Con un pie al rojo vivo

Algunos piensan otros hacen. Yo sigo pensando, sigo sin tener sexo bueno, de ese que te hace transpirar y te saca unos quejidos profundos de la garganta, de ese que recuerdo como algo lejano e imposible de repetir. ¿Dónde están los buenos amantes? ¿Es una raza en extinción?
Debo reconocer que tuve una oportunidad y la dejé pasar. ¿Cómo la dejé pasar? ¿Me estaré convirtiendo en una histeriquita? ¡Noooo! Yo no soy histérica, sólo que no encuentro la persona indicada.
Sigo en Chile la salida abortada erótica se transformó en la salida amistosa con mi amigo por e-mail. Mi amiga chilena, visto lo desalentador de mi frustrada aventura, me propone presentarme a un amigo de muchos años, que está sólo, o medio solo, o sólo con novia pero no blanqueada o algo así.
El señor en cuestión, tiene 51 años, bastantes más que yo, bastantes más… Y la verdad que no me gusta tanto, no puedo decir que lo rechazo, pero no es ese flash que tanto busco.
La situación es así: estamos mis dos amigas y yo con él. Bebemos, bebemos y bebemos, él más que nosotras. Bebe Fernet con cola, y yo cerveza. La cerveza está caliente y afuera hace mucho frío. Mis pies están tan helados, pues no me puse medias.
En un momento decidimos salir a tomar algo (algo más) a un boliche. De pronto en el auto él toca mi pies helados y los calienta con sus manos, son suaves y me gusta que me toque los pies.
Debo aclarar que siempre luché con el complejo de ser descendiente de Patora, pie típico empanada, con los deditos cortados iguales, odio mis pies pero a oscuras no los va a ver. Y no creo que tenga el tacto de un ciego. Sólo percibirá que un trozo mío, un pedazo de mi piel accede a que lo toqué. Cada tanto saca la mano del volante para tocarlos y calentarlos.
Parece ser que los pies se convirtieron en un fetiche, son la carga erótica de la noche. Me entrego a esos masajes que los calientan y también me calientan a mí.
Estamos los cuatro sentados en una mesa típica de bar, cuadrada algo despintada, uno en cada lado. El sigue tocando mis pies. Los saco de los zapatos y los pongo sobre las baranditas de la silla. De pronto, siento que toma uno y lo acaricia mientras sigue hablando con mis amigas. Sigo mirándolos a todos. No digo nada, trato de que mi cara siga igual. Pero me sale un “me gusta”, casi ronroneado. Y él me dice:
-¿Te gusta?- me dice él.
- Sí- ronroneo. Es el encuentro cercano del tercer tipo, más cercano y menos del tercer tipo que tengo en un mes.
Y como que no quiere la cosa, lo apoya ahí, entre sus piernas… ya saben dónde, y se masajea. ¿Qué hago? Lo sacó y lo miró con cara de desaprobación, o lo dejó que haga, y me entrego al placer con cara de aquí no pasa nada. ¿Mis amigas se darán cuenta de lo que está pasando? Ya a esta altura, se me calentó el pie... y la sangre, y arrebatadamente le saco el whisky que está tomando. ¡Necesito algo fuerte!
Después de varios masajes, y de nuestras respectivas caras de nada, saco mi pie, lo devuelvo a la fría sandalia, y rehuyo su contacto. El intenta tomarlo, pero no lo dejo. No puedo dejar de pensar en lo que había pasado minutos antes. ¡Vuala!
Todo quedó allí en esos minutos de carga erótica, digna de película española.
Ya eran las seis de la mañana. Me dejaron en mi alojamiento que estaba alejado del centro, y ellos - los tres- se fueron. Me quedé con mis pensamientos a mil, con mi sangre a quemando las arterias y venas, entre el whisky y la calentura estaba bullendo. Y me fui a dormir sola. Otra vez sola.

1 comentario:

Anónimo dijo...

soy la del comentario del diario de britie o como se escriba...viste? pudiste participar de tu pelicula española..muy buena!!! felicitaciones