de la vida fértil.
Y, debo reconocer, y agradecer, que muchos de ellos hacen un verdadero sacerdocio de la paciencia, y del abnegado amor que nos tienen, para no huir como machos a los que volvimos locos durante esos días, que por suerte suelen ser uno o dos. Y otros, no tan abnegados, o ya hartos de nuestro cóctel molotov de hormonas descontroladas, rematan cualquier desatino de nuestra parte, con el clásico: “a vos quién te entiende”.
Busqué en varios lados los síntomas de esta desgraciada dolencia femenina, en realidad pueden ser unos 150. Algunos muy graves, tanto que en Inglaterra, desde 1945 se lo considera como atenuante en casos de violencia o asesinato.
-Sorry gordi, te maté porque tengo SPM.
Sólo en el área psicológica se mencionan: depresión, irritabilidad, agresividad, ansiedad, cambios bruscos de humor, labilidad emocional, llanto fácil, intranquilidad, disminución de la memoria y capacidad de concentración, falta de autocontrol, disminución del rendimiento laboral, aumento de los accidentes del trabajo y automovilísticos, agravación de cuadros psiquiátricos preexistentes, trastornos en el deseo sexual: rigidez o ninfomanía (es cierto a veces el deseo se fortalece esos días), comportamiento inadecuado. En los casos más severos, tendencia al suicidio, alcoholismo y drogadicción.
Se ve que lo mío no llega a esta severidad, aunque a veces me dan ganas de chuparme todo y de acostarme a soñar con un mundo de mujeres felices 30 días seguidos, un mundo donde no haya SPM que golpeé la puerta de la female una vez por mes. ¡Peeeerdón!, que rompa a patadas la puerta femenina. Lo peor, es que cuando se acabe esto, vendrá la amarga señora Menopausia y ahí dicen las cosas se ponen peor. Lo siento, veo todo negro, ya mañana saldrá el sol, el que no puedo ver hoy.
Pic: Leo Reynolds
Licencia por mal de amores

Los japoneses son geniales, se dan cuenta de que una persona con mal de amores no puede realizar bien sus tareas, a riesgo, también, de meter la pata de una forma considerada. Yo con mal de amores, o con problemas sentimentales, soy la pelotuda más grande que hay, me olvido de todo, todo me cae mal, me duele el estómago y puedo estar viendo la pantalla de la PC como media hora con la mente totalmente en blanco. A todo esto hay que agregarle una buena dosis de llanto por cualquier cosa. El baño del trabajo se convierte en la guarida de las lágrimas. Cuando corté con mi segunda pareja lloré tres días sin parar. Sí, seguidos, no podía interrumpir el llanto. Y al tercer día tenía los ojos peor que si hubiera peleado con la Hiena Barrios.
Luego viene la etapa de contar a las amigas, compañeras, cadetes, chico del delivery, motoqueros, recepcionista, ascensorista, o sea hablar con “todos” del tema. Algunos opinan sin que se les pregunte, a otros hay que preguntarles. Porque en esos momentos necesito que me digan que soy la mejor persona del mundo y que el que está equivocado es él. Todos suelen decir, que "es lo mejor que pudo haber pasado", que "él no era para vos", rematado con "te mereces algo mejor", que esto y que lo otro, y la verdad que no escucho nada, aunque parezca que presto la mejor atención, porque lo único que quiero es despertarme y que todo siga como antes, o por lo menos que no sufra más. Porque me acuesto pensando en él y me levantó pensando en él.
O sea en esos momentos post ruptura no soy una trabajadora eficiente. Si trabajase en McDonald’s no sería la empleada del mes. Si estuviera en una foto, estaría con una cara de orto que ahuyentaría a todos los clientes.
Sí, señores japoneses, definitivamente la mujer que está pasando por un problema sentimental no puede ir a trabajar. No rinde. Es una pérdida para el mundo capitalista. No produce. Es una piltrafa que no sirve para nada.
La compañía que hizo este anuncio es Hime & Company, con sede en Tokio. Ellos consideran que la "baja por pena" permite a los empleados llorar sus males y volver renovados a trabajar. "No todo el mundo necesita tomar la licencia por maternidad (no claro, no todo el mundo, sólo las mujeres embarazadas ¿está loco este ponja?), pero con mal de amores todo el mundo necesita su tiempo, igual que cuando se está enfermo", dijo a Reuters el presidente Miki Hiradate, cuya compañía de seis mujeres comercializa cosméticos y otros productos femeninos. O sea, que la licencia no cuenta para hombres. Pero, ellos también sufren, ¿o no?
