Preguntas retóricas...

1. ¿Y si me equivoco?
2. ¿Me será fiel?
3. ¿Se dará cuenta de que me gusta?
4. ¿Por qué no se va?
5. ¿Por qué me mintió?
6. ¿Cuándo se terminará todo?
7. ¿Hasta dónde llegaremos?
8. ¿Me querrá como yo a él?
9. ¿Cómo será la convivencia?
10. ¿Por qué no me lo dijo antes?
11. ¿Cuánto más tengo que esperar?
12. ¿Por qué no me contesta?
13. ¿Estará seguro?
14. ¿Cómo hago para no quererlo?
15. ¿Me dejará por otra?
16. ¿Me dejó por otra?
17. ¿Cómo le digo que se terminó?
18. ¿Qué le digo cuando venga?
19. ¿Qué excusa pongo?
20. ¿A qué hora me dijo?
21. ¿Le digo la verdad?
22. ¿Me hago la boluda?
23. ¿Cómo hago para olvidarlo?
24. ¿Cómo hago para no llorar?
25. ¿Cuándo estaré mejor?
26. ¿Se acordará de mí?
27. ¿Algún día se me pasará?
28. ¿Me extrañará?
29. ¿Me querra?
30. ¿Por qué me dejo?
31. ¿Por qué no puedo dejarlo?
32. ¿Qué hice mal?
33. ¿Hasta cuándo lo aguanto?
34. ¿Se me nota mucho?
35. ¿Por qué pasó?
36. ¿Me está mintiendo?
37. ¿Tendrá razón?
38. ¿Tendré razón?
39. ¿Serán excusas?
40 . ¿Estará con otra?
41. ¿Está confundido?
42. ¿Cómo hago?
43. ¿Le doy otra oportunidad?
44. ¿Lo llamo yo?
45. ¿Andará bien la línea?
46. ¿Mejor no lo llamo?
47. ¿Será el indicado?
48. ¿Ya se olvidó de mí?
49. ¿Cómo hago para cortar?
50. ¿Y si no es tan bueno?
51. ¿Será mejor separarse?
52. ¿Quién tiene la razón?
53. ¿Dónde estuviste?
54. ¿Para qué me pidió el teléfono?
55. ¿Será él?
56. ¿Qué estará pensando?
57. ¿Seguirá queriéndola?
58. ¿Hasta dónde piensa llegar?
59. ¿Por qué me hace esto?
60. ¿Por qué me quedo?
61. ¿Por qué se quedó?
62. ¿Para qué me llama?
63. ¿Habré entendido bien?
64. ¿Cómo me veo?
65. ¿Se habrá terminado todo?
66. ¿Cuándo me daré cuenta?
67. ¿Me está hablando en serio?
68. ¿Dónde la habrá conocido?
69. ¿Qué día me tenía que venir?
70. ¿Tendré alguna respuesta?
71. ¿Se lo pregunto?
72. ¿Mejor no se le digo?
73. ¿Serán celos?
74. ¿Cuándo fue la última vez?
75. ¿Son todos iguales?
76. ¿Habré hecho bien?
77. ¿Me habrá puesto no admitir?
78. ¿Qué me pongo?
79. ¿Ya se habrá acostado con ella?
80. ¿Esas tetas son de verdad?
...
la lista puede ser interminable.

