Cerezas al pie

El del pie llamó desde Chile, vendría a Buenos Aires y quería verme. Desde ese encuentro en el bar, debajo de la mesa, entre mi pie y su bien llamada extremidad masculina (que no empieza ni con brazos ni con piernas), había pasado menos de una semana.
El me había pedido esa noche en el bar, que no me fuera que me quedara una semana más de vacaciones pero imposible, me negué rotundamente y decidí partir como lo tenía previsto. Carga erótica y todo el hombre no me inspiraba cambiar un pasaje.
¿Qué hace que una mujer decida cambiar planes por un hombre? Porque si lo pienso me había picado el bichito de la seducción, o mejor dicho la libido me había puesto el bichito y ni quiero pensar dónde. Se ve que en algunos casos podemos hacer uso del instinto de supervivencia que lleva a decir no, lástima que se ve obstaculizado la mayoría de la veces.
El “señor erótico chileno”, había dejado mensajes en mi contestador y había hablado varias veces, y me había preguntado si tenía los pies calientes, pero más allá de eso nada de charlas eróticas de esas que hacen temblar los cables.
Luego de alguna cancelación quedó una fecha prefijada y un acuerdo: lo iría a buscar al aeropuerto y luego iríamos a cenar y después... ¿Quién sabría, lo que pasaría después? Aunque no hay que ser muy mago para adivinarlo.
Un hombre vendrá a verme desde Chile, sólo por mi pie, o es que querrá todo lo que tiene ese pie arriba, y por supuesto lo que tiene el otro. Siempre pienso que las cosas van a salir bien, en eso me veo positiva y nunca puedo imaginar cómo serían las cosas si salieran mal, hasta que pasan y no tengo que imaginarlas sino vivirlas.
Estuve como cinco horas arreglándome para el encuentro. Miré todas mis sandalias para ver cuál favorecía mejor a que mis pies se vieran eróticos y mis dedos como salvajes frutas de la pasión, así que pensé me los pinto de rojo y de rojo bien oscuro. Cerezas que se mostraban tras la mínima tira de la sandalia, como pidiendo ser mordidas, una en cada dedo. Ya mis pies “típica empanada argentina” como por arte de magia se habían transformado en los de Cenicienta.
La verdad que ni me acordaba de su cara, de su cuerpo, ni de sus manos, ni de su altura. Sentía que no podía dictar su identikit pero si lo veía lo reconocería de inmediato, y así fue cuando salió detrás de las puertas de vidrio. No me gusta tanto, pero tampoco me disgusta tanto, y además cuando no hay “tanto” para elegir y... el hombre viajó desde Chile, y que se le va a hacer, es una cena y hoy tengo los pies bien calentitos con las cerezas que esperan ser comidas.
Se ve que toda la semanita y demás la cuestión del piecito sí había hecho eco en él, porque se vino con los botines de punta, y cuando digo de punta lo digo con todas las letras. Puro abrazo y beso, y toque de aquí y toque de allá, cariñoso el chileno, y yo con las hormonas a mil, después de unos meses con ley más seca que la propia ley seca, y escuchando que bonita, que dulce, que cosa divina, que esto que lo otro. Vamos a casa a tomar un café, lo invito casi sin pensarlo.
Ni se imaginen lo peor, porque pasó lo peor: el hombre no funcionaba, decirlo así suena como si lo tratara de un aparato electrodoméstico. Beso en beso y con vino y deseos contenidos, los dos terminamos desnudos en el sillón de mi casa. Y su desesperación porque me guste fue tanta que no me gustó. Y lo peor que cuando le pedí que usara al odiado por casi la mayoría de los que tienen problemas de erección: el forro o profiláctico o condón, todo se vino abajo. Literalmente.
En medio de ese bajón, también literalmente, fui al baño y cuando volví estaba fumando desnudo mirando por mi balcón el hermoso cielo estrellado de Buenos Aires, y las mil ventanitas encendidas que hacían de farolitos chinos. Esa visión fue inesperada e inolvidable: su culo en medio de mi ventana y la columna de humo, que se elevaba hacia el infinito. La recuerdo todavía. Me eché la culpa de mi falta de emoción, concentración o calentura como le llaman, y que por ende no lo ayudé, o sería al revés o sólo estábamos predestinados a que nuestras extremidades, y está vez habló de las que empiezan con pie y mano fueran las que nos llevaran a sentir erotismo al rojo vivo. Se quiso ir enseguida, ni quiso esperar que le llamara un taxi. Me dijo que al otro día me llamaría para ir juntos al cine. Hasta hoy no volví a saber de él. Las cerezas se fueron con el mejor quitaesmalte del mercado, el que no tiene acetona.

1 comentario:

Anónimo dijo...

siguiendo tu buen hábito de ser positiva por todo, creo que lo bueno de la ley seca que atravieso reside en que no paso por esos malos tragos... jaja.
algo es algo =/

cecy