En esta compañía las empleadas de 24 años o menos pueden tomar un día libre al año, mientras que las que tienen entre 25 y 29 cuentan con dos y las mayores de esa edad pueden librar hasta tres días. "Las mujeres veinteañeras pueden encontrar con rapidez un nuevo amor, pero es más difícil para las que tienen 30, y sus rupturas suelen ser más graves", afirmó Hiradate.
Hidarate sos un desgraciado. Tengo amigas de 20 y pico, que sufren tanto por las rupturas que se merecen los tres días de asueto, y a las que les cuesta encontrar un nuevo amor, como a las otras, las más grandecitas.
¡Qué joder! ¿Por qué todos se ensañan con las de más de 30? ¡Es difícil para cualquier edad encontrar con rapidez un nuevo amor! Después de todo los amores no vienen con repuesto.
*
480 segundos

Mona quiere convencerme de que vaya con ella a reuniones speeding date, o sea citas rápidas, donde te sentás en una mesa y van apareciendo hombres (te aseguran por lo menos diez, ¡diez!), los cuales tienen 8 minutos cada uno para hablar con vos.
Escena típica de comedia romántica en la que los tipos son todos desastrosos, nunca aparece uno que valga la pena. Y si quieren algo más bizarro, en la película Virgen a los 40, está la escenita donde a una de las chicas que se sienta enfrente de él (Steve Carell) se le escapa una teta de un prominente escote.Y ella como si nada, bla, bla, bla, y él que no sabe dónde mirar.
De esto se trata. No de que se escape la teta -aunque puede lograr algunos bonus más-, sino de conocer a varias personas en un tiempo breve. Es ahí a donde quiere ir Mona, y no sólo quiere ir, sino llevarnos a nosotras.
Violeta le borró violentamente la idea de la cabeza.
- Eso no es para mí, con lo tímida que soy, cuando empiece a hablar ya se fue el último. Voy a parecer una tarada que sólo usa monosílabos. Paso.
-No seas tonta es en un bar, te chupás varios tragos antes, y te juro que le contás tu vida con lujo de detalle en 8 minutos. Vos empedada, sos tremenda Violetita.
Nada, nada la hizo cambiar. Violeta no va. Loli menos. Quedamos Mona y yo. Todavía no le dije que no. Por un lado me interesa como experiencia.
Lo que más me asombró es lo de los minutos, por qué exactamente 8 y no más. Según los organizadores, se necesitan exactamente esos minutos para ya saber si hay química o no. Algo así, como el amor a primera vista. Y aquí cae abajo todo lo que, más de una vez, yo misma proclamé, darse tiempo para no despachar de un plumazo al otro según la primera impresión. Muchas veces me propuse no descartar a un tipo que no me gustó de entrada, ni de salida tampoco.
Sin embargo, las últimas investigaciones realizadas indican que esta primera impresión es la que vale, contrario a lo que se creía que era por efecto acumulativo durante los primeros 5 días. No señoritas, no señoritos, ahora descubrieron que se genera en apenas unos minutos y suele ser, inamovible. I-na-mo-vi-ble. Qué lo parió.
Esta conclusión no está sacada de una deducción cualunque sin título. Como siempre, en estos estudios tan importantes para la continuidad de la raza humana hay una universidad prestigiosa de por medio, en este caso la de Minesotta (no, no voy a agarrar, nada; no hagan rimas), en Estados Unidos. Parece ser que los investigadores Michael Sunnafrank y Artemio Ramírez observaron a unos 164 jóvenes, en encuentros de 3, 6 y 10 minutos. Y luego les hicieron llegar una planillita con un cuestionario, y pin y pan, en donde ponían sus impresiones. El objetivo era considerar la relación que cada uno de ellos estaría dispuesto a llevar con el otro. Con el tiempo concluyeron que el 95% de los jóvenes llegaron a realizar el tipo de relación que habían previsto en el primer encuentro.
Según mi propia experiencia puedo decir que en 3 minutos lo único que podés deducir, es si sus facciones te caen bien y si tiene mal aliento, o dientes amarillos, no pretendás más, entre que se sienta, ejem, se acomoda, ejem, te mira, ejem, y habla, y vos respondes, ejem, ya sonó la campana.
En 6, ya se puede avanzar un poco, y saber cómo habla, qué hace, si tiene o no caspa. También se puede detectar algún tic, o muletilla verbal, comportamiento dudoso, por ejemplo manos debajo de la mesa; o que te toque sin permiso, no debajo de la mesa, sino que tome tu mano o quiera limpiarte un pelusita de la ropa, o algo así, tipo "chinche poroto".
