Despechadas

He roto fotos de algún que otro hombre luego de una separación post engaño. He mirado su cara y calculado justo entre ojo y ojo, empezando un corte prolijo y meditado como si mis manos fueran el bisturí de un cirujano maléfico. Y lo he hecho con infinito placer, como si rompiendo su imagen en el papel, lo rompiera dentro de mi corazón. Cosa que roza la pelotudez, pero que en momentos de angustia da casi el mismo resultado psicológico que comerse medio kilo de helado de dulce de leche (Tentación de Freddo), con el beneficio de no engordar.
He puteado, reputeado, he escrito maldiciéndolo por los siglos de los siglos, he salido con su mejor amigo, he deseado la peor de las enfermedades: impotencia, lo he llamado y he cortado sin hablar, no he atendido el teléfono una y otra vez, y también le he cortado sin dejarlo decir nada.
Lo he hecho, pero de ahí a conducir 1.500 kilómetros por una carretera usando unos pañales, quiero pensar descartables, para evitar ir al baño durante el trayecto y poder interceptar a tiempo a una presunta rival amorosa, no. No me da para tanto el despecho.
Cuando leí esta noticia me puse a pensar. Una mujer despechada es capaz de hacer cualquier cosa. Y cuando digo cualquier cosa, me refiero a eso: a cualquier acto que para otra persona sonaría loco, desquiciado, y siempre desproporcionado. Una mujer despechada puede resultar peligrosa, porque ese click que hace pedazos el corazón, también puede hacer pedazos el cerebro, y ahí... agarrate Catalina.
Seguro que algo así le pasó a esta mujer norteamericana, astronauta ella, para más datos una tal Lisa Nowak, de 43 años, una señorita que fue ex tripulante del transbordador Discovery. Y que supongo habrá pasado más de un test psicológico en su trabajo. Y, para que no digan que las solteras estamos cada vez peor, es casada y además madre de tres hijos.
¿Qué dispara los celos de una mujer más o menos normal, más o menos sensata como para pasar tantas pruebas y llegar a tripular el Discovery, para cometer este acto demencial?
Demencial, sí, pero excelente para una campaña de pañales de adultos. Poder de absorción: 1.500 kilómetros.
La respuesta es simple: el temible y nunca deseado triángulo amoroso. Y lo que viene detrás: el despecho. Y lo que viene después: la vanidad destruida por el desengaño. Porque el despecho anida y crece voluptuosamente en lo profundo del ego herido.
Parece ser que Lisa y una ingeniera militar, Colleen Shipman, compartían el mismo hombre, un piloto del Discovery, Hill Oefelein. ¡Al final qué puterío resultó ese Discovery!
Y una que se los imagina flotando y comiendo esas porquerías y hablando boludeces, pero en tono científico, con los cual son boludeces científicas, del tipo: ¡che...mirá! ¿ése no es un nuevo planeta?, o mirando todo el tiempo por la ventanilla a ver si ven un OVNI, o alguna estrella fugaz para pedir tres deseos. Sin embargo, según los hechos parece que también hacen otras cositas.
Decían las noticias, que la minita astronauta, que se había disfrazado con una peluca y un abrigo, atacó con gas pimienta a la ingeniera. Ella dijo que sólo quería asustarla, y hablar, aunque sospechan las autoridades que pensaba matarla.
Me imagino la conversación que querría tener con la otra. Escucháme, Colleen vo andá con el Gil. Y me imagino, las ganas de hablar que tendría la otra, al verla llegar así un poco transfigurada luego de manejar desde Houston (she has a problem), a Orlando. Siempre con el pañal puesto.
Igualmente yo creo que tiene razón con lo que dice, que si quería algo más grave, con sólo sacarse el pañal y metérselo en la trompa a la tercera en discordia hubiera llevado a cabo un acto mortal.
Digamos que a la astronauta se le volaron los planetas, y que no todos los casos suelen ser tan extremos, pero de cualquier forma el despecho es un sentimiento que se alimenta de los peores deseos. Lo sano está en dejarlo que muera de inanición.

