Ceguera voluntaria

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Así dice un refrán. La sabiduría popular es muy exacta en sus citas. A veces los ojos no quieren ver, lo que tienen delante y una se convierte en el peor cegato del universo. No es problema de retina, o de visión; no, es un insulto a la inteligencia, o a los sentimientos. Es que una niega la realidad y así puede andar a tientas entre los acontecimientos que se la escupen en la cara, pero sigue sin verla.
Lo peor que los demás pueden decirnos esto o aquello, y lo negamos rotundamente, no, no puede ser, no jamás haría eso, no, es mentira de tal o cual. No, no, no es un monosílabo que repetimos incansablemente.
Con mi primera pareja sufrí de ceguera de amor, típica, tradicional, tortuosa, hasta llegué a pelearme con mis padres, y al tiempo me sentí una pelotuda, porque cuando la ceguera pasa, y se cae como un bólido en la realidad, esa es la pregunta que viene a explotar en el medio del cerebro: ¿Por qué fui tan pelotuda?
Una vez un psicólogo me dijo:
- No fuiste pelotuda, lo amabas y creías en él, ¿hay algo de pelotudo en eso?
Es cierto cuando una ama de verdad es lógico que crea en la persona amada. Pero hay límites y límites. No se puede andar negando cosas, como si fueran irreales, cuando están allí abofeteándote todo el tiempo, porque una termina como Rocky, hecha bolsa, con la diferencia que la pelea al final la pierde y por knockout.
Y se queda en el rincón del ring, pensando cómo no vio antes todo, porque la cortina de la irrealidad se corre en algún momento, y allí en ese preciso instante, tal como se hizo la luz que separó las tinieblas, allí ve las cosas como son, a pesar de tener los ojos tan hinchados por el llanto del descubrimiento.

¿Quién es la más bella?

Insisto, los cuentos de hadas pudren la cabeza de las mujeres. Ya lo dije y lo vuelvo a repetir, hay historias que quedan grabadas y trabajan día a día en el inconsciente, colectivo o no, pero que están allí guardadas para saltar un día, no me queda duda. Quizás porque esos relatos populares, contados a través de generación en generación, no sean más que el reflejo de las vicisitudes humanas.
Como el deseo de la belleza, tal como le pasó a la malvada madrastra de Blancanieves, que no soportaba que nadie fuera más bella que ella, y menos su hijastra. Algo parecido le pasó a Yolanda, la madrastra de Lucy, hija de un hermano de mi viejo. O sea otra de mis primas.
Lucy siempre fue muy bonita, la comparaban a Shirley Temple. Cuando éramos chicas decíamos ¿quién carajo era esa Temple? Parecía que todos la conocían menos nosotras, luego me di cuenta de que era por los bucles rubios que tenía mi primita, y que con el tiempo se encargó de borrar, planchita de por medio. Pero cuando era chica todos se los alababan y siempre la comparación con la Temple era inevitable.
Lucy era linda, rubia y encima con ojos verdes. Y cuando fue creciendo cada vez se puso más bonita. Era el orgullo de su padre.
La cuestión que mi tío se separó cuando su pretty baby tenía 8 años, y a los dos años se volvió a casar con Yolanda, una chica diez años más joven que él, y muy linda, claro que no tanto como Lucy.
Al principio todo bien entre ella y la nena, pero cuando la nena dejó de ser tan nena, y se convirtió en una linda princesita, mejor dicho en un minón infernal, Yolanda, que también era una bella mujer, quería competir todo el tiempo con ella. Las mismas marcas de jeans, los mismos cosméticos, y hasta los mismos novios. Es una forma de decir, porque bastaba que Lucy trajera un novio, para que ella se pusiera densa, y apareciera todo el tiempo ofreciendo café, té, gaseosas y demás, vestida como para matar.
En fin, el big problem empezó cuando Yolanda, tuvo sus primeras arrugas y se sintió fea, ahí se ve que tal la bruja con el espejito, se miraba todo el día, nadie sabe si preguntaba:
-¿Espejito, espejito quién es la más bella de esta casa?
Aunque deduzco que sería una tonta si preguntaba eso, porque era claro que la más linda era Lucy. Y ella de boluda no tenía ni un pelo, rubio teñido, eso sí.
Ni se imaginen que Yolanda envenenó manzanas, o puso algo en la comida, que eliminó a Lucy con bombones con cianuro a lo Yiya Murano, no ahora las cosas están mucho más avanzadas. No, tampoco la mando a matar por contrato, no hablaba de eso.
Hizo lo que muchas mujeres hacen en esos casos, se fue al mejor cirujano plástico, carísimo y de renombre y se operó toda, fiel émula de Extreme Makover, el reality de Sony. Las tetas, lipoaspiración de vientre y piernas, los párpados, pómulos levantados, ojos bien grandes con lentes de contacto verdes, labios carnosos cual Angelina Jollie, culo a lo Pradón, antes de la caída. Una cagada, eso pensé cuando la vi luego de la opereta.
Pero se ve que ella quedó feliz, y mi tío en la bancarrota, creo que hipotecaron la casa. Nunca se supo realmente, es uno de esos secretos que toda la familia supone y de lo que es mejor no hablar o preguntar.
Ahora cuando se mira al espejo, le debe preguntar.
-¿Espejo, espejo, soy más linda que Barbie?
A lo que el espejo responde.
- Más linda no, pero igual sí.- Y ella sonríe radiante, lo que el Botox le permite, mientras se mira en él y se acomoda su mechón rubio teñido que le cae sobre la frente sin ninguna arruga.

