Amistad femenina

Las amigas suelen soportarnos actos que a ojos de otras personas serían totalmente intolerables. Es que a veces hacemos cosas que jamás haríamos si no estuviera un hombre de por medio.
Son esas reacciones típicas de mujer enamorada y apasionada.
Y de hecho algo que en otras circunstancias nos transformaría en una verdadera hija de puta, siempre que haya un motivo amoroso que lo genere se vuelve totalmente normal y hasta fácil de digerir para esas maravillosas y compresivas mujeres con las que compartimos la amistad.
Hace ya tiempo empecé a salir con un hombre que me gustaba mucho. Mucho. Mucho.
Lo había conocido en un boliche. Fue verlo y sentir que tenía que estar con él. Lo reconozco soy de enamorarme estilo knockout. Es como si me dieran un golpe fuerte, como si de repente algo azotara mi alma, una especie de centrifugado amoroso.
Muchas veces quise explicármelo, pero qué sentido tiene encontrar una explicación a algo así. Es como tratar de descubrir el truco del mago, mejor quedarse con la ilusión, con la magia en sí. Me da un shock por algo. Punto.
La cuestión que él había entrado en esa área de lo inexplicable, pero absolutamente deliciosa. Ese enamoramiento fugaz, ese deseo imprevisto y casi animal.
Toda mi atención se centraba en esa silla en la que estaba casi recostado, como despreciando con su masculina languidez el movimiento frenético de los demás. La cosa se fue dando hasta que terminamos tomando un café en un bar casi al amanecer. Le pasé mi teléfono, y al otro día me llamó, y empezamos a salir.
Reconozco haberme convertido en una mujer totalmente estúpida por ese hombre, que no era malo, ni hijo de puta, ni nada raro. Era un hombre normal, más chico que yo, con una sonrisa espectacular, una voz muy sensual. Era un león, por ser del signo Leo -fuego, pasión, locura- y, además, por ser un neto felino de los grandes. Muy seductor.
A todo esto mis amigas querían conocerlo, querían saber quién era ese macho que me tenía caminando a dos centímetros del suelo. Y hablando de centímetros, debo decir que Dios lo había dotado de una masculinidad que superaba la media. O sea él era del escaso grupo de más de 20 y no hablo de años.
Ya la intriga no podía con Mona, que me pedía conocerlo, pero nunca se daba la oportunidad. Hasta que un día él decidió venir a quedarse todo el fin de semana en casa. Una mini luna de miel.
Fue cuando le dije a Mona que me llamara justo a la hora en que él llegaría. La excusa sería pedirme un libro de la facultad que necesitaba urgente para un parcial, yo le diría “pasá a buscarlo”, entraba un minuto y se iría. Ese era el plan.
-No te hagas la boluda y te quedés a charlar como si nada- le dije conociéndola y visualizando que si no la echaba a patadas se iba a quedar impunemente, hasta Dios sabe cuándo, mirando al bonito en cuestión.
-Entrás un minuto, te doy el libro, lo ves, lo saludás y volás porque estás muy apurada- le aclaré por si no le quedaba claro que sólo quería estar con él.
Juró, y re juró que así lo haría. Se moría por conocer al súper hommo.
Ese día hablamos de nuevo por teléfono para confirmar la hora en que él llegaría a casa: las siete de la tarde. Así que ella más o menos quince minutos después haría la llamada convenida.
Él llegó puntual, y puntualmente empezamos a besarnos, a tocarnos, a apretujarnos contra la pared de la misma puerta de entrada. Me sacó la ropa en 5 minutos y a los otros 5 ya estábamos desnudos cogiendo en el sillón del living, en 5 más sonó el teléfono y no atendí.
Volvió a sonar.
Entre sus besos y los míos, me acordé de Mona. Se coló un pensamiento de que quizás se preocupase, fue cuando levante el auricular y con voz desgastada por la acción que estaba realizando dije: hola.
-Hola baby, voy a pasar a buscar el libro. ¿Te acorrrrdás, no?- me dijo Mona como si hablara en clave morse, marcando bien las sílabas.
-Ahora no vengas porque no puedo, te lo doy otro día- le dije y a continuación corté.
“Ya está cogiendo”, fue lo que Mona pensó cuando escuchó absorta el clic del teléfono.
Luego del desconcierto inicial, sonrió y me puteó una y mil veces pero con alegría interior.
Nunca se enojó y cuando rememoramos la situación nos reímos como locas de aquel libro que jamás pasó a buscar.