Collares, collares

Tengo una caja en la que guardo mis collares. Soy adicta a ellos. Transito períodos de enamoramiento absoluto donde cada día luzco uno diferente, y otros de rehabilitación en los que ninguno se posa en mi cuello. Mis amigas me tienen prohibido comprar uno más. Pero, bastante a menudo rompo la prohibición y caigo bajo el poder de cuentas de colores.
Es que tengo muchos, muchísimos, algunos más nuevos, otros de hace años, hay cierta cantidad que fueron obsequiados por personas que conocen mi adicción. Regalo que siempre es muy bien recibido.
Algunos fueron comprados en los rincones más exóticos del planeta; otros en el barrio del Once, en la Ciudad de Buenos Aires, un rincón no menos exótico del planeta.
Tengo collares que salieron pocos pesos, una pichincha, una ganga, cómo no comprarlos; y otros bastantes caros, qué horror, no puedo gastar eso... pero es tan bonito. ¡Cash! Algunos pertenecieron a mi abuela, son los que adoro. Son tan ella.
Desde hace un tiempo sospecho que mis collares en cuanto cierro la tapa juegan dentro de la caja, en la más completa oscuridad. Son juegos a los que puedo calificar de verdaderas orgías por como los encuentro. Entrelazados, revueltos, amorosamente enmarañados. Piedras brillantes y semillas autóctonas, cuentas de cristal barato con perlas grises que mi madre asegura son carísimas.
Cada vez que quiero sacar uno, nunca viene solo, supongo que arrastra a sus compañeros de juergas, una verdadera madeja, muy difícil de desenredar. Collares orgiásticos. Unidos a más no poder, mezclados pero no pegados, anudados pero sin ningún nudo.
Cuando esto sucede, me tomo el tiempo necesario para lograr la separación, confieso que por momentos parece imposible. A veces suspiro más de la cuenta, y protesto el doble, pero luego me calmo y comienzo la tarea como si mis manos fueran algo etéreo, pues temo romper a alguno. Me dolerían las cuentas rebotando inquietas sobre el piso.
En un preciso instante esa maraña de hilos, cordeles, perlas, cuentas, engarces, y eslabones se desarma. Es casi como ese truco que hacen los magos con las cuerdas, uno no se da cuenta de cómo sucedió pero de pronto el hilo cae perpendicular al piso sin ningún nudo. Así como por arte de magia, sin avisar, siempre me sorprendo cuando el ovillo caprichoso se desarma, me provoca una exquisita tranquilidad.
El otro día cuando sucedía esto, no pude dejar de pensar que en la vida sucede lo mismo, que por más que las cosas parezcan collares enloquecidos enredados en una madeja infernal, junglas de problemas que parecen sin salida, uno enlazado con otro, orgías impúdicas de complicaciones, aunque parezca que jamás podremos desenmarañar esa agotadora realidad siempre hay un instante en que los nudos comienzan a aflojar, en que con un movimiento, pasar de acá a allá, tirar y volver a aflojar, de pronto cada cosa ocupa su preciso lugar.
Muchas veces, para mantener el orden en la caja, pensé en comprar bolsitas de celofán y poner cada collar en una. Pero prefiero seguir así y sentir que puedo ordenar un caos sólo con mi buena voluntad.