Cuestión de tiempo

La eyaculación precoz es un acto sorpresa. El desconcierto espeso y mojado de que algo sucedió antes de tiempo. El fin de fiesta antes de cortar la torta, la piñata que explota como por arte de magia en medio del cumpleaños sin nadie que espere las golosinas debajo, el corcho que se eyecta solo de la botella de champaña antes del brindis. No es fácil asumir este proceso de aceleración. No es fácil limpiar este desconcierto. No es fácil apoderarse de la idea de que todo acabó, literalmente hablando, antes de que empezara.
No es fácil.
De todos los hombres con los que salí sólo uno fue eyaculador precoz. Me lo había presentado una amiga, una presentación engañosa pues luego de conocerlo y cuando me había caído lo suficientemente bien como para besarnos apasionadamente en el auto me confesó que era casado. Ella lo sabía pero me lo había ocultado. Su matrimonio, como siempre "mal avenido", no fue impedimento para que un día nos encontremos desnudos en mi cama.
Fue el segundo hombre casado que recaló entre mis sábanas. Y el primero que las manchó sin ninguna intención malsana. Fuerzas incontroladas de la naturaleza humana. Bien decía Samantha Jones, “deshazte de un eyaculador precoz antes de que te manche todas tus sábanas”. Yo fui precavida y siempre puse la misma cuando venía (lavada off course), por lo menos me arruinó sólo un juego.
De todas formas el señor fue mejorando con el tiempo, y casi cuando a los dos meses terminamos la relación, ya manejaba a la perfección los tiempos de su eyaculación. Seguramente había dejado de lado la ansiedad, el sentimiento de culpa, el miedo a no ser un buen amante, el control y sobre todo a su mujer. Reconozco que le tuve paciencia, y jamás lo critique, porque sentía que ya llevaba bastante carga sobre sí mismo, y le dedique muchas sesiones de sexo oral interrumpido. Dicen que estos ejercicios son buenos, llevar el placer hasta casi... y cortar, y empezar de nuevo, y cortar. Al final soy una samaritana del amor.
Los estudios científicos aseguran que un 40% de los hombres sufren de esta disfunción. En mi lista hubo uno sólo, que no representa para nada ese porcentaje. Pero, sí de lo que tuve mucho que soportar fue del "eyaculador precoz verbal".
Esa raza de hombre que larga cualquier cosa por la boca, que escupe antes de tiempo y de forma impredecible cualquier barbaridad. Y que no tiene sólo que ver con groserías, sino con cosas fuera de lugar, de tiempo, o de circunstancias. Los tipos te pueden eyacular proposiciones que jamás cumplirán sin ningún preámbulo. Te invitan a lugares que nunca te llevarán, o piden números que no marcarán...
A veces sus palabras eyaculadas precozmente sorprenden, desconciertan, provocan estupor y más que nada arruinan el momento. Es esa incontinencia verbal que no se puede meter dentro del lavarropas con algún oxipower que quite la mancha.
Hace un tiempito una amiga escuchó una frase muy infeliz una noche de domingo, en una milonga porteña, donde se cruzó con un tipo joven que entre otras cosas le dijo algo así como: “yo sé cuando una mujer se moja”. No era ginecourólogo. Y no hablaba para nada de la famosa incontinencia urinaria femenina. Ella, que es una mujer inteligente, seductora y nada pacata, quedó desconcertada.
Es que una frase lanzada antes del tiempo necesario para generar la confianza en que ciertas palabras no hieren la sensibilidad femenina, sino que generan una pasión desbordada, puede tener el mismo efecto deserotizante que una eyaculación precoz. Nada mejor que tomarse el tiempo necesario para todo.