Los ingarchables de siempre

En la vida de toda mujer -y de todo hombre también- siempre hay una lista de personas totalmente ingarchables. Léase: "aquéllos con los que jamás nos acostaremos". Con los que nunca tendremos sexo, por los siglos de los siglos. Amén.
Son esos chicos, muchachos, señores cuya sola mención del nombre puede generar una sensación nauseosa, o un gesto de asco, como si una cucaracha se hubiera atravesado en nuestra garganta, o nos puede hacer suplicar que no mencionen más la posibilidad de tener sexo con ellos, mientras cerramos los ojos, y nos tapamos los oídos. Puagggg.....
Si estuviéramos los dos solos en una isla, como los únicos sobrevivientes de un naufragio, o bien nos tiraríamos de la palmera más alta, o nos lanzaríamos al mar pues preferimos ser devoradas por tiburones antes que por ellos. Y por qué no, quizás hasta apareciera un instinto de mujeres asesinas, malo, malo, eres... y antes que dejarnos tocar le partiríamos el coco con un coco, mientras duerme debajo de la palmera que provee los cocos.
Si la continuidad de la raza humana dependiera de nuestro garche con ellos. “Qué mierda que se termine la raza para siempre”, es lo que seguramente diríamos. Aún cuando él sea de la raza de los bien dotados.
Tal es el grado de desagrado hacia esos especimenes del género masculino. Tal es el rechazo que sentimos, que jamás pero jamás podríamos imaginar una escena de sexo con ellos. Pues, ni siquiera aparece en nuestra mente tal posibilidad.
Con las brujildas tenemos una lista de “los ingarchables de siempre”, como los llamamos, y quizás nosotras seamos parte de una lista también. Y el hecho de ser parte de ella muchas veces no tiene que ver con el aspecto físico, sino con actitudes, comportamientos, formas de ser.
Los ingarchables -por lo general- no son desconocidos, sino que están cerca nuestro, o son amigos de nuestros amigos, o compañeros de un curso, de la facultad, del trabajo, o también vecinos.
Vaya una a saber, quizás todos estemos en listas de ingarchables de otros y no lo sepamos.
-Es muy triste saber que una puede estar en una lista de "a ésta no le doy ni en pedo"- confiesa Mona, mientras afirma con aire pensativo y un dejo de esperanza: "lo que puede ser ingarchable para algunos, para otros puede no serlo".
Porque, como todo ecosistema, el ecosistema del garche debe tener su equilibrio. Sino serían siempre los mismos los que cogerían.
Cuando estamos más aburridas que nunca, empezamos a tirar nombres para incluir en esa lista, que bien puede mutar. Sí, porque más de una vez lo que parecía ingarchable de lejos, cambió radicalmente de cerca, porque a veces -tantas veces- las cosas no son como parecen.
Eso es lo bueno. Aunque los casos en que se revierte la situación, no son los más. Pero existe esa posibilidad.
Debería decir que a veces el alcohol, mucho alcohol, también hace que lo ingarchable desaparezca sólo por el efecto etílico. Y por eso hay que medirse en situaciones de peligro. Porque despertarse con resaca en la cama de un ingarchable es una experiencia de la cual uno no se olvida en mucho tiempo. Y puede ser el generador de ataques de pánico futuros.
En nuestra lista hay varios, pero para muestra escribo sólo tres:

1. Su saludo es un beso que te deja la mejilla mojada. Onda babosa. Se cree el winner del año, es pésimo, pesado, pedante y pelotudo. Es como un yeti haciendo de 007. Patético.