El arte de disentir

Cuando navego por los blogs, hay muchos que no me gustan, y no porque sean malos, sino porque a cada uno nos gustan cosas diferentes. Generalmente ni termino de leer el post, ni me gasto en escribir nada, porque no merece que me detenga un segundo de mi vida en hacerlo. Y además porque no me creo dueña de ninguna verdad. Lo que a mí no me gusta, evidentemente le puede gustar a otros.
Por eso, no entiendo cuando las personas se toman el tiempo de abrir los comments, escribir el mensaje y enviarlo con premeditada agresión, que puede ser de distinto nivel: algunos muy originales, otros muy boludos, o muy superados, y otros que piensan que las cosas tienen que ser como ellos postulan. Por lo general son anónimos, aunque no siempre. Por lo general no aportan nada. Y supongo que jamás volverán a entrar a un lugar que no les gusta. Así, que jamás leerán lo que les contesto. Así, que ni sé para qué les contesto.
Últimamente pienso que disentir sin agredir es algo que en esta sociedad se pierde día a día. Que para disentir la gente tiene que levantar la voz, insultar, defenestrar, descalificar, todo porque escucharon, vieron o leyeron algo que simplemente no les gusta o no están de acuerdo.
A veces pienso, qué les habrá disparado el texto, para saltar con semejante agresión. En fin… hace tiempo que tenía ganas de escribir esto. Y no viene a caso de nada, simplemente que agradezco cuando me dejan un comment en el que me dicen que no les gusta tal pensamiento, actitud o como escribo, y lo hacen con palabras que no reflejan más que eso, y no la bronca acumulada por cosas que van mucho más allá de un texto cualquiera en un blog sin importancia. Eso nada más. Lo dije.

El hombre ideal

Las mujeres nos pasamos la mitad de la vida soñando con un hombre ideal, y la otra mitad esperándolo. A algunas les llega, tal como lo soñó, tal como lo esperó. Milagros de la naturaleza, o ideales alcanzables. A otras nunca. A algunas les llega una aproximación de ese hombre ideal, con menos pelo, más panza, con un carácter que no tiene nada que ver con el soñado, más frío, más ardiente, más callado. Toda aproximación suele ser aceptada.
Otras van mutando ese hombre ideal a medida que pasan los años, a los 5 el nene que regala un caramelo en el jardín ya compró el corazón de la nena; a los 10 una cartita de amor en el colegio sellará para siempre el amor; a los 17 el chico sin un mango con la bici hecha bolsa nos enamora completamente, y somos capaz de viajar sentadas en el caño, rompiéndonos el culite sin decir ni mú; cerca de los 40 por lo menos tiene que vivir solo, tiene que tener un laburo seguro y preferentemente un medio de transporte con 4 ruedas. Eso sí, de viajar en el caño, adiós. El caño de la bicicleta.
Hay mujeres que cambiaron el ideal radicalmente, y lo adaptaron a las exigencias del mercado. Son las prácticas, las realistas. Están felices y contentas. Y descubrieron que detrás de un hombre no ideal puede estar un hombre casi (casi) perfecto para ellas.
Hay otras que frente al paso del tiempo y la desesperación entraron en la mesa de saldos y agarraron lo que viniera. Por lo general estos hombres no tienen devolución, y vienen con fallas. Ni su madre lo acepta de vuelta. No tienen reembolso, ni garantía, y lo peor que no se pueden arreglar. Pero lo grave, en algunos casos, es que las damas no los dejan. Son esas mujeres que se quejan todo el tiempo de ellos. Cuando ellos no están, y cuando están también. No hay un minuto que no aprovechen para hacerle ver cuán lejos están de su ideal, y cuánto le arruinaron la vida. Son las eternas quejosas. Vos no sos lo que quiero, pero te cago la existencia eternamente.
Hay cierto tipo de mujeres que tienen proyección a futuro, serían las arquitectas de la fachada del hombre ideal. Las asesoras de imagen, las personal shopper de su cuchi cuchi. Esos zapatos que odian, esas camisas que detestan, un corte de pelo absurdo, anteojos pasados de moda, corbatas que no usaría ni el payaso Plin Plin, combinaciones dignas de un daltónico. Ellas tienen la consigna de que todo elemento mutable externo que lo aleja de su hombre ideal es algo que se puede modificar. Y así actúan, de a poco, como en las sombras, en el cumpleaños le regalan un equipo completo, luego le dicen vayamos al shopping a comprarnos ropa, para culminar en el "dejá que te compró yo".
Hay mujeres que terminan sus días esperando al hombre con el cual soñaron por siempre, y que por supuesto nunca llegó. Están amargadas, tristes, solas y sin ningún tipo de amor. Rechazaron a diestra y siniestra, o ni siquiera escucharon propuestas, siempre todos tenían un defecto, algo que lo alejaba de su hombre ideal. Ninguno le venía bien. A veces se acuerdan de uno, cierran los ojos y piensan que quizás no era tan malo. Son aquéllas mujeres que nunca descubrieron que lo ideal encierra una trampa, pues no existe sino en el pensamiento.