En 10, o te querés casar con él y solo te quedás mirándolo embobadamente, o ya se sabe si hay que suicidarse con la misma date card (la tarjeta donde anotas qué onda con los tipitos), o bien tirarse al piso aduciendo que se te perdió un aro, u objeto similar, durante 7.30 minutos.
Lo bueno de estar en un bar es que se puede chupar, alcohol, para por lo menos embriagarse y olvidar todos los tipos que se vieron durante los 480 segundos.
No quiero ser demasiado escéptica, puede ser (pueeedeeee seeer) que en algunos casos aparezca el amor de tu vida, con el que le contarás a tus hijos que se conocieron en una speed date.
Ma sí, por ahí me doy una vueltita. Hollywood, un amor por la derecha, por favor.
*
Socorro, me llegó un SMS

La forma moderna de enviar mensajes por el aire sin el uso de las románticas palomas mensajeras. Qué equivocados estaban los expertos que aseguraban el fracaso de este sistema, seguramente no podrán creer que actualmente el número estimativo de SMS que se envía por año ronda entre los dos y tres trillones. En Argentina mueven unos 500 millones de pesos al mes, facturados por los 7.000 millones de SMS que se envían. Se han hecho muchos estudios sobre este auge, pero habría que aclarar algo que jamás sale en ninguno de los análisis sobre este nuevo sistema de telecomunicación: el comportamiento femenino al recibir un SMS de alguien que nos interesa tanto como para contestarlo.
Es que cuando las mujeres recibimos un SMS de alguien que nos gusta, con el que pensamos trabar algo más que una simple amistad, ahí todo se transforma. Porque ellos reciben un mensaje nuestro y lo contestan sin más, si voy, no voy, nos encontramos en tal lado, o te paso a buscar, no hacen un concilio de cardenales para ver si está bien que le diga esto o lo otro. Nosotras no.
Estábamos con Loli, y Violeta cuando le llegó un SMS de un amigo, más que amigo, pero no tan más como para pasar a una categoría de novio, o pareja, está ahí en el límite. Límite que, por supuesto, Violeta quiere que atraviese; que atraviese y se quedé, porque el límite el varoncito lo atraviesa, pero luego recula y vuelve a su trinchera.
El SMS en cuestión decía:
haces algo hoy?
¿Cómo una simple frase interrogativa compuesta por tres palabras puede generar todo un sistema de análisis que entra en la categoría de ensayo neurolingüístico, semántico y filológico también? Todo para terminar diciendo, qué carajo me quiso decir, querrá salir, o sólo querrá saber de mis actividades, por qué no uso el plural “hacemos”, lo que implicaría que une su voluntad de hacer a la mía; pero el uso del "hacés" sólo destacaría una ambivalencia de su parte, que puede ser mal interpretada y ser tomada como una real invitación a salir, ¿hay en esa frase un verdadero impulso a emprender una salida de a dos?, o en realidad está enraizada en la típica histeria masculina que termina en una contestación del tipo: "ok, beso". Porque cada vez estoy odiando más al ok, que en algunos casos resume todo lo que no se quiere decir, y puede desconcertar más que un simple sí.
La duda acerca del real contenido de esas doce letras que unidas dan sentido a una frase tan abierta, genera otra consecuente duda, ¿qué le contesto?
En realidad debería decir, qué le contestamos, porque las mujeres ahí trabajamos en equipo, y empezamos a pensar lo mejor que se le podría contestar, una frase que no denote nuestras extremas y urgidas ganas de salir con él, pero que tampoco las borré de un plumazo tecnológico, un SMS que dé posibilidades, sin asomar demasiado nuestro verdadero impulso de que lo único que queremos esa noche es acostarnos con él, que lo único que queremos es romper sus barreras, atrapar su corazón, abrir sus ojos al amor, que se dé cuenta de que somos lo mejor para él, y que jamás nadie lo hará tan feliz, que abandone esas cuestiones acerca del compromiso, y demás, que se deje llevar por sus sentimientos, por su verdadero deseo de estar con nosotras, pero sólo podemos poner:
Por ahora nada, y vos?
Porque el "por ahora" denota que no se piense que estamos solas para él, aunque sí lo estamos, y también que se apure porque puede ser que alguien lo anticipe, aunque sabemos que nadie se va a anticipar, y el "y vos", lo incluye de alguna manera en los deseos de salir.
