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No tengo palabra

Uauuu no tengo palabra. Uauuu no puedo creer que diga, y lo peor escriba, esto. Porque como decía un profesor mío de teatro, "lo que no se escribe se pierde para la historia", o sea que una vez escrito quedará para la historia, que no será más que la mía. Una pequeña historia entre millones. Pero les juro que me senté mil veces a escribir en este blog y otras tantas me levanté. Y sentía que les había prometido que volvería. Pero llega el fin de año, y leo que Armando Esteban me pone" volvé cosita" y Garrobito todavía sigue ahí, y Mariuska también, y tantos otros. Y me preguntó qué relación construimos entre todos, que a pesar de no vernos, de no leernos por un tiempo, ni siquiera de conocernos, estamos. Alguien hace poco me dijo que el verbo "to be" en inglés vale tanto para ser o estar, y es cierto, soy y estoy con ustedes, son y están conmigo. Así, como lo hacemos con tantas otras personas, tantas no todas, en algún caso, sólo algunas, en otros sólo una. Yo estoy y soy por ustedes, si no me hubieran leído nunca, si no hubieran entrado a este blog, seguramente no hubiera escrito semana a semana historia tras historia, recuerdo tras recuerdo garabateado en las teclas de la compu. Así, que tal vez ahora que se acerca el fin de año, debería decirles que tengo muchas ganas de volver, pero que no sé si lo haré. Tengo tantas historias para contarles, tantas, que me parece cruel siquiera contarles que las tengo. Pero, las hay, están allí esperando en las gateras de los sueños, esperando para salir, guardadas entre miles de cosas vividas, están allí esperando el momento oportuno. Sólo eso. No es nada más que eso. O es mucho eso. Mucho. Siempre para fin de año escribí algo. Y este no va a ser diferente, tal vez no sea lo que esperan leer. Pero les digo que yo estoy aquí sentada detrás del teclado, y sé que ustedes están ahí , tal vez en este mismo instante viendo un monitor o escribiendo algo en un teclado, casi igual al mío, tal vez a miles de kilómetros de distancia. Y esa es la magia, que ustedes y yo sabemos que estamos. Así que, amigos, dejemos que el tiempo redireccione mis ganas para estar juntos enlazados por las letras, por las historias, por la vida misma. Les deseo un buen año, el mejor. Y eso sólo depende de las ganas que le pongamos para que así sea. 

Quema esos emails

Si sos medio naboleti con la tecnología no te mandés emails con tu amante. Eso le diría a Santiago Bal, como también se lo dije a mi ex, con el que viví en Miami. Porque ambos cometieron el mismo error, eliminar los emails… pero dejarlos en la papelera.
Y aunque parezca cosa de boludos, no lo es. Se los aseguro. Muchos hombres borran a la mitad su infidelidad. A veces me pregunto si en realidad, en el fondo, muy en su inconsciente, quieren ser descubiertos.
Nunca pensé que algo me uniría a Carmen Barbieri, como nunca pensé que cuando iba a ver la papelera, descubriera una relación amorosa de mi novio con otra mujer. Pero en uno de esos programas de chimentos estuvo contando que le había pasado esto mismo.
Mi historia no es tan mediática, pero entra dentro del mismo rubro: la infidelidad. Yo había llegado de viaje de España, me había ido por dos meses porque no tenía Visa para vivir en Estados Unidos y tenía que salir cuando se me vencía la turista. Por eso me fui a España. El primer mes mi tortolito me escribía emails todos los días contándome cuánto me extrañaba y que prácticamente no podía vivir sin mí. Es más, no sólo me enviaba varios emails diarios, sino que me llamaba por teléfono. Yo vivía con mis tíos, y claro las 5 o 6 horas de diferencia hacían que sonara el ring ring cuando todos estábamos durmiendo, bueno todos no. Yo sabía que me iba a llamar y me quedaba leyendo en la cama, bajaba las escaleras corriendo y hablaba con él. El amor viajaba por el aire, cruzaba el Atlántico y se seguía construyendo palabra por palabra vía coaxil, casi todas las noches me iba a dormir pensando en él.
Eso fue el primer mes. El segundo todo cambio. Como si alguien hubiera tomar el guión de mi vida y hubiera convertido una película romántica en alguna de suspenso, porque sus email eran cada día más secos, más escuetos, más intrigantes. Obvio que yo pensaba que en algo andaba. Pero él que nada, que era la separación injusta y cruel que nos tocaba vivir. Mierda y recontramierda. No era la separación era que había conocido una mujer.
A los dos meses regresé a Miami. Yo volvía sumergida en todos los puntos suspensivos que cabían en mi vida. Todo era muy raro. Sentía el fantasma de otra mujer entre los dos. Porque si hay algo que una mina descubre es eso. Después que lo niegue, o no lo quiera ver, es otra cosa. Pero que lo sabe, lo intuye, lo presiente, no me queda duda. Los tipos cambian mucho cuando andan con otra. Se les nota. Por lo menos a la mayoría se les nota.
Un día él se fue a trabajar, yo me quedaba sola toda la tarde. “Pórtese bien”, me dijo. Ese “portese bien”, fue igual que el “no abrás la puerta” de Barba Azul, ni bien cerré la puerta, me fui directo a la compu, el email quedaba siempre abierto, leí sus emails, nada raro. Luego fui a la papelera. Y ¡voila! Beso a beso me enamoré de ti. Bueno me enamoré de otra, debería decir. Tal como le paso a Santiago Bal. La verdad que leer cosas eróticas que una mujer le escribe a tu novio, o al revés, es una sensación de la que no se vuelve, entre asco, decepción, una profunda tristeza. Es como cuando hay un accidente y no querés mirar pero terminás mirando. Es así.
Esos emails marcaron el final de mi relación con él.
Las estadísticas dicen que el 85% de las separaciones por infidelidad están basadas en descubrimientos hechos a través de los SMS, o los emails. Y yo creo que, seguramente, la mitad de esa cifra es porque alguno que otro tiró su mierda a la basura, pero se olvidó de apretar el botón.

El fóbico compulsivo

Esta historia comenzó un día cualquiera, no viene al caso. Fue un día cualquiera de hace un tiempo atrás. Bastante atrás. Ya no lo recuerdo con precisión. Comenzó cuando una amiga me dijo que tenía un amigo para presentarme. Yo estaba justo entre la debacle de mi hermanastro y Nando. En ese momento quería estar con alguien que no fuera ninguno de ellos dos. Mi mente no estaba para elegir. Por eso cuando mi amiga, en su rol de Celestina, me comentó que su amigo era un amor, empecé a evaluar la posibilidad.
-Dale, salí con él. Es buena persona, se divorció hace poco, tiene hijos, es escritor y humorista. Te va a hacer reír mucho.
Creo que ese final augurando risa, fue lo que me incitó a decirle, “bueno, dale”. Todo fue vía Facebook, seguramente el tipo vio mis fotos, como yo vi las de él. Gordito, cara simpática, no era el galán de la tele, pero a esta altura de mi vida, lo que menos busco son galanes.
En ese momento quedamos en salir un domingo. Ya saben que siempre me regalan entradas, soy la que siempre tiene entradas gratis, y entonces le pregunté si quería ir a ver una obra. Todo ok, ya para esta altura estábamos conectados vía email, nunca nos hablamos por teléfono.
Ese domingo, en el que íbamos a vernos por primera vez, me levanté y me fui a desayunar al cafecito de la esquina de mi casa, como casi todos los domingos. Té con leche fría y tostadas en pan blanco con mermelada y queso crema. Un ritual que adoro y me hace feliz. Leí los diarios, y me pase como dos horas allí. Ni se me ocurrió ver mi BlackBerry y leer mis emails. Cuando regresé a casa tampoco, tipo 3 y media recién chequeé mi correo. Y ahí leí un subject muy raro.
“Alerta roja”. No tardé ni dos segundos en descubrir que el peligro venía unido a su nombre. Y no tardé otros dos segundos más en darme cuenta de que la alerta venía porque no podía ir a la cita. Me estaba cancelando y yo con las entradas en la mano.
El argumento: “tengo mucho trabajo y no voy a llegar”. La disculpa: “me gusta dar la cara pasáme tu celular así te llamo”. La verdad, me pareció una excusa un poco boluda, porque perder dos horas de tu vida en un teatro, no creo que haga que te atrases toda la semana. Pero, bueno cada uno sabe sus horarios, sus temas y sus problemas. Así que muy polite le pasé mi celular y le dije que estaba todo ok, no sin pensar, “este tipo ni vio nunca que tenía todos mis números de teléfono en mi firma de email”.
¿Ustedes me llamaron? Él tampoco.
Obvio que le escribí a su amiga, diciéndole quién me había mandado. Su amiga me dijo, "qué boludo". Y todo quedó allí. Pasó un año, o un poco más. Y jamás esperé que me vuelva a hablar, sin embargo, como bien saben, los hombres pueden ser tan impredecibles.
Yo ya me había olvidado de la historia, del tipo, y de la “alerta roja”. Lo pasado pisado, enterrado. Pero fui a una fiesta y lo vi. Fue un segundo pero él también me vio. Me hice la boluda, él supongo que también. Y nada, seguí charlando con la gente con quien estaba. Era un evento multitudinario, así que ese cruce de miradas, sólo duró una milésima de segundos.
A los dos días recibo un email de mi amiga, contándome que había comido con él y le había dicho que quería conectarme de nuevo, que la primera vez estaba mal con el tema de su separación, y que no estaba para darme la bola necesaria, y bla, bla, bla. La verdad leí el email y lo primero que pensé, “me habrá visto comestible”. Pero, no dije nada. La verdad no sabía si darle una segunda oportunidad, pero vieron cómo soy. Por qué no darla pensé. Y se la di, “dale que me escriba”.
Y ahí arrancó la second chance.
Me escribió a la semana al Facebook, obvio yo ya lo había borrado, así que me mandó un privado, pidiéndome disculpas porque ese fin de semana no podía salir, pero que me invitada a comer el otro, que el jueves o viernes me llamaba para arreglar. “Todo ok, llamáme y arreglamos”, le contesté. Y él remató, con el fatídico “te llamo”. Esta vez, lo juro, yo estaba con cero expectativas, porque él ya estaba navegando en esa zona gris, donde intuimos que algo no es lo que tiene que ser. Es más, eso ya lo intuía en el mismo momento que dije: “Ma sí, que me vuelva a hablar”.
Para darle un cierre corto, les cuento que jamás volvió a llamar, escribir, o excusarse. Se borró del mapa. Y yo pensando, quién entiende a los hombres, quién le pidió volver, quién puede aparecer después de casi un año, pedirle a una amiga que interceda, invitar a salir, y luego volver al ostracismo más ridículo. Si lo tuvieran enfrente, le pondría un sello en la frente, que diga “fóbico, compulsivo, archivar”. Y otro a mí, que diga: “el “ma sí”, siempre es el prólogo de un mal final”.