Eliminar contacto

-Y al final... lo borró del Messenger - exclamó Mona como remate de toda una historia de una amiga y el detestable ex. Un tipo totalmente perverso que volvía loca a la chica, y que al final recibió el castigo que hoy en día sería una pena de muerte virtual: la eliminación del MSN.
En un click se saca, lo que significa algo así como enterrarlo vivo, el accionar que lo elimina de nuestra vida como si fuera una frágil pompa de jabón que explota en el aire, sólo con un movimiento del mouse.
Te aniquilo, te asesino, te evaporo, te lapido, te olvido, te aplico el silencio para siempre, te sepulto, te condeno, todo con un click tan solo. Eliminar contacto. No admitir. Ya no existís, ya no sos, ni serás, te perdiste en la red, porque te fuiste de mi Chat, ni sabré si estás o si no estás conectado, no estaré pendiente de si entrás o no, si me saludas o no, ya te apliqué tal como los griegos el ostracismo, pero de por vida.
Hoy por hoy, sacar a alguien del MSN, o del cualquier Chat, es declararlo persona non grata en nuestra vida. La única vez que borré a alguien fue para siempre.
Sucedió a principios del año pasado. Había conocido a un hombre en un viaje por trabajo. Él no vivía en Buenos Aires. Estuvimos juntos, la pasamos bien. Luego él vino a verme dos veces en menos de quince días. Chateábamos todos los días. Para esa época yo había viajado a Alemania, y seguíamos chateando. Cuando volví me invitó a pasar un fin de semana con él. Tenía ganas de verlo. Hablamos unos días antes de mi viaje, estaba todo perfecto. Tiempo despejado sin nubes de tormenta, ni granizo a la vista.
Tenía todo para viajar al día siguiente a la mañana. Mi pasaje guardado en la billetera, el bolso a medio hacer y las ganas de volverlo a ver. Eran las 11 de la mañana, cuando entró en el Chat, y me dijo que tenía una noticia mala y una buena.
Siempre quiero escuchar la mala primero, y así se lo dije, a lo que él me contestó:
-La buena, tampoco te va a gustar. Me enamoré.
-¿Ésa es la buena o la mala?- le respondí.
A lo que me dijo que era la buena, la mala era que yo me iba a desilusionar. Y que su enamoramiento, de otra por supuesto, había sido entre la noche anterior y esa mañana. Luego fue el bla, bla, bla, y el clásico "sos una mujer especial" y bla, bla, bla por nada del mundo quiero perder tu amistad, blablabla. Bla.
¿De qué amistad hablaba? Ni sabía qué color me gustaba, o mi segundo nombre, ni siquiera podía decir que comida es mi debilidad, o el nombre de mi madre, o por qué tengo una marca en mi rodilla izquierda, si soy alérgica a algo, cuál es mi escritor preferido, o mi película favorita. Sabía tan poco de mí, no tuvo tiempo de conocerme, de descubrirme. Habíamos pasado más horas desnudos que vestidos juntos. ¿Qué tipo de amistad es esa?
Últimamente creo que a las personas les cuesta mucho mantener la integridad y sobre todo la coherencia. Hubiera preferido un llamado telefónico y unos días antes, no a horas de viajar.
Sin embargo, él se había enamorado la noche anterior (¡ja!), qué puta mala suerte. Ese sí que fue un amor fulminante.
Lo virtual tiene el poder de la frialdad de una pantalla, donde las letras comienzan a desaparecer como si fueran escritas en el aire. Una conversación llena de palabras que por momentos parecen no corresponderse. La última frase fue:
-Estaré conectado como siempre... y si querés tenés mi amistad, te pido disculpas .
La verdad ya no tuve ganas de contestarle y con un click lo borré del Chat.