Cómo ven si tardamos en contestarles un SMS, es por todo esto, porque aunque estemos solas, es muy posible que chateemos con otra, que la llamemos también, que le reenvíemos el SMS, y organicemos una teleconferencia para escribir la frase que pensamos perfecta.
Además sepan que siempre, pero siempre, guardaremos todos los SMS que nos enviaron, y que en cada reunión con nuestras amigas, estarán presentes, porque se los mostraremos, una y otra vez. Y haremos un análisis exhaustivo de cada frase. Y si la relación ya se terminó, servirán para decir, mientras miramos con nostalgia la pequeña pantalla: qué le pasó a este hijo de puta, mirá la cosas que me escribía la semana pasada, y ahora no me llama más. Porque a las palabras escritas, ya sea en papel o en pantalla de celular, no se las lleva el viento.
*
Trivialidades

Ellas están en su propio universo y yo en mis pensamientos futuristas sólo puedo ver moverse sus bocas acaloradamente.
-Imaginen cuando tengamos unos setenta años y estemos tomando un té, ¿seguiremos hablando boludeces?- les digo haciendo voz alta mi pensamiento. Todas dejan de hablar y me miran.
-A este ritmo, lo que no sé si seguiremos vivas a los setenta. Yo no creo llegar, con tanto “escuatro” que tengo, y vos ni hablemos si seguís en esas doce horas de laburo diario- salta Mona mientras coloca dulce light en la tostada de pan casero, una bruta tostada que ridiculiza por completo al dulce diet.
-No sé si llegaremos, pero estoy segura de que seguiremos hablando de cosas que no hacen nada por el bien de la humanidad- le dice Violeta y nosotras nos matamos de la risa sabiendo de la intrascendencia de esas charlas en días que nada importa, salvo la gordura.
Todo fluye en ese universo femenino de la charla porque sí, de la charla incongruente, de la charla profana, son esas charlas liberadas por completo de traumas, problemas o preocupaciones. Nadie ha salido con nadie, no hay ninguna hazaña sexual para contar, nadie llora un amor perdido, ni un amor imposible, (aunque los amores imposibles no suelen llorarse sino suspirarse), nadie perdió su empleo, ni odia a su jefe, nadie se cambió el color de pelo, ni está preocupada porque no le vino o porque le vino, nadie está pendiente del Chat o de los MSN, ni tiró una pregunta crucial para debatir, ni fue engañada, nada grave, todo trivial y encantadoramente intrascendente, sin motivo, sin causa.
Sólo una charla tomando té, sacándole el cuero a cuanto mortal está en el local, y hasta al dulce light que no tiene mucha pinta de serlo, sacándole el cuero con la más exquisita perfección que puede darle un conjunto de mujeres, como esas señoras de barrio que salen con la escoba a la puerta, donde la escoba forma parte de la escenografía del chisme, y la vereda queda sin barrer luego de tres horas de charla.
La tetera, las tazas y hasta las tostadas gigantes de pan casero en la panera de madera nos brindan la coreografía perfecta para que estemos juntas una vez más hablando las pavadas que hacen que una tarde de sábado en un local de Palermo pueda ser el lugar perfecto para sentirme bien en medio de la caótica ciudad, para sentir que me importa un carajo que no resolvamos nada importante por lo menos en esa única hora. El mundo y los problemas, las tristezas y los llantos estarán igual cuando salgamos de ese lugarcito en el que hoy nos olvidamos de todo. Salvo la gordura.
La búsqueda

Él se había ido de vacaciones en enero, unos veinte días, cuando volví a la peluquería, por mediados de ese mes no lo vi, pero como no iba a cortarme, porque sí, debo reconocerlo con el tema brushing le era totalmente infiel, el primero que estaba libre me atendía, pero la cuestión tijeras es algo serio. ¿Quién no sufrió la masacre a conciencia de un estilista enceguecido? ¿Quién no se preguntó, casi llorando, si le dije poquito? ¿Quién no suspiro y dijo: y bueno crece, tratando de mantener una increíble fortaleza espiritual frente al espejo?
Creo que un hombre enfrenta más estoico los malos cortes de cabello. Varias parejas mías vinieron con una masacre capilar y ni mú. No se miraron veinte mil veces al espejo, ni protestaron y putearon, ni juraron que jamás volverían a esa inmunda peluquería. Ni llamaron a sus amigos para contarle el desastre. Ni usaron vincha por un mes.