Promesa piadosa

Hice una promesa que no sé si voy a poder cumplir. No creo que me anime a cumplirla. Es más, no la voy a cumplir. ¿Por qué la hice? Por dos razones. Una porque sería muy puta mala suerte que ocurriese el hecho que tiene que ocurrir para que la cumpla, y otra porque era la única forma de calmar a una loca perseguida por las circunstancias. Puede que me equivoque, y Dios quiera que no, porque sino me vería envuelta en una historia con ribetes policiales.
Tengo una amiga (no puedo revelar su nombre) que está saliendo con un tipo casado. Nada raro (no tengo una sola que está en esa), pero resulta que a este tipo le agarró un problemita cardíaco, nada grave, no llegó a ser ni un preinfarto. Hoy vino mi amiga muy preocupada con algo que le ronda por la cabeza desde que surgió esto. Ella es un poco loca, pero hoy estaba como en el extremo de su locura, ya un paso de la internación. Lo juro.
-Mali plis, plis, juráme que me vas a ayudar si le pasa algo a … (acá iría el nombre del tipo que obviamente no voy a poner) en mi casa. Imaginate si estamos cogiendo se le para el bobo, como le pasó a Liz Solari, imagínate el quilombo que se arma.
-No seas exagerada, cómo le va a pasar eso.
-Le puede pasar, ¿por qué no?
Me quedé callada porque la verdad no sabía qué contestarle. Como pasar le podía pasar, todo puede pasar, quién es dueño del destino, o de evitar el destino. No sé últimamente trato de no pensar en el destino. Me tiene un poco podrida el hecho de pensar que está todo en manos de otro, vaya a saber con qué grado de locura. Pero, en ese momento, corté mis reflexiones existencialistas y luego de mi silencio le contesté.
-No va a pasar quedáte tranquila- para qué seguir cargando las tintas de una mina, que encima se persigue con la muerte de su amante en su cama.
-Ojalá nunca pase, pero si pasa, vos tenés que prometerme algo…
Acá justamente acá es cuando empieza el policial, una novela que no quisiera escribir nunca, por lo bizarra, por lo asquerosa, y por lo nefasta que puede llegar a ser. La verdad cuándo le pregunté qué tenía que prometerle nunca imaginé lo que me pediría.
-Si el tipo se muere en mi cama, tenés que ayudarme a llevarlo al sillón del living, yo le lavo con lavandina el coso… ya sabés … para que no dé nada que tuvo relaciones, lo vestimos entre las dos, y nada cuando viene la policía decimos que estábamos los tres hablando, que somos amigos y que al tipo le agarró un ataque, que sé yo… ¿Es creíble no?
Me imaginé en esas recreaciones de CSI, arrastrando al tipo, que encima es alto y corpulento entre las dos al sillón del living. Una imagen no solo horrenda sino casi imposible, si no puedo correr ni siquiera un poco mi cama cuando tengo que hacerla.
-Uf, sí muy creíble, pero vos estás en ¡peeeeeeeeedooooooo! Decime qué tomaste ya, ¿te fumaste un cañón? Si se te muere en la cama, llamás al 911 y listo. Si vos no lo mataste, qué problema podés tener. Mirá lo que hizo Liz, salió gritando como loca, hacé lo mismo.
-No, no, no quiero que la mujer se entere que salgo con él.
-Pero, si para esa altura va a ser viuda, qué carajo le puede importar más que se le murió el marido. Qué te puede hacer, si al tipo se lo llevan al hospital, ni te tenés que cruzar con la mina. Y si te cruzás hacete cargo, locaaaa- y este loca valía casi por mil.
-Ah, qué fácil que ves todo vos. Sí, sí y la mina se va a quedar tan tranquila... Mali, por favor prométeme que me vas a ayudar no puedo vivir con esta incertidumbre, me voy a volver loca.
-Estás del tomate, nena. Digo, como al pasar, por qué no lo dejás al tipo y listo, búscate uno que traiga un electro de fuerza en perfectas condiciones.
-Es que estoy enamorada, lo amo Mali. Vos sabés que lo amo, lo amo...- y el último amo, lo remató con lágrimas.
Ya saben cómo terminó todo. Después de dos horas que me quemó la cabeza, hablándome del rigor mortis y qué se yo, terminé diciéndole que sí a esta loca de mierda para que se fuera de mi casa ya. Obvio, que espero que el infiel señor tenga el decoro por lo menos de morirse en la cama de su esposa, sería una obra de bien dentro de tanta mentira.

Eso, eso, eso

Desde que tengo el blog, escribo algo para San V..., ustedes ya saben de qué se trata. Los últimos años escribí en contra de la celebración, y este año iba a hacer lo mismo, pero entonces pensé que si escribía algo en contra, o manifestando mi bronca por lo que ustedes ya saben, era al fin y al cabo hablar de eso. Porque lo mejor es olvidarse de eso, de todo eso, del inmenso eso. Por eso, que no es el mismo eso de eso, este año ni quiero nombrarlo ni siquiera decir algo de eso. Y opto por un silencio lleno de esos, pero sin eso, sin un gota de nada de eso.
Espero que me hayan entendido y sepan que si no quiero hablar del tema es solo porque me tiene harta, pero un harta que no tiene que ver con eso, sino con todo lo que rodea a eso. Eso, justamente eso quería decir. Eso.

Mis quitapenas

Ayer cuando me reuní con las chicas sucedió algo. Es cierto eso que me dijo Vicent, que entre post y post crecía 25 metros el Perito Moreno. Me di cuenta de cuántas cosas no saben qué pasaron porque no se las conté, como que Loli tiene a su beba, sí es un nena, otra para el clan, pero al final no se casó todavía, está en eso; que Violeta se enamoró casi por primera vez, pero que él la dejó hace unos días, y ahora está mal; que Mona me tiene prohibido contar nadam vieron cómo es ella de supersticiosa (sí vos, no lo podés negar). Pasaron tantas cosas en este último tiempo, como seguramente les habrán pasado a ustedes, la vida tiene eso, como decía mi terapeuta, "nunca golpea la puerta, siempre entra por la ventana". Y la vida nos entró por las ventanas de todas. Y vaya si entró. Pero bueno, de a poco iré poniéndolos al día, como cuando nos encontramos con viejos amigos, y nos vamos enterando de qué cosas pasaon en todo esos años que no nos vimos.
Ayer, Mona volvió de su viaje por Centroamérica, y el regreso ameritaba una "cenita de chicas" como siempre decimos. En medio de la comida, regada por historias delirantes de su viaje, en el que fue acechada por un uruguayo casado, que no entendía las palabras, "no quiero nada con vos", y por navegaciones en lagos que la levantaban a las 5 am, en medio de esas charlas, desordenadas, adrenalínicas y llenas de onomatopeyas, empezó a preguntarnos a una por una, si teníamos una pena.
¿Una pena? Claro, quién no tiene una pena tirada por algún rincón del corazón.
Muy misteriosa saco unas cajitas muy diminutas de su cartera y nos la entregó a cada una. “Son quitapenas”, nos aclaró.
Abrimos las cajitas y aparecieron unos más diminutos muñequitos, eran 6, de diferentes colores. Tiernos, muy tiernos.
-Tienen que contarle sus penas y luego ponerlos debajo de la almohada, mientras duermen ellos se llevarán las penas- nos explicó.
Este momento fue el punto culmine de nuestras onomatopeyas. ¡Aaaaaaaaaaaaaayyyyy! Qué linduritas. Mona pensó en curarnos las penas y nos trajo un souvenir de su viaje para que suceda con algo tan milenario.
No sé si porque siempre hablamos de hombres, los que trajo son todos hombrecitos, me enteré que también hay de mujeres. Son originarios de Guatemala. Dicen que fueron creados para los niños que no podían dormir, por eso debían contarle sus problemas al muñeco y guardarlo bajo la almohada antes de acostarse. De acuerdo al folclore el muñeco se preocupa por el problema en lugar de la persona, permitiéndole dormir tranquilamente. Cuando la persona se despierta, lo hará sin sus problemas, que se los habrá quedado el muñequito.
-Esto es una tradición indígena y está comprobada, no como vos que nos trajiste la pareja de coyitas de Jujuy para que encontremos novios y nunca pasó nada- me espetó Mona.
-Es que ese poder de los coyitas, Mali lo inventó- aclaró Loli riéndose.
Era cierto eso lo había inventado en ese momento, nadie me dijo que si te ponías la parejita ibas a conseguir novio, pero ante la necesidad surgen las creencias, ¿o no? Y se veían tan lindo juntitos, con esos colores tan vivos...
Esto pasó ayer a la noche, todavía ninguna probó la eficacia de los quitapenas guatemaltecos.
prometo ir poniéndome al día con ustedes, conmigo también, y sobre todo con mis quitapenas, que a la noche estarán debajo mi almohada, conversando entre ellos viendo cómo se pueden arreglar mis problemas. No sé si pedir una entrega al por mayor, temo que con seis no alcancen.