2. Es sucio, muy sucio, y además desprolijo. A veces pensamos que en una isla desierta y bañándolo antes, se podría revertir la condición. Pero, otras veces nos ponemos a pensar en sus slips y no podemos más que decir: ¡ingarchable!

3. Es denso, muy denso, todo el tiempo habla de sus problemas renales, estomacales, laborales, emocionales, parentales, no hay forma de que un día llegué y te diga: ¡iuppi, qué bien que estoy! Y encima cuando puede se hace el boludito y te toca el culo sin querer queriendo.

Si serán yeguas, dirán algunos, pero con la mano en ..., en donde quieran. ¡Vamos! ¿Quién puede decir que no hay un ingarchable en su vida? ¡Qué tire el primer forro!

Espaldas silenciosas

A veces las mujeres nos negamos a tener sexo como castigo para el hombre. El consabido y muy antiguo: me duele la cabeza, que hoy en día es un llano y simple, déjame en paz y hasta mañana querido. Media vuelta y espalda silenciosa.
Mara vino con la novedad de que está enojada con su marido, porque él quiere más chicos, y ella con sus tres insoportables (esto lo digo yo) hijos está más que satisfecha. Así que optó por darle la silenciosa espalda hace casi como una semana.
Y lo peor que quisiera que esa silenciosa parte de su cuerpo sólo estuviera contra el colchón, y otra parte con labios hablara que da gusto.
Pero no quiere dar el brazo a torcer. Así podemos ser de jodidas las minas. Y tontas, también, me incluyo off course.
Mientras me contaba esto, me acordé de Lisístrata, fui y busqué el libro en la biblioteca. Es un libro pequeño, ajado, que compré en una librería de viejo, y entonces le conté la historia, por supuesto que me lo pidió prestado y se lo llevó para leerlo. Espero sus angelitos no me lo destruyan.
Si algo me queda en limpio es que las estrategias femeninas arrancan desde la misma Eva. Así lo demuestra esta comedia que escribió Aristófanes, en el 411 a.C -o sea antes de Cristo-, burlándose de la sociedad de aquella época.
El tema es la paz que afecta a la seguridad de Atenas. En la obra, Lisístrata, cansada de la guerra ha concebido un plan para lograr que cese, y convoca a las mujeres de Atenas y otras regiones de Grecia, como Esparta, Corintio y Beocia.
Una vez reunidas les comunica su idea: “pues bien debemos abstenernos del pene”. Todas ellas deberán negarse a tener sexo con sus maridos mientras dure la guerra.
Sí, como lo leen, se cierra la cuevita del amor para todos los griegos, y por más que imploren a Afrodita, o al mismo Zeus, las mujeres se mantendrán en la suya para lograr que no peleen más.
Las mujeres griegas, que no eran ningunas boludas, y menos castas, en un primer momento rechazan el proyecto, como lo expresa Clonice:
"Yo no podría, que siga la guerra (…) Cualquier cosa… lo que tú quieras. Si es preciso pasar a través del fuego, lo haré. Pero el pene, no. No hay nada como eso..."
El pene no, decía Clonice. No jodan con eso. Muchas veces, el castigo es peor para el que castiga.
En fin, las minitas griegas no querían dejar de coger, ni por la guerra, ni por la paz, ni por nada.
Pero, Lisístrata las convence, aunque luego tiene problemas con algunas que urden cómicos y absurdos planes para burlar la abstinencia con sus esposos. Sin embargo su firmeza, la de ella, hace que supere los escollos. La de ellos quedará allí nomás, sin poder usar.
Los hombres sufren por esto (¡obvio!) y las quieren convencer. También las conductas masculinas vienen desde muy lejos.
Pero, ellas los llevan al paroxismo dándole a entender que se viene el sexo, que viene, que ya viene...para huir y dejarlos calenchu. Como la escena de Mirrina y su esposo.
En Esparta sucedía lo mismo. ¡Qué minas unidas!
¿Lograríamos nosotras una unión así hoy en día?
Ante tal situación, tanto atenienses como espartanos,
después de un discurso admonitorio de Lisístrata, acuerdan la paz, y la sellan como no podía ser de otra forma: con un banquete. Y sobre todo sexual.
Por lo visto, negarse a los placeres sexuales para obtener algo es una de las estrategias femeninas que la historia de la mujer lleva sobre sus espaldas.
Son siglos de práctica sobre las espaldas silenciosas.