En eso los admiro. Porque eso no nos sucede a nosotras. Ustedes señoritas me entienden, cuando digo que él era el elegido de los dioses, el que sabía cuánto cortarme, cómo cortarme y que siempre lograba que me vaya con una sonrisa en mi cara. Y por eso todas entenderán mi desesperación cuando, al notar que esas vacaciones eran demasiados largas, le pregunté a la chica que me estaba lavando el pelo:
-¿Todavía no volvió Julián de las vacaciones?-
-No, Julián renunció después de las vacaciones.
Glup, recontra glup. Creo que si hubiera estado tomando café, o gaseosa, hubiera escupido, lo juro. La pregunta obligada era adónde se había ido, y la respuesta más que esperada era: ni tengo idea.
Es que no sé si les pasó, pero cuando un peluquero se va de la peluquería es como si se hubiera muerto. Nadie te dice adónde se fue, y es bastante razonable, pero muy hijo de puta. Estaba desconsolada, y me importaba una mierda que me quisieran convencer con peluqueros hay miles, vas a encontrar otro que te corte bien, o que se me rían descaradamente en la cara por mi desolación como hizo Mona.
-A vos se te van hasta los peluqueros. ¿No le habías dado la tarjeta de tu laburo?- me dijo riéndose como loca y preguntándome si iba a convertirme en Lady Godiva.
Sí, era cierto, previendo ese recambio mortal que se da en la peluquerías, hoy estoy, mañana no, debido a las malas condiciones laborales que deben sufrir los chicos que trabajan en ese medio, le había dejado mi tarjeta. No una, sino dos veces; la primera la perdió, seguramente la segunda también. Nunca me escribió un email o me llamó por teléfono para avisarme de su ida.
Todo hacía suponer que iba a enviudar de coiffeur. Y casi me pongo luto. Un día, siguiendo los consejos de mis amigas, decidí probar con otro. Me cortó horrible, no me gustó. Cuando todo parecía convertirlo en un hombre más que me abandonaba, llegó el Hada Protectora como en Pinocho, bueno en realidad era una peinadora, que no sé si por buena, o por verme tan constante en mi búsqueda, porque nunca dejé de preguntar por él, me tiró una puntita.
-Se fue a una peluquería cerca de Callao y Santa Fe.
Así fue que una tarde que estaba muy aburrida y con ganas de investigar, me dije: bueno empecemos la búsqueda. Por suerte, en la segunda que entré lo encontré. Imagínense la cara cuando me vio. Abrió los ojos por la sorpresa, y lo primero que me dijo fue, perdí tu tarjeta. Off course.
Quedamos que esta semana paso a cortarme el pelo. Todavía estoy pensando si creerá que soy una loca, obsesiva, maniática, asesina, quizás nunca se dé cuenta de que sólo soy una mujer que encontró la persona ideal para dejarla jugar con tijeras en su cabeza.
Ya le pedí su celular por si se va de nuevo.
Hombres casados, atrás

Es que entre lo dicho y lo hecho, entre la teoría y la práctica, a veces (más de lo previsto) no hay una relación concreta. Y menos cuando la lujuria, el enamoramiento, o la boludez, o el trío en pleno entran en la vida sin golpear la puerta, sino por la ventana. Todavía me parece escuchar el ruido de vidrios rotos.
En mi historia personal tuve tres relaciones de ese tipo, la primera fue con un italiano y no duró mucho, pero fue muy hermosa. La segunda fue un desastre creo que seguí por una cuestión de sexo solidario. La tercera fue una asignatura pendiente con alguien que conocí cuando tenía diecisiete años. Asignatura que debo decir la hubiera dejado previa.
Ninguna duró más de lo que dura un postre de chocolate en mi heladera, y en todas sentí el placer que me da comerme el postre. Y la post culpa también. Pero hay casos en que las relaciones se mantienen durante mucho tiempo.
Las mujeres solemos cometer estos actos saltando por supuesto la valla de la objeción moral que supone dormir con el hombre de otra. Tengo amigas que salen con hombres casados, que sufren por ellos, que abren la puerta de su departamento a las 7 am para hacer una pasadita antes de irse a trabajar; o a las 1 am, pues vienen de una cena y aprovechan la excusa, sexo rápido, sin preguntar, ni decir nada. Son mujeres que viven esperando, más que Godot. Aunque, algunas esperan que se separen, y otras que no lo hagan nunca.
Una mujer muy bonita e inteligente, contadora ella, salió durante 10 años con un tipo casado, compañero de trabajo. Iban y venían, en un seudo-secreto-noviazgo que, por supuesto, todos conocían, creo que hasta la mujer de él que hacía vista gorda de la situación. Un buen día el señor apareció en el departamento de ella con una valija. No, no se iban de viaje, sino que había dejado a su mujer. ¡Sorpresa, darling!