Talar el bosque

Hoy haciendo zapping me topé con una entrevista a Cristian Sancho, el nuevo ícono gay de la tira Botineras, le estaban preguntando si se depilaba. A lo que el hombre con estómago de tabla de lavar respondió que no. Para reafirmar lo que decía, se levantó el jean, bajó la media y mostró pelitos en su pierna. Como si no bastara, además aclaró que su pelvis lucía natural.
La verdad, no le creí. O la naturaleza lo dotó de poco pelo, algo que su cabellera desmiente totalmente; o, el reciente padre hincha de Newell's, no quiso aumentar su estigma gay, ya bastante con personificar a Manuel, el jugador de fútbol que se enamora de un compañero, y claro no sólo se enamora, sino que se besa y mucho más. El caso es que en todas las producciones que hace Cristian, pela pecho sin un mínimo vello, dichoso de él dirán cientos de mujeres que recurren a la depilación para extirparlos de su cuerpo y de su vida.
Si tengo que hacer un raconto de la pilosidad de los hombres que pasaron por mi vida, debo reconocer, o recordar, que tuve varios exponentes. Mi primera pareja era un oso, un mono, o lo que quieran pensar, mucho pelo, mucho, en cabeza, en cara también porque usaba barba, y en pecho, ni hablar. Tal era su pelambre que en invierno andaba sólo con una camisita, el polar lo traía de fábrica. Con él estuve mucho tiempo, y no me acuerdo que el pelo me inhibiera, o me molestara en la intimidad. Pero, con el correr de los años, después de haberme separado, quizás por el mismo hecho de no estar con nadie que se pareciera a él, terminé por buscar hombres más lampiños.
Mi segunda pareja, lo era. Y además se recortaba (no afeitaba) la zona pelviana, algo que yo agradecía de forma muy oral. Lo gracioso ocurrió con mi tercera pareja. Nosotros curtimos una noche, muy touch and go y al otro día, él se volvió a Miami, donde vivía. Nuestro romance siguió vía email durante casi un año, hasta que yo me decidí a irme a vivir con él. En ese tiempo hablábamos diariamente por teléfono, hasta teníamos sexo telefónico, y en una de esas largas charlas surgió el tema del vello pelviano, ¿tala o bosque natural?
Yo resumí las virtudes de bosque talado, al principio él no se convenció con mis argumentos, pero fui lo suficiente consistente e insistente y logré convencerlo. Él no se había cortado nunca el vello púbico desde que nació. Lo juró, y re juró. Tenía todo el amazonas como marco de su pene. Por suerte, esa noche de sexo loco, yo estaba un poco alcoholizada y no note ese pequeño, o gran, detalle. Lo único que quería era coger, el bosque era algo de segunda importancia. El deseo a veces borra toda preferencia estética.
Al otro día de mi convincente charla, me llamó muy eufórico para contarme que se había cortado, y afeitado, su bosque natural. “Chévere, no me quedó un pendejo, y sabés qué, ahora me veo mi pito más grande”, me dijo. Esa ventaja no se la había dicho, pero luego la usé en otros casos que no vienen a cuenta ahora.

*

Las grandes historias

Empecé el gimnasio, uno de los lugares que más odio en mi vida, la semana pasada. Luego de pagar tres meses Pilates, en Megatlón, sin usar, le di de baja y me cambié a otro gym menos glamoroso y más barato. No es que me guste tirar la plata así como así, pero mi excesivo interés por hacer pilates tres veces por semana recudreció (qué verbo tan feo, yo recrudezco, tu recrudeces, él recrudece...) mi dolor lumbar. Desde los 20 convivo con dos hernias de disco, que a este paso voy a terminar como Ricardito Fort, con clavos y no sé qué más en la espalda.
Algo que siempre me llamó la atención es que a pesar de este problemita en la espalda, nunca, pero nunca, y aún en los peores momentos, me impidió tener sexo. Mi segunda pareja, a la que le tocó compartir un mal período lumbar en mi vida, me decía: "A vos todo se te pasa cogiendo", y juro que era así, en el momento de tener relaciones con él jamás me dolía nada, debe ser que la mente se enfocaba en otra cosa. Más allá de que cuando tengo relaciones no me duele nada, el resto del día ando bastante mal. Por eso cuando el traumátologo me indicó, "natación y bicicleta" (de "sexo" ni habló) cambié la "y" por "o" y opté por empezar con la bici, algo que no me disgusta y por lo menos es en terreno seco.
Todo este preámbulo se hizo necesario para contar por qué estoy devorando libro tras libro. Opté por llevarlos al gym y mientras pedaleo, casi una hora diaria, leo. Los apoyo en el frente, donde está la consola con toda la info, kilómetros, calorías gastadas, etcétera, etcétera, y leo mientras el tiempo corre. Algo muy bueno, con lo que me gusta leer, el tiempo pareciera correr más rápido, lo cual es una ventaja enorme para mí.
Soy la única que lee, pero nadie da cuenta de mi voracidad literaria, todos están subidos a sus máquinas intentando darle batalla a los kilos o a los años, o al orgullo también. Hoy, cuando estaba en el minuto 42 de la pedaleada leí algo tan exacto, y tan bello, que me apropié inmediatamente del texo, lo hice mío, y ahora quiero hacerlo de ustedes.
Muchas veces pensé en el valor que lleva una historia en sí, en cuánto nos gustan leer algunas historias, y en cómo algunas nos atrapan de tal forma, que se nos meten por dentro y no nos dejan más. Algo así, pero con otras palabras, las mismas que quisiera haber escrito yo, escribió Arundhati Roy en "El dios de las pequeñas cosas".

"El secreto de las Grandes Historias es que no tienen secreto. Las Grandes Historias son aquellas que ya se han oido y se quieren oir otra vez. Aquellas a las que se puede entrar por cualquier puerta y habitar en ellas comódamente. No engañan con emociones o finales falsos. No sorprenden con imprevistos. Son tan conocidas como la casa en que se vive. O el olor de la piel del ser amado. Sabemos cómo acaban y, sin embargo, las escuchamos como si no los supiéramos. Del mismo modo que, aún sabiendo que un día moriremos, vivimos como si fuéramos inmortales. en las Grandes Historias sabemos quién vive, quién muere, quién encuentra el amor y quién no. Y, aún así, queremos volver a saberlo. Ahí, radica su misterio y su magia".

Lo leo dos veces mientras sigo pedaleando. Pedaleo, pedaleo, pero la magia de las palabras logra que los minutos se posen sólo en los puntos finales. Bendición de Kunti.