Pasáme la lupa

Las mujeres somos detectives en potencia. Es algo innato. Nos gusta husmear, investigar, descubrir, escarbar, nos saboreamos con pruebas o simplemente con evidencias que siempre tratamos de sacar a la luz. Porque una vez descubierto algo, no lo podemos disimular, y mucho menos callar.
A veces pienso que es genuina curiosidad, o bien: desconfianza congénita femenina. No lo sé, a veces puede ser un mix desquiciado de las dos. Pero, estando solas con objetos a revisar, es inevitable caer en la más impura y desaforada tentación. Puede ser que busquemos datos importantes o trivialidades, y también muchas veces las trivialidades se convierten en datos importantes.
Puede ser un cajón, o un cuaderno, una agenda, un celular, una Palm, una PC, la guantera de un auto, un bolso o un bolsillo, cualquier recoveco y objeto del otro es digno de análisis y cualquier información obtenida por el fisgoneo es recibida con sublime alegría. Y lo aún más regocijante es contárselo a alguna amiga.
Los siglos se acumulan unos tras otro. La vida avanza. La velocidad de la luz siempre es la misma, los métodos de búsqueda de información, no. Hoy por hoy, hay un asistente de detective que es genial, y estoy segura que hasta Sherlock Holmes se sacaría su particular sombrero. No tiene cara, ni cuerpo, y no hablo del Hombre Invisible, tampoco tiene nombre, ni apellido, y va tan rápido casi... como la velocidad de la luz, sólo una sigla le alcanza para ser famoso: Google.
Mona exagera y dice:
-Si no estás en Google, no existís baby.
Me resisto a pensar esto. A lo que no me puedo resistir es al impulso de "googlear" a alguien que conozco recién. Es una especie de adicción estimulada por el torrente de información.
Ni hablar si es un tipo, ni hablar si tengo pocos datos, ni hablar si me interesa más de la cuenta, en fin... “si te conozco, te googleo”. Sábelo, soy chusma asquerosa, y muero por descubrir todo de vos.
Navego por la red como si fuera una gigantesca lupa. Busco tramas, olfateo como un perro de caza, link tras link, un enlace con otro. Así pude descubrir que el susodicho tenía una causa en la justicia, o un juicio por alimentos, o que se casó y se divorció más de dos veces. Es increíble como salen los trapitos judiciales en la red.
Me encanta hacer espionaje ultra secreto vía Internet. Es entrar por una puerta inconfesable (jamás se lo diré) a la vida del otro. Vida de la cual todavía no sé nada. Es algo jodido de mi parte, es como querer descubrir monstruos más allá del fin del océano.
Y lo que es mejor aún, en ese ansía devoradora de conocer lo desconocido, ¡sí! es encontrar fotos. Más aún que encontrar a los de Lost. Recuerdo una vez que busqué a un tipo con el que me escribía, y al que no conocía. Apareció, en la búsqueda de imágenes bajo su nombre, pero estaba con otros cuatro. Porca miseria, cuál era él. Del grupo de cinco sólo había uno que me gustaba. Los demás, que sus santas madres me perdonen, eran terriblemente desagradables.
¡Oh, mi god! Ése era mi castigo por tanta curiosidad. Miraba la foto y decía, por favor que no sea ninguno de ellos. Cuando por fin me mandó su foto, era... (imaginense el suspenso hasta que se abrió) ... la del tipo que me gustaba. Como buena mujer, fingí sorpresa y beneplácito de conocerlo por primera vez.
Así es, Google soluciona el ansía de saber más del otro. Aunque a veces se cliquea un nombre y no aparece nada. Ni una mísera línea hablando de él (o ella). Y contrario a lo que piensa Mona, sabemos muy bien que esa persona existe, y que tiene una vida que va mucho más allá de nuestra propia curiosidad insatisfecha.
Fotografía: Jay Juice

Detalles

El amor se construye con detalles. Estoy segura de que no es algo grandilocuente en su expresión sino en su construcción. Casi como una pirámide en medio del desierto, al verla uno abre la boca por su magnificencia, la ve como un todo, enorme, bella, desafiando los vientos y la arena, resistiendo embates siglo tras siglo. Mostrándose orgullosa frente a los mortales. Pero, cuando se acerca se da cuenta de que está hecha piedra sobre piedra, apiladas armoniosa y estratégicamente. En cálculo perfecto y meditado.
El amor es igual, es apilar día tras día, mes tras mes, año tras año detalles, que se traducen en gestos, palabras, sonrisas, caricias. Es eso. Hay que tener la constancia de un constructor y la sabiduría de un arquitecto en diseñar bien, en ver cómo van apiladas esas cosas, que pongo aquí y allá, qué descarto porque no sirve, qué elijo para que no se vengan abajo y nos arrastren irremediablemente en la destrucción.
Me imagino un inmenso puzzle tridimensional, donde cada pieza va formando una historia, un encuentro, una mirada por aquí, esa cosquilla por allá, el día que me besaste bajo el puente de Avignon, el otro que te lleve el desayuno a la cama un día cualquiera, aquel que corrimos porque volabas de fiebre en medio de un viaje, y ninguno hablaba el idioma del lugar, el día que mientras te contaba con tristeza que no había conseguido la entrada al concierto, vos sacaste dos tickets, tal como un mago, de tu bolsillo y me la regalaste. Aquella vez que nos peleamos la noche antes de mi cumpleaños, y yo me fui a cenar con mis amigas; cuando volví, ya empezado mi día -a la madrugada-, estabas esperándome en la puerta de mi departamento.
Los detalles pequeños y maravillosos lo van construyendo. Nada de luces de neón y palabras ampulosas, el "te amo" se escribe con ellos. Son traviesos juguetones, deseosos de aventuras, de sorpresas, arrancan suspiros y se meten en el alma sin que nos demos cuenta, escarban y hechan raíces, dan hojas que se convierten en sentimientos, que se meten por aquí y por allá. Les gusta enredarse en nuestra mirada y treparse por nuestra sonrisa. El amor lo sabe pero los deja, porque sin ellos nada tendría el mismo sabor.