¿Imaginan un futuro feliz para la nueva pareja? Nada de eso, a los 3 meses de convivencia terminaron separándose. Este síndrome es muy común, y tal vez juegue en contra el inconsciente, pues en el caso de que formalicen, la amante se convertiría en una especie de esposa y por propia experiencia, ya sabe lo que puede pasar.
También está la señorita que cambia radicalmente la postura. Es la que te dice muy segura de sí misma que ella sabe muy bien lo que está haciendo, que tiene los ojos bien abiertos, y que no espera nada de esa relación, que se ríe a carcajadas diciendo que jamás se enganchará, y que ella no tiene la culpa pues el que tiene que cuidar el hogar es él. La esposa, bien gracias.
Es la misma que meses después está llorando porque fue su cumpleaños y él ni la puede ir a saludar, o la que llama una y otra vez a la esposa para cortar el teléfono cuando atiende, o la que te tiene horas en un bar, contándote todo lo que le prometió y no cumplió, y que es la última vez que le hace esto. Claro, que para vos vendría a hacer la vigesíma vez que se lo hace, si no contaste mal.
O más triste aún, es la que después de convertirse en la amante que espera ansiosa la separación de la legítima, meses y meses, años y años, teniendo una paciencia de santa -si la para la iglesia no fuera pecado la infidelidad- y cuando el señor lo hace, milagro ahora sí. Pero... pum, patada en el culo, y te cambio por una casi niña. Pobre mina, ya no es amante, ni esposa, ni nada. Anda llorando su pena encerrada en el baño de algún lugar.
Cuando me pregunto qué busca una mujer en una relación así, inmediatamente me viene la respuesta: ningún compromiso. Una de mis amigas que prefieren comprar en la sección de hombres casados me dio una explicación: es igual cuando viene una amiga con un bebé, lo abrazas, lo besas pero luego la madre es la que se lo lleva para cambiarle el pañal cagado.
La verdad cada vez tengo más ganas de tener mi propio bebé. Y aclaro, es una metáfora.
Pasáme la lupa

A veces pienso que es genuina curiosidad, o bien: desconfianza congénita femenina. No lo sé, a veces puede ser un mix desquiciado de las dos. Pero, estando solas con objetos a revisar, es inevitable caer en la más impura y desaforada tentación. Puede ser que busquemos datos importantes o trivialidades, y también muchas veces las trivialidades se convierten en datos importantes.
Puede ser un cajón, o un cuaderno, una agenda, un celular, una Palm, una PC, la guantera de un auto, un bolso o un bolsillo, cualquier recoveco y objeto del otro es digno de análisis y cualquier información obtenida por el fisgoneo es recibida con sublime alegría. Y lo aún más regocijante es contárselo a alguna amiga.
Los siglos se acumulan unos tras otro. La vida avanza. La velocidad de la luz siempre es la misma, los métodos de búsqueda de información, no. Hoy por hoy, hay un asistente de detective que es genial, y estoy segura que hasta Sherlock Holmes se sacaría su particular sombrero. No tiene cara, ni cuerpo, y no hablo del Hombre Invisible, tampoco tiene nombre, ni apellido, y va tan rápido casi... como la velocidad de la luz, sólo una sigla le alcanza para ser famoso: Google.
Mona exagera y dice:
-Si no estás en Google, no existís baby.
Me resisto a pensar esto. A lo que no me puedo resistir es al impulso de "googlear" a alguien que conozco recién. Es una especie de adicción estimulada por el torrente de información.
Los siglos se acumulan unos tras otro. La vida avanza. La velocidad de la luz siempre es la misma, los métodos de búsqueda de información, no. Hoy por hoy, hay un asistente de detective que es genial, y estoy segura que hasta Sherlock Holmes se sacaría su particular sombrero. No tiene cara, ni cuerpo, y no hablo del Hombre Invisible, tampoco tiene nombre, ni apellido, y va tan rápido casi... como la velocidad de la luz, sólo una sigla le alcanza para ser famoso: Google.
Mona exagera y dice:
-Si no estás en Google, no existís baby.
Me resisto a pensar esto. A lo que no me puedo resistir es al impulso de "googlear" a alguien que conozco recién. Es una especie de adicción estimulada por el torrente de información.
Ni hablar si es un tipo, ni hablar si tengo pocos datos, ni hablar si me interesa más de la cuenta, en fin... “si te conozco, te googleo”. Sábelo, soy chusma asquerosa, y muero por descubrir todo de vos.