El que arregló Venus

En plena reunión de amigos surgió la pregunta de quién tenía contratadas señales porno. Siempre temas filosóficos. Ya lo conté hace tiempo, mi segunda pareja era adicto a ver películas de este género, y yo, por ende, las miraba con él. La verdad a mi no me calientan verlas, o por lo menos, en esa época no me calentaban verlas, con que él se pusiera en bolas yo me encendía sin tocar el control remoto.
La primera película porno que vi fue Calígula, luego me enteré que había sido el filme de este género más caro de la historia, había costado unos 15 millones de dólares. Yo tendría unos 23 años y no juntamos con un grupo de amigos para verla. No sé quién la había traído como “joyita” de los '70, es más hoy ni sé dónde anda esa gente que fue parte de mi vida en aquella época. Esa cosa de ir cambiando cada tanto el elenco que actúa en ella.
-Yo desde que tengo cable tengo Venus, y lo pongo hasta para limpiar la casa- dijo uno de mis amigos del elenco estable de estos años.
-Lo tuyo es maravilloso. Nada mejor que ver muchos polvos mientras se está sacando el polvo. Sos muy coherente - le contesté yo riéndome.
-Yo también tengo Venus, y les digo, lo peor que le puede pasar a una mujer que tiene los canales codificados es que le funcionen mal- tiro otra amiga desde la punta de la mesa.
-¿Vos tenés porno?- le retrucamos sorprendidos por la noticia.
-Sí, che, una puede darse ciertos lujos- contestó ella- Claro, que no fue tan lindo cuando tuve que pedir un técnico para que viniera a arreglar la señal.
Al mes que había comprado el servicio se le rompió, no andaba, no agarraba bien la señal. Llamó a la compañía y le dieron algunas indicaciones para ver si se arreglaba pero nada. El canal no funcionaba. Ni siquiera se veía una teta o un pene entre rayas psicodélicas. Dios, cómo me calentaba en una época cuando caía en una señal porno pero que se veía mal porque no tenía el codificado. Se escuchaba el ahhh, ajjjj, ohhh, uhhhh, con imágenes que iban y venían, me gustaba más que ver una porno. Era esperar el momento para ver algo, estar al acecho de un pene parado, era altamente erótico. Pero no era el caso de ella, que había pagado por ver todo. “Le mandamos el técnico”, le dijeron desde la compañía.
Arregló el día, y algún horario, que por supuesto no era específico, sino que podría ser entre las 8 am y las 4 pm. Al mediodía sonó el portero, “soy el técnico del cable”, se escuchó desde abajo. Un fortachón con un maletín y un bigote muy a lo mexican boy entró al departamento, y le preguntó dónde estaba la tele.
-En mi cuarto- le contestó ella, mientras avanzaba y le indicaba el camino. El tipo prendió el televisor un impresionante LCD, y empezaron los sonidos característicos, sin imagen, sin rayas, ni nada, una lluvia grisácea se apoderó de la pantalla. El bigotudo se sentó en el borde de la cama de ella, se fijo en esto en lo otro, programo esto y lo otro, y ¡vuala!, las imágenes aparecieron luego de estar un mes pérdidas en el universo porno. El tipo como si nada, ella como si todo.
-Estaba con un tipo sentado en el borde de mi cama, que ni siquiera conocía, con el televisor 32 pulgadas que mostraban tetas, culos y pijas en todo su esplendor, y él tipo hablando conmigo ajustándole el color, y dándome explicaciones de cómo tenía que programar como si fuera el canal de Disney, mientras tres en la pantalla cogían a morir- ironizó ella.
No paramos de reír en toda la comida, porque si supe de situaciones bizarras la del técnico del canal Venus bien puede figurar en el top one. Al día de la fecha, la señal sigue funcionando a la perfección. Y ella, de vez en cuando, se acuerda de esos bigotes mexicanos, que por un momento le parecieron igual a los de Ron Jeremy, la estrella del cine porno.

Los aparecidos

"Las casualidades no existen", dicen algunos. Y ahí empiezan a tirar el término “causalidad”. Ya sea causalmente o casualmente, lo cierto es que en la última semana sucedieron dos cosas que me hicieron pensar en varias reglas del universo. O por lo menos en eso de que cada tanto aparece un muerto vivo en mi vida.
¿Por qué los hombres suelen aparecer luego de años de estar enterrados en el cementerio de las historias pasadas y pisadas? ¿Las mujeres somos más de cerrar para siempre una relación?
No me van a creer, pero en el lapso de 24 horas aparecieron dos tipos en mi vida, que habían estado conmigo hace 10 años. ¡Una década sin saber de ellos! Y aún más, ¡una década sin pensar en ellos! Porque como les decía lo pasado pisado, y hasta veces enterrado, y de golpe vuelven a vivir como por arte de magia, que este caso más tiene que ver con la tecnología.
Uno dio conmigo por el inefable Facebook, la red social más chismosa que existe, la verdad que yo no interactúo mucho, la tengo por trabajo, por mis contactos profesionales. A veces escribo algo, pero no soy de esas que entran a ver cómo están sus compañeros de la secundaria, o se ven todas las fotos que cuelgan sus amigos y no tanto. Esos que analizan qué tiene puesto, cuánto engordó, si su novio es lindo o feo, o dónde va a vacacionar. Hay gente que vive su vida a través de la vida de otros por Facebook. Sí es verdad. Yo no.
El tipo que apareció era el que salí un tiempo, el impotente se acuerdan, el que terminó diciéndome que con su mujer se le paraba y conmigo no. Qué hijueputez (como dice mi amigo colombiano). Seguro me buscó, vio mi foto y me mandó un mensaje preguntándome si era yo la chica que tenía tal auto y que había salido con él que vivía en tal lugar. "Sos muy parecida", me decía. De la impotencia ni mú. ¿Qué le habrá disparado la búsqueda?
El otro que dio muestras de vida también fue uno con él que no tuve un sexo bárbaro, y que también confesó hacerlo mejor con su mujer. Sí, era un tipo casado. Ahora resulta que me localizó y me dice: “Nos debemos una charla vos y yo”. ¿Cómo se puede charlar luego de 10 años que pasó algo? ¿Los temas no vencen como las multas sin pagar a los ten years? Con uno no cogí, con el otro más o menos, o sea que el recuerdo del buen sexo no fue el disparador de su búsqueda.
-Boluda, debe ser que quieren saldar la asignatura pendiente, ¡vos te merecías una buena cogida, con lo gauchita que sos! – me grita Mona cuando le cuento la aparición de estos dos- ¡Busca en la lista cuándo fue que curtiste con esos tipos!
Me subo a un banquito para alcanzar la agenda con tapas de cuero negro, que se resguarda entre los libros de mi biblioteca. Allí parapetada entre las hojas con anotaciones escritas hace una década aparece la lista de mis amantes. Y aparece el nombre de los dos. Uno debajo del otro, en el mismo año con diferencia de un mes. Fue el año de la efervescencia vaginal. ¡Increíble! Volvieron a mi vida en el mismo orden que pasaron por mi cama, una pasada que no quedó como gloriosa, pero sí para la historia. La historia de mi vida.
La verdad verdadera, le contesté a los dos (no puedo con mi genio). Y mientras les contaba en una palabra: "vivir" la pregunta sobre qué hice durante estos años, me quedé pensando, si en este caso habría que pensar en casualidad, causalidad o simplemente en un ir y venir del tiempo.

No quiero ser la mejor mujer

Definitivamente quiero ser una re-ve-ren-da hi-ja de pu-ta.
Así con todas las palabras dichas con una excelente pronunciación, cuasi locutora de radio. Sílaba por sílaba.
¡Basta! No quiero ser ni buena amiga, ni una mujer especial, ni nada de eso.
A las hijas de puta les va bien, tengo amigos que corren tras ellas, que lloran por ellas, mientras las muy cochinas se burlan de su amor, ni se gastan en contestarles mensajes que ellos dejan una y otra vez en su celular, ni mucho menos los emails, los dejan plantados, les hacen pagar capricho tras capricho, o lo que es aún más grave: los engañan con otros en sus narices. Haciéndolos cornudos a la vista de todos.
Y esos machos se arrastran suplicando su amor.
Uno de mis mejores amigos, había sufrido enormemente por una mujer, de la cual se separó. Ella lo había engañado con un compañero de trabajo, un hombre mucho más grande. Y mi amigo, un hombre muy sensible, había estado muy mal, deprimido, y casi sin ganas de salir. Moría por ella. Y no estoy exagerando.
Habían pasado unos meses, él estaba un poco mejor, cuando la señorita volvió con cara muy compugida, lágrimas en los ojos, y unas nuevas tetas, que cortaban la respiración y que había pagado el otro.
Pidió perdón una y otra vez, y había que ver como él movía la colita de contento. En realidad eran dos los que la movían, la colita. El otro era Coqui, un perrito que la damisela prodiga le hizo comprar como símbolo de su nueva etapa.
Juró y rejuró que jamás volvería a engañarlo, y que sería fiel hasta que la muerte los separe. No se casaron, pero igual dijo esto.
Menos mal que no juró sobre la Biblia, porque ese juramente fue pura mierda. Volvió a engañarlo, y con el mismo tipo. Y lo peor que cuando se fue por segunda vez, él le dijo, dándole la correa:
-Llevate el perrito, que es tuyo.
-Ni loca. ¡Quedátelo vos! - le contestó ella, mientras cerraba la puerta de calle, del lado de afuera.
Parece que al otro tipo no le agradaban los pichichos. Y se quedaron los dos, paraditos y tristes viendo la puerta cerrada, del lado de adentro.
Al final Coqui, fue una compañía para mi amigo, que volvió a sufrir como un perro por ella.
¿Es que a los hombres en definitiva les gustan las minas jodidas?
¡Basta! No me digan que "gran" mujer soy.
No quiero escucharlo más.

¡Gracias, Piero!

Plis vengan a casa, tipo 9. Las necesito. Un mensaje así de parte de Violeta era algo muy inusual. Ese pedido sólo se podía dilucidar llamándola, no alcanzaba un simple SMS de respuesta. Había que hablar con ella. What passs?
Pero ella no daba señales de vida.
-Es una reverenda hija de puta -chilló Mona cuando la llamé- No puede mandar un mensaje así y borrarse, ya tengo gastado el dedo de enviarle: ¡Puta contestaaaaaaaaaaaaaa!
-No debe ser tan grave, sino hubiera puesto otra cosa, que nos necesite no significa nada mortal-le contesté bajando la ansiedad natural de Mona.
A las 9 menos cuarto fui la primera en llegar a su casa.
-¿Por qué tanto misterio? No seas guacha nos tenés a todas preocupadas -le solté ni bien abrió la puerta.
-Porque... porque... a mi me pasan las cosas más locas… ya estoy cansada- dijo cortando la frase con suspiro.
En ese instante, justo cuando Viole suspiró, sonó el timbre, una, dos, tres veces a todo volumen, cuatro. Cinco.
-Es Mona- dijimos las dos.
Era Mona, con Loli también. Ya estábamos las cuatro. Era hora de ver qué tanto le había pasado a Violeta.
Como haciendo una ceremonia Violeta abrió su agenda, y sacó un sobre. Era común y corriente, un sobre de carta blanco. Tenía una estampilla en el borde izquierdo, arriba, y estaba timbrada, como enviado por correo.
-Me llegó hoy a la mañana, me lo mandaron de Morón, y obvio no tiene remitente-dijo Violeta, al tiempo que iba abriendo el sobre.
-¿Y que dice la carta que te mandaron?-le preguntó muy atenta Loli.
-Nooooo nada de carta, eso sería muy normal, miren…
Dentro del sobre había un minúsculo papelito cortado a mano, como si fuera una tirita, que decía:

“Gracias, por todo.”

Eso sólo, sin firma, nada más. Y no era un: “gracias por todo”; era un, “gracias, por todo”. Esa coma marcaba una relación especial entre el “gracias” y el “todo”.
-¿Quién me mandó esto? Se dan cuenta de que a mi me pasan estas cosas, al principio me sentí bien. No sé por qué me sentí bien, pero luego a medida que iba pensando cosas, me sentí para el carajo. ¿Quién puede estar tan enfermo de hacer esto?
-Alguien que te quería dar las gracias…-dijo Mona.
-Por todo-agregué yo, desatando la carcajada general.
El hecho no era tan grave. Como raro era raro, pero no se iba a morir nadie. Barajamos mil posibilidades, hicimos estudio de la fecha de timbrado, del tipo de letra, cada una sacaba sus conclusiones, que es mujer, que es hombre, que es joven, que es viejo. Lo único cierto es que estaba escrito con birome azul. Lo desconcertante era el lugar, Violeta no conocía nadie de Morón, ni del Oeste, siquiera, ni del Nuevo ni del Viejo Oeste.
¿Quién se iba a tomar el trabajo de ir hasta Morón para enviarle una carta?
Igual como siempre hay que buscar un culpable, analizando la situación de los acontecimientos la culpa recayó sobre su última conquista, un chico con bastantes problemitas, depresivo y paranoico. Sin tratamiento, claro. Los chicos problemita son la debilidad de Violeta.
Las cuatro le pusimos la ficha. Tenía que ser él. La sabia Mona tiró el consejo final.
-Enviále un sobre desde Morón, con un papelito que sólo diga: “De nada, por todo”. Si es el pibe va a entender, y si no es, es buen disparador para que empiece terapia. De paso lo ayudás.
Violeta se negó rotundamente a hacer esto. No por lo descabellada de la idea, sino porque es tan fiaca que adujo que ni loca viajaba a Morón para mandar la carta. Caso cerrado.
Gracias.
Por todo.

Sexo durrrro

-Quedate tranquila que no voy a dar detalles que te comprometan- le prometí a Mona, para que me autorice a contar esto que voy a relatar tal como sucedió.
Al alemán se lo había topado en un barcito de San Telmo que estaba cerca de un hostel. Los bares cercanos a estos hoteles son un semillero de extranjeros. El muchacho germano era un galán de aquellos, normalito, en todo sentido, sólo se zarpaba cuando chateaban, porque al primer encuentro, donde no pasó nada más que una amena charla -el tipo hablaba español-, ellos as usual siguieron chateando.
El Chat se hizo más frecuente y, send va send viene, quedaron en verse. Aunque, debo aclarar que el tiraba mucha onda sexual en el MSN y mi amiga automáticamente lo frenaba. Pará, pará.
-La verdad no me atraía tanto, pero me pidió tantas veces de vernos que al final accedí-me confesó ella.
La peligrosa hospitalidad argentina. Mona y El Alemán fueron a comer al mediodía a un lugar cerca del trabajo de ella, en Palermo Soho. As pesar de lo diurno de la cita, él le tiró los doberman, pero siempre como un caballero, eran unos doberman educados a los que Mona pudo esquivar. Nótese que dije mediodía y ella debía volver a trabajar, por lo cual no había tomado alcohol. La sobriedad ante todo. Y auf wiedersehen, como una lady.
Se ve que al germano se le quedó atravesado, no el huesito del asado, sino el culo de Mona, porque a pesar de que ella gentilmente le decía “olé” cada vez que venía una proposición para volver a salir, él insistía con germana firmeza, asegurando que no iba a pasar nada, que sólo quería verla otra vez, que Fritz, que Fran.
A esta altura del partido, deberíamos saber que éso es pura mierda, él no quería verla, quería cogerla. Y ella lo sabía bien, no es ninguna boluda, pero confiaba en su fortaleza femenina, que bien todos saben con dos copas de vino se viene abajo como un castillo de naipes.
El segundo encuentro fue a la noche. Cena con vino. Sucedió lo que todos piensan, él le dijo de ir a su departamento, obviamente alquilado por dólares, o euros, y ella accedió.
Lo que nunca se había imaginado Mona era que a medida que El Alemán se iba quedando en pelotas, iba perdiendo la caballerosidad y aparecía un verdadero skinhead del sexo. A veces las personas tienen una personalidad que arrojan al desnudarse, tal como la ropa que se van sacando. En bolas se convierten en otros. Con El Alemán sucedió esto. Cada prenda que iba perdiendo iba transformando a un gentil caballero en un amante furioso.
-Y además, estaba todo depilado. ¡De-pi-la-do! ¡Todo, todo, todoooo! Te juro Mali, era tan flaquito que su cadera era más chica que la mía, y mirá que estoy flaca, qué horror. Su piel era blanca, muy blanca y tenía un tatuaje con letras chinescas en la ingle.
-¿Todo depilado? ¿No sería nadador?-le pregunté imaginándome la situación y reprimiendo mi risa ante su desazón.
-No me jodás, no era nadador, nada que ver. Pero lo peor fue cuando empezó a hablar desorbitado, y a decirme, te gusta el sexo durrro, sexoo durrro, ¡oh!, chica latina sangrrrre caliente, sexo durrrrrro. Y me empezó a poner de acá para allá, patas para arriba, para abajo, y darme masa sin parar, parecía una competencia de lucha salvaje, otra que una gimnasta olímpica, pensé que me iba a matar el bestia. Parecía que estaba con Sigfrido de Kaos. No paraba de decir, latina arrrrdiente, sexo durrrrro.
-¡Pobrrree Mona, de terrror! ¿Y qué decía el tatuaje?- le pregunté riéndome.
-No te rías guacha, qué se yo qué decía el tatuaje, ni le pregunté, pero supongo que diría, “sexo durrrro” en chino-me contestó ella.
-No bobi, si era en chino diría: “sexo dulo"-le dije mientras soltaba una carcajada tan sonora que seguramente escucharían en Frankfurt.

Sola, solita y sola...

To be or not to be: that is the question”. Decía el atormentado príncipe de Dinamarca, en el acto tercero, escena I, de Hamlet. La otra noche hice una escena horrible frente al espejo, sin número, ni acto, y sin público. Menos mal.
Era yo la que repetía incansablemente: ser o no ser soltera; convivir o no con alguien.
Y estas dudas existenciales, si se quieren, no se dieron porque se me haya vuelto insoportable la soledad, o porque mi tío haya asesinado al marido de mi madre, que en este caso no es mi padre.
No, lo mío tenía un motivo más trivial, corpóreo, cotidiano, hasta diría, intrascendente al lado de los tormentos del alma del pobre príncipe de donde todo olía a podrido. No por eso, menos doloroso. Era el cruel tormento de tener que dormir con una gargantilla pesada toda la noche. Y no hablo de grilletes o algo así. No, hablo de una finísima pieza de bijouterie. Muy cara, y muy rígida. Y muy guacha.
Ser soltera tiene sus privilegios, pero también sus sinsabores. Y uno de esos sinsabores es lo que no se puede hacer sin la ayuda de otro. Algo tan simple, como destrabar un cierre de seguridad de un collar más que rebelde que se negó sistemáticamente a abrirse, a pesar de que fue obligado de las formas más insólitas, incluido gritos, puteadas, y demás. Como si el collar entendiera, hijo de puta abrite, o gancho de mierda cuando te abras te trituro con un martillo, hasta una suplica lastimosa, por favor abrite no me hagas esto, por favor...¡la puta que te parió!
Nada. Parecía soldado a fuego. Estaba allí atado a mi cuello, como un martirio de la edad media. Porque esa pieza no fue diseñada para dormir, sino para lucir parada, sentada, o a lo menos acostada, pero no toda la noche. O lo que quedaba de noche.
La batalla terminó. Gargantilla:1 - Malizia: 0. Y aunque este marcador parezca tonto, más lo era llamar a alguien a altas horas de la noche para que venga a liberarme de mi insólito opresor.
Opté por relajarme, con el collar puesto, por supuesto. Y me preparé un té con hojas de menta. Mientras lo tomaba me puse a pensar las cosas en las que vivir sola me trae este tipo de problemas, cosas tan simples como correr un mueble pesado de un lugar a otro puede demorar horas, o prenderme pequeños botoncitos en la espalda de un vestido, o acordarme justo debajo de la ducha que dejé el shampoo en el bolso recién llegada de un viaje. Si viviera con alguien, un grito de “me traes éso” alcanzaría.
A veces la soledad impone tener ingenio, y así un palo de escobillón sirve para alcanzar lo que un novio de 1,80 o 1.90 toma como si nada; o una franela debajo de las patas de un mueble pesado hace que se deslice más fácil por el piso de madera; en fin, también un piso lleno de gotas de agua, denota la búsqueda de lo que se olvidó en la maleta de viaje, todo es salvable.
Lo es también, una amiga que viene puteando a las 8 de la mañana, para ver qué mierda tengo clavado en el cuello, y por qué dormí casi sentada, y como si fuera una maga digna discípula de Merlín, con un trac, trac, mezclado con una buenas dosis de carcajadas, puede abrir la gargantilla, y después acostarse en la cama, para dormir por los menos hasta las 12 del domingo. Y que nadie, y menos el príncipe de Dinamarca, ose romper el encanto de dormir, nada más, y con un sueño decir que acabamos el sufrimiento de tener algo atado a la garganta.

*

Última cena (jazz). Parte II

Entramos al pequeño restó del hotel en Recoleta. Por suerte la demora de Mona, consiguió el milagro: quedamos sentadas casi al final, desapercibidas, un poco alejadas de todas las mesas con parejas, con una, dos, hasta cuatro.
-En cualquier momento te beso- le dije a Mona-, prefiero que piensen que somos lesbianas, a que somos dos patéticas mujeres solas, solteras, sin parejas, sin nadie, sin...
-Callate, yegua. Patética serás vos, yo divaine, mirá como me mira el mozo.
-Mona, te lo pido por favor, acoso de mozo hoy no. No estoy de humor.
Y era cierto. Me sentía como perdida en una isla maldita donde “los otros” eran efectivamente todos los otros que estaban ahí. Miré el salón en perspectiva, era pequeño, íntimo, había muchas mesas, con sus correspondientes velitas enterradas en sal gruesa, sólo faltaba que empezaran los saxos a sonar, y yo me cortara las venas con el grisín crujiente y tibio que asomaba en actitud fálica de la panera.
¿Hay algo peor que sentirse sola y estar rodeada de parejas? ¿Casados felices, matrimonios que ya no se soportan, algunos reincidentes? La verdad no me importaba.
Y no es que me preocupe estar sola, porque creo que cada vez me acostumbro más a estarlo, y hasta a veces pienso, si no me estaré acostumbrando demasiado a dormir cruzada en la cama, a dejar todo como se me cante, a usar el control remoto, a preguntarme y responder cosas tipo personaje de telenovela, a ponerme remeras gastadas para dormir, y a hacer lo que realmente me viene en gana, cuando, donde y como quiero. La libertad tiene su precio. Y la mía me cobra por hora. ¿Cómo hago para equilibrar todo?
-¿Equilibrar qué?- me contestó Mona, con la mirada perdida en un punto. Me hablaba pero no me miraba, estaba como extasiada en algo, más que extasiada, concentrada, el ceño medio fruncido. No me había escuchado nada.
-Pendejas de mierda- terminó diciendo, justo cuando me miró a los ojos- ¿Qué decías?
-¿Mona ya estás en pedo? ¿Qué te pasa?- le dije, dándome vuelta para ver qué estaba mirando.
-Boluda, date vuelta, no mirés. Espera un poco, mirá al lado de la columna del medio, la mesa con tres parejas, mirá al tipo que está justo enfrente de mí, de remera negra, mirá la mina que está con él. Ahora, ya.
Me di vuelta y miré. Un hombre mayor (¿70?), pelado, con lentes, remera negra, una chica al lado, linda, delgada, elegante, no sé si llegaba a los 30, lo tenía abrazado. Las otras parejas que estaban en la mesa, no se abrazaban, ni nada parecido.
-Será la hija- dije estúpidamente, sólo para molestarla, pues era más que evidente que la hija no era.
-Hija, las pelotas. Recién lo estaba besando en el cuello. Si es la hija, es una hija de puta, incestuosa. ¡Es la pareja! Pendejas de mierda, ya no le alcanzan los de 40, los de 50, ahora van por los de la tercera edad.
Me di vuelta tres veces, dos no se dieron cuenta, una el viejo miró, me miró, nos miró. Mona no podía sacar la vista de esa mesa, y menos cuando los saxos tocaron temas románticos, sí esos que no sé de qué película de amor son, pero la chica, se apoyaba en el brazo de viejo, y lo besaba.
-Tenemos que hacer un cacelorazo, o un carterazo, no sé. Pero tenemos que hacer algo, si no nos pasan por encima. Hagamos algo las que ya pasamos hace rato los 30, tenemos que reglamentar la soltería, organizar las franjas etarias, establecer parámetros, no puede ser que nos saquen todos, ahora ya atacan la tercera edad, son peor que la gripe estas pendejas. Dejen algo, encima que no hay tipos, y que 1 de cada 8 debe ser gay. No tienen derecho-protestó mientras mordía uno de los grisines.
De ahí en más, toda la cena nos la pasamos mirando al viejito, canchero él, nos miraba de reojo, mientras acariciaba la mano de su joven novia, esposa, amante, o lo que sea. La mina nos miró también. Se había generado un ir y venir de miradas, mientras la música de los instrumentos de vientos envolvía la escena. De película, de película clase B.
Cuando terminó la función, la cena, la velada paqueta, el viejo y su novia arrancaron antes que nosotras.
-Dale vení, que quiero verlos con buena luz – me apuró Mona, y me sacó casi corriendo del restaurante, para confirmar lo que había visto bajo velas titilantes.
Era así, como lo habíamos pensado. Él muy cerca de los 70, ella treintañera a full. Íbamos caminando por el pasillo que llevaba al lobby del hotel; ellos delante, nosotras detrás. Por la mitad del recorrido, el viejo se dio vuelta y nos guiñó el ojo, mientras le daba una palmada en la nalga a su novia.
"Qué levante tengo, habrá pensado, una novia joven, y dos minas que me miraron toda la noche". Lo que se dice un winner.
Las looser se fueron a dormir cada una a su casa, pensando que la próxima salida será una excursión en micro a las Cataratas con un centro de jubilados.

*

Última cena (jazz). Parte I

No tuve más remedio, tuve que abandonar mi maratón de sitcom americanas, algunas ya vistas interminables veces, y mi pijama gastado, mis pocas ganas de salir, y partir con Mona a un show de jazz. Con Gershwin a la cabeza, con temas de películas que no sé cuáles eran, pero que sonaban a banda de film romántico, cuya trama puede resumirse en tres palabras: encuentro, desencuentro, final feliz. En el último cuadro, beso y the end, sobreimpreso.
Le habían regalado una cena con show en un hotel boutique "paquetísssimo", como dice ella, de Recoleta, y por poco me obligó bajo amenaza para ir con ella a ese lugar.
-¿Las dos? ¿Las doooos solaaas? ¿Un sábado a la noche, a escuchar jazz? ¿Vos querés que me cuelgue del ombú gigante de Plaza Francia? No tenés compasión de mí. Ni loca voy- le dije en el tercer llamado de teléfono, en el que parecía repetir lo mismo. Un mantra, una letanía, que iba a ser difícil de eludir. Y ni pensar en desconectar el teléfono, porque sería peor.
-Hacé de cuenta que no es sábado, que no es jazz, que no es un hotel paquete, y sólo concéntrate en las delicias que vamos a comer. Platos exquisitos, buen vino, esas paneras de los dioses, con pancitos tibios, hechos amorosamente, postres señal Gourmet. Pensá, en todo eso, en vez de un paquete de Oreo. ¡Basta, me acompañás y listo! Y no jodas más por el fotográfo que ya me tiene harta. En cualquier momento sale con que se casó con un mamut.
-Los mamut están extinguidos, Mona. No me hagas la Susana Giménez.
-Bueno, con un mamut extinguido y resucitado, más raro aún.
No puedo con ella. Así, que me vestí, me peiné, me maquillé, con la fuerza de alguien que sale recién de un post operatorio, todo sin ganas, sin pensar, sin poner siquiera el mínimo de deseo. Aún, con ese letargo interior, cuando el taxi tocó el portero eléctrico, ya estaba lista, subida a mis zapatos con tacos de diez centímetros, de charol negro, altos divinos, con tiritas finas, me miré los pies en el espejo del pailler, y pensé, si voy a salir sin ganas, por lo menos que sea con altura.
Quedamos en encontrarnos en el lobby del hotel, me llamó como tres veces, seguro para chequear que no diera vuelta atrás y volviera a encerrarme en mi departamento. Y después me envió un sin fin de SMS.

Me estoy maquillando, pero yo estoy más cerca, ya, ya salgo/ el puto radio taxi no atiende/ atendió, vienen en 10, como son, seguro que tardan 20, mierda/ ya voy, ya llegó el taxi, esperáme en el lobby/ estoy en 5', mirá si hay algún tipo lindo, mirálo no lo esquives, no se te ocurra irte/ ya voy,ya voy. Ya, ya.

Ya me tenía podrida. Los últimos mensajes los leí sentada en el sillón del lobby del hotel. Mona siempre me hace esperarla, aunque sabe que odio esperar. Esperar. Por qué me persigue esta palabra. La misma que me tortura desde hace días. En cuanto llegue, la mato.
Mientras estaba sentada en el más que mullido sofá del lobby del más que coqueto hotel, entraban parejas que preguntaban dónde era la cena-jazz, una, otra, otra, el promedio: unos 60 años, cada uno. Y con cada una que entraba y preguntaba, yo me enterraba más en el almohadón, que supuse de duvet. De pronto, entró un hombre de unos 40 años, muy apuesto, perfumado, bien vestido. Lo miré. Le hice caso a Mona.
Y escuché también, preguntó por un tal Billy, habló por teléfono a la habitación, hablaba en inglés y se quedó esperándolo, parado. Gay a estribor, pensé.
El lindosupuestogay salió a fumar, lo volví a mirar a través del enorme ventanal, él me miró y siguió fumando, se agregó un taxi a la escena, y en contados minutos, Mona bajó de él, pasó al lado del lindosupuestogay, y entró diciendo, québuenoqueestá.
-Es gay.
-¿Cómo sabés?
-Intuición, llamó a un tipo, habló en inglés, debe ser norteamericano, ahora baja.
-No seas malparida, por ahí es su amigo, su roommate, el que conoció haciendo un master, un post grado en una universidad súper cara de USA, y el otro vino a visitarlo, y van a salir, solos, pero les gustaría tener compañía femenina, y para esos estamos las dos divaine, que linda que estás, estás preciosa, la tristeza te sienta, guacha, y ellos podrían venir a escuchar jazz con nosotras, al yanqui le va a gustar seguro, aunque maybe prefiriría tango, claro, porque los extranjeros...
-Es gay, deja de maquinar boludeces, plis.
No terminé de decir esto que Billy, pasó por el lobby y entró en cuadro-ventanal, abrazo efusivo, y recontra reconfirmación de mis sospechas. Hacían linda pareja.
-Sí, son gay – reconoció Mona- ¿Por qué mierda los gay siempre están buenos? Carajo.
-Esos dos hombres son lo mejor que vas a ver esta noche- le anticipé.
Y, dicho esto, nos fuimos a ocupar la mesa de dos que nos tocó en la cena-jazz de la tercera edad.

480 segundos

-Daaaleeee anotáte, ¿qué son 70 pesos?, con toda la guita que te gastaste en las disco, en cenas, en pilchas, todo para conseguir un tipo. Hacéme la pata, daaaaleeee, no seas jodida.
Mona quiere convencerme de que vaya con ella a reuniones speeding date, o sea citas rápidas, donde te sentás en una mesa y van apareciendo hombres (te aseguran por lo menos diez, ¡diez!), los cuales tienen 8 minutos cada uno para hablar con vos.
Escena típica de comedia romántica en la que los tipos son todos desastrosos, nunca aparece uno que valga la pena. Y si quieren algo más bizarro, en la película Virgen a los 40, está la escenita donde a una de las chicas que se sienta enfrente de él (Steve Carell) se le escapa una teta de un prominente escote.Y ella como si nada, bla, bla, bla, y él que no sabe dónde mirar.
De esto se trata. No de que se escape la teta -aunque puede lograr algunos bonus más-, sino de conocer a varias personas en un tiempo breve. Es ahí a donde quiere ir Mona, y no sólo quiere ir, sino llevarnos a nosotras.
Violeta le borró violentamente la idea de la cabeza.
- Eso no es para mí, con lo tímida que soy, cuando empiece a hablar ya se fue el último. Voy a parecer una tarada que sólo usa monosílabos. Paso.
-No seas tonta es en un bar, te chupás varios tragos antes, y te juro que le contás tu vida con lujo de detalle en 8 minutos. Vos empedada, sos tremenda Violetita.
Nada, nada la hizo cambiar. Violeta no va. Loli menos. Quedamos Mona y yo. Todavía no le dije que no. Por un lado me interesa como experiencia.
Lo que más me asombró es lo de los minutos, por qué exactamente 8 y no más. Según los organizadores, se necesitan exactamente esos minutos para ya saber si hay química o no. Algo así, como el amor a primera vista. Y aquí cae abajo todo lo que, más de una vez, yo misma proclamé, darse tiempo para no despachar de un plumazo al otro según la primera impresión. Muchas veces me propuse no descartar a un tipo que no me gustó de entrada, ni de salida tampoco.
Sin embargo, las últimas investigaciones realizadas indican que esta primera impresión es la que vale, contrario a lo que se creía que era por efecto acumulativo durante los primeros 5 días. No señoritas, no señoritos, ahora descubrieron que se genera en apenas unos minutos y suele ser, inamovible. I-na-mo-vi-ble. Qué lo parió.
Esta conclusión no está sacada de una deducción cualunque sin título. Como siempre, en estos estudios tan importantes para la continuidad de la raza humana hay una universidad prestigiosa de por medio, en este caso la de Minesotta (no, no voy a agarrar, nada; no hagan rimas), en Estados Unidos. Parece ser que los investigadores Michael Sunnafrank y Artemio Ramírez observaron a unos 164 jóvenes, en encuentros de 3, 6 y 10 minutos. Y luego les hicieron llegar una planillita con un cuestionario, y pin y pan, en donde ponían sus impresiones. El objetivo era considerar la relación que cada uno de ellos estaría dispuesto a llevar con el otro. Con el tiempo concluyeron que el 95% de los jóvenes llegaron a realizar el tipo de relación que habían previsto en el primer encuentro.
Según mi propia experiencia puedo decir que en 3 minutos lo único que podés deducir, es si sus facciones te caen bien y si tiene mal aliento, o dientes amarillos, no pretendás más, entre que se sienta, ejem, se acomoda, ejem, te mira, ejem, y habla, y vos respondes, ejem, ya sonó la campana.
En 6, ya se puede avanzar un poco, y saber cómo habla, qué hace, si tiene o no caspa. También se puede detectar algún tic, o muletilla verbal, comportamiento dudoso, por ejemplo manos debajo de la mesa; o que te toque sin permiso, no debajo de la mesa, sino que tome tu mano o quiera limpiarte un pelusita de la ropa, o algo así, tipo "chinche poroto".
En 10, o te querés casar con él y solo te quedás mirándolo embobadamente, o ya se sabe si hay que suicidarse con la misma date card (la tarjeta donde anotas qué onda con los tipitos), o bien tirarse al piso aduciendo que se te perdió un aro, u objeto similar, durante 7.30 minutos.
Lo bueno de estar en un bar es que se puede chupar, alcohol, para por lo menos embriagarse y olvidar todos los tipos que se vieron durante los 480 segundos.
No quiero ser demasiado escéptica, puede ser (pueeedeeee seeer) que en algunos casos aparezca el amor de tu vida, con el que le contarás a tus hijos que se conocieron en una speed date.
Ma sí, por ahí me doy una vueltita. Hollywood, un amor por la derecha, por favor.

*

Trivialidades

Dejamos las pizzas a la parrilla y los mozos buenos mozos para irnos de té five o'clock con tostadas y mucha charla. Me encanta ver a las chicas y hacer como esos programas de computación que te envejecen y pensar que dentro de unos tantos años seremos señoras mayores sentadas tomando té. Espero que no seamos "señoronas" mayores, o esas viejas súper estiradas que me hacen acordar a la de la película Brazil.
Ellas están en su propio universo y yo en mis pensamientos futuristas sólo puedo ver moverse sus bocas acaloradamente.
-Imaginen cuando tengamos unos setenta años y estemos tomando un té, ¿seguiremos hablando boludeces?- les digo haciendo voz alta mi pensamiento. Todas dejan de hablar y me miran.
-A este ritmo, lo que no sé si seguiremos vivas a los setenta. Yo no creo llegar, con tanto “escuatro” que tengo, y vos ni hablemos si seguís en esas doce horas de laburo diario- salta Mona mientras coloca dulce light en la tostada de pan casero, una bruta tostada que ridiculiza por completo al dulce diet.
-No sé si llegaremos, pero estoy segura de que seguiremos hablando de cosas que no hacen nada por el bien de la humanidad- le dice Violeta y nosotras nos matamos de la risa sabiendo de la intrascendencia de esas charlas en días que nada importa, salvo la gordura.
Todo fluye en ese universo femenino de la charla porque sí, de la charla incongruente, de la charla profana, son esas charlas liberadas por completo de traumas, problemas o preocupaciones. Nadie ha salido con nadie, no hay ninguna hazaña sexual para contar, nadie llora un amor perdido, ni un amor imposible, (aunque los amores imposibles no suelen llorarse sino suspirarse), nadie perdió su empleo, ni odia a su jefe, nadie se cambió el color de pelo, ni está preocupada porque no le vino o porque le vino, nadie está pendiente del Chat o de los MSN, ni tiró una pregunta crucial para debatir, ni fue engañada, nada grave, todo trivial y encantadoramente intrascendente, sin motivo, sin causa.
Sólo una charla tomando té, sacándole el cuero a cuanto mortal está en el local, y hasta al dulce light que no tiene mucha pinta de serlo, sacándole el cuero con la más exquisita perfección que puede darle un conjunto de mujeres, como esas señoras de barrio que salen con la escoba a la puerta, donde la escoba forma parte de la escenografía del chisme, y la vereda queda sin barrer luego de tres horas de charla.
La tetera, las tazas y hasta las tostadas gigantes de pan casero en la panera de madera nos brindan la coreografía perfecta para que estemos juntas una vez más hablando las pavadas que hacen que una tarde de sábado en un local de Palermo pueda ser el lugar perfecto para sentirme bien en medio de la caótica ciudad, para sentir que me importa un carajo que no resolvamos nada importante por lo menos en esa única hora. El mundo y los problemas, las tristezas y los llantos estarán igual cuando salgamos de ese lugarcito en el que hoy nos olvidamos de todo. Salvo la gordura.

La búsqueda

Me dejó un novio, y otro, y otro más, me dejó la chica que me ayudaba con la limpieza de casa, me dejó el mecánico, un dentista, hasta una gata desapareció una vez, también algún que otro guante se fue de mi vida, varios paraguas, muchos anteojos, pero mi peluquero, no. No podía perder al ser que luego de tantos y tantos, encontró la forma perfecta, y creativa, de cortarme el cabello. Me rebelé ante esta posibilidad y decidí que si algo haría en esta vida sería encontrarlo.
Él se había ido de vacaciones en enero, unos veinte días, cuando volví a la peluquería, por mediados de ese mes no lo vi, pero como no iba a cortarme, porque sí, debo reconocerlo con el tema brushing le era totalmente infiel, el primero que estaba libre me atendía, pero la cuestión tijeras es algo serio. ¿Quién no sufrió la masacre a conciencia de un estilista enceguecido? ¿Quién no se preguntó, casi llorando, si le dije poquito? ¿Quién no suspiro y dijo: y bueno crece, tratando de mantener una increíble fortaleza espiritual frente al espejo?
Creo que un hombre enfrenta más estoico los malos cortes de cabello. Varias parejas mías vinieron con una masacre capilar y ni mú. No se miraron veinte mil veces al espejo, ni protestaron y putearon, ni juraron que jamás volverían a esa inmunda peluquería. Ni llamaron a sus amigos para contarle el desastre. Ni usaron vincha por un mes.
En eso los admiro. Porque eso no nos sucede a nosotras. Ustedes señoritas me entienden, cuando digo que él era el elegido de los dioses, el que sabía cuánto cortarme, cómo cortarme y que siempre lograba que me vaya con una sonrisa en mi cara. Y por eso todas entenderán mi desesperación cuando, al notar que esas vacaciones eran demasiados largas, le pregunté a la chica que me estaba lavando el pelo:
-¿Todavía no volvió Julián de las vacaciones?-
-No, Julián renunció después de las vacaciones.
Glup, recontra glup. Creo que si hubiera estado tomando café, o gaseosa, hubiera escupido, lo juro. La pregunta obligada era adónde se había ido, y la respuesta más que esperada era: ni tengo idea.
Es que no sé si les pasó, pero cuando un peluquero se va de la peluquería es como si se hubiera muerto. Nadie te dice adónde se fue, y es bastante razonable, pero muy hijo de puta. Estaba desconsolada, y me importaba una mierda que me quisieran convencer con peluqueros hay miles, vas a encontrar otro que te corte bien, o que se me rían descaradamente en la cara por mi desolación como hizo Mona.
-A vos se te van hasta los peluqueros. ¿No le habías dado la tarjeta de tu laburo?- me dijo riéndose como loca y preguntándome si iba a convertirme en Lady Godiva.
Sí, era cierto, previendo ese recambio mortal que se da en la peluquerías, hoy estoy, mañana no, debido a las malas condiciones laborales que deben sufrir los chicos que trabajan en ese medio, le había dejado mi tarjeta. No una, sino dos veces; la primera la perdió, seguramente la segunda también. Nunca me escribió un email o me llamó por teléfono para avisarme de su ida.
Todo hacía suponer que iba a enviudar de coiffeur. Y casi me pongo luto. Un día, siguiendo los consejos de mis amigas, decidí probar con otro. Me cortó horrible, no me gustó. Cuando todo parecía convertirlo en un hombre más que me abandonaba, llegó el Hada Protectora como en Pinocho, bueno en realidad era una peinadora, que no sé si por buena, o por verme tan constante en mi búsqueda, porque nunca dejé de preguntar por él, me tiró una puntita.
-Se fue a una peluquería cerca de Callao y Santa Fe.
Así fue que una tarde que estaba muy aburrida y con ganas de investigar, me dije: bueno empecemos la búsqueda. Por suerte, en la segunda que entré lo encontré. Imagínense la cara cuando me vio. Abrió los ojos por la sorpresa, y lo primero que me dijo fue, perdí tu tarjeta. Off course.
Quedamos que esta semana paso a cortarme el pelo. Todavía estoy pensando si creerá que soy una loca, obsesiva, maniática, asesina, quizás nunca se dé cuenta de que sólo soy una mujer que encontró la persona ideal para dejarla jugar con tijeras en su cabeza.
Ya le pedí su celular por si se va de nuevo.

Imaginación encendida

a J. C.

Sé que voy a sonar anticuada, y poco me importa, pero no me gusta chatear. Aunque reconozco que la inmediatez del Chat le da otro sabor a la comunicación virtual, no me gusta por varios motivos. Uno es que tanto como hablo escribo: mucho. Entonces por lo general me cuelgo en largas frases a las que el otro me responde con un ah, ja, ok, o pone algún muñequito que me sonríe, se ruboriza y o tira besitos.
Agreguése a esto que mi ansiedad hace que no espere la contestación y siga con mis extensas oraciones, o sea un diálogo de locos. La loca vendría a ser yo.
Por último también me cuesta despedirme y se hace interminable el final, donde un simple chau, se convierte en un diálogo de monosílabos de despedida que dura media hora. Soy un desastre, lo reconozco.
A pesar de todo esto, y venciendo mis pruritos hacia este medio de comunicación, últimamente estoy chateando, de vez en cuando, con un amigo que vive en las Islas Canarias.
Hemisferio norte, hemisferio sur. O él se está por ir a la cama y yo recién llego del trabajo, o yo estoy con mi taza del desayuno y él con su almuerzo, o lo que es peor: él está muerto de hambre o de sueño y yo dándole charla. A pesar de estas vicisitudes por estar en hemisferios opuestos me gusta chatear con él. Y se ve que él a pesar de que su estómago le debe estar dando otras indicaciones todavía no me borro de la lista de contactos.
Ayer en medio de una charla me envío un enorme beso rojo con zumbido. Y me preguntó si había sonado. Como tenía desconectados los parlantes, le respondí:
-No tengo prendido el audio, pero si la imaginación.
-Registra esa frase, es genial- me contestó.
No sé cuál es la dirección de registro de frases geniales, y creo que mi amigo es muy benevolente con su calificación. Pero, me quedé pensando.
No con registrarla, sino con eso de tener prendida la imaginación. Cuántas veces vamos con el audio a todo lo que da y con la imaginación apagada. Cuántas veces no podemos ni siquiera imaginar cómo sería esto o aquello, cómo haría esto o aquello, o simplemente dejarla volar sin ningún propósito. Como dice la Rae imaginar es “adornar con imágenes un sitio”.
Es de lo que sufro yo de “imaginatitis” aguda. Me la paso adornando con imágenes las cosas, la vida, los hechos, los sitios. Es como andar colgando guirnaldas de imaginación por aquí y por allí.
Basta que vea un señor en el colectivo con su cabeza gacha para que empiece a tramar un argumento, perdió el trabajo, está por separarse, se le murió su perro, no ganó el Telekino, quiere hacerse un implante de pelo y no tiene plata, infinitas posibilidades.
Me gusta mucho cuando dos personas pasan a mi lado y llego a escuchar sólo una frase que, por estar fuera de un contexto, genera un sin fin de enlaces. Frases caóticas que llenan un universo posible.
Mi imaginación me permite sumergirme en mundos paralelos, y a veces pienso si no los estaré creando al imaginar. Si todas esas historias no empezarán a cobrar vida en algún otro sitio, como en las Ruinas circulares de Borges, ser proyecciones de sueños de otros hombres.
Sería bueno preguntarle a alguno de mis personajes ocasionales acerca de mis suposiciones, pero se rompería el encanto de andar imaginando vidas y circunstancias por allí.
Y prefiero seguir con la imaginación encendida. Ah, la foto es tal cual me imaginé el beso rojo. El sonido pongánselo ustedes.