Recortes de felicidad

Estuve mirando fotografías en que las que quedó retratado el pasado. Mi pasado. Y mirándolas me di cuenta que siempre las fotos son recortes de felicidad. Son un pequeño pedazo de papel -o ahora un conjunto de pixeles-, donde quedan momentos radiantes, sonrisas, gestos payasescos, miradas perdidas, besos apasionados, abrazos, paisajes compartidos, en todas ella la vida se ve tan plácida y despreocupada.
¿Es que a nadie se le ocurre sacarse una foto en medio de una discusión, como para que quede registro de que también pasó esto entre los dos?Quién fotografía a un hombre cuando te dice adiós, y sólo es su espalda la que se aleja para siempre de vos, o cuando está armando el bolso antes de que abandone el hogar, o su cara de tristeza cuando le decimos que no lo amamos más. ¿Quién fotografía la bronca, el desamor, o el engaño?
En cambio allí está él, recién salido del baño, sorprendido por la cámara en nuestro primer día de convivencia. Allí estoy yo tapándome con la sábana porque no quiero salir desnuda. Hasta puedo escuchar mi voz riéndose en alguna, y sus palabras amorosas en otras. O aquella vez que escalamos y plantamos nuestra propia bandera del amor - un forro recién usado sostenido por una rama- en la punta de una sierra cordobesa. Asquerosa foto.
Y cuando miro esos albúmenes, a veces con hojas que el tiempo tiñó de amarillo, siempre la felicidad está allí. Es cuando la nostalgia se hace recuerdo de los momentos felices compartidos, como si lo malo se hubiera borrado misteriosamente. Todo parece tan perfecto que me pregunto por qué terminó. Y tal como Alicia, en vez de atravesar el espejo, quiero meterme en esos recortes de felicidad.

Señales de amor

Siempre una espera una señal de amor, algo que nos indique que esa persona está enamorada, o por lo menos, interesada por nosotras. Es un lenguaje sin palabras directas, las cuales a veces no estamos seguras de interpretar.
Es algo similar cuando antes se sacaba a bailar cabeceando y la chica captaba el gesto y se levantaba e iba directamente al caballero. Así es lo que pasa con la señal. Debo decir que en ese tiempo donde la danza se pactaba entre dos, y el sólo levantarse de la silla para dirigirse presta hacia donde estaba el hombre, era un signo inequívoco de un pacto silencioso pero real.
A veces ocurría que el gesto, el cabeceo, no iba dirigido a ella sino a la chica que estaba sentada detrás, y entonces la desilusión se concretaba en segundos, la sonrisa del encuentro se trastocaba en bochorno, cuando él se dirigía a la segunda dama, que sí era la elegida, y que venía pisando los talones de la primera.
Algo así también pasa con las señales de amor, hay que estar bien atentas, porque a veces suelen ser erróneas. Y quizás sea nuestra necesidad de que sean ciertas lo que las convierte en reales.
Él me sonrío, él me llamó para invitarme a una reunión de amigos, él me compró el café en la máquina. Todo se transforma en un "él y los hechos de él". Y las cosas que él hace empiezan a formar el universo tácito de su amor por nosotras. Se empiezan a hacer grandilocuentes, aunque no lo sean. Un análisis exhaustivo determina la frase dentro de nuestra mente: él está interesado o él me quiere, o él se enamoró de mí.
Y es cuando debemos a su vez, dar nuestras señales de amor, aceptar, sonreír, hablar por teléfono, enviar email, una red de señales que si se interpretan bien terminaran quizás en un beso. Porque todas las relaciones empiezan con un beso, por lo menos las mías.
Lo peor ocurre cuando uno de los dos capta mal las señales y no son más que gestos amables, amistosos, afectivos pero muy lejos del amor. Y si el señor se lanza y la chica desconcertada le dice: "no, te equivocaste"; porque reconozcámoslo, siempre son ellos los que se lanzan, y nosotras esperamos su embestida amorosa. Por eso, ellos esperan tener bien clara las señales, y no salir disparados por un error de captación.
Para evitar malas conclusiones, cuando doy señales de amor, son tan claras que a veces siento que soy muy evidente, pero quiero que el caballero en cuestión no tenga ningún tipo de duda de que me gusta. Y hasta veces, lo reconozco, puedo llegar a decírselo al oído antes de darle el beso que iniciará la relación.

Enciéndete y anda

Existen mitos universales acerca de la resurrección de los muertos. Para los egipcios Isis presta este servicio a su hermano Osiris, el cual era descuartizado cada noche por su malvado hermano Set. Isis trabaja durante la noche hasta el amanecer, juntando las partes de su hermano, pues de lo contrario, no saldría el sol. Jesucristo resucitó a Lázaro. En la mitología griega, Démeter trae a su hija Perséfone de la Tierra de los Muertos una vez al año. A esta lista universal tengo que agregar también a Felipe, mi amante fiel.
Sí, sí, sí, él también volvió a la vida. Él va a entrar en la mitología urbana de las chicas viudas del placer mecánico. Felipe resucitó, volvió cual Terminator II y está otra vez en perfectas condiciones.
Para los que no lo conocen, digo de nombre y función, porque personalmente face to face, sólo yo lo conozco, yo y mi ex novio que es quien me lo había regalado, pero nadie más -sorry, creo que mi mamá también, pero eso mejor obviarlo, pues fue una fatalidad del destino-, para todos ellos les aclaro que, Felipe o Fílip, era mi consolador, ¡no era es, es, es! Pues volvió de la muerte cual Lázaro, por supuesto que a él no le dijeron:
-Levántate y anda- porque a pesar de estar muerto, y no funcionar, levantado estuvo siempre.
No fue un milagro, sino unas manos milagrosas, las de El Oso, el amigo de mi amiga, el que arregla tuti cuanti, que lo volvieron a la vida.
Debo reconocer, que durante un tiempito me negué a darle a Fílip, para que vaya a reparaciones. Pero mi amiga insistió, y en mi lista de cosas a comprar, el vibrador siempre estaba último, pues no piensen que soy una insaciable ninfómana. Y había cosas más importantes, como arreglar el lavarropas, comprar un secador de pelo nuevo, en fin… siempre quedaba relegado, y siempre la plata alcanzaba, con suerte, hasta el anteúltimo ítem. Ahora pienso, haciendo un análisis de la situación, que quizás no quería reemplazarlo, por ser el primero, y que buscaba excusas para no hacerlo. Pura estupidez mía.
La cuestión que Adru, me dijo:
-Déjate de joder, y dame la parte de adentro, esa que destripaste, que se la llevo a El Oso, y te juro que te lo arregla.
-¿Te parece? ¿No le va a dar asquito?
-Pero boluda, si eso iba a dentro… que asquito ni ocho cuartos, es como cualquier pieza mecánica, o electrónica, o no sé qué mierda. ¡Dámelo, ya!
Estoy segura que ella, quería de alguna forma enmendar lo que había hecho, cuando contó en una reunión la existencia de Fílip y mi relación con él. Pero, eso estaba olvidado, si algo tengo de bueno es que no soy rencorosa.
Luego de unos minutos me convenció y volví de mi cuarto, con su corazoncito en una bolsita de nylon. Y asi como el hada protectora arregló el corazón de Pinocho, El Oso arregló el suyo. Sólo restaba conectarlo, pero esa era una tarea mía.
Antes le dí un merecido baño de inmersión en la pileta lavamanos, con burbujas y aceites, y sales y todo, quería que se sintiera como nuevo. Lo envolví en una toallita muy esponjosa, y lo llevé al cuarto, nuestro cuarto.
Allí encendí velas, y como en un ritual de sanación, metí lo que tenía que meter adentro, digo de él. Giré la perilla, expectante. ¡Y Felipe sonriendo despertó!
El brum, brum comenzó a sonar en mis oídos como música celestial. Era él, que con su carita felipesca y con su único ojito me expresaba lo contento que estaba de volverme a ver. El amante fiel había vuelto, y yo me sentía tan feliz. ¡Feeelipeeee!