Navego por la red como si fuera una gigantesca lupa. Busco tramas, olfateo como un perro de caza, link tras link, un enlace con otro. Así pude descubrir que el susodicho tenía una causa en la justicia, o un juicio por alimentos, o que se casó y se divorció más de dos veces. Es increíble como salen los trapitos judiciales en la red.
Me encanta hacer espionaje ultra secreto vía Internet. Es entrar por una puerta inconfesable (jamás se lo diré) a la vida del otro. Vida de la cual todavía no sé nada. Es algo jodido de mi parte, es como querer descubrir monstruos más allá del fin del océano.
Y lo que es mejor aún, en ese ansía devoradora de conocer lo desconocido, ¡sí! es encontrar fotos. Más aún que encontrar a los de Lost. Recuerdo una vez que busqué a un tipo con el que me escribía, y al que no conocía. Apareció, en la búsqueda de imágenes bajo su nombre, pero estaba con otros cuatro. Porca miseria, cuál era él. Del grupo de cinco sólo había uno que me gustaba. Los demás, que sus santas madres me perdonen, eran terriblemente desagradables.
Me encanta hacer espionaje ultra secreto vía Internet. Es entrar por una puerta inconfesable (jamás se lo diré) a la vida del otro. Vida de la cual todavía no sé nada. Es algo jodido de mi parte, es como querer descubrir monstruos más allá del fin del océano.
Y lo que es mejor aún, en ese ansía devoradora de conocer lo desconocido, ¡sí! es encontrar fotos. Más aún que encontrar a los de Lost. Recuerdo una vez que busqué a un tipo con el que me escribía, y al que no conocía. Apareció, en la búsqueda de imágenes bajo su nombre, pero estaba con otros cuatro. Porca miseria, cuál era él. Del grupo de cinco sólo había uno que me gustaba. Los demás, que sus santas madres me perdonen, eran terriblemente desagradables.
¡Oh, mi god! Ése era mi castigo por tanta curiosidad. Miraba la foto y decía, por favor que no sea ninguno de ellos. Cuando por fin me mandó su foto, era... (imaginense el suspenso hasta que se abrió) ... la del tipo que me gustaba. Como buena mujer, fingí sorpresa y beneplácito de conocerlo por primera vez.
Así es, Google soluciona el ansía de saber más del otro. Aunque a veces se cliquea un nombre y no aparece nada. Ni una mísera línea hablando de él (o ella). Y contrario a lo que piensa Mona, sabemos muy bien que esa persona existe, y que tiene una vida que va mucho más allá de nuestra propia curiosidad insatisfecha.
Fotografía: Jay Juice
Despechadas

He puteado, reputeado, he escrito maldiciéndolo por los siglos de los siglos, he salido con su mejor amigo, he deseado la peor de las enfermedades: impotencia, lo he llamado y he cortado sin hablar, no he atendido el teléfono una y otra vez, y también le he cortado sin dejarlo decir nada.
Lo he hecho, pero de ahí a conducir 1.500 kilómetros por una carretera usando unos pañales, quiero pensar descartables, para evitar ir al baño durante el trayecto y poder interceptar a tiempo a una presunta rival amorosa, no. No me da para tanto el despecho.
Cuando leí esta noticia me puse a pensar. Una mujer despechada es capaz de hacer cualquier cosa. Y cuando digo cualquier cosa, me refiero a eso: a cualquier acto que para otra persona sonaría loco, desquiciado, y siempre desproporcionado. Una mujer despechada puede resultar peligrosa, porque ese click que hace pedazos el corazón, también puede hacer pedazos el cerebro, y ahí... agarrate Catalina.
Seguro que algo así le pasó a esta mujer norteamericana, astronauta ella, para más datos una tal Lisa Nowak, de 43 años, una señorita que fue ex tripulante del transbordador Discovery. Y que supongo habrá pasado más de un test psicológico en su trabajo. Y, para que no digan que las solteras estamos cada vez peor, es casada y además madre de tres hijos.
¿Qué dispara los celos de una mujer más o menos normal, más o menos sensata como para pasar tantas pruebas y llegar a tripular el Discovery, para cometer este acto demencial?
Demencial, sí, pero excelente para una campaña de pañales de adultos. Poder de absorción: 1.500 kilómetros.
La respuesta es simple: el temible y nunca deseado triángulo amoroso. Y lo que viene detrás: el despecho. Y lo que viene después: la vanidad destruida por el desengaño. Porque el despecho anida y crece voluptuosamente en lo profundo del ego herido.