Grupo 1, grupo 2

Mi prima vino con la novedad de que su reciente enamorado, aquel que parecía el indicado para empezar una relación, se retiró abruptamente de escena.
Un triste, pero real y nunca deseado: mutis por el foro.
Lo que parecía encantador y subyugante se convirtió en lejano y sombrío. Y además mudo.
No le manda mensajes, no chatea y tampoco la llama. La conocida huída masculina, o la temible incertidumbre de la no señal de vida.
Todo luego de tener sexo un par de veces. Y según ella, genial.
Mientras mi querida y joven primita se sumergía en el cuestionamiento inspirado en la depre post abandono precoz: ¿qué carajo le pasa a los tipos? ¿Quién los entiende?
Yo me acordaba de un espectáculo de stand up que vi en el teatro Liberarte, de la calle Corrientes. Es el género que popularizó Seinfeld, donde se hacen monólogos cómicos sobre el escenario, por supuesto de pie. Si lo hicieran sentado sería sentad up.
En ése que fui a ver había una chica que se llama Dalia, y en su respectivo monólogo hablaba de que los hombres se podían dividir en dos categorías, clases, tipos… algo así, en definitiva en dos:

1. Los que te quieren coger.
2. Los que te cogieron.

Y aquí radica gran parte de sus acciones ante nosotras.
Los del grupo 1 son extremadamente amables, tiernos y compradores. Suelen hablarte varias veces al día. Si dicen que te van a llamar te llaman; si dicen que te van a pasar a buscar, te pasan a buscar.
Y no es de extrañar que se aparezcan con un chocolatito, o alguna golosina de nuestro gusto. También te pueden grabar un Cd con tu música preferida.
Sólo si fueran románticos -especie ya casi en extinción- podrían aparecer con un ramito de flores.
Si te invitan a cenar a tu casa y, encima cuando llegás, tienen un sahumerio o vela prendida, han decidido que esa noche quieren el cambio de categoría.
En fin... todo, todo, todo sweety hasta que un día pasa a formar parte del grupo 2.
Y como decía Biondi: ¡Patapufete!
Parece que ahí hay como una transformación, una mutación genética, o frenética, totalmente desquiciada porque todo muta sin previo aviso. No te pasa a buscar cuando dice, no te llama cuando promete, y minga de un chocolate. Flores, ni hablar.
Es como un big bang de la testosterona.
En este punto justo es cuando nos preguntamos: ¿quién me cambió el guión de la película de amor y la convirtió en una de suspenso?
Puede suceder a los dos días, puede ser dentro de un tiempito. Depende.
A veces también puede desaparecer para siempre, luego de la primera vez que tuvo sexo con vos, en la enorme población del grupo dos, que crece día a día: los que ya nos cogieron.

