Mi baile hot podría hacer que mi equipo fuera el ganador. ¡Qué responsabilidad puesta en mi culo, tetas, movimientos sexies y caradurismo total! Todo se dio en el cumpleaños de Mona, como no podía ser de otro modo.
Ella junto a su amiga Carmen, idearon un cumple digno de un programa de Sofovich, claro que con un equipo de producción muy bueno. Nos dividieron en equipos, y cada uno tenía que adivinar que persona había hecho tal o cual cosa.
Obviamente, las preguntas se referían a gente que no conocíamos, o por lo menos no tanto. Así nos enteramos qué mujer había sido remisera en un tiempo, qué hombre se ganó la vida tejiendo bufandas, quién acompañaba todas sus comidas con té, o había contratado una bruja para limpiar su casa, o le habían pedido que posara desnuda para un pintor, a quién lo había acosado un famoso, o había salido con un famoso, o había pasado su cumpleaños en una cárcel en el exterior. Y otras vicisitudes de la vida de cada uno, desconocidas para los otros.
La cuestión que el desconocimiento, los prejuicios que inclinaban la elección al que supuestamente daba el perfil, o la disparatada suerte hizo que empatáramos todos los equipos, en esa primera instancia de la noche.
El otro juego consistía en cata de cerveza, a ciegas. Tres vasos de distintas marcas, un catador por equipo. Me di cuenta, de que a pesar que se toma mucha cerveza, no se reconocen las marcas, porque decían cualquier cosa. Quilmes, fue confundida con Schneider, Heineken con Stella Artua, y Brahma con Heinequen, No acertaban casi ninguna.
Los catadores se quejaban de que estaban calientes, las cervezas, y eso perjudicaba el trabajo de la células gustativas, pero yo creo que no sabían un carajo. Una cerveza errada tras otra, llevó que por puta casualidad acertará una, un equipo, y otra, el nuestro. Y ahí, había que desempatar.
¡Baile hot, baile hot!- gritaron todos. Es que el hot dancing se impone a la hora que ya están todos empedados, y con ganas de cachondear. Es un clásico de lo cumples, quizás embuido de la filosofía de películas, o incluso de los shows que dan en las disco, de las despedidas de soltero, o del boludeo infernal que provocan tantas botellas de vino, cerveza y vacías. ¡Baile hot, baile hot! Los de mi grupete, me miraron y me dijeron: ¡Lo haces vos!
Y fui yo la que tuvo que defender el honor de mi equipo. La que tenía que darle la victoria que el catador de cervezas había perdido, que paradójicamente se llama Cato, pero no cató mucho. Como descargo diré, que venía de un casamiento que había empezado al mediodía y ya creo que no tenía lugar para catar ni siquiera entre vino o cerveza. Para él todo era alcohol.
Así que, me vi en la obligación de bailar lo más hot que pudiera, y valiente me fui al centro de la pista. Como no estaba la canción archiconocida e ícono de los bailes hot, Déjate el sombrero puesto, de Joe Coker, bailé con Like a Virgen. Si, ya sé que es una canción medio pedorra para un baile hot, y que yo de virgen no tengo nada, pero era lo que había.
Entonces con la silla de plástico blanca en el medio de la improvisada pista empecé a danzar. No voy a explicar todo lo que hice, sólo recordaré momentos memorables, como cuando me saqué una bota, y la lancé hacia un costado, y casi mató a Violeta y Lore. O cuando usé la otra para hacer gestos procaces entre mis piernas, o sea era la “bota consolator”. Me senté encima de Cato y lo besé apasionadamente, de mentirita claro, y luego fui hacia otro y me subí a horcajas sobre él, como imitando el acto sexual en la posición La Doma del Kamasutra. Ya decidida a conseguir el triunfo, jugué mi última carta y me fui con pasos muy “madonnísticos” del Like a Virgen, hacia el señor que estaba parado junto a su señora, y me agaché contorneándome en firme actitud de practicarle sexo oral. Un chico que estaba por ahí se cortó con un vaso el dedo, espero no haya sido por haberlo apretado con la mano.
Al final mi equipo consiguió la victoria, a pesar de que el baile de mi oponente, no fue menos sexy, pero tardó una hora en decidirse a hacerlo.
Los contrarios no aceptaron la derrota, y dijeron que habían ganado ellos, porque parece que el abrirse la bragueta mostrar un pedacito de calzoncillo blanco, y quedarse con el pecho al aire, sumaba puntos. Pero, qué gracia tiene que los hombres se quiten la remera, si no tienen tetas, digo yo.
Los demás, me daban el crédito a mí. “Te lo mereces por la actitud”, me dijo Mona, que al fin y al cabo era la cumpleañera y a la que había que darle la razón por su onomástico. El premio fue una bolsa de caramelos palitos de la selva, que comí en la más secreta soledad.