Parece ser que Lisa y una ingeniera militar, Colleen Shipman, compartían el mismo hombre, un piloto del Discovery, Hill Oefelein. ¡Al final qué puterío resultó ese Discovery!
Y una que se los imagina flotando y comiendo esas porquerías y hablando boludeces, pero en tono científico, con los cual son boludeces científicas, del tipo: ¡che...mirá! ¿ése no es un nuevo planeta?, o mirando todo el tiempo por la ventanilla a ver si ven un OVNI, o alguna estrella fugaz para pedir tres deseos. Sin embargo, según los hechos parece que también hacen otras cositas.
Decían las noticias, que la minita astronauta, que se había disfrazado con una peluca y un abrigo, atacó con gas pimienta a la ingeniera. Ella dijo que sólo quería asustarla, y hablar, aunque sospechan las autoridades que pensaba matarla.
Me imagino la conversación que querría tener con la otra. Escucháme, Colleen vo andá con el Gil. Y me imagino, las ganas de hablar que tendría la otra, al verla llegar así un poco transfigurada luego de manejar desde Houston (she has a problem), a Orlando. Siempre con el pañal puesto.
Igualmente yo creo que tiene razón con lo que dice, que si quería algo más grave, con sólo sacarse el pañal y metérselo en la trompa a la tercera en discordia hubiera llevado a cabo un acto mortal.
Digamos que a la astronauta se le volaron los planetas, y que no todos los casos suelen ser tan extremos, pero de cualquier forma el despecho es un sentimiento que se alimenta de los peores deseos. Lo sano está en dejarlo que muera de inanición.
El hombre ideal

Otras van mutando ese hombre ideal a medida que pasan los años, a los 5 el nene que regala un caramelo en el jardín ya compró el corazón de la nena; a los 10 una cartita de amor en el colegio sellará para siempre el amor; a los 17 el chico sin un mango con la bici hecha bolsa nos enamora completamente, y somos capaz de viajar sentadas en el caño, rompiéndonos el culite sin decir ni mú; cerca de los 40 por lo menos tiene que vivir solo, tiene que tener un laburo seguro y preferentemente un medio de transporte con 4 ruedas. Eso sí, de viajar en el caño, adiós. El caño de la bicicleta.
Hay mujeres que cambiaron el ideal radicalmente, y lo adaptaron a las exigencias del mercado. Son las prácticas, las realistas. Están felices y contentas. Y descubrieron que detrás de un hombre no ideal puede estar un hombre casi (casi) perfecto para ellas.
Hay otras que frente al paso del tiempo y la desesperación entraron en la mesa de saldos y agarraron lo que viniera. Por lo general estos hombres no tienen devolución, y vienen con fallas. Ni su madre lo acepta de vuelta. No tienen reembolso, ni garantía, y lo peor que no se pueden arreglar. Pero lo grave, en algunos casos, es que las damas no los dejan. Son esas mujeres que se quejan todo el tiempo de ellos. Cuando ellos no están, y cuando están también. No hay un minuto que no aprovechen para hacerle ver cuán lejos están de su ideal, y cuánto le arruinaron la vida. Son las eternas quejosas. Vos no sos lo que quiero, pero te cago la existencia eternamente.
Hay cierto tipo de mujeres que tienen proyección a futuro, serían las arquitectas de la fachada del hombre ideal. Las asesoras de imagen, las personal shopper de su cuchi cuchi. Esos zapatos que odian, esas camisas que detestan, un corte de pelo absurdo, anteojos pasados de moda, corbatas que no usaría ni el payaso Plin Plin, combinaciones dignas de un daltónico. Ellas tienen la consigna de que todo elemento mutable externo que lo aleja de su hombre ideal es algo que se puede modificar. Y así actúan, de a poco, como en las sombras, en el cumpleaños le regalan un equipo completo, luego le dicen vayamos al shopping a comprarnos ropa, para culminar en el "dejá que te compró yo".
Hay mujeres que terminan sus días esperando al hombre con el cual soñaron por siempre, y que por supuesto nunca llegó. Están amargadas, tristes, solas y sin ningún tipo de amor. Rechazaron a diestra y siniestra, o ni siquiera escucharon propuestas, siempre todos tenían un defecto, algo que lo alejaba de su hombre ideal. Ninguno le venía bien. A veces se acuerdan de uno, cierran los ojos y piensan que quizás no era tan malo. Son aquéllas mujeres que nunca descubrieron que lo ideal encierra una trampa, pues no existe sino en el pensamiento.
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