Dormir pegados, es dormir

Se los digo: ¡científicos, ya me cansaron! Primero salieron con que las mujeres inteligentes tienen menos posibilidades de casarse. Luego con que las solteras tienen más riesgo de morirse. O que la voz de la mujer cansa al cerebro del hombre. Ahora resulta que boicotean con sus estudios la posibilidad de hacer cucharita con alguien durante una noche fría de invierno.
Unos estudiosos de la Universidad de Viena no tuvieron mejor idea que investigar si era bueno dormir acompañado o solo. Y el resultado al que arribaron es que al que le hace mal es al hombre, porque disminuye su potencia cerebral, provoca estrés y hasta le impide recordar los sueños.
Y si ya es muy difícil conseguir una pareja que comparta la camita con nosotras, con todos estos estudios, que apuntan a los beneficios de dormir separados, va a serlo más todavía.
Ya me imagino a un tipo que me dice:
-¡Ah! No, no me quedo a dormir porque puede hacerme mal a la salud.
Yo no soy científica, ni tengo un postgrado en sueño, pero, como roncan algunos y como duermen a pata ancha, no veo la razón para que se levanten estresados. Hay amigas mías, que tienen hijos, que aseguran que ellos no son capaces de escuchar el llanto, mientras que la madre duerme con un ojo abierto y el oído atento toda la noche. Claro, en la muestra de los estudios las parejas no tenían hijos.
Además, siempre que me quedé a dormir con alguien la primera vez, yo no dormí nada y di vueltas toda la noche, y mientras que el señor dormía como si lo hubiera acunado un hada.
¿Es que a los científicos no le gusta enredarse las piernitas en invierno, y sentir la apasionada transpiración en verano, sentir el masculino brazo que te rodea mientras su respiración te despeina la nuca, y la mano aprieta suavemente tus pechos antes de dormirse?
¿Están locos, cómo publican esto, cómo puede ser? No saben que los tipos son muy jodidos con las enfermedades y el solo hecho de saber que algo puede afectar su salud los predispone mal.
Por qué no investigan cosas más importantes, cómo por ejemplo, por qué las palabras “te llamo” en un hombre nunca tienen correspondencia cerebral con su significado.
Basta de estudios ponzoñosos, no jodan más.

Redentoras

Las mujeres solemos tener la creencia de que nuestro amor va a obrar cambios en el otro. No en cualquier otro. En él, en nuestro hombre, pareja, marido, amante, o novio.
Seríamos como una Madre Teresa de las relaciones.
Como si al nacer nos hubieran puesto la capita de la Cruz Roja, y en nuestro moisés hubieran dejado un botiquín de primeros auxilios y la credencial de la Orden de las Redentoras.
Así empezamos relaciones con fe de que todo puede cambiar con nuestro amor. Reciente amor, atolondrado, ciego, juvenil, maduro, inconsciente o pasional. Y, por qué no, hasta pelotudo.
Las cosas que nos molestan, o que no nos gustan de tal o cual señor, serán borradas mágicamente con ternura y la constancia de estar junto a su lado brindándole cariño y comprensión. Algo así como esas pizarras magnéticas donde con sólo mover algo se borra lo escrito.
Esas “cositas molestas” podremos sortearlas con la increíble fuerza de nuestro sentimiento. Y somos capaces de consumirnos en la hoguera de la espera de que esto pase.
Si notamos que bebe más de lo normal, o si es muy protestón, nada cariñoso, malhumorado, obsesivo, sucio, vago y hasta mitómano. Siempre los detalles que al principio son lomos de burro, luego se convierten en picos difíciles de escalar.
Y así pretendemos hacer lo imposible para que él cambie. Tal como si subiéramos el monte Everest, emprendemos un camino que al final siempre nos deja varadas, a los 8000 metros, sin abrigo y sin oxígeno.
Pues nadie cambia por que otro lo desee, lo pida, lo suplique, o lo imponga.
Ya lo sé, ya dejé mi capita salvadora en un pico helado, y el puto maletín en algún cajón olvidado de mis desengaños.
Ya sé que las personas no cambian, y si lo hacen es porque ellos quieren, y no porque nosotras queramos. Seguramente, el que bebe seguirá bebiendo, y el que miente seguirá mintiendo. Y el que no es de dar caricias, no las dará.
En todo caso, algún cambio de nuestra actitud podría generar un cambio en el otro. Pero, también posiblemente no suceda nunca.
Es mejor cuando la lista de las cosas que no nos gustan supera a las cosas que sí nos gustan, guardemos la capita, el maletín, y digamos amablemente adiós, mientras arrojamos la credencial a la basura.