Para conocer toda la historia:
1. Mi amigo Felipe
2. Murió Felipe
3. Oda a Felipe

Información confidencial

Si hay algo que no tolero y que me saca de quicio es que usen información proporcionada por mí, en la más estricta intimidad y confianza, como material en mi contra en una discusión. Tal como si blandieran la bandera de mis peores defectos, aquellos que sólo yo conozco o creo conocer.
Siempre digo que no voy a dar información confidencial, que no voy a contar mis miedos, mis más profundos sentimientos, mis fracasos, mis contradicciones, mis bajezas. Pero sucede que cuando la relación es buena, cuando llego a conectarme de una forma especial con esa persona, el alma se relaja, el corazón baja sus defensas, y las palabras salen como por arte de magia de mi boca.
Se esfuman, entre sábanas, mis barricadas emocionales, porque quizás recién terminamos de hacer el amor, de comer duraznos frescos y bebernos el dulce de la boca, o fundirnos en un abrazo eterno, allí en ese espacio íntimo, puedo decir cómo realmente soy, qué es lo que temo, y el por qué de muchas cosas, que están acurrucadas en el fondo de mi como un niño tímido.

Dicen que el que ama se convierte en un ser totalmente indefenso, y que justamente el amor hacia alguien es poder mostrarle nuestra vulnerabilidad, porque al amarlo no tenemos miedo de que nos lastime. Es la confianza en que nuestro amado jamás hará nada malo con nosotras.
Por eso detesto que luego en plena discusión, él saqué todo esto que le proporcioné yo misma, que lo saque y me lo restregué en la cara, como si sacara un as que le da la victoria.
Dije mil veces que no lo volvería a hacer, pero la fuerza del amor hace que pierda la memoria.

El fuego de la pasión

En las primeras veces que hacíamos el amor, sentía que una bocanada de fuego me quemaba, nos quemaba. Era como si dentro de esas sábanas, existiera el más puro infierno, con sus llamaradas eternas.
El fuego de la pasión gobernaba esos reinos, donde vive el amor que recién comienza. Día tras día, tarde tras tarde, noche tras noche, el sexo no tenía horarios ni lugares predeterminados, la cocina, el baño, el pasillo, la mesa, la alfombra, hasta en la cochera antes de bajarnos del auto.
A veces, casi con la ropa puesta, con el anhelo de tocarnos ni bien cerrábamos la puerta de nuestros dominios. Era hacerlo, una y otra vez, era sentir el ardiente placer de unirnos cuerpo con cuerpo, carne con carne, fluidos que se mezclan, bocas que se juntan, lenguas que recorren palmo a palmo la piel deseada, húmeda en el salitre de la lujuria.
Me compraba camisones de seda negro, con escotes escandalosos y puntillas eróticas, bombachitas de tiras minúsculas que se clavaban en la carne, a riesgo de sólo ser sacadas por un cirujano. Encendía velas, y él traía el vino helado, y lo volcaba en mi ombliguito y de ahí lo sorbía. Sí, sí, sí era todo como lo cuento, no estoy inventando nada. El fuego nos abrasaba, y nosotros nos abrazábamos luego de hacer el amor, y nos dormíamos con los sexos todavía unidos.
Bueno, eso así tal cual duró muy poco tiempo, no sé si llegó al año. Y luego vino el fueguito de la pasión, la comodidad, el aburrimiento en la cama, hoy toca, hoy no. Mañana es feriado, cogemos. Hoy me siento mal, hoy se durmió viendo el partido, hoy me acuesto con el pijamita del osito Chifulín que mi vieja me regaló cuando tenía 20 años. Hoy, termino y me doy vuelta, y lo único que enciendo es el velador para leer un libro, escuchando de telón de fondo sus ronquidos.
El fuego de la pasión se consumió en la hornalla de la rutina. Y de aquella bocanada infernal, digna de película yanqui con efectos especiales, de aquel incendio multiorgásmico, sólo había quedado un fosforito que se iba consumiendo al ritmo de nuestra respiración.

Casamiento sin inteligencia

Ahora después de devanarme el cerebro en por qué todavía no me casé, vengo a descubrir el posible motivo en un artículo que leí en un blog. El mismo publicado por el Sunday Times, asegura que un estudio británico concluyó que “cuanto más inteligente es una mujer, menos posibilidades tiene de casarse”. Y las que siguen sus estudios universitarios tienen un 40% menos de posibilidades de conseguir un esposo.
No es que sea vanidosa, pero me creo inteligente, y además los hechos de la vida lo han demostrado; claro que mi inteligencia no sea seguramente emocional, lo cual también los hechos de la vida lo han demostrado.
Pero bueno enterarse a esta altura de que la inteligencia juega en contra con las cuestiones matrimoniales, no me causa mucha gracia. De hecho muchas veces he tenido que pasar por tonta y retonta, porque era preferible a no hacerlo; pero no puedo pasar por tonta toda una vida para conseguir un anillo de oro en mi dedo anular. Mejor dicho una alianza, anillo de oro ya tengo.
Y para seguir derrumbando mis posibilidades de conseguir un maridito, pareja, o concubino, da igual (pero que la alianza me la ponga), en dicho estudio dicen que mientras que la mujer busca hombres inteligentes e interesantes (y ese puede ser también otro problema), ellos quieren encontrar mujeres que se parezcan a sus madres y se queden en casa. ¿Nada más? Ah, sí ... que abran la puerta para ir a planchar, lavar y cocinar, y obvio criar a los niñitos que el amor engendrará.
Bueno, bueno… ¡basta con estas cosas!, entonces seguimos en la Edad de piedra. Bien es sabido que a los huomo, no les gustamos las mujeres independientes, y aunque lo nieguen, y lo recontra nieguen con aires de machos superados, les da por las pelotas tanta independencia, ni hablemos de mejor poder adquisitivo, pero que tampoco le gustemos inteligentes, ¡es demasiado!
Pensándolo bien y con tantos fracasos en mi vida, más allá de las 900 personas que fueron la muestra de este estudio, me siento capaz de sostener esta teoría por mi sola, muchas de mis parejas, siempre me decían: “Sos tan inteligente”. Ahora me doy cuenta que no era un halago sino un pésame, pues siempre venía antes de la ruptura.

Yo rechazo, ella rechaza...

El rechazo femenino es una historia que viene de lejos, desde que la primera mujer habrá rechazado al primer hombre que no le gustó. Y cuando hablo de primera mujer, no me refiero a Eva, porque ella no tenía chance, ¡si sólo había uno!
Qué iba a hacer Eva, decirle a Adán no me gusta tu nariz, tenés olor a pata, que horrible esa hoja que te pusiste ahí, o me voy con el primero que pase. De todas formas, se ve que igual Eva hizo lo que quiso, y al fin Adán, no sé por qué pero supongo que refunfuñando, fue a buscar la dichosa manzana. Porque, no sé por qué tampoco, supongo que Eva le dijo: O me traes esa manzana o no me cogés más, claro que en otro idioma.
El rechazo femenino es mucho más directo que el del hombre. Creo que la mujer ante un hombre que no le gusta a simple vista, no piensa en darle oportunidad, simplemente dice no. Y aún más cuando esa mujer todavía no se convirtió en mujer, y es una niña, ahí el rechazo es todavía más cruel y directo.
Violeta contó que en primer grado le rompió el corazón a un niñito que había escrito todavía con letra despareja: “¿Querés ser mi novia? Contéstame en una cartita”. Y encima le había puesto un corazón recortado en tela. A lo que ella, ni se tomo el atrevimiento de escribir en un papel: no, sino que directamente se lo dijo en la cara. El pequeño enamorado se fue corriendo llorando al baño de la escuela.
Mona cuenta que también en la primaria, pero ya más grandecita en séptimo, un chico le dijo delante de todos si quería ser su novia, a lo que ella le respondió no, y qué casualidad el chico se puso a llorar. O también la hermana de Violeta que en un “asalto”, o sea un baile organizado en la casa, unos de los varones asistentes que fue rechazado por ella, se encerró en el baño y no salió en toda la noche.
Mi primer rechazo fue cuando tenía 13, él 16, y recuerdo que fue muy doloroso, para él off course. Y otro chico que rechacé en plena adolescencia me escribió una carta, diciéndome que se iba a matar. A lo que nunca contesté, pero sé que no lo hizo porque unos compañeros del secundario me dijeron que lo vieron vivito y coleando por ahí, eso sí... triste.
O sea que también se podría decir que los niños varones se dan el permiso de llorar. Las niñas somos crueles con los “no correspondidos” y los niños lloran por nuestros rechazos a su corazoncitos enamorados. Nos sentimos poderosas, ellos mueren por nosotras. ¡Cómo cambia la historia con el correr de las vidas de ambos! ¿Qué pasó desde los 10 a los 30 años?
No puedo asegurarlo ciento por ciento, pero creo que a la hora de decir no me gustas, o no quiero, me parece que la mujer es más decidida a dar el golpe, la bajada de guillotina, o las palabras finales, por lo menos y de eso estoy muy segura cuando su corazón late al ritmo de la niñez.

La asesina del amor

La inseguridad es la que mata muchas veces al amor. Es la asesina del amor. Y hablo de aquella que no nos permite dejar en libertad al ser amado por el sólo temor a perderlo. Por amarlo tanto lo ahogamos, asfixiamos, lo queremos meter en un frasco de vidrio para que nadie lo mire, lo toque, lo huela. Como si fuera un objeto, muy apreciado pero objeto al fin y así coartamos su libertad. Somos las carceleras enamoradas, las más tétricas, pero eternamente amantes y cariñosas, eso sí con la llave en el cinturón.

Y nos convertimos en las peores brujas que existen, somos las infames vigilantes, imponemos salidas, husmeamos buscando cosas que para saber si nos engañan. Salimos libremente con nuestras amigas pero nos volvemos locas cuando ellos son los que salen. O hacemos silencios caprichosos, boicots estúpidos, hasta llantos insostenibles para abortar alguna. A veces el costo es tan grande, que la relación se termina rompiendo.

Lo peor que si él está tan enamorado como nosotras, quizás al principio se sienta querido, adorado, y hasta acceda a nuestros reclamos de dejar un partido con amigos, o de ir juntos a todos lados, o de indicar sus destinos como si fuera una hoja de ruta que debemos conocer, o dejar de ir a la casa de su mejor amiga, la que gana siempre nuestra antipatía.

Sin embargo nadie quiere que le corten las alas, nadie quiere vivir la vida en un frasquito, nadie quiere perder su autonomía, ni tener una controladora al lado y llega un día que su grito rompe el cristal y se aleja lo más rápido que puede de nuestro amor. ¿Amor? Y es entonces cuando lloramos porque el temor a perderlo se hizo realidad, y nadie más que nuestra inseguridad tuvo la culpa. Ella lo mató.

Jugada de gol

Voy a contar algo muy real, y lo cuento por dos cosas. Una para que no piensen que siempre nos pueden engañar y salir ilesos. Y la otra porque quiero. Estos hechos corresponden a una historia de una chica muy bella, muy inteligente y muy cornuda que estudió conmigo en una época de mi vida.
Ella sabía que era bella e inteligente, pero no cornuda; por lo menos no lo sabía fehacientemente, pero algo la hacía dudar de su bello, inteligente e infiel marido. Él también sabía que era bello e inteligente, y por supuesto infiel marido.
No me demoro más y expongo los hechos. Su bello, inteligente e infiel marido tenía una amante de la que nadie sabía, por lo menos nadie que pudiera decírselo a la esposa. Ahora bien, ¿cómo ella sospechó de que la engañaba?, no lo sé... mancha de rouge, falta de deseo en la cama, conversaciones telefónicas cortadas abruptamente a su entrada, hacerse fanático de Luis Miguel y tararear sus canciones en la ducha, entrar silbando o cantando de la calle cuando su equipo perdió 6 a 0, no decirle nada cuando ella abolló con la columna del estacionamiento el auto recién comprado.
En eso las mujeres tenemos un sexto sentido, y enseguida viene a la mente la afirmación que nos envenena cual dignas émulas de Otelo: Éste me está cagando.
Así fue que ella planeó todo muy fríamente y se guardó las preguntas que muchas hacemos al pedo: ¿Vos me estás engañando? ¿Tenés otra?. A lo que él siempre dirá: Salí che, qué decís, qué te pasa ahora.
Ella no preguntó nada, ni hizo escenitas, ni lloró, ni cambió su comportamiento, no revisó bolsillos, ni los mensajes del celular, ni trató de escuchar las conversaciones telefónicas detrás de las puertas y mucho menos meterse en los emails. Pero, por dentro iba gestando una idea que llevó a cabo.
El bellointeligenteinfiel iba todas las semanas a jugar papi con los amigos, papi le diría la otra cuando se encamaba con ella en un telo justo al lado de una canchita de césped sintético, o sea el partido que él jugaba no era en el verde plástico, sino en el colchón del hotel por hora, o albergue transitorio como le dicen.
Pero claro se llevaba el bolsito y venía bañadito, la coartada perfecta. La amante esposa siempre le preparaba el bolsito con los botines, la camiseta, las canilleras, las vendas, el pantaloncito, y he aquí la pieza clave de su plan.
Un día cosió con hilo negro y puntada casi invisible las piernas del pantalón. Y sólo esperó que el maridito volviera de su juego futbolístico. Obviamente él volvió con el pelo mojado, muy perfumado y el bolso con la ropa deportiva arrugada, quizás hasta impunemente se limpiara la transpiración que generaba el acto amoroso con su amante con la camiseta para darle credibilidad al supuesto juego, y también volvió el pantalón con las piernas cosidas.
Demás está decir que la pelotera se armó en su casa y no en la canchita de césped sintético que quedaba justo al lado donde se cogía todos los miércoles a la chica que trabajaba a la vuelta de su laburo.
La bellainteligentecornuda (ahora ya lo sabía) lo puso patitas en la calle con bolsito de fútbol y todo, y se fue a llorar un tiempito al fondo de su casa. Pero por suerte no fue tanto, se casó nuevamente y tuvo un hijo con otro chico, que según dijo no le gustaban los deportes.