El fóbico compulsivo

Esta historia comenzó un día cualquiera, no viene al caso. Fue un día cualquiera de hace un tiempo atrás. Bastante atrás. Ya no lo recuerdo con precisión. Comenzó cuando una amiga me dijo que tenía un amigo para presentarme. Yo estaba justo entre la debacle de mi hermanastro y Nando. En ese momento quería estar con alguien que no fuera ninguno de ellos dos. Mi mente no estaba para elegir. Por eso cuando mi amiga, en su rol de Celestina, me comentó que su amigo era un amor, empecé a evaluar la posibilidad.
-Dale, salí con él. Es buena persona, se divorció hace poco, tiene hijos, es escritor y humorista. Te va a hacer reír mucho.
Creo que ese final augurando risa, fue lo que me incitó a decirle, “bueno, dale”. Todo fue vía Facebook, seguramente el tipo vio mis fotos, como yo vi las de él. Gordito, cara simpática, no era el galán de la tele, pero a esta altura de mi vida, lo que menos busco son galanes.
En ese momento quedamos en salir un domingo. Ya saben que siempre me regalan entradas, soy la que siempre tiene entradas gratis, y entonces le pregunté si quería ir a ver una obra. Todo ok, ya para esta altura estábamos conectados vía email, nunca nos hablamos por teléfono.
Ese domingo, en el que íbamos a vernos por primera vez, me levanté y me fui a desayunar al cafecito de la esquina de mi casa, como casi todos los domingos. Té con leche fría y tostadas en pan blanco con mermelada y queso crema. Un ritual que adoro y me hace feliz. Leí los diarios, y me pase como dos horas allí. Ni se me ocurrió ver mi BlackBerry y leer mis emails. Cuando regresé a casa tampoco, tipo 3 y media recién chequeé mi correo. Y ahí leí un subject muy raro.
“Alerta roja”. No tardé ni dos segundos en descubrir que el peligro venía unido a su nombre. Y no tardé otros dos segundos más en darme cuenta de que la alerta venía porque no podía ir a la cita. Me estaba cancelando y yo con las entradas en la mano.
El argumento: “tengo mucho trabajo y no voy a llegar”. La disculpa: “me gusta dar la cara pasáme tu celular así te llamo”. La verdad, me pareció una excusa un poco boluda, porque perder dos horas de tu vida en un teatro, no creo que haga que te atrases toda la semana. Pero, bueno cada uno sabe sus horarios, sus temas y sus problemas. Así que muy polite le pasé mi celular y le dije que estaba todo ok, no sin pensar, “este tipo ni vio nunca que tenía todos mis números de teléfono en mi firma de email”.
¿Ustedes me llamaron? Él tampoco.
Obvio que le escribí a su amiga, diciéndole quién me había mandado. Su amiga me dijo, "qué boludo". Y todo quedó allí. Pasó un año, o un poco más. Y jamás esperé que me vuelva a hablar, sin embargo, como bien saben, los hombres pueden ser tan impredecibles.
Yo ya me había olvidado de la historia, del tipo, y de la “alerta roja”. Lo pasado pisado, enterrado. Pero fui a una fiesta y lo vi. Fue un segundo pero él también me vio. Me hice la boluda, él supongo que también. Y nada, seguí charlando con la gente con quien estaba. Era un evento multitudinario, así que ese cruce de miradas, sólo duró una milésima de segundos.
A los dos días recibo un email de mi amiga, contándome que había comido con él y le había dicho que quería conectarme de nuevo, que la primera vez estaba mal con el tema de su separación, y que no estaba para darme la bola necesaria, y bla, bla, bla. La verdad leí el email y lo primero que pensé, “me habrá visto comestible”. Pero, no dije nada. La verdad no sabía si darle una segunda oportunidad, pero vieron cómo soy. Por qué no darla pensé. Y se la di, “dale que me escriba”.
Y ahí arrancó la second chance.
Me escribió a la semana al Facebook, obvio yo ya lo había borrado, así que me mandó un privado, pidiéndome disculpas porque ese fin de semana no podía salir, pero que me invitada a comer el otro, que el jueves o viernes me llamaba para arreglar. “Todo ok, llamáme y arreglamos”, le contesté. Y él remató, con el fatídico “te llamo”. Esta vez, lo juro, yo estaba con cero expectativas, porque él ya estaba navegando en esa zona gris, donde intuimos que algo no es lo que tiene que ser. Es más, eso ya lo intuía en el mismo momento que dije: “Ma sí, que me vuelva a hablar”.
Para darle un cierre corto, les cuento que jamás volvió a llamar, escribir, o excusarse. Se borró del mapa. Y yo pensando, quién entiende a los hombres, quién le pidió volver, quién puede aparecer después de casi un año, pedirle a una amiga que interceda, invitar a salir, y luego volver al ostracismo más ridículo. Si lo tuvieran enfrente, le pondría un sello en la frente, que diga “fóbico, compulsivo, archivar”. Y otro a mí, que diga: “el “ma sí”, siempre es el prólogo